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“Después de la primera muerte, ya no hay otra”, escribió el poeta galés Dylan Thomas. La cita caló muy hondo en las entrañas del 'perro endemoniado' de la novela negra norteamericana, James Ellroy (Los Ángeles, 1948), una de las voces narrativas más rotundas a la hora de tratar la historia de los bajos fondos y el lado más oscuro de Estados Unidos, el “Beethoven del género policiaco” --como a él mismo le gusta describirse--. Alguien que conoce por experiencia propia que “una muerte puede definir una vida”.
Era domingo, el 22 de junio de 1958. Lee Earle Ellroy no era aún James Ellroy. Tenía entonces 10 años cuando regresaba en taxi a la casa donde vivía con su madre, Geneva Hilliker, en El Monte, un pequeño pueblo en el Valle de San Gabriel, al este de Los Ángeles. Había pasado el fin de semana con su padre, un vago charlatán --según la propia definición del escritor-- que presumía de haberse acostado con Rita Hayworth, de quien había sido administrador por un corto periodo de tiempo y cuyo último consejo a su hijo antes de morir fue: “Intenta tirarte a todas las camareras que te sirvan”. El taxi había doblado la esquina para tomar la calle y al aproximarse a su pequeña y desangelada casa pudo ver que estaba rodeada por coches de policía, hombres vestidos con uniforme marrón y trajes de chaqueta gris. Un presentimiento le invadió: su madre había muerto.
“Un hombre me apartó y se arrodilló a mi altura. Me dijo: 'Chico, tu madre ha sido asesinada”, cuenta Ellroy en su obra autobiográfica, Mis rincones oscuros. El cuerpo de la enfermera Geneva Hilliker fue hallado sin vida. Lo encontraron unos chavales. En unos matorrales. En la carretera junto al campo de entrenamiento de béisbol del instituto Arroyo. Había sido violada y estrangulada con una media de nailon y un cordel de algodón firmemente anudados a su cuello. A punto de desvanecerse, el pequeño Ellroy fue capaz de no derramar ni una sola lágrima. Fue entonces cuando le condujeron al cobertizo de los vecinos y la policía le sacó dos fotos al lado de una mesa de carpintero; una posando con un punzón en la mano y otra con una sierra. Su imagen fue publicada en la prensa local. El asesino de su madre nunca apareció.
Probablemente aquellas fotos estén en algún lugar del archivo fotográfico del Museo de la Policía de Los Ángeles, el mismo en el que el escritor americano se adentró hace diez años. Allí se encontró con que el impactante conjunto de imágenes en blanco y negro, de 1953, resumía de forma espectacular aquella época. Esto le estimuló a prestar su narrativa para iluminar estas escenas fotografiadas por la policía, que componen LAPD´53 (Abrams Image), un libro publicado en colaboración con Glynn Martin, director del Museo de la Policía de Los Ángeles, que nos traslada a los macabros escenarios de los crímenes y suicidios cometidos en Los Ángeles en 1953.
Cincuenta casos resumidos en 85 fotos y 25.000 palabras retratan una de las épocas más siniestras de la ciudad. Eran los tiempos en que el autoritario William H. Parker, jefe de la Policía, una de las figuras más aclamadas a la vez que controvertidas de la historia de la policía estadounidense, consiguió acabar con la corrupción que existía dentro del cuerpo y reducir el crimen a través de métodos represivos, muy acordes con el momento, transformándolo en un cuerpo de élite. Parker aparece en tres de las novelas del narrador americano. “James Ellroy considera que la historia de la ciudad es la historia de LAPD. Tanto en los buenos como en los malos tiempos, la evolución y el desarrollo de la segunda ciudad más grande de la nación ha estado reflejada en la evolución del departamento de su policía”, escribe Glynn Martín en el prólogo del libro.
La obsesión del escritor por la infamia detonó tras la muerte de su madre. Comenzó por devorar libros de misterio. Cuando no tenía dinero para comprarlos, los robaba. Poco a poco fue descubriendo un mundo secreto que ejercía sobre él una fascinación obsesiva. Su padre le regaló las obras completas de Sherlock Holmes y The Badge, de Jack Webb. Este último era un resumen de los crímenes más descarnados de la ciudad de Los Ángeles y contenía una referencia al caso sin resolver de Elizabeth Short, una joven que apareció asesinada con su cuerpo mutilado. Ellroy se sintió atraído inmediatamente por el caso por el paralelismo con el de su madre: al igual que ella, era una mujer hermosa que había llegado a L.A para olvidar un pasado difícil. Años más tarde su obsesión se transformó en un best seller, La Dalia Negra, su séptima novela --y primera de su ‘Cuarteto de Los Ángeles’-- pero antes el joven Ellroy trataría de exorcizar sus demonios: se afilió al partido nazi americano, abandonó la escuela, robaba en los supermercados, se dedicaba a espiar a su vecinas, a las que robaba su ropa interior; más tarde llegaría su afición por las drogas y el alcohol. Más de una vez acabó encerrado en las dependencias de su admirada policía de Los Ángeles.
LAPD´53 es un recorrido por los oscuros rincones de una ciudad que Ellroy conoce demasiado bien y de la que ha escrito durante los últimos treinta años. Un itinerario por los lugares donde las buenas intenciones no existen. Un mundo sórdido que destila violencia, sexo y depravación, alentados por la traición, la venganza y el dinero. Los Ángeles es la ciudad de las angustias personales y los anhelos literarios de este gran narrador, que tras su exhibicionismo y provocación esconde a un romántico que intenta dar forma a lo que ocurre a su alrededor a través de la escritura.
“Después de la primera muerte, ya no hay otra”, escribió el poeta galés Dylan Thomas. La cita caló muy hondo en las entrañas del 'perro endemoniado' de la novela negra norteamericana, James Ellroy (Los Ángeles, 1948), una de las voces narrativas más rotundas a...
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