Reportaje
El juego millonario del delta del Ebro
El Gobierno se juega parte de los fondos comunitarios para agricultura y medio ambiente en la planificación hidrológica del Ebro y la protección de su delta, cuya viabilidad y garantías ambientales evaluará Bruselas el próximo mes de marzo
Eduardo Bayona Zaragoza , 14/10/2015
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Al Ebro ya no le sobra agua ni sobre el papel. Aunque, en ocasiones, ser el torrente más largo de la península genere situaciones paradójicas: tiene menos recursos hídricos de los que necesita su territorio, y buena parte de ellos –la mitad, en años como este-- pasa tan deprisa que se escapa hacia el mar sin poderlos explotar mientras las gentes de la desembocadura se desgañitan pidiendo que por el delta circule un chorro mayor que evite su desaparición.
El Estado español arriesga mucho en la gestión del Ebro y la conservación de su delta. De hecho, el Magrama (Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente) tiene sobre la mesa dos requerimientos en los que se juega el bloqueo de parte de los millonarios fondos comunitarios que cada año recibe para la agricultura y el medio ambiente.
Cinco de los 45 puntos sobre la aplicación de las normas europeas que la Comisión evaluará en marzo se refieren al Ebro: ¿Es viable añadir 465.000 nuevas hectáreas de regadío a las 980.000 de la cuenca? ¿Lo son los nuevos embalses proyectados? ¿Cómo va a recuperar esos costes? ¿Es suficiente el caudal ecológico previsto para el delta? A esas cuestiones, entre otras, se añaden otras diez de las 32 que figuran en el procedimiento Pilot, una investigación de características similares a las de una queja, sobre la conservación de los humedales españoles.
El nuevo Plan Hidrológico del Ebro (PHE), elaborado bajo un Gobierno de inclinaciones trasvasistas (PP), ratifica las conclusiones del anterior, tramitado durante el mandato de un ejecutivo contrario con matices, o proclive con limitaciones, a las transferencias (PSOE): la agricultura, la industria, el abastecimiento urbano y siete trasvases necesitan más de 8.000 millones de metros cúbicos al año, el caudal ecológico requiere casi 3.400 y la aportación media del río es de 14.579, con mínimos de 8.340 y máximos de 23.916 en las cuatro últimas décadas.
Una cuenca torrencial con un millar de presas y azudes
Más de la mitad del agua de la cuenca del Ebro resulta imposible de regular por el carácter torrencial del río
Esos datos, avalados en los últimos días de septiembre por el Consejo Nacional del Agua, indican que más de un año la cuenca del Ebro, donde riadas y sequías conviven con una frecuencia cada vez mayor, no tiene suficiente agua. Y su carácter torrencial agrava la situación, tal y como ha ocurrido este año.
El uso de series de datos demasiado amplias, iniciadas en la década de los 40 y antes de la gran extensión del regadío y el crecimiento demográfico, dio pie a mediados de los 90 a la ilusoria conclusión de que por Tortosa llegaban a pasar 18.000 hectómetros cúbicos anuales. Sin embargo, el Ebro ha cerrado el año hidrológico con una aportación de solo 12.000 en su desembocadura, según los datos de la Confederación Hidrográfica (CHE).
Más de la mitad, 6.875, pasaron entre febrero y abril, en cuatro crecidas –la última especialmente destructiva-, y otro 18%, 2.168 más, en diciembre y enero. En esos cinco meses, el agua que llegó al Mediterráneo superó en más de 7.700 hectómetros cúbicos al caudal ecológico. Esos datos suponen la enésima ‘prueba del nueve’ de que el río está vivo, sin domar, porque a fecha de hoy no es posible administrar por completo de manera artificial las avenidas de sus principales afluentes, como el Aragón, el Arga, el Cinca o el Segre.
Y no lo es pese a las 260 presas de más de 10 metros de altura y los 738 azudes de más de dos que obstaculizan el paso del agua –hay casi mil kilómetros de cauce condicionados por la producción hidroeléctrica-, que sí evitan, por el contrario, que riadas como las de este año lleguen a inundar las principales poblaciones de la cuenca, Zaragoza incluida.
Pese a ello, algunas cuencas vecinas siguen pidiendo el agua del Ebro. Hace unos meses, la Oficina de Planificación de la CHE respondió a la petición de la Comunidad Valenciana para trasvasar 4.000 hectómetros que “el Plan Hidrológico 2015-2021 tampoco establece excedentes y los volúmenes no asignados a usos o a caudales ecológicos pueden tener una elevada variabilidad”. “No cabe hablar de trasvase entre cuencas unidireccional”, le contestó a Cantabria, que pretendía no devolver los 26 que recibe a través del río Besaya.
La amenaza del cambio climático
Además de las limitaciones naturales, los técnicos de la CHE advierten de que “los efectos [en los ríos] de las extracciones [de caudales en la propia cuenca] pueden verse aumentados por la variación de las aportaciones naturales debido al cambio climático o por otros fenómenos como el aumento de la superficie forestal”, que reduce los recursos en las zonas de montaña.
El agua disponible se reducirá en un 20% en este siglo
Algunos estudios apuntan a que, como consecuencia del calentamiento global y la modificación de los regímenes de precipitaciones, el agua disponible se reducirá hasta un 20% en lo que queda de siglo y hasta un 5% en poco más de una década en varios afluentes. Sus efectos ya se notan en la margen derecha –plagada de zonas desérticas- y en ríos como el Gállego y el Cinca.
“Los regímenes de caudales ecológicos actúan como una limitación” a esas extracciones de agua con fines productivos, añaden los documentos de la CHE, cuyos objetivos de planificación, tras décadas de influencias desarrollistas y por imperativo de la Directiva Marco del Agua, tienen el medio ambiente como prioridad.
La paradoja ambiental del delta
Esa prioridad ambiental, sin embargo, tiene un punto conflictivo en el principal humedal de la cuenca: el delta del Ebro, un estuario de más de 300 kilómetros cuadrados de superficie, buena parte de la cual --7.736 hectáreas-- está catalogada como parque natural y reserva de la biosfera por su riqueza ecológica. Especialmente rica en su vertiente ornitológica, con casi 700 tipos de aves censadas. La mayor parte del resto son arrozales.
No hay acuerdo sobre su origen, que se sitúa en un abanico tan amplio que abarca más de cien siglos: desde el holoceno hasta el XV. Pero sí lo hay sobre su paradójica evolución en el último medio siglo: la construcción de embalses en el Ebro, en particular los de Mequinenza y Ribarroja, palió los duros estiajes de los años 20, cuando por Tortosa no pasaban en agosto más de 30.000 litros por segundo, y permitió asignarle un caudal de seguridad de 100.000 en las dos últimas décadas. Sin embargo, esas mismas presas frenaron la llegada de sedimentos hasta tal punto –un 97%- que su progresión se transformó en regresión, mientras la cuña de agua salada del Mediterráneo penetra cada vez más. Llega más agua y menos tierra, y eso activó hace años las alarmas en la zona.
La Comisión Técnica de Sostenibilidad de las Tierras del Ebro, un foro con mayoría de representantes de la Generalitat y con presencia ecologista, propuso modificar el régimen de caudales ecológicos en el actual PHE para situarlo en una media de 7.732 hectómetros --5.871 en años secos y 9.907 en los más húmedos-- a los que deberían sumarse en las campañas húmedas una crecida artificial de 27 días entre marzo y abril que requeriría otros 1.548 para aumentar la aportación de sedimentos. En caso de sequía, el mínimo sería de 3.518. Es decir, entre 7.419 y 11.455 en un río que lleva, según los datos reales de los años en los que se ha basado el PH, de 8.340 a 23.916.
La Oficina de Planificación de la CHE rechazó esos planteamientos al resolver las alegaciones. Sus técnicos, que las consideran lastradas por “deficiencias metodológicas”, sostienen que la revisión “no puede basarse en apriorismos” sobre los efectos de ese aumento del caudal, ya que “incluso algunos elementos sugieren que un estiaje más marcado en ciertas épocas podría ser positivo para una mayor naturalización conforme a su carácter mediterráneo, como demuestran los registros del pasado”.
La Confederación, que finalmente ha mantenido las condiciones del anterior PHE --3.370 hectómetros de caudal ecológico y dos crecidas de diez horas con un máximo de 1,35 millones de litros por segundo--, concluye que con un planteamiento de ese tipo “los embalses de Mequinenza-Ribarroja-Flix, no son capaces de garantizar dichos caudales y las concesiones” de la cuenca.
Ríos esquilmados y reservas inabarcables
La Confederación Hidrográfica quiere racionalizar el consumo, que las hidroeléctricas liberen recursos y que las comunidades dejen de transformar secanos en regadío inviables
Algunos datos que respaldan esa tesis. Uno son los 875 hectómetros de déficit estructural que sufren la agricultura y la ganadería de la cuenca por la “insuficiencia de recursos” en la árida margen derecha y por la carencia de infraestructuras en la zona pirenaica, inviables a menudo por su grave impacto ambiental. Otro, que la demanda se beba más de la mitad de los recursos en cuencas como el Guadalope (89%), el Jalón (67,4%), el Gállego y el Cinca (58,7%), el Ésera y el Ribagorzana (79,2%) o el Martín (76,8%).
Y, uno más, que la propia CHE esté buscando cauces para racionalizar el consumo, para que las empresas hidroeléctricas liberen recursos y para que las comunidades autónomas dejen de transformar secanos en regadío en zonas antes de que nuevas infraestructuras –pantanos- garanticen el suministro en lugar de hipotecar el de las áreas en explotación.
Sin embargo, también hay decisiones que apuntan en sentido contrario, como haber anotado reservas por 1.545 millones de metros cúbicos a nombre de varias comunidades autónomas para futuros usos, principalmente agrarios. No hay embalse en la cuenca del Ebro en el que quepa un volumen de esa magnitud.
Oposición ecologista y movilización en el delta
Por esos motivos, entre otros, el Plan Hidrológico del Ebro no tuvo el apoyo de las organizaciones ecologistas en el Consejo Nacional del Agua que, hace unos días, lo avaló y lo trasladó al Consejo de Ministros para que lo apruebe como decreto antes de las elecciones, probablemente a finales de noviembre.
El delta, por su parte, prepara movilizaciones para oponerse a los planteamientos de la Administración. “La media real de los caudales ha bajado, el agua del mar penetra 30 kilómetros en el río. No hay agua para atender todas las demandas de la cuenca”, opina Manuel Tomás, portavoz de la Plataforma de Defensa de las Tierras del Ebro, entidad que tiene previsto reactivar las protestas entre el final del ciclo electoral y la decisiva evaluación comunitaria de marzo.
Tomás, crítico con el método utilizado para fijar los caudales ecológicos del delta, considera que esa decisión “se ha hecho con criterios políticos y en función de las demandas de la agricultura”. Señala, entre otros aspectos, a las reservas asignadas a las comunidades autónomas. “Hay proyectos irrealizables, sin recursos hídricos suficientes y cuando no hay capacidad de inversión para acometerlos”, anota.
Al Ebro ya no le sobra agua ni sobre el papel. Aunque, en ocasiones, ser el torrente más largo de la península genere situaciones paradójicas: tiene menos recursos hídricos de los que necesita su territorio, y buena parte de ellos –la mitad, en años como este-- pasa tan deprisa que se escapa hacia el...
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