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Durante años creí que si hubiera estado en octubre del 31, habría apoyado a Victoria Kent frente a Clara Campoamor. Hoy, ayer, uno de estos días, me he dado cuenta de que no habría sido capaz. Si lo piensas hasta el final, la posición de Victoria Kent es imposible: no se avanza en democracia retrasando ensanchar la democracia.
A muchas, el estallido del escándalo Errejón nos ha abierto en canal. Hemos hecho demasiados duelos por la muerte del proceso de cambio político que construimos en 2014. Espero de verdad que este sea el último.
Un proyecto político no es un estilo de vida ni una marca de ropa ni un corte de pelo. Un proyecto político es un acuerdo de mucha gente sobre cómo organizar la sociedad en base a criterios económicos, culturales y éticos. Siempre que existan esos acuerdos, existirá quien los represente, y en el ejercicio de la representación habrá algún nivel de contradicción. Si alguien que ejerce la representación afirma que no está atravesada por ninguna contradicción es que miente o está ciega de narcisismo. No creo en la política que se concibe a sí misma como una identidad (de clase, religión, género, etnia o cultura). Es más, detesto esa forma de entender la política. Creo en el pueblo y siempre he hecho política para cambiar mi país y el mundo en el que vivo en una dirección clara y concreta. Dicho esto: todo tiene un límite y lo que estamos viendo lo traspasa ampliamente.
En estos días no he dejado de darle vueltas a cuatro ideas: la primera es vieja, la segunda es pequeña, la tercera es difícil y la cuarta molesta.
La primera: la vieja.
El único responsable del comportamiento sexual de Íñigo Errejón es Iñigo Errejón. El único responsable del comportamiento sexual de un hombre es ese hombre. Esto nos lo enseñó el feminismo hace mucho tiempo.
La segunda idea: la pequeña.
Que miles de mujeres humilladas y agredidas identifiquemos un muro de IG como el lugar más seguro para presentar denuncias, es un fracaso de la democracia
A pesar de que sabemos que el único responsable del comportamiento sexual de un hombre es ese mismo hombre, desde el mismo momento en el que Errejón presentó su renuncia, algunos compañeros creyeron que podían sacar ventaja y, de paso, ajustar cuentas pendientes. En un ejercicio público de clamorosa miseria comenzaron las insinuaciones en los platós y los susurros en los oídos de las periodistas. Algunas de la profesión también se subieron al carro. A lo largo del jueves, algunos competían en los pasillos del Congreso y en los platós de TV para convencer a las periodistas de que habían sido ellos y no los del Frente Popular de Judea quienes habían lanzado la primera piedra contra Errejón: la primera y la más fuerte. Y lo hicieron con tanto ímpetu que no se dieron cuenta de que las razones que portaba la piedra, dimitido Errejón, les ponía a ellos mismos en una posición resbaladiza. No sé ponerle nombre a esto, pero tengo algunos calificativos: miserable, zafio, rastrero.
Cuando algo me desborda reviso a las que nos precedieron para ver si encuentro luz. He encontrado a Concepción Arenal: “Odia el delito, compadece al delincuente”. Después me acordé de Manuela Carmena. No he escuchado a ninguna portavoz tomar este camino. Sólo pedradas y navajazos.
Tercera idea: la difícil.
Creo todos los relatos que he leído en el muro de Cristina Fallarás. Me veo reflejada. La mayoría de las mujeres sabemos que son verdad porque al leerlos percibimos inmediatamente el olor de la intimidación, el desconcierto y el silencio autoimpuesto que viene después.
Dicho esto: que miles de mujeres humilladas y agredidas por machistas babosos o violadores identifiquemos un muro de IG como el lugar más seguro para presentar nuestras denuncias, no me parece un éxito del feminismo sino un fracaso de la democracia y del Estado de derecho. Bien por el desbordamiento: lo necesitamos. Pero no deja de ser una desgracia que acarrea en sus entrañas acciones potencialmente tan repugnantes como los hechos que la han propiciado.
Necesitamos abrir un espacio en la conversación pública para poder hablar de violencia sexual y otras formas de violencia machista igualmente insoportables, aunque menos escandalosas a ojos de los platós. Y ese espacio no pueden ser las redes. Las redes no son nuestras. No están diseñadas para reflexionar sino para odiar (en política, en deportes, en cultura, en todo). Ahora mismo, con tanta mentira de por medio, no se puede ni plantear esto.
Cuarta idea: la molesta.
No veo cómo esta forma de proceder puede ayudar a las víctimas, al feminismo o a la democracia
Los partidos que están gestionando esta crisis han dejado claras dos cosas. La primera es que en su interior no existe ningún órgano encargado de investigar y resolver los conflictos internos. En el curso de un escándalo, la dirección puede expulsar en cuestión de minutos a cualquier dirigente o militante sin recabar pruebas o tomar declaración a las personas implicadas. La segunda es que en la gestión de una crisis que desde el primer momento confronta una tensión entre la consideración mediática del escándalo y la tipificación jurídica de las conductas escandalosas, las decisiones se han tomado atendiendo exclusivamente a lo mediático. Y a partir de ahí, se ha administrado el linchamiento público como sanción complementaria a la exigencia de responsabilidades políticas. No veo cómo esta forma de proceder puede ayudar a las víctimas, al feminismo o a la democracia.
Por si no ha quedado claro: 1º Creo en la veracidad de las declaraciones de todas las mujeres que han denunciado y cuentan con todo mi apoyo. 2º Creo que las denuncias formuladas contra Iñigo Errejón relatan hechos asquerosos e incompatibles con la representación política. 3º Nunca oí ninguna denuncia de violencia sexual contra quien durante años fue mi compañero de militancia y de partido: ni siquiera rumores.
Durante años creí que si hubiera estado en octubre del 31, habría apoyado a Victoria Kent frente a Clara Campoamor. Hoy, ayer, uno de estos días, me he dado cuenta de que no habría sido capaz. Si lo piensas hasta el final, la posición de Victoria Kent es imposible: no se avanza en democracia retrasando ensanchar...
Autora >
Carolina Bescansa
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