El escándalo de dopaje que pone bajo sospecha al atletismo
Una investgación negada por Sebastian Coe cuestiona el pasado y el exitoso presente de los mejores atletas
Álex Moreno Madrid , 25/09/2015
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No importa quién compita ni dónde, ni tan siquiera el cómo. La prueba reina de toda competición atlética es siempre la lucha en el hectómetro: los menos de diez segundos que tarda en dirimirse el duelo por ser el hombre más rápido en cien metros de carrera. El pasado 23 de agosto, en el Nido de Pájaro de Pekín, sí que importaba --y mucho-- el quién. Usain Bolt o Justin Gatlin, el aspirante más sólido a derrocar al jamaicano desde que éste iniciara, precisamente en Pekín, su demolición de los límites de la velocidad humana.
E importaba principalmente por el cómo, pues el estadounidense había sido sancionado dos veces por dopaje, la última después de haber igualado en 2006 el récord mundial (9,77 segundos por entonces). No asistió, por tanto, al despegue de Bolt en 2008, aunque a su vuelta participó junto a otros del subidón colectivo de los velocistas: registró mejores marcas que antes de sus sanciones, cuando corría bajo el efecto de sustancias prohibidas. Pocas lecturas previas a la carrera de aquel sábado 23 de agosto se resistieron a presentar el duelo como el de un atleta de trayectoria intachable como Bolt y un tramposo. Incluso dentro del atletismo se manifestó la necesidad de una victoria jamaicana. Si Gatlin se hacía con el oro, decían, más que una historia de redención se escenificaría el triunfo del engaño.
El resultado de aquella noche es de sobra conocido. Bolt volvió a triunfar, merced a un traspié final de su rival, y repitió días más tarde al doblar distancia en los 200 metros lisos, también frente a Gatlin, nuevamente segundo. Frente a la manida imagen del bien contra el mal, fueron menos las voces que advirtieron que todas las mejores marcas de todos los tiempos pertenecían a atletas manchados por la sospecha o la certeza de dopaje, excepto las de un hombre, Usain Bolt. Precisamente el mejor de todos ellos y el que, después de dos años sin competir al máximo nivel, había sido capaz de derrotar a sus rivales. Incluso a aquellos marcados por la sospecha.
El mayor escándalo de dopaje en el atletismo
El primer fin de semana de agosto, apenas tres semanas antes de que dieran comienzo los Mundiales, una investigación conjunta de la televisión pública alemana ARD y el periódico británico The Sunday Times sacude los cimientos del atletismo, al revelar una filtración de resultados de más de 12.000 muestras sanguíneas de atletas correspondientes a controles antidopaje realizados entre 2001 y 2012.
Meses antes, el periodista alemán de la ARD Hajo Seppelt, receptor de la filtración de datos, denunciaba en otro reportaje la existencia de un sistema organizado de dopaje en el atletismo ruso, dirigido y supervisado desde las propias instituciones deportivas, a las que acusaba de suministrar sustancias dopantes y ocultar resultados positivos en los controles. En esta ocasión, Seppelt recababa pruebas para denunciar la corrupción y el encubrimiento de positivos en otro de los países punteros en el atletismo mundial, Kenia.
Tras examinar los resultados de las muestras filtradas se encuentran valores anormales en uno de cada siete atletas. Valores que en el 99% de los casos no pueden ser explicados de forma natural. En determinados países, esta relación se aproxima a uno de cada dos. Las muestras han sido analizadas utilizando los patrones del pasaporte biológico, una de las últimas herramientas empleadas en la lucha contra el dopaje. Se trata de un registro en el que, a través de una gráfica, puede comprobarse la evolución de determinados valores sanguíneos y detectar así variaciones inusitadas que pudieran estar producidas por el dopaje sanguíneo. El atletismo incluyó este sistema en sus propios controles en 2009.
Uno de los expertos antidopaje que cotejaron las muestras, Michael Ashenden, no dudaba en el reportaje de que aquellos valores debían corresponder a ganadores de pruebas atléticas ya que, según su testimonio, “habría sido imposible competir contra algunos de los valores sanguíneos evaluados”. “Son sencillamente grotescos, hasta el punto de ser lo peor que he visto nunca”, decía. Efectivamente, al cotejar los datos con los resultados deportivos el resultado es demoledor: uno de cada tres medallistas de Mundiales y Juegos Olímpicos habría dado valores susceptibles de dopaje sanguíneo en controles.
La informaciones revelan no solo una presencia del dopaje en el atletismo de élite mucho mayor que la detectada en los controles, sino situaciones que llegan a comprometer la salud del deportista, hasta el punto de correr riesgo de muerte por complicaciones derivadas de la manipulación de su sangre. “Hay valores tan extremos y peligrosos que es obvio que se usaba EPO sin ningún tipo de cuidado médico”, aseguraba Ashenden.
La EPO es como se conoce a la eritropoyetina, una hormona que el cuerpo humano produce pero cuyo consumo está totalmente prohibido en el deporte. Con el dopaje sanguíneo, ya sea a través de EPO u otros derivados, se busca aumentar la capacidad de la sangre de transportar oxígeno, función que desempeñan los glóbulos rojos, por lo que en caso de producirse una variación en la sangre acaba reflejándose en los parámetros que se cuantifican al realizar un análisis. Y picos y bajos anormales en los mismos inducen a la sospecha de dopaje.
Las revelaciones dibujan, por otra parte, un desagradable escenario: esos datos eran conocidos por la IAAF (Federación Internacional de Atletismo), que por tanto habría actuado de forma negligente contra las prácticas dopantes de sus deportistas, pues no habría puesto en marcha sanciones contra muchos atletas cuya sangre delataba haber sido manipulada. De los valores sospechosos, únicamente un tercio de ellos habría sido suspendido o se habrían investigado por parte del organismo.
La reacción de la IAAF no se hace esperar. En un comunicado, califica las informaciones de “sensacionalistas y confusas” y niega rotundamente que se haya producido negligencia alguna en los controles, tal y como denuncia el reportaje. Asimismo, especifica que cualquier muestra obtenida antes de la aplicación del pasaporte biológico “no puede ser utilizada como evidencia de dopaje”, señalando que un valor sospechoso no equivale a doping.
La máxima autoridad del atletismo carga también contra los dos científicos a los que la investigación había encargado el análisis de las muestras, los expertos antidopaje Michael Ashenden y Robin Parisotto, porque, al no haber trabajado en ningún momento con la federación, “no están en disposición de hacer ningún comentario acerca de qué ha hecho o no la IAAF en el desarrollo o implantación de su programa antidopaje”.
El por entonces vicepresidente de la federación --y aspirante a la presidencia en aquellos primeros días de agosto— y lord del Parlamento británico, Sebastian Coe, también pone en duda la capacidad y la reputación de los expertos antidopaje para poder establecer conclusiones al respecto. Coe llega aún más lejos a la hora de cuestionar la validez de las investigaciones, ya que en lugar de preocuparse por las informaciones publicadas, considera estas una “declaración de guerra” al atletismo.
Días después, la IAAF anuncia que 28 atletas --una gran mayoría ya retirados-- serán sancionados y desposeídos de triunfos al haberse detectado valores sospechosos tras reanalizar pruebas obtenidas entre 2005 y 2007 con nuevos métodos de detección. Algo que había cuestionado al revelarse el escándalo pero que pone en práctica en virtud de la posibilidad de retrotraerse hasta diez años en busca de deportistas dopados. La IAAF señala que los nuevos análisis se han llevado a cabo en abril, “mucho antes de las recientes acusaciones de la ARD y The Sunday Times”. Sin embargo, The Daily Telegraph subraya que cuatro meses atrás de iniciarse estos nuevos análisis, había publicado que 225 atletas habían dado valores sospechosos en el pasado sin que se llevara a cabo alguna acción contra ellos.
En el Parlamento británico
The Sunday Times cuenta que entre los deportistas sospechosos hay siete atletas del Reino Unido, incluida una gran estrella del atletismo de este país. Días después, desvela la incidencia del dopaje en los resultados de la Maratón. Entre 2001 y 2012, en las seis grandes citas de la Maratón (Londres, Nueva York, Berlín, Chicago, Tokio y Boston), habría resultado ganador un atleta con valores sanguíneos sospechosos hasta en 34 ocasiones. En el caso de la cita londinense, siete primeros puestos, seis segundos y siete terceros corresponderían a atletas con valores susceptibles de dar positivos por sustancias dopantes.
Evidencias suficientes para que, con el fin de esclarecer el caso, el Parlamento británico inicie una investigación dentro de la Comisión de Cultura, Medios y Deportes. A ella acude el 8 de septiembre uno de los expertos antidopaje que sustentan las informaciones, Michael Ashenden, que deja por escrito una serie de interesantes evidencias. Una de ellas, que las autotransfusiones de sangre son indetectables salvo evidencias circunstanciales. La inyección de EPO sí que lo es, aunque su rastro en el organismo desaparece en días. Ashenden asegura que el rastro de inyecciones de microdosis de EPO puede durar entre 12 y 18 horas.
También cita dos casos concretos de atletas finalmente suspendidos tras haberse detectado valores anormales en su pasaporte biológico y haber vuelto a analizar los controles, aunque en un primer momento no se hubiera detectado rastro de sustancias dopantes en el organismo. En ambos casos, las actuaciones de la IAAF fueron considerablemente tardías, pues a pesar de que se tenía constancia de sospechas desde un primer momento, se tarda seis años en un caso y cuatro en otro en analizar de nuevo las muestras. Incluso teniendo en cuenta la aplicación en 2009 del pasaporte biológico, no es hasta 2011 cuando se produce un nuevo análisis.
Las aportaciones a la comisión del científico australiano reflejan su pesimismo respecto a la voluntad de las instituciones deportivas en la lucha contra el dopaje. Entre otras cosas, recupera la sentencia de la Agencia Mundial Antidopaje (AMA), en 2012, en la que este organismo lamentaba la ausencia de ganas para lograr un deporte sin dopaje, y aunque en su testimonio reconoce logros en esta batalla --como la implantación del pasaporte biológico-- apunta la necesidad de “reformas radicales”. Para apuntar a un papel de los controladores no lo suficientemente eficaz, señala que las últimas investigaciones sobre dopaje organizado en Rusia, Kenia o Estados Unidos --otro documental de la BBC había denunciado prácticas dopantes por parte de Alberto Salazar, gurú del atletismo estadounidense y entrenador de grandes fondistas, el británico Mo Farah entre otros--, proceden de trabajos periodísticos y no de actuaciones dirigidas por las autoridades deportivas.
Otra de las evidencias que el Parlamento británico pone encima de la mesa es un estudio de 2011 que hasta entonces no había sido publicado por, según los propios autores, el bloqueo de la IAAF. El informe, elaborado por la universidad alemana de Tubingen, revela que, aun con las estimaciones más conservadoras, entre un 29% y un 34% de los atletas habían tomado sustancias prohibidas durante el último año. El estudio fue encargado para comprobar la eficacia de los controles, preguntando directamente a 1.800 atletas a través de una encuesta anónima realizada durante los Mundiales de Daegu (Corea del Sur). De las cerca de 260.000 muestras de orina y sangre de atletas analizadas por la AMA durante 2010 solo entre el 1% y el 2% dieron positivo. La prevalencia del dopaje en el atletismo de élite era, por tanto, mucho mayor que lo que indicaban los controles.
Sin embargo, son unas pocas palabras pronunciadas el 8 de septiembre en la Cámara de los Lores las que dan una vuelta de tuerca más al escándalo. En su última pregunta al presidente de la Agencia Antidopaje del Reino Unido, David Kenworthy, el presidente de la comisión, el parlamentario tory Jesse Norman alude a que en el caso hay implicado un atleta británico ganador de la Maratón. La insinuación revela una acusación encubierta que, por mucho que horas más tarde desmintiera el político, permite que las piezas que habían ido saliendo a la luz acaben de encajar: Paula Radcliffe, fondista británica y autora de uno de los récords más extraordinarios del atletismo, el de la Maratón, se encuentra entre los atletas sospechosos de dopaje.
El caso Radcliffe
Ese mismo día, pocas horas después de que las palabras de Norman enciendan todas las alarmas y confirmen las sospechas que han ido acumulándose en forma de insinuaciones no incriminatorias, la propia Paula Radcliffe publica un comunicado desmintiendo cualquier práctica dopante y justifica ella misma tres resultados anormales como fruto de circunstancias concretas ajenas al doping. Los tres controles habrían sido realizados, según apunta la exatleta, después de haber realizado entrenamiento en altura y dos de ellos inmediatamente después de la carrera, en un momento de deshidratación.
Sin embargo, rechaza dar más datos concretos de estas pruebas que puedan dar validez a su palabra. De hecho, desde que se conoce el escándalo, el comportamiento hostil de Radcliffe hacia la investigación, en línea con la postura oficial de una IAAF, levanta aún más sospechas. Como el hecho de que recomiende a los atletas británicos no ofrecer todos sus datos cuando años atrás, cuando era una corredora en activo y sus extraordinarias marcas eran objeto de suspicacia, se mostraba firmemente partidaria de la máxima transparencia al respecto.
Tan solo dos días después de alegar que existen circunstancias que expliquen la anormalidad de aquellos resultados, Sky News publica con el consentimiento de la exatleta los resultados finales de esos tres controles (el llamado off-score) aunque sin el resto de valores que permitan corroborar las justificaciones dadas por Radcliffe. Algo que no acaba de despejar las dudas que planean sobre la exitosa fondista británica.
“Como el ciclismo hace veinte años”
Los científicos Ashenden y Parisotto son unos viejos conocedores del dopaje en el deporte. Ambos son responsables del desarrollo e implementación del pasaporte biológico y han trabajado como expertos dentro de un grupo independiente de supervisión para aplicar el mismo en uno de los deportes más castigados por escándalos de estas características, el ciclismo.
Precisamente a él se remite Ashenden tras comprobar la base de datos filtrada. “Algunos de los resultados obtenidos durante la era del pasaporte biológico me hacen pensar que el atletismo está en una situación similar a la del ciclismo hace veinte años”. Hace veinte años la EPO era indetectable y estaba muy extendida en el pelotón, como los sucesivos escándalos destapados permitieron corroborar años después. Comparando la proporción de valores sospechosos entre el ciclismo y el atletismo durante la primera década del siglo, se puede ver que hay años en los que la del atletismo es mayor, e incluso desde 2008 (Juegos Olímpicos de Pekín) en el ciclismo hay una evolución descendente. En el atletismo, todo lo contrario.
Así pues, está en cuestión la eficacia de los controles antidopaje, la escandalosa pervivencia de prácticas dopantes en el atletismo profesional y la supuesta voluntad de los organismos internacionales por limpiar el deporte. De los valores sospechosos denunciados por la investigación, recordemos, únicamente un tercio de ellos han sido suspendidos o se han investigado.
No se trata solo de la existencia de una cultura de dopaje, sino también de la tolerancia con la sospecha con la que presuntamente han operado las autoridades. Volvamos al ciclismo. No hace falta recordar que Lance Armstrong ganó siete Tours de Francia, dopado en todos ellos, sin que los controles pudieran desenmascarar las trampas que realizaba, y que cuando alguna irregularidad pudo empañar su carrera, la corrupción existente en la institución disolvió cualquier posible sanción. Solo la acumulación de evidencias pudo, años después, desentrañar una de las mayores tramas de dopaje organizado conocido. ¿Hasta qué punto las evidencias lograrán que se desenmascaren las sospechas sobre el pasado reciente del atletismo?
El horizonte del atletismo, un presente dudoso
Días antes de que Usain Bolt batiera a Justin Gatlin en el Nido de Pájaro de Pekín, Sebastian Coe fue elegido presidente de la IAAF. El atletismo abandonó la ciudad china dejando un regusto de asombro y satisfacción a todo aquel que presenciara los Mundiales. Antes de la competición se conoció que durante la misma solo se recogerían muestras de sangre a uno de cada tres atletas --en 2011 y en 2013 se obtuvieron muestras de todos--, lo que no empañó para nada el entusiasmo con el que se recibieron las destacadas actuaciones que tuvieron lugar en Pekín.
Sin llegar a batirse récords, hubo una impresionante aproximación a algunas de las barreras más extremas del atletismo. Como la del estadounidense Christian Taylor, que voló hasta quedarse a tan solo ocho centímetros del récord del triple salto de Jonathan Edwards (18,29 m, 1995). O el impresionante rendimiento en los 400 metros lisos, donde los cuatro primeros de la carrera entraron en las ocho mejores marcas de todos los tiempos. En el doble hectómetro, una holandesa de nombre Dafne Schippers corrió para arrebatar a Jamaica el oro y también entrar en la leyenda de la velocidad.
Schippers completó los 200 metros en 21,63 segundos, siendo la primera europea en batir la marca establecida por Marita Koch, velocista de la RDA que batió récord tras récord durante los años 70 y 80, cuando las autoridades deportivas de aquel país organizaban programas de dopaje para sus competidores. Solo dos mujeres han corrido alguna vez más rápido que Schippers: Florence Griffith y Marion Jones. Ambas corrían bajo el efecto del dopaje.
No importa quién compita ni dónde, ni tan siquiera el cómo. La prueba reina de toda competición atlética es siempre la lucha en el hectómetro: los menos de diez segundos que tarda en dirimirse el duelo por ser el hombre más rápido en cien metros de carrera. El pasado 23 de agosto, en el Nido de Pájaro...
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