GENEALOGÍA EMPRESARIAL
La historia de la familia belga que cubría con zinc los tejados de París
Caroline Lamarche, heredera de los creadores de la Real Compañía Asturiana de Minas (hoy Asturiana de Zinc), relata los entresijos de sus antepasados en un libro que acaba de publicarse traducido al español
Mario Bango 24/01/2025

Edificio de la Real Compañía Asturiana de Minas en Madrid. / Carlos Delgado
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A mediados del siglo XIX, Napoleón III le encargó al barón Haussmann la renovación de París con la idea de darle un aire más moderno, y este optó por el zinc para cubrir los tejados, lo que ha generado una icónica imagen grisácea de la ciudad vista desde arriba. Un empresario belga, que había abierto la primera mina de carbón de Asturias en 1831, intuyó el potencial de ese metal, construyó la primera fábrica para producirlo en 1851 y generó una empresa multinacional que hoy sigue plenamente activa, propiedad del grupo suizo Glencore. El zinc procedente de Asturias que cubrió los tejados de la capital francesa durante años ha resistido muy bien el paso del tiempo, pero la familia que puso en marcha aquel proyecto acabó por perder el control de su fortuna.
El éxito inmediato de la planta de Arnao (Castrillón), en las proximidades de Avilés, propiedad de la Real Compañía Asturiana de Minas (hoy Asturiana de Zinc), es un ejemplo de perseverancia y habilidad empresarial, pero también del aprovechamiento de las debilidades de una España que carecía de capacidad industrial y poder financiero, y solo podía contar con abundante mano de obra barata. Capitalismo puro y duro. La historia de estos emprendedores belgas ha sido relatada por una de sus descendientes directas de forma magistral y crítica.
Caroline Lamarche, premiada con un Goncourt de relato por otra obra, es hija, nieta, bisnieta y tataranieta de los fundadores y propietarios de la empresa. A la muerte de su padre descubrió los papeles del intercambio interfamiliar que su progenitor había guardado cuidadosamente en su casona, cerca de Lieja. De la asombrosa lectura de aquellos legajos que van desde principios del siglo XIX, cuando en 1831 su antecesor Adolphe Lesoinne llega a la empobrecida España, hasta que su abuelo materno, Paul Laloux, vende la empresa por una peseta a la Asturiana de Zinc en 1980 nace La Asturiana, un libro editado en 2021 en Bruselas –bendecido por la crítica y con muy buenas ventas en los mercados francófonos–. Ahora ha sido traducido al español por Silvia Moreno y publicado recientemente por KRK.
Caroline Lamarche es hija, nieta, bisnieta y tataranieta de los fundadores y propietarios de la empresa
A Lamarche le queda el poso amargo de no haber heredado prácticamente nada de aquella fortuna familiar, tan poderosa durante los siglos XIX y XX. Pero al menos tiene buenos recuerdos de su infancia en Reocín (Cantabria), donde se encontraba la mina de blenda que abastecía la fábrica de Arnao, de la que su padre fue director. O de la espléndida sede de París donde pasó su adolescencia cuando su abuelo era presidente de la compañía.
Lesoinne, ingeniero de minas, viene desde la pujante Lieja invitado por los liberales españoles que habían huido de Fernando VII y que buscaban soluciones modernas para un país en el que no había industria, ni capital, ni técnicos, cuando el Reino Unido y la propia Bélgica eran la avanzadilla mundial de la Primera Revolución Industrial. Es él quien decide abrir la mina de Arnao (hoy convertida en museo), pese a la dificultad técnica que obligaba a rebuscar el mineral en galerías bajo el mar, e inicia un giro drástico en la Asturias del XIX. Con su propuesta se inicia la explotación carbonífera a gran escala que será el motor de la industrialización de la hasta entonces pobre y aislada tierra cantábrica.
Lesoinne muere a edad temprana y sin descendencia. Es su sobrino, Jules Hauzeur, joven ingeniero, quien desarrolla la fábrica de zinc y consigue los recursos financieros en Bruselas, apaña las exenciones fiscales con la familia real española, contrata expertos en media Europa y recluta mano de obra barata local. Hauzeur vive entre Lieja y Asturias, y tiene tal éxito que pronto instala en Auby, en el norte de Francia, una segunda planta de zinc para abastecer los mercados europeos. En las dos deja una huella indeleble, porque es un convencido del paternalismo empresarial: construye el mismo tipo de viviendas –claramente divididas entre obreros y jefes–, escuelas y hospitales para sus empleados en ambos lugares.
La autora no se detiene solo en la prolija historia familiar, sino que aborda también con precisión quirúrgica la dureza empresarial durante las huelgas, el sufrimiento de los trabajadores o la relación permanente con la Casa Real española (Isabel II y Alfonso XII visitaron Arnao). El heredero de Jules a principios del siglo XX es el menor de sus cinco hijos, Louis Hauzeur, quien se convierte en un gran empresario mundano que vive entre Bruselas, París y Madrid mientras la Real Compañía no deja de crecer y expandirse.
Los datos de ese enorme desarrollo se guardan en Arnao: un archivo histórico industrial del que cuida Alfonso García Rodríguez, quien se convierte por derecho propio en uno de los personajes del libro, tal es su conocimiento de la aventura empresarial y familiar. Lamarche, siempre de la mano de un viejo comunista belga que sabe todo de la Revolución de Octubre de Asturias, descubre con alborozo que el complemento idóneo a los recuerdos de sus antepasados está bien protegido y ordenado en las viejas instalaciones de la primera fábrica.
Allí descubre cómo la empresa había resistido la embestida de dos guerras mundiales y una guerra civil; cómo abre sedes espléndidas en Madrid en la plaza de España, ahora un edificio singular propiedad de Mutua Madrileña, y en París, al lado del Arco del Triunfo, que hoy es un hotel de lujo, y cómo mantiene indeleble la amistad con los Borbones. Hauzeur manda levantar un espectacular chalet en Áliva, en plenos Picos de Europa, al lado de una antigua explotación minera de la compañía, para que Alfonso XIII pudiera cazar cómodamente instalado. Después serían asiduos del mismo Franco y, por supuesto, Juan Carlos I. No hay noticia de que el actual rey haya visitado el lugar.
Para modernizar la producción del metal se constituye en 1957 la compañía Asturiana de Zinc
Pero Louis Hauzeur muere sin descendencia en los años cincuenta, y le hereda su sobrino Paul Laloux, un profesor de Derecho poco interesado en el mundo industrial. En esa época el nacionalismo franquista impide a los extranjeros ser mayoritarios en las empresas españolas. Es el principio del fin de los belgas en Asturias. Para modernizar la producción del metal se constituye en 1957 la compañía Asturiana de Zinc (AZSA) impulsada por Banesto y, entre otros, por la familia Sitges, que había dirigido la Real Compañía por delegación de Louis Hauzeur. La nueva planta se instala próxima a Arnao, en San Juan de Nieva, muy cerca del puerto de Avilés, y en pocos años engulle a la originaria Real Compañía. Laloux había decidido no entrar en el capital de AZSA como minoritario y el brío de la nueva acabó en dos décadas con la sociedad original.
Aunque esta parte final no se aborda en el libro de Lamarche, no deja de ser significativa para la historia de España. Uno de los presidentes de AZSA, Francisco Javier Sitges, ya fallecido, fue íntimo de Juan Carlos I cumpliendo con las tradicionales buenas relaciones de la empresa con la casa Borbón (todas las reparaciones del yate Fortuna, así como la construcción del nuevo yate que nunca llegó a utilizar, se practicaban en San Juan de Nieva). Cuando Mario Conde toma el control de Banesto, es Sitges quien le abre la puerta de La Zarzuela. Pero es también su condena: al caer con estrépito Conde, el actual emérito se olvidó enseguida de aquellas amistades. Tanto Banesto como los Sitges pierden el control de la empresa que termina, tras varios avatares, en el muy poderoso y opaco grupo Glencore (un conglomerado con explotaciones mineras de metales e industriales en medio mundo), creado por Marc Rich, el empresario judío ya fallecido, que en una de esas increíbles carambolas del destino fue pareja durante unos años de Dolores Sergueyeva, nieta de la Pasionaria.
Glencore obtuvo un beneficio de 16.300 millones de euros antes de impuestos en 2023 explotando recursos minerales en los cinco continentes. Una parte de esos mastodónticos beneficios los aporta AZSA (81 millones de euros brutos ese año), que emplea a un millar de trabajadores, produce más de 500.000 toneladas de zinc anuales y factura más de 600 millones de euros, pese a que los nuevos tejados de París ya no usan el metal para cubrirse. No hay duda de que los antepasados de Caroline tenían olfato para los negocios.
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El libro La Asturiana, de Caroline Lamarche, se presenta en la Fundación Carlos de Amberes de Madrid el 27 de enero a las 18:30 horas.
A mediados del siglo XIX, Napoleón III le encargó al barón Haussmann la renovación de París con la idea de darle un aire más moderno, y este optó por el zinc para cubrir los tejados, lo que ha generado una icónica imagen grisácea de la ciudad vista desde arriba. Un empresario belga, que había abierto la primera...
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Mario Bango
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