Alto el fuego
“Necesito hacer duelo por los 72 miembros de mi familia que he perdido”
Tras 446 días de devastación, el desafío en Gaza es recuperar el sentido de la normalidad entre los escombros de vidas despedazadas
Mahmoud Mushtaha 16/01/2025

Palestinos caminan entre los escombros de Shuja’iya, en el norte de Gaza. Febrero del 2024. / Mohammed Hajjar
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No me lo puedo creer: después de 466 días de inimaginable sufrimiento, matanzas implacables, y la hambruna y la devastación calculadas que ha desplegado la máquina de guerra israelí, el genocidio en Gaza se ha terminado por fin.
El peso de esos días todavía me oprime con fuerza el corazón. Cada segundo ha estado marcado por el sufrimiento, el miedo, y la impotencia por las incontables vidas perdidas y familias destrozadas. Generaciones enteras han sido marcadas a fuego por la incesante violencia y por el silencio ensordecedor de la comunidad internacional. Con todo, a pesar de las atrocidades cometidas, la propaganda israelí sionista y ultraderechista ha tratado de darle la vuelta a la narrativa, en un intento de borrar la humanidad de las víctimas y justificar lo inhumano.
Este momento parece surrealista. Los cielos que antes retumbaban con el rugido de las bombas ahora albergan la posibilidad de la curación. Puede que las calles que han sido testigos de un dolor interminable vuelvan algún día a llenarse de risas. Pero incluso mientras este capítulo se cierra, las cicatrices siguen ahí: un crudo recordatorio de la incapacidad del mundo para actuar antes, de la urgente necesidad de justicia y rendición de cuentas. El final del genocidio no borra los crímenes cometidos; más bien amplifica la necesidad de la justicia y del procesamiento de los criminales de guerra.
Ojalá que este final no sea solo una pausa, sino un verdadero principio: un camino hacia la curación, la reconstrucción, y la seguridad de que semejantes atrocidades no vuelvan a ocurrir nunca. No necesitamos volver al mismo círculo de dolor y sufrimiento. Desde 1948 hemos soportado matanzas incesantes, todas derivadas de la falta de responsabilidad penal de Israel.
Lo que necesitamos ahora es que se procese a Israel y a sus criminales de guerra, justicia para nuestras víctimas
Ahora que se ha acordado un alto el fuego en Gaza, las bombas dejarán de caer, y el mundo suspirará aliviado. Aun así, para aquellos de nosotros que hemos sobrevivido, la guerra no ha terminado: solo se ha transformado. Puede que se detenga la destrucción física, pero las batallas psicológica y emocional continúan. El trauma de la pérdida, los recuerdos de la devastación y el dolor de la supervivencia perdurarán hasta mucho después de que haya caído la última bomba. Para Gaza, el desafío ya no es solo reconstruir infraestructuras, sino recuperar un sentido de la normalidad entre los escombros de vidas despedazadas.
Mientras esos días oscuros llegan a su fin, las cicatrices siguen ahí: un crudo recordatorio de la incapacidad del mundo para actuar antes. Lo que necesitamos ahora es que se procese a Israel y a sus criminales de guerra, justicia para nuestras víctimas. Sin eso, el alto el fuego solo será una pausa temporal, una mera interrupción en un ciclo de violencia que ha asolado Palestina durante décadas. No nos podemos permitir que eso ocurra. Tenemos que exigir que quienes son responsables del genocidio rindan cuentas, que la comunidad internacional reconozca finalmente la humanidad del pueblo palestino y su derecho a vivir en paz.
Por desgracia, nos enfrentamos a otra guerra después de esta: una guerra contra nosotros mismos. Es una batalla psicológica, una lucha por curarse de las heridas que no son visibles pero que son igual de profundas. ¿Cómo podemos empezar a recuperarnos si no hay casas a las que volver, ni escuelas para nuestros niños, ni hospitales para atender a los enfermos, y tampoco universidades donde enseñar a nuestros jóvenes? ¿Cómo podemos reconstruir nuestras vidas cuando los cimientos de nuestra sociedad han sido aniquilados? Lo que ahora necesitamos es tiempo para el luto, para llorar a nuestros seres queridos, y para buscar a los que han desaparecido desde el 7 de octubre.
Para entender la profundidad de los retos que hay por delante, he hablado con supervivientes, trabajadores humanitarios y psicólogos que han estado sobre el terreno en Gaza. Um Salim Amin, madre de cinco hijos, compartió conmigo sus temores: “Estamos aliviados por el cese de los bombardeos, pero ahora, ¿qué? No tenemos casa, ni fuente de ingresos, y yo, ni hijos siquiera. Me los mataron el 16 de mayo de 2024. La paz no significa nada si no podemos encontrar una forma de vivir”. Su sueño ahora, después del alto el fuego, es hacer una tumba para sus hijos.
El doctor Adek, un psicólogo que trabaja con supervivientes de traumas, explica la crisis de salud mental prolongada a la que se enfrenta Gaza. “Estamos viendo a una generación entera profundamente marcada por el genocidio, las matanzas y la hambruna”, dice. “Niños que han presenciado horrores inimaginables, padres rumiando la culpabilidad del que ha sobrevivido, y una población que se debate por encontrar esperanza en medio de la desesperación”. Las infraestructuras de salud mental en Gaza eran limitadas ya antes del conflicto, y ahora son prácticamente inexistentes.
Ahora, el desafío en Gaza es sobrevivir a los próximos días, dado que el alto el fuego va a tener lugar el 19 de enero
Las necesidades de Gaza ahora, según los expertos, son poliédricas. La ayuda humanitaria inmediata es crucial: comida, agua limpia, suministros médicos y refugios temporales tienen que ser la prioridad. Más allá de eso, son esenciales inversiones a largo plazo para reconstruir infraestructuras, restaurar instituciones educativas y proporcionar servicios de salud mental. La comunidad internacional tiene que redoblar esfuerzos no solo con palabras sino con actos, para asegurar que Gaza tenga los recursos que necesita para reconstruir de forma sostenible.
Esto no es el fin de la guerra ni un verdadero alto el fuego; no es más que una parada temporal de la máquina de matar israelí. El final de los bombardeos actuales no significa el final de la ocupación, de la opresión, de la denegación de nuestros derechos humanos básicos. No es la paz: es solo un breve respiro. Y, en este momento, yo necesito hacer duelo. Necesito llorar a mi tío Hisham y a su mujer Hanan, a sus hijos Mohammed y Bassil, y a sus siete nietos. Necesito hacer duelo por los 72 miembros de mi familia que he perdido. Necesito hacer duelo por mi gente, por las más de 50.000 vidas que han sido brutalmente arrancadas. Cada vida perdida es en sí misma un mundo entero, y cada una merece ser recordada, honrada y llorada.
Ahora, el desafío en Gaza es sobrevivir a los próximos días, dado que el alto el fuego va a tener lugar el 19 de enero. Las vías que se abren son inciertas y traicioneras. ¿Cómo vamos a sobrevivir sin casas, sin recursos, sin las necesidades básicas de la vida? La comunidad internacional no solo tiene que pedir cuentas judiciales, sino también suministrar apoyo tangible para la reconstrucción y la rehabilitación de Gaza. Esta es una crisis humanitaria que requiere acciones sostenidas e inmediatas.
La resiliencia del pueblo palestino se ha puesto a prueba una y otra vez. Hemos soportado lo insoportable, hemos sobrevivido a lo inimaginable. Y aun así, seguimos aquí. Nuestro espíritu permanece inquebrantable, aun cuando nuestros corazones llevan el peso de una tristeza inmensa. Esa resiliencia no debe confundirse con aceptación. No vamos a aceptar un futuro en el que se nos niegue la justicia, donde los criminales de guerra anden sueltos, donde las vidas de nuestros seres queridos sean reducidas a estadísticas. Exigimos justicia. Exigimos dignidad. Exigimos libertad.
La reconstrucción de Gaza no es solo cuestión de construir viviendas y reparar infraestructuras; es cuestión de restaurar la esperanza, la dignidad y la humanidad. Se trata de dar a nuestros hijos un futuro que no venga definido por la guerra y la derrota. Se trata de asegurarnos de que los recuerdos de las personas a las que hemos perdido se preserven, de que sus historias se cuenten, y de que su sacrificio no sea en vano.
Abood Fathi, de 21 años, un joven universitario, expresa sus temores: “Yo soñaba con convertirme en ingeniero para reconstruir Gaza, pero ahora ni siquiera sé si quedará alguna universidad. ¿Volveré a tener alguna vez la ocasión de estudiar otra vez?”. Sus palabras visibilizan las aspiraciones de una generación que penden de un hilo.
Que el mundo, mientras contempla cómo Gaza empieza a emerger de entre los escombros, la contemple también con un sentimiento de responsabilidad. Que recuerde el papel que ha tenido, ya fuera por acción o por inacción, en permitir que se desarrollara esta tragedia. Que se comprometa a hacerlo mejor, a ponerse del lado de los oprimidos, a llevar a los opresores a juicio. Esto no es una cuestión solo palestina; es una cuestión global. La lucha por la justicia en Gaza es una lucha por la justicia en todas partes.
En los días venideros, mientras el polvo se va posando y la atención del mundo inevitablemente se vuelve hacia otro lado, tenemos que mantenernos vigilantes. Tenemos que asegurarnos de que el alto el fuego no es un mero preludio de otro capítulo de violencia. Tenemos que exigir el final de la ocupación, y el final del bloqueo, y el final de la opresión sistemática del pueblo palestino. Solo entonces podremos empezar a tener esperanzas de paz verdadera.
Este no es el final de nuestra lucha. No es el final de nuestra historia. Es solo un capítulo: un capítulo doloroso, devastador, que siempre llevaremos con nosotros. Pero vamos a continuar escribiendo nuestra historia, batallando por nuestros derechos, honrando a nuestros mártires, y construyendo un futuro a la altura de su sacrificio. Palestina volverá a levantarse, no desde las cenizas de la guerra, sino desde la fuerza y la resiliencia de su pueblo. Y el mundo no debe olvidarlo nunca.
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Traducción de Lola Díez.
No me lo puedo creer: después de 466 días de inimaginable sufrimiento, matanzas implacables, y la hambruna y la devastación calculadas que ha desplegado la máquina de guerra israelí, el genocidio en Gaza se ha terminado por fin.
El peso de esos días todavía me oprime con fuerza el corazón. Cada segundo ha...
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