EL FENÓMENO YOUTUBERS
Los niños ya no quieren ser futbolistas
Tienen millones de visitas y viven haciendo lo que les gusta: Jugar a videojuegos, grabar sus viajes, contar sus experiencias, hacer el payaso. Son los nuevos referentes para un público creciente
Manuel Gare 1/07/2015
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Jess, la chica protagonista de Quiero ser como Beckham (2002), tenía varios problemas a la hora de dar rienda suelta a su pasión, el fútbol. Ser mujer, de origen indio y vivir en un entorno familiar conservador arraigado en la tradición no es del todo alentador en el contexto de una película que trataba de dar muestra de las dificultades que tenía que atravesar para llegar a cumplir su sueño. Compartiendo plano con otros compañeros que arrastraban problemas de similar índole social y personal, la cinta de Gurinder Chadha recorría, de algún modo, el vivir de la adolescencia. Respirarla, enfrentarse a ella y salir victorioso de una etapa que para algunos no deja de ser una carga de la que desean deshacerse cuanto antes.
Jess, que tenía que enfrentarse a una más que evidente estigmatización de género y procedencia, utilizaba el fútbol como evasión a sus circunstancias. Pero con circunstancias o sin ellas, el fútbol es en sí mismo una sensación inigualable. Correr detrás de una pelota. Compartir equipo con compañeros de los que dependes en todo momento para que el partido acabe en victoria o derrota es una manera no solo de hacer amigos y crecer en distintos aspectos, sino de abrir una ventana a una realidad que te permite evadirte de la rutina de tu mundo. La sensación mágica tras marcar un gol y celebrarlo con tu equipo. Regatear, tirar un córner, marcar de falta. Ganar el partido. Es algo que ningún niño debería perderse.
Para Jess, conocer a Beckham y jugar con él al fútbol era una máxima inapelable en su burbuja adolescente. Hoy, el sentimiento de adoración de miles de niños hacia jugadores como Messi o Cristiano sigue igual de presente. Sigue, también, siendo un sueño difícilmente alcanzable. Llegado a cierta edad, ese niño que aspira a jugar en el Barcelona o en el Real Madrid se dará cuenta, como el que aspira a ser una estrella de la música, de que la probabilidad de llegar a ocupar uno de esos tan codiciados puestos de reconocimiento mundial es demasiado remota.
Como caído del cielo, Youtube llegaba en 2005 para revolucionar la forma de comunicar. No solo abría la puerta a una libertad creativa sin precedentes, también permitía crear una vía de comunicación mucho más directa y personal entre los usuarios de la red social. Y eso es algo que ya podíamos empezar a ver en los primeros años del servicio: cuando alguien ve un vídeo de un chico que se ha dejado la entrepierna haciendo skate, además de la risa inicial, siente cierta empatía por él. No lo conoce, probablemente no lo conozca en toda su vida, pero en ese preciso instante esa persona desconocida forma parte de sus pensamientos.
Si ese chico al que tanta gente ha visto hacerse daño empieza a grabarse hablando y contando sus historias, interactuando con las personas que lo ven, y creando un vínculo entre él y sus seguidores, reforzará esa empatía. Seguirán sin saber muy bien quién es, pero ahora serán partícipes de sus monólogos frente a una cámara; puede que lleguen a entender lo que está tratando de decirles. Puede que adopten alguna de sus ideas, que sin querer, empiecen a sentir simpatía y devoción por ese chico que les cuenta cosas a través del recuadro de una página de internet.
Llevamos meses tratando de poner el mayor número de etiquetas posibles sobre los youtubers. Creadores de tendencias, influencers, gurús del entretenimiento. Chicos que un día decidieron empezar a grabarse y subir sus vídeos a internet, y que hoy centran todos sus esfuerzos en esa actividad a nivel profesional. Su público son mayormente niños y adolescentes que han encontrado no solo un amigo y un ídolo que comparte sus aficiones, sino alguien en quien verse reflejados. Una figura que forma parte de una realidad mucho más cercana que la de ese futbolista que ven por televisión, y a la que, ahora sí, pueden imitar y llegar a conocer con bastante facilidad.
Tienen millones de visitas, escriben libros, la televisión los reclama y viven haciendo lo que les gusta. Jugar a videojuegos, grabar sus viajes, contar sus experiencias, hacer el payaso. Da igual, son los nuevos referentes para un público que no deja de crecer en millones y que ya los ha convertido en un auténtico fenómeno social del que todo el mundo quiere dar cuenta. Subirse al carro de los youtubers ha pasado de ser una temeridad a centrar la estrategia de comunicación de todo tipo de empresas que hacen cola para ofrecer su dinero a cambio de formatos publicitarios impensables para sus propias estrategias de hace unos años.
Más allá del número de visionados, de engagement y de todo tipo de terminología que viene tratando de escenificar el terreno que una serie de jóvenes le han preparado a los hambrientos equipos de marketing, conviene detenerse un instante para intentar comprender dónde radica el éxito de los youtubers. Su audiencia y la forma que ésta tiene de expresarse y de utilizar internet es algo que escapa a la literalidad de las palabras, los hechos concretos, y el videojuego de moda, y con lo que no se puede tratar de dar respuesta a una generación que hace tiempo que no sueña con convertirse en esa estrella que la sociedad le ha puesto en las narices. Ya no valen las gráficas, los estudios de mercado ni las reuniones a puerta cerrada.
Esperan con ansia el próximo vídeo de su youtuber favorito. Lo hacen, además, acompañados de otros chicos que convierten en amistad su anhelo de nuevo material. Se emocionan cuando sus ídolos les responden a un tuit o comparten alguno de sus comentarios en sus vídeos. Juegan online a videojuegos, crean vínculos con otros jugadores, ganan partidas, pierden, se lamentan, experimentan la euforia. Se abren su propio canal en Youtube. Consiguen seguidores y sus vídeos empiezan a despegar. Están ganando su propia batalla. Es algo que ningún niño debería perderse.
Hay personas viendo cada uno de sus movimientos. No marcan goles, no regatean. Son solo ellos en la inmensidad de internet. En su habitación, con una cámara y la ilusión de igualarse a esa persona que tanto les ha inspirado. Es su sueño, y saben que con algo de suerte podrán alcanzarlo. Saben que la fama les espera a la vuelta de la esquina, y que solo les hace falta un poco de suerte. Solo un poco de suerte.
Jess, la chica protagonista de Quiero ser como Beckham (2002), tenía varios problemas a la hora de dar rienda suelta a su pasión, el fútbol. Ser mujer, de origen indio y vivir en un entorno familiar conservador arraigado en la tradición no es del todo alentador en el contexto de una película que trataba...
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Manuel Gare
Escribano veinteañero.
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