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La despedida de una reina

Álex Moreno 7/05/2015

Paula Radcliffe durante el maratón Virgin Money de Londres el pasado 26 de abril.
Paula Radcliffe durante el maratón Virgin Money de Londres el pasado 26 de abril. Alan Crowhurst

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“La gente merece una explicación pero ni siquiera tengo una para mí”. La mejor atleta del mundo intenta, entre balbuceos, encontrar un motivo, algo que permita entender cómo sus fuerzas le abandonaron camino a Atenas. Paula Radcliffe siente que se ha fallado a sí misma, a su marido y entrenador Gary, y a toda una nación que le tenía como gran esperanza para los Juegos Olímpicos de 2004. No existen las excusas. Ni el calor, ni los problemas físicos de las últimas semanas ni el exigente recorrido que podía lastrar su imponente figura, una espiga sobresaliente entre todos los pajarillos que se dan cita en Maratón para abordar los 42.195 metros hasta Atenas.

La espiga se lanza rápidamente a la cabeza y lidera la prueba. Pero, desde el principio Radcliffe sabe que algo falla. Algo ocurre en su organismo que no funciona como debiera. Y pronto se lo hace notar. Su cuerpo, caprichoso, no entiende que es el momento más importante de su carrera. El día en el que la campeona británica, la mejor fondista de la historia, podrá colgarse por fin una medalla olímpica. En Atenas, coronada con laurel tras acabar primera la carrera más grande de los Juegos, aquella nacida de la leyenda en el lugar que le dio nombre.

Paula quiere hundirse en un agujero y desaparecer, pero no sabe cómo. Así que espera a que alguien la rescate de sus peores segundos de su carrera

Así soñaba con acabar Paula Radcliffe, y no descompuesta, llorando sin consuelo hasta acabar agazapada, sentada en un poyete al margen de una carrera que se escapaba sin ella a poco más de seis kilómetros para su conclusión. Paula quiere huir. Sabe que en ese preciso momento los focos, que tanto la rehuían cuando el podio la esquivaba una y otra vez, sólo se concentran en ella. Y Paula quiere hundirse en un agujero y desaparecer, pero no sabe cómo. Así que espera a que alguien se apiade de ella y la rescate de los peores segundos de su carrera.

Ella, la mejor corredora del mundo, había fracasado una vez más. Y con 31 años por cumplir entonces, algunos vieron en esas lágrimas el abatimiento por no poder aspirar nunca más al pódium en unos Juegos Olímpicos. Se equivocaron. A los cinco días de encarar el sufrimiento más extremo al que puede someterse un atleta, Radcliffe se reencuentra con la pista, con el tartán que había abandonado años antes en pos de la gloria del Maratón, para competir en los 10.000 metros. Los periodistas ya le habían preguntado al respecto y ella fue tajante: “Quiero volver desesperadamente y redimir todo el trabajo y todo el apoyo recibido, pero no correré si no estoy bien”. Paula también se equivoca, y a pesar de ponerse en cabeza desde el principio, como a ella le gusta, no tardó en pagar las consecuencias de un esfuerzo que seguía pesándole física y emocionalmente. A falta de ocho vueltas la británica volvía a claudicar y a asumir su derrota en unos Juegos. Una vez más.

La historia de Paula Radcliffe se forjó en sus inicios a base de derrotas, decepciones y puestos alejados de la gloria. Con 22 años se plantó en la final de sus primeros Juegos Olímpicos, los de Atlanta, en 1996. Firmó un quinto puesto, al igual que en los Mundiales celebrados un año antes. En los de 1997, en Atenas, volvió a quedarse sin medalla, esta vez a las puertas del podio: cuarta. Resignada, decidió doblar la distancia para combatir en los 10.000 metros, sin mejor suerte hasta los Mundiales de Sevilla, donde obtuvo la medalla de plata.

En Sidney el mundo ya conoce a Paula Radcliffe. Su rostro constreñido en una inmutable mueca de dolor con la que sonríe al sufrimiento

Los Juegos Olímpicos de 2000 tuvieron lugar en Sidney. El mundo ya conocía a Paula Radcliffe, su trote largo, acompañado con un inconfundible movimiento de cabeza, bamboleante para adelante y para atrás, una y otra vez, y su rostro durante la carrera, constreñido en una inmutable mueca de dolor con la que Radcliffe sonreía al sufrimiento. También sabía de su innegociable forma de correr, atacando la prueba desde el principio y sometiéndola a un constante y asfixiante ritmo. La británica controla durante toda la carrera el grupo de cabeza, que acaba convirtiéndose en un cuarteto. A falta de una vuelta, Radcliffe recibe tres bofetones, uno por cada atleta que le supera en una vuelta al sprint para el que la inglesa no estaba capacitada. No le debió faltar mucho a la etiope Derartu Tulu para volar aquella noche en Sidney. Tras ella, su compatriota Wami y la portuguesa Ribeiro. Ni una migaja para Radcliffe, expulsada del cuadro de honor nuevamente.

Cuando en los Mundiales de 2001 en Edmonton (Canadá) vuelve a quedarse en cuarta posición, Radcliffe se cansa de perder. Hastiada de llevar a rebufo a todas las rivales que pudieran seguir su extenuante ritmo de liebre e incapaz de batirse con ellas en los finales explosivos, la británica decide abandonar el tartán y las vueltas al estadio olímpico. Decide probar la maratón. Y su primera incursión en la prueba difícilmente puede ser mejor. No sólo gana, sino que lo hace de una manera brillante y ante los suyos. El 14 de abril de 2002 Radcliffe logra la mejor marca de una europea en la prueba más larga y se queda a tan solo nueve segundos del récord del mundo.

Ha encontrado su prueba. Ha encontrado la maratón y la maratón ha encontrado a una de las mejores fondistas de la historia. La prueba la catapultará junto a los más grandes de todos los tiempos. Ese año, el año en el que cambia su destino y descubre el sabor de la victoria, Paula quiere demostrar al mundo que ella no es una perdedora. Que ha nacido para vencer y que puede ser la más grande. Que es la más grande. Paula Radcliffe quiere reinar. En julio consigue el oro en los 5.000 metros de los Juegos de la Commonwealth y en agosto se proclama campeona de Europa de los 10.000 metros al destrozar a todos sus rivales. Nadie pudo seguirla en una gloriosa carrera bajo la lluvia y contra el reloj, rebajando el récord de Europa en más de doce segundos y dejando a sus perseguidores a un mundo de distancia. La británica culmina su año mágico en Chicago, donde llega en busca del récord del mundo de maratón. Lo consigue, pulverizando la marca en más de minuto y medio (2h17:18)

Radcliffe sabe que en sus piernas hay algo grande, que en ellas existe la posibilidad de entrar en los anales del atletismo. No se equivocaba

En esos meses, Radcliffe sabe que en sus piernas hay algo grande, que en ellas existe la posibilidad de entrar en los anales del atletismo. No se equivocaba. El 13 de abril de 2003, en Londres, y con un equipo de liebres con el que conducirla hasta donde nunca antes había soñado llegado una mujer, Paula Radcliffe para el reloj en 2 horas 15 minutos y 25 segundos, un nuevo bocado al récord de la prueba y una de las mayores gestas en la historia del deporte. Bajo la vitola de gran estrella del atletismo mundial y bandera del deporte británico, Radcliffe se presenta en Atenas como gran favorita para hacerse con el oro. Su decepción, la de su rostro atormentado por el dolor físico y emocional, e inundado de lágrimas, se convierte en una de las imágenes de unos Juegos que coronaron a El Guerrouj (igualando a Paavo Nurmi al ganar en 1.500 y 5.000 metros) y presenciaron la primera gesta de Phelps (ocho medallas, seis de ellas de oro). Y no entronizaron a Radcliffe.

Su historia en los Juegos no acabará a seis kilómetros de Atenas, pero tampoco en la ansiada presea olímpica. En Pekín 2008, tras una preparación insuficiente al arrastrar una lesión en su pierna izquierda, Radcliffe clasifica en vigésimo tercer lugar, con un tiempo de 2h32:38. La peor marca de su vida hasta entonces. La británica vuelve a acabar llorando, consolada por su compañera Liz Yelling, pero esta vez en la meta. “Si hubiera parado, todo el trabajo no habría servido de nada”, justifica al acabar, pensando, seguro, en el tormento vivido cuatro años antes. Su puesto no estaba a la altura ni de lo que se esperaba de ella ni de su historial, pero ha conseguido acabar. Y la edad de la ganadora, la rumana Tomescu, de 38 años, es un guiño esperanzador. Ésa será su edad cuatro años después, cuando los Juegos tuvieran lugar en Londres.

En Londres tampoco encuentra la gloria. Acosada por una lesión, la británica renuncia a participar en sus quintos Juegos

Allí, Radcliffe tampoco encuentra la gloria. Acosada por una lesión en el pie, la británica renuncia días antes de que tenga lugar la prueba del maratón a participar en su país en los que serían sus quintos Juegos. Una despedida inmejorable para una corredora irrepetible que no llega a producirse y que cierra su historia sin ninguna medalla olímpica. Su balance como maratoniana es sencillamente espectacular: hasta llegar a Londres había corrido doce maratones, de los cuales había ganado ocho. Tres en Londres, ‘su’ Londres (2002, 2003 y 2005), otras tres en Nueva York (2004, 2007 y 2008), otra en Chicago (2002, la de su primer récord) y otra en Helsinki (2005), donde se proclamó campeona del mundo y se desquitó de lo sucedido un año atrás en Atenas. Este palmarés, unido a un récord que amenaza con echar raíces en los libros de historia, parecía buen botín con el que decir adiós.

Pero Radcliffe no se resignó a que su última carrera fuera una dolorosa renuncia en los Juegos y se propuso volver a correr. Un último maratón al menos. Con 39 años a sus espaldas, la recuperación no fue tal como había previsto. Sus problemas en el pie a punto estuvieron de apartarla para siempre de la competición, pero Paula consiguió volver. Consciente de que nunca más volvería a acercarse a su extraordinario récord, ni siquiera aspirar a la victoria en una gran prueba, se calzó las zapatillas una vez más para poner punto y final a su historia. En sus propios términos, como ella mismo dijo. A su manera. Corriendo una gran maratón, la de Londres, donde doce años atrás había asombrado al mundo entero y grabado su nombre con letras de oro en la historia del deporte. Fue el pasado 26 de abril, a los 41 años de edad, aclamada por su afición y despedida como la gran reina del atletismo que fue.

 

“La gente merece una explicación pero ni siquiera tengo una para mí”. La mejor atleta del mundo intenta, entre balbuceos, encontrar un motivo, algo que permita entender cómo sus fuerzas le abandonaron camino a Atenas. Paula Radcliffe siente que se ha fallado a sí misma, a su marido y entrenador Gary, y a toda una...

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