Más Contexto
Abou, Isabel y otros miles sin nombre
Ekaitz Cancela 14/05/2015
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La campaña electoral ha asaltado nuestra atención y ha inundado todo lo que nos rodea. En Madrid, a la habitual boina de contaminación se ha sumado una brusca y molesta capa de propaganda. Apenas se escuchan los cláxones de los ajetreados taxis -incluso esos llevan publicidad- y ahora sólo se oye a unos cuantos candidatos disparando titulares. El ruido es tal, que todo lo que ocurra más allá de nuestra ciudad queda silenciado entre palabras. Vacías.
Pero a veces, cuando el estruendo de considerable pasa a ser trágico, se hace una excepción. El pasado martes, la campaña electoral se detuvo por una catástrofe inevitable, un desastre, un accidente… Por unos momento, en vez de eslóganes se escuchaban condolencias y políticos apenados antes las cámaras de televisión. Las maquinarias electorales se pararon en seco.
“¿Tenemos que morir las mujeres de cuatro en cuatro para que los políticos paralicen una campaña?”, se preguntaba una mujer siempre combativa y al pie del cañón en relación a ese doble rasero con el que a veces nos encandilan y nos hacen perder el sentido. Isabel Fuentes, de 65 años, fue asesinada sobre las siete de la mañana del pasado viernes por su marido. Si el sistema judicial y policial hubiera funcionado medianamente bien, esta mujer estaría viva. Fue una más de las 15 mujeres asesinadas por violencias machista, que no de género, en lo que va de año.
También esta semana, cuando el luto por el avión estrellado en Sevilla se conoció, la OMS declaraba el fin de la epidemia de ébola en Liberia. Seis meses y 10.715 muertos después, el 99,9% de las víctimas eran africanas, no hubo luto. Sí, propaganda, cuando Teresa Romero se curó (entonces el ébola llevaba 4.868 muertos). El Gobierno desembolsó unos 1,6 millones de euros a la lucha contra el ébola en África, 10 veces menos de lo comprometido para paliar esta crisis sanitaria dentro de España. 10 veces menos.
Hace tres semanas, un seísmo destruyó Katmandú y con él la vida de 8.000 personas. Otra de las tragedias que desapareció del foco mediático cuando el ministro de Exteriores dio por muertos a los desaparecidos españoles hasta que el martes un terremoto de magnitud 7,3 sacudió de nuevo lo poco que quedaba de Nepal. Al menos 57 personas murieron y más de un millar resultaron heridas. Pero en las pantallas ya sólo había bustos parlantes repitiendo en bucle sus mensajes.
De la víctimas casi nunca sabemos su identidad. No tienen cómo ponerse en escena más que en forma de cientos o miles. Nepal, Liberia… quedan muy lejos de nuestra fronteras. Esa en la que Abou fue encontrado en la aduana de El Tarajal, Ceuta, donde hace más de un año 15 personas se dejaron la vida. La desgarradora imagen del niño costamarfileño de 8 años en posición fetal y saliendo de una maleta encontró, por un momento, un hueco en nuestra atención. Un ejemplo que rara vez se producirá con cualquiera de las otras 30 personas que la Cruz Roja de Ceuta atiende cada semana cuando tratan de entrar desde Marruecos, muchas por este sistema inhumano.
Abou escapaba del hambre en una maleta, otros, de la guerra en un patera en medio del Mediterráneo. Para los segundos, la Comisión Europea tiene solución: obligar a los 28 a repartirse los refugiados en la UE. Para los otros, ni luto ni solidaridad.
En la sociedad del espectáculo, esos cientos, miles o tan sólo un nombre, no tienen cómo ponerse en escena. Son sólo los números que sirven para saber lo que ya sabemos. Son el mejor modo de enfriar las realidades y de volverlas abstractas.
La campaña electoral ha asaltado nuestra atención y ha inundado todo lo que nos rodea. En Madrid, a la habitual boina de contaminación se ha sumado una brusca y molesta capa de propaganda. Apenas se escuchan los cláxones de los ajetreados taxis -incluso esos llevan publicidad- y ahora sólo se oye a...
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Ekaitz Cancela
Escribo sobre política europea desde Bruselas. Especial interés en la influencia de los 'lobbies' corporativos en la toma de decisiones, los Derechos Humanos, la desigualdad y el TTIP.
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