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Cinco de seis no es una mala asistencia para los candidatos de un debate presidencial en un país que no tiene ley que obligue a ello. Pero cuando el ausente, Daniel Scioli --actual gobernador de la provincia de Buenos Aires y quien lidera las encuestas de intención de voto para las elecciones generales del 25 de octubre-- es el que representa la fuerza que gobierna desde hace doce años la Argentina, ese faltazo estruendoso sincera --más allá de cualquier declamación o campaña propagandística-- el valor real que su espacio político le da a la calidad institucional.
Fue el primer debate presidencial de la historia política del país, a casi 32 años de la recuperación democrática y lo vieron unos dos millones de argentinos (ninguna radio lo emitió y la TV pública declinó televisarlo tras conocer que el candidato oficialista no asistiría). La batería de condiciones impuesta por los participantes (las huestes de Scioli se involucraron en esas negociaciones hasta pocos días antes de la realización del debate el domingo 4) delineó una estructura que podría considerarse incluso demasiado cortés, aburrida y poco incisiva (no se permitía repreguntar a los moderadores, por ejemplo).
Pero en una campaña presidencial conducida a golpe de eslogan, el salto cualitativo que supuso que en algún sitio los candidatos contrastaran públicamente lo que piensan hacer si llegan al gobierno es invalorable y fue celebrado por quienes compartieron casi medio millón de tuits sobre el tema, durante el programa.
¿Ganó más de lo que perdió Scioli al no debatir? Lanzado a conseguir y afianzar los votos que lo separan de un triunfo en primera vuelta (obtuvo el 39% en las primarias; la constitución argentina establece que no hay balotaje si un candidato logra el 40% y una distancia de 10% o más sobre el que le sigue, o bien el 45% de los votos), el gobernador de Buenos Aires decidió olvidarse de la palabra empeñada hace algunos meses, cuando había negado la necesidad de firmar ante las cámaras de televisión un compromiso en ese sentido: "Mi palabra vale más que una firma. Nunca me negué a debatir", dijo entonces.
Nada que devalúe la credibilidad de un político es inocuo. Durante las dos horas de duración del debate, la silla que Scioli eligió dejar vacía habló por él. Sergio Massa, candidato de UNA, que va tercero en las encuestas, subrayó con eficacia esa ausencia cuando pidió hacer silencio durante los segundos adicionales que le correspondieron porque en lugar de haber seis candidatos debatiendo el tiempo se repartía entre cinco.
Las razones que se argumentaron para justificar la ausencia de Scioli (la falta de una ley que obligue a debatir, la agresividad de la campaña, etcétera) se reducen en la práctica a una sola. "El que va primero no debate", axioma estrenado en 1989 por Carlos Menem, padrino político del gobernador, explica sus palabras y silencios.
Se entendió que participar era riesgoso y que no le sumaba votos al candidato, que hoy está, según la encuesta, unos 10 o 12 puntos arriba de quien le sigue, Mauricio Macri, del frente Cambiemos. "Tampoco debatió Horacio Rodríguez Larreta, jefe de gobierno electo de la ciudad de Buenos Aires", contraatacan desde el sciolismo. "Porque ya lo había hecho para la primera vuelta de esa elección", retrucan desde Cambiemos.
Las mediciones posteriores al escaqueo de Scioli coinciden, sin embargo, en que si bien el impacto sería nulo entre los votantes consolidados del kirchnerismo, podría incidir entre los independientes. Algo que la oposición registró y que explica su insistencia en promover un nuevo debate antes del 25 de octubre.
Scioli eligió callar y eso en sí mismo es elocuente. Dice algo importante del país que gobierna desde hace tres períodos presidenciales su espacio y, también, de este candidato, que hasta ahora (¿ya no?) había hecho del diálogo con todos los sectores, de poner el cuerpo y enfrentar problemas un sesgo de su marketing personal.
Es tanto lo que no se puede decir hoy en la Argentina --no hay estadísticas oficiales creíbles que midan la inflación, la pobreza, la desnutrición infantil, el desempleo, sólo por mencionar algunos indicadores esenciales para tomarle el pulso a la realidad socioeconómica de cualquier país-- que un político que va primero en intención de voto y 12 puntos por arriba de quien le sigue según las encuestas no quiere exponerse a tener que decir la verdad sobre esas cuestiones urticantes. Y hace mutis por el foro sin que la sociedad lo obligue a ponerse colorado.
Ese dejar hacer, dejar pasar explica mucho del dilema argentino.
Cinco de seis no es una mala asistencia para los candidatos de un debate presidencial en un país que no tiene ley que obligue a ello. Pero cuando el ausente, Daniel Scioli --actual gobernador de la provincia de Buenos Aires y quien lidera las encuestas de intención de voto para las elecciones generales...
Autor >
Raquel Garzón
Raquel Garzón es poeta y periodista. Se especializa en cultura y opinión desde 1995 y ha publicado, entre otros libros de poemas, 'Monstruos privados' y 'Riesgos de la noche'. Actualmente es Editora Jefa de la Revista Ñ de diario Clarín (Buenos Aires) y Subdirectora de De Las Palabras, un centro de formación e investigación en periodismo, escritura creativa y humanidades.
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