Análisis
Españoles vs. catalanes / Glez vs. Mas
El presidente catalán y el expresidente del Gobierno “hablan desde dos mundos en todo diferentes, o desde provincias de realidad sin conexión entre sí”
Cristina Peñamarín 13/09/2015
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La publicación de los artículos de Felipe González ‘A los catalanes’ y de Artur Mas ‘A los españoles’ nos pone ante unos discursos tan extraordinarios que no me resisto a llamar la atención sobre un problema que me parece clave: cómo es posible que alguien, y en concreto el presidente Mas, pueda escribir “Catalunya ha amado a pesar de no ser amada, ha ayudado a pesar de no ser ayudada” como enunciados con sentido para un público destinatario. Pues está claro que Mas se dirige a un público del que no duda que comparte su sentir.
La pregunta inquietante es qué ha ocurrido para que se haya creado tal barrera entre nuestros mundos de sentido. Cómo se ha producido una fijación tal en supuestos y sentimientos divergentes y qué cabría hacer para superarlo
Leído desde Madrid, ese discurso resulta absolutamente fuera de lugar y de tono. Pero esta es precisamente la mitad del problema. Mas y González hablan desde dos mundos en todo diferentes, o desde provincias de realidad sin conexión entre sí. Leer desde fuera del catalanismo el discurso de Mas es como pasar al otro lado del espejo del cuento de Alicia y asomarse a un mundo cuya lógica no comprendemos. La pregunta inquietante es qué ha ocurrido para que se haya creado tal barrera entre nuestros mundos de sentido. Cómo se ha producido una fijación tal en supuestos y sentimientos divergentes y qué cabría hacer para superarlo.
A este lado del muro, en el lado “español”, hemos oído decir que unos líderes nacionalistas, para ocultar crisis, medidas antipopulares, corrupción y otros problemas, manipulaban los sentimientos de un sector de los catalanes inventando agravios y agitando banderas. Para un público receptor poco interesado en profundizar o en comprobar el fundamento de tal versión, ésta resultaba la única verdad y los gestos y discursos de Mas y los suyos no hacían sino confirmarnos en ella. Del lado catalán, el relato hablaba de ofensa, desprecio y abuso por parte de España y de esperanza de salir de ello. Estas ideas y expresiones rebotaban en la pantalla de nuestra seguridad --¡absurdo, ridículo, inaceptable!--, al igual que los discursos de aquí rebotaban allí, evidenciando una imposibilidad simétrica de traducir cada uno las palabras del otro de modo aceptable para ambos.
Leer el artículo de Mas es encontrarse con todos los tópicos de los discursos nacionalistas en sus momentos de exaltación emocional: la concepción antagónica de las colectividades (nosotros vs. ellos); nosotros como parte ofendida, maltratada e identificada con todas las luchas contra la opresión y por la liberación; nosotros como una colectividad valiosa, cargada de historia y méritos; un relato destinado a autoconfirmarse cada vez que el otro rechace algún avance de nuestra pretensión; que apela a símbolos y sentimientos y se sitúa en un terreno ajeno a los argumentos pragmáticos y racionales; que propone una identificación compartida en diferentes formas por sectores más moderados y más radicales, etcétera.
Pero no nos engañemos, lo previsible y manido de la retórica no explica por qué se hace verosímil y atractiva en este momento para un sector de los catalanes y puede llevarlos, como tantas veces ha ocurrido en la historia, a posiciones de ruptura. La crisis económica y el aumento de la pobreza, particularmente graves en España y en Cataluña, las opciones económicas antipopulares y la corrupción de ambos gobiernos, instituciones y partidos han producido un gran malestar y desgaste de la política y los políticos convencionales españoles. En Cataluña una parte creciente de la demanda pública de cambio se ha orientado hacia la cuestión catalana, relacionándola con su aportación no correspondida a España, su sufrir un agravio comparativo, el desequilibrio de las balanzas de hacienda, etcétera. Este señalar un culpable externo de “nuestro” malestar ha dado forma a los sentimientos negativos.
Mas recurre al lenguaje de la ofensa y la esperanza, los móviles más seguros para suscitar el sentimiento de comunidad, a falta de conflicto bélico abierto: “Catalunya … ha dado mucho y ha recibido poco o nada, si acaso las migajas cuando no el menosprecio de gobernantes y gobiernos… cuando un tribunal puso una sentencia por delante de las urnas. Cuando durante cuatro años se ofendió la dignidad de nuestras instituciones… la mayoría de catalanes creyó que hacía falta encontrar una solución”. Cuando se ha instalado y naturalizado el discurso de la nación personificada, presentada como un ser que actúa y siente, que atesora una memoria de buena disposición de su parte y menosprecio de los otros ¿podía el Gobierno español actuar eficazmente? Se ha hablado de avance del independentismo catalán por “incomparecencia del adversario”. El Gobierno español en ningún momento ha tratado de comprender la dimensión emocional y simbólica en que situaba este catalanismo el desafío y ha desdeñado el dirigirse a los catalanes que se pudieran sentir unidos a la comunidad y compartir los sentimientos de ofensa. Ese gobierno, su presidente y su partido han utilizado el lenguaje de la indignación contra lo inadmisible, seguramente con la vista puesta en un electorado que esperan retribuya esos gestos. Han personificado la superioridad inapelable de La Ley y, de modo velado o explícito, han recurrido a la amenaza --fuera de esa ley no hay Europa, no hay seguridad ni inversión, no hay futuro--. Poco inclinados al gesto de aproximación afectiva o a la dignificación del otro parecían decir siempre con altivez “al enemigo, ni agua”. Con sus actos, sus palabras y su tono han confirmado la imagen de hostilidad y desprecio que el catalanismo atribuye al “Estado español” y han aportado leña al fuego que ha hecho crecer el sentimiento y de la cohesión nacionalista.
Felipe González, en su misiva ‘A los catalanes’, utiliza un lenguaje mucho más próximo que el de Mas al habitual en la comunicación política y expresa reiteradamente su admiración y gratitud hacia los catalanes. Pero se sitúa en la fortaleza de lo único aceptable, la ley (con todas las letras en mayúsculas): Mas “está violando su promesa de cumplir y hacer cumplir LA LEY. Se coloca fuera de la legalidad…”. No se priva de comparar el proceso catalanista con “la aventura alemana o italiana de los años treinta del siglo pasado” y a una Cataluña independiente y aislada con Albania. E insiste en las enormes pérdidas que la “desconexión” con España, con Europa, con América Latina supondría para los catalanes. Los argumentos del interés racional no están fuera de lugar, y, claro está, también el catalanismo los presupone cuando no los explicita, y la ciudadanía los tiene en mente cuando vota.
El artículo de González no es un libelo incendiario, como le reprocha Mas, pero sí tiene una proximidad de afecto y perspectiva con el discurso del Gobierno. Aunque reconoce no estar de acuerdo “con el inmovilismo del Gobierno de la nación, cerrado al diálogo y a la reforma, ni con los recursos innecesarios ante el Tribunal Constitucional”, señalando las actuaciones que pueden considerarse como expresión de antagonismo o como ofensivas, utiliza este argumento para reafirmarse en la imposibilidad de la “posición de equidistancia entre los que se atienen a la ley y los que tratan de romperla”. Se sirve del lenguaje de los virtuosos impecables al presentar las siempre modificables leyes humanas como las indiscutibles “Tablas de la ley” (no deja de ser curioso que en estas discusiones sobre la ley se olvide cómo la Segunda República española nació de las elecciones municipales de abril de 1931, que fueron tomadas como un plebiscito entre monarquía o república).
En el plano de los afectos, el discurso de González, como los del Gobierno, sugiere amenaza y desprecio. Mas, evidentemente, retiene como significativas las comparaciones con el nazismo y con Albania, que son injustas e innecesarias en la argumentación de González y por ello revelan menosprecio. Los movimientos nacionalistas se parecen entre sí, de modo que se puede comparar el catalanista con cualesquiera otros discursos de este tipo, como los que han dado lugar a la independencia de todas las naciones modernas, sin necesidad de aludir al monstruo del nazismo. Catalunya independiente, replica Mas, se podría asemejar más que a Albania, a Holanda o Suecia, con las que se puede comparar por extensión o por población, y la imagen de la futura nación queda así enaltecida y sus seguidores alentados por la esperanza de adquirir el estatus de esos ejemplos positivos.
El entendimiento y las reformas pactadas que aparentemente con la mejor intención propone González han de partir del reconocimiento del adversario como interlocutor, algo que no se encuentra en su artículo
¿Cabe hacer algo en el terreno delineado por la popularización de esos discursos emocionales? ¿No está cualquier actuación o discurso que se oponga al catalanismo y a las iniciativas de sus promotores condenado a reforzar la imagen de hostilidad prevista para el adversario? Los argumentos orientados a sugerir peligros para una Cataluña independiente no son inconsecuentes, pues como se puede comprobar en numerosas votaciones, los partidarios de la seguridad, de conservar el statu quo y de no arriesgarse a lo nuevo son legión y a menudo son los que deciden el resultado en las contiendas electorales o plebiscitarias. Pero en este caso esos argumentos del miedo y la prevención no pueden ser los únicos y mucho menos deben acompañarse de expresiones de menosprecio, que sólo pueden ser contraproducentes.
Cualquier intervención que se proponga avanzar en este terreno ha de contar con los poderosos sentimientos y con el relato apasionado con el que se identifican los seguidores del catalanismo, hoy hegemónico allí. Idealmente debería proponerse cambiar algo en la imaginación y los sentimientos de --al menos en una parte-- los actuales partidarios del catalanismo, proponer otras formas de identificación, ilusión y esperanza. El entendimiento y las reformas pactadas que aparentemente con la mejor intención propone González han de partir del reconocimiento del adversario como interlocutor, algo que no se encuentra en su artículo, pues sólo desde la reciprocidad es posible tal entendimiento. Y sin duda los desafíos y dificultades de nuestro tiempo exigirán también de las sociedades catalana y española elaborar nuevas formas de imaginar el futuro y de definir los conflictos, los enemigos y los objetos de esperanza.
La publicación de los artículos de Felipe González ‘A los catalanes’ y de Artur Mas ‘A los españoles’ nos pone ante unos discursos tan extraordinarios que no me resisto a llamar la atención sobre un problema que me parece clave: cómo es posible que alguien, y en concreto el presidente Mas, pueda...
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Cristina Peñamarín
es catedrática de Teoría de la Información de la Universidad Complutense de Madrid.
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