Literatura
James Ellroy, el perro XXL
El escritor presenta 'Perfidia' y afirma: "Cuando se publiquen las cuatro novelas del nuevo cuarteto, el lector podrá recorrer sin interrupciones la historia de la ciudad de Los Ángeles desde 1941 hasta 1972"
Sergio del Molino 16/04/2015
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Las presentaciones, en spanglish: "I am James Ellroy. Yo soy el perro diáblico". A Ellroy le gustan los perros. Claudio López de Lamadrid, su editor en España, le enseña en su móvil una foto de un perro que alguien ha colgado en Twitter. El perro se llama Ellroy, su dueño es un fan del escritor, y Ellroy, el perro diáblico, se yergue, estira sus ciento noventa centímetros y ríe con una carcajada grave y teatral. El perro centra toda su atención. "Tiene ojos de demonio, me encanta, es como yo". Un perro frente a otro perro. No se ladran, se entienden. Son perros grandes y tranquilos, de los que sestean en invierno y no corren más de lo necesario. James Ellroy puede ser un perro, pero, por más que a su leyenda literaria le vaya bien el epíteto de diáblico, parece uno de esos perros a los que puedes confiar el cuidado de un bebé. Se pasea por el centro de Madrid con pantalones blancos y una camisa hawaiana, como recién desembarcado de un crucero. Mueve con parsimonia sus casi dos metros de hombre de sesenta y seis años sin muestras de fragilidad o vacilación. Es uno de tantos americanos seguros de sí mismos, desacomplejados y confianzudos, que pasean por las capitales del mundo como si estuvieran montando una barbacoa en su propio jardín. Nada turbio, ningún pasado que purgar (todo ha quedado ya en los libros), ningún parecido con esos agentes corruptos de la muy corrupta policía de Los Ángeles que llenan sus novelas. Su presencia se parece más a su estilo literario: directo, rozando lo grosero desde la pura afabilidad (bullshit, que se traduciría como gilipolleces, es una palabra que le salta a la lengua con facilidad), recurriendo al monosílabo si la respuesta no requiere de más adornos, como esas frases cortantes y eficaces de sus descripciones.
James Ellroy (Los Ángeles, 1948), al que algunos consideran ya una especie de Dostoievski americano (y él asiente encantado, sin modestia), está en España presentando Perfidia (Random House), la primera parte de la precuela del llamado 'Cuarteto de Los Ángeles', las cuatro novelas que le consagraron a finales de los ochenta como uno de los nuevos dioses mayores del género negro (género al que ahora dice no adscribirse, pero esa es otra historia): La Dalia Negra, El gran desierto, L. A. Confidential y Jazz blanco.
Perfidia recoge muchos personajes de estas novelas unos años antes del primer ciclo, en diciembre de 1941, cuando los japoneses atacan Pearl Harbor, Estados Unidos entra en la Segunda Guerra Mundial y en la ciudad de Los Ángeles se desata una histeria racista contra la muy nutrida colonia japonesa. Muchos personajes secundarios muy familiares para los lectores de Ellroy aparecen aquí jóvenes. Algunos, recién incorporados al departamento de policía. Asistimos, por ejemplo, a los últimos combates del Bucky Bleichert de La Dalia Negra, que se retira del boxeo para prestar juramento como agente del cuerpo, y otros, como Whisky Bill Parker (un personaje real que reformó de arriba abajo la policía angelina en los años cincuenta), aparecen antes de tener el enorme poder político que tendrían en L. A. Confidential o Jazz blanco. Aquí aún es un inspector trepa e inteligente que maniobra entre mandos corruptos para quedarse con el despacho del jefe. "Cuando se publiquen las cuatro novelas del nuevo cuarteto —explica Ellroy—, el lector podrá recorrer sin interrupciones la historia de la ciudad de Los Ángeles desde 1941 hasta 1972".
Y en ese último año se quedará todo. A Ellroy no le interesa la ciudad de hoy. Su mundo es el de sus novelas, unas novelas cada vez más largas, de tramas más densas y con un dramatis personae que parece las páginas amarillas. "No me gustan las cosas pequeñas, ni el minimalismo, ni el nihilismo, ni el relativismo. Me gustan las obras de arte americanas, cargadas de dramatismo". Y ese Los Ángeles de mediados del siglo XX es el tiempo y el espacio donde el universo de este escritor XXL puede expandirse sin límites. No habla de política, su mundo es ayer y, por mucho que algunos encontremos paralelismos con lo que pasa ahora, él se niega a refrendar esas lecturas. El simbolismo y la alegoría son para europeos alfeñiques. En las palabras de Ellroy, ya sean escritas o tronadas con su voz, el pan es pan, y el vino, vino.
Al comienzo de Perfidia, se decreta un oscurecimiento de la franja costera de Los Ángeles, para evitar bombardeos nocturnos japoneses. Neones y farolas apagadas, persianas bajadas, los coches circulan con las luces de posición y los semáforos están atenuados. En esa oscuridad ocurren cosas, claro, y yo le pregunto si ese oscurecimiento es una metáfora de una edad oscura en la que se ambienta su ciclo novelesco, los años negros de Los Ángeles. No responde con su recurrente bullshit, pero casi. "Los primeros días tras Pearl Harbor fueron de terror, retrato una ciudad aterrorizada, sumida en el caos, con paranoia, pero también con grandes oportunidades para hacer dinero a costa del sufrimiento de la gente". Es decir: no fastidies, dicho con elegancia. Cuando Ellroy escribe que hay un oscurecimiento, es que se apagan las luces. Los símbolos, para los poetas. Bastantes dobles intenciones y requiebros hay en los personajes y en la trama como para añadir ambigüedades líricas.
Ir de frente es su marca. Los perros van de frente. Incluso los perros diáblicos. Por eso su inmodestia no suena fanfarrona ni siquiera cuando compara su empresa con la música sinfónica o con Dostoievski. Por eso, y por las más de veinte gruesas novelas que lleva escritas y que, apiladas, medirían casi tanto como él. Una obra a su medida, sin melindres, sin gilipolleces. Uno de los periodistas que asiste al encuentro que la editorial ha concertado con él en Madrid le pregunta qué sabe de literatura española. "Sé que Cervantes escribió el Quijote". ¿Lo ha leído? "No". Monosílabo, ningún deseo de complacer, ninguna respuesta edulcorada por la elegancia o la voluntad de seducción. Es un perro, es lo que hay, lo tomas o lo dejas. Y eso es lo que, paradójicamente, acaba seduciendo. Como en su literatura. Una aspereza afable, de palmada de amigote, de tipo grande que se pasea con camisa hawaiana.
Ese vestir y hablar cómodo, tan raros desde una Europa acostumbrada a escritores epatantes y descubridores de verdades reveladas, deriva en una franqueza igualmente extraña a nuestros oídos: "De las adaptaciones al cine de mis libros, L. A. Confidential es la mejor. Es una buena película, un tanto sobrevalorada, pero buena. El resto de las películas que se han hecho de mis libros son malas, pero me compensa financieramente porque me pagaron mucho dinero por ellas". Es un novelista americano de enorme éxito, pero novelista al fin, y se nota sobre todo cuando habla de sus personajes, los habitantes del mundo en el que él mismo vive. Le cambia la voz, modula en un tono sentimental, casi íntimo, cuando se extiende sobre una de las protagonistas de Perfidia, la joven Kay Lake, una de esas mujeres ellroyanas que parecen perdidas y frágiles pero acaban dominando una ciudad bronca de polis corruptos y actores heroinómanos. Hay cariño, casi ternura, en la forma de referirse a su creación femenina, y no parece la misma voz que unos minutos antes tronaba al autocalificarse de "absolutista moral", "patriota" y aspirante a "escribir la obra de arte perfecta". Es un cariño que ni siquiera se expresa cuando habla de su madre, que este mes habría cumplido cien años, como la Kay Lake de su novela.
Él tiene sesenta y seis y la energía de un perro cazador. Se ha propuesto escribir tres novelas más de mil páginas cada una para completar un ciclo. La sola intención agotaría a muchos. Su sola presencia de perro diáblico puede llegar también a extenuar. No es un escritor para melindrosos ni para nihilistas que no creen en la "justicia" (palabra que, en su boca, parece dicha con mayúsculas). Es un novelista americano de los de antes, con la energía y el optimismo de un Hemingway, de los que persiguen ballenas con camisas hawaianas. Ya no se fabrican escritores como Ellroy: es un pitbull que no cabe en los pisos modernos y que se va a extinguir porque el campo literario ya no tiene yardas suficientes para sus carreras. Pero, mientras se extingue, da gusto oírle ladrar.
Las presentaciones, en spanglish: "I am James Ellroy. Yo soy el perro diáblico". A Ellroy le gustan los perros. Claudio López de Lamadrid, su editor en España, le enseña en su móvil una foto de un perro que alguien ha colgado en Twitter. El perro se llama Ellroy, su dueño es un fan del...
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Sergio del Molino
Juntaletras. Autor de 'La mirada de los peces' y 'La España vacía'.
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