Análisis
Entre la esperanza y el desencanto
Con revolución o sin ella, el paro crece y crece de forma incesante entre una juventud sin apenas expectativas y con no demasiada formación
Fernando Andú 26/03/2015
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Como otros del área mediterránea, Tunicia es un país de contrastes: con un norte feraz y un sur semidesértico, la capital parece instalada en la modernidad mientras que las provincias siguen ancladas en su atraso secular; el litoral, favorecido por clanes influyentes que se perpetúan en el poder desde tiempos de la independencia, se desarrolla mal que bien gracias al turismo, a la agricultura y a la industria, en tanto que el interior vive en la inopia más absoluta, tradicionalmente preterido, abandonado a su suerte lejos de los centros económicos del país. Así las cosas, la estampa de Tunicia contemplada desde el famoso café de las Delicias en Sidi Bou Said, el pequeño pueblo azul y blanco situado al norte de la capital, Túnez, que constituye visita obligada para turistas nacionales y extranjeros, no es ni por asomo la misma que la imagen, sobremanera abigarrada y poco edificante, que nos ofrece una visita al mercado semanal en Sidi Bouzid, la paupérrima ciudad del interior donde prendió la mecha de la revolución de 2011 y, tras ella, el estallido de la primavera árabe. Y es que confrontar ambos lugares de nombres tan parecidos, casi homófonos, proporciona un magnífico ejemplo del décalage que caracteriza al Estado y a la sociedad tunecina antes y después de la revolución.
Porque, digámoslo pronto, en estos cinco años de inestabilidad política y laboral y aparente polarización entre laicos y salafistas, en este estimulante periodo histórico en el que los tunecinos y los residentes extranjeros hemos vivido a vueltas con la Troika y la muy disputada Constitución, con los vaivenes de la kasbah -1,2,3- y el niqab, con los asesinatos de políticos de cierto relieve, como Shukri Belaïd y Mohamed Brahmi, y ahora con la amenaza cada vez más real del terrorismo, muy pocas cosas han cambiado en la realidad profunda del país, en la mentalidad de la gente, en la vida cotidiana del pueblo desde que se produjera la modélica transición, por su civismo y buen sentido, de la dictadura de Ben Alí al Gobierno de consenso de Nida Tunes y Ennahda (entre otros partidos de la oposición) que rige los destinos de la nación norteafricana en la actualidad.
Sí, es verdad, ahora los tunecinos pronuncian palabras como libertad, dignidad y justicia sin ningún recato y hablan en voz alta de política sin temor a que las paredes escuchen, burlándose en la calle y, sobre todo, en las redes sociales (que manejan como nadie en el mundo) con su proverbial buen humor, sorna y desparpajo de todos los personajes que aparecen y reaparecen en el escenario político de la hora presente, algunos de ellos a modo de fantasmagóricos supervivientes rescatados de las catacumbas del antiguo régimen, otros como camaleónicos arribistas disfrazados de liberales o de islamistas moderados siempre prestos a mudar de piel para sacar tajada del nuevo negocio en el que se ha convertido la actividad pública.
Sí, es cierto que ahora hay lugar para las reivindicaciones laborales y que, ya que no una ley de huelgas que asegure servicios mínimos y medidas que palíen el caos que sobreviene de repente cuando se produce una, por lo general, sin previo aviso, al menos existe la posibilidad de reclamar derechos largamente escamoteados por las clases dirigentes de siempre y organizar proponer actos de protesta en otro tiempo impensables sin la intervención del omnipresente sindicato UGTT.
Sí, es cierto que la llegada de un numerosísimo contingente de refugiados libios, huidos a causa de la guerra civil que, so color de primavera árabe, desencadenaron en el país vecino las potencias occidentales poco después de la revolución tunecina, ha modificado el paisaje humano y la vida económica de los lugareños, que, en medio de una inflación nunca vista en estos pagos, han asistido a un escalofriante descenso de su poder adquisitivo en los últimos años.
Sí, todo esto es cierto, pero no lo es menos que la Tunicia del norte y la del sur, la Tunicia de la capital y la de las provincias, la Tunicia del litoral y la del interior siguen tan distantes como siempre; que el espíritu patriótico, antes que dedicarse a ensamblar partes tan descompensadas, únicamente se entrega de consuno a una siempre coyuntural glorificación de la bandera, reconociéndose solo, cuando llegan las fechas señaladas o cuando la ocasión desata una especie de catarsis colectiva, en el canto al alimón del himno patrio y, también, por qué no decirlo, en el irreductible, también en esta nueva era democrática, culto a la personalidad del gobernante de turno. Sucede, desde luego, que, más allá de las buenas intenciones de la opinión internacional, hoy como ayer, con revolución o sin ella, entre la esperanza y el desencanto que divide a la población tunecina en estos días, el paro crece y crece de forma incesante entre una juventud sin apenas expectativas y con no demasiada formación, presa fácil, por ello, de ideologías extremistas, y que la única alternativa para combatirlo parece consistir en mantener a toda costa un turismo de sol y playa que enriquece a unos pocos, sin pensar por un momento en invertir a medio y largo plazo en otros recursos, aprovechando, sin ir más lejos, el inmenso capital humano, el potencial aún por descubrir de las regiones olvidadas.
Y ello porque, a lo que se ve, ni la propia Tunicia ni, por supuesto, Occidente han mostrado nunca demasiado interés en conocer la cara oculta del país. La que no figura en los planes de desarrollo ni en las guías turísticas al uso; aquella tras la que se esconden la pobreza, la incultura, el terrorismo, pero donde también es posible encontrar la hospitalidad, la sabiduría, el seny de una gente verdaderamente civilizada porque acostumbrada a tratar con familiaridad y tolerancia -ahlan wa sahlan, por decirlo al modo árabe- a gentes y pueblos de la más diversa procedencia.
Aunque, para comprobar esto, claro es, cuando uno visita Tunicia, además de no faltar a la cita con el pintoresco pueblecito azul y blanco de Sidi Bou Said, también ha de estar dispuesto a dejarse caer por las mal asfaltadas calles de Sidi Bouzid -o Jendouba, o Siliana, o El Kef, o Kasserine, etc.- en día de mercado.
Fernando Andú Resano (Zaragoza, 1965) es profesor de Literatura Española e Hispanoamericana en la Facultad de Letras, Artes y Humanidades de la Universidad de la Manouba desde septiembre de 2010. También imparte clases de Español en el Instituto Cervantes de Túnez.
Como otros del área mediterránea, Tunicia es un país de contrastes: con un norte feraz y un sur semidesértico, la capital parece instalada en la modernidad mientras que las provincias siguen ancladas en su atraso secular; el litoral, favorecido por clanes influyentes que se perpetúan en el poder desde...
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