Los resultados de las elecciones municipales y autonómicas del 24 de mayo no dejan lugar a muchas dudas: la época del bipartidismo y de las mayorías absolutas se ha terminado en España. Las casi cuatro décadas de hegemonía del PP y el PSOE han sucumbido a la mala política y a los deseos de cambio y oxígeno de una población hastiada y castigada, que según demuestran las urnas reclama no solo el final inmediato de la corrupción, sino también una nueva forma de hacer política, basada en una mayor democracia interna, una menor endogamia de los aparatos, y un rechazo de las comisiones ilegales y los liderazgos monolíticos.

El primer dato de las elecciones es que el movimiento ciudadano nacido el 15 de Mayo de 2011, convertido hace solo un año en un partido llamado Podemos y diseminado después en multitud de movimientos de unidad popular de vocación horizontal, se ha convertido en una poderosa fuerza política transversal y ha transformado buena parte del paisaje municipal y autonómico: grandes ciudades como Barcelona, Madrid, Zaragoza, Valencia, Cádiz o Santiago han apoyado de forma masiva a las listas asociadas a Podemos; en todos esos casos un sencillo pacto con el PSOE desalojará del puesto a los alcaldes conservadores. Era previsible que fuera así. Pero es una novedad histórica.

El segundo hecho destacable de la cita electoral es que el PP sale muy malparado. Esto también se esperaba, pero la magnitud de la tragedia supera todas las previsiones: los populares no solo pierden dos millones de votos globales respecto a 2011, sino que el recuento de víctimas incluye a un buen número de figuras cuasi míticas, símbolos del poder más autoritario así como de la corrupción y la impunidad. Esperanza Aguirre, Rita Barberá, Dolores de Cospedal y Teófila Martínez, cuatro de los grandes caladeros de votos y poder del PP, pierden su aura de imbatibilidad en una noche nefasta para la formación conservadora, que ni siquiera pactando con sus herederos naturales de Ciudadanos --menos decisivos de lo que se anunciaba salvo que se eche en brazos del PP-- logra salvar los muebles.

El giro a la izquierda de la sociedad española, natural tras años de austericidio y de políticas neoliberales dictadas por y diseñadas para la oligarquía financiera y no para los ciudadanos, se traduce en algunos hechos elocuentes: el PSOE aguanta el tipo mal que bien porque solo pierde un par de puntos de apoyo global y mantiene un precario liderazgo en el centro izquierda, pero la tendencia real la marca su condición de segundón en Barcelona, Madrid, A Coruña, Santiago o Cádiz. Que las alcaldesas de las dos mayores ciudades españolas vayan a ser Ada Colau y Manuela Carmena dice mucho de la pujanza menguante del PSOE y de la senda ascendente de la nueva izquierda agrupada en torno a Pablo Iglesias.

De hecho, los socialistas logran la mitad (o menos) de votos en esas capitales que las listas apoyadas por Podemos. Otro síntoma paradójico pero muy dañino para el PSOE es el resultado de Ángel Gabilondo en las autonómicas de Madrid, que en teoría permitirá gobernar a Cristina Cifuentes, la gran y casi única superviviente popular de la jornada. Pese a todo, el independiente Gabilondo casi duplica los apoyos obtenidos por Carmona, el candidato del PSOE a la alcaldía. 

Los resultados reflejan además con nítida crueldad el desgaste del Gobierno de Mariano Rajoy, que llegó a La Moncloa subido en una impresionante ola azul y dejará la presidencia con un índice de popularidad similar al de Zapatero, y con el partido sumido en la esclerosis y en una peligrosa división interna –atención a Montoro y a la cólera de Aguirre--. Todo hace pensar que el 24 de mayo es solo el principio de la descomposición de la mediocre era Rajoy. Y cabe deducir que los obstáculos puestos para el voto de los emigrantes han evitado males mayores.

A los batacazos de sus barones en los feudos valenciano, mallorquín, madrileño y castellano-manchego hay que sumar el descalabro en Galicia y Extremadura, la irrelevancia del PP en Cataluña, la inesperada derrota del alcalde de Valladolid y el castigo al eterno presidente de Castilla y León. Un panorama desolador para un presidente del Gobierno sin ideas ni futuro, atrapado entre la afasia y la parálisis.

La última lectura de este análisis a vuela pluma se refiere al papel jugado por los medios tradicionales, públicos y privados: su campaña impúdicamente partidista ha resultado un fracaso en toda regla. La defensa a ultranza del PP --y a ratos del PSOE--, maquinada a través de la ocultación sistemática de los candidatos de la nueva izquierda, se ha revelado como una apuesta de una torpeza supina, que deja la influencia real de la prensa bajo mínimos.

Como el PP y el PSOE, los grandes medios españoles viven en un tiempo, unas costumbres y un ambiente periclitados. Es de esperar, por la salud de la democracia, que recobren la razón, olviden la manipulación y abran los ojos a la realidad. España ha cambiado de una forma muy profunda. Y probablemente lo va a hacer todavía más antes de que acabe el año.

La ilusión y la alegría de miles de jóvenes aclamando en las calles a la ex jueza Manuela Carmena y a la activista Ada Colau son las imágenes de una jornada memorable. Ahí está, les guste o no a los mandarines, los cobardes y los reaccionarios, el futuro del país. Por mucho que se empeñen los dinosaurios de la prensa y de las empresas reguladas del IBEX, España ya no es la que era. La segunda transición ha empezado. Solo cabe desear mucha suerte, templanza y buen juicio a quienes tienen la responsabilidad, y el derecho y el deber, de sacarla adelante.

Pero, de momento, este país es hoy un lugar un poco más digno, habitable y plural de lo que era ayer.