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El martes 3 de noviembre se presentarán en Madrid los libros ganadores del Premio Planeta, que se falló el 15 de octubre. Ya todo el mundo sabe que lo ganó mi admirada Alicia Giménez Bartlett, con Hombres desnudos, una novela sobre los nuevos gigolós, aparecidos con la crisis, y que el finalista fue el cineasta Daniel Sánchez Arévalo, con La isla de Alice, la historia de una mujer que trata de explicarse la rara muerte accidental de su marido. También saben que el primero conlleva 600.000 euros y el segundo 150.000, y que casi la mitad se va a Hacienda. Y que buena parte de la repercusión mediática del premio literario privado mejor dotado del país está precisamente en que todos los otoños desata la polémica sobre los premios mismos. El que en apenas dos semanas se produzcan los 100.000 ejemplares, encuadernados en tapa dura, de cada una de las novelas, y que estén en todos los puntos de venta forma parte de la perplejidad, por mucho que los tiempos de la edición se hayan reducido con las nuevas tecnologías…. En fin. Que eso de que “están dados” forma parte del juego.
Y, en el fondo, da igual. Si hace 64 años el primer José Manuel Lara se lo inventó para atraer escritores nuevos a una editorial naciente, en un mundo cultural precario, muy precario, y con una mirada comercial diríamos que lamentablemente profética, José Manuel Lara III encabeza hoy un enorme grupo empresarial como…. consejero delegado. El Planeta es una operación de marketing. Pero la historia de Planeta, y del Planeta, viene a ser paradigmática. Nos cuenta exactamente lo que nos ha pasado y lo que nos está pasando en el mundo del libro: concentración de la producción editorial, conversión de la obra en producto, desaparición de la figura del editor garante de gusto y calidad, y su sustitución por gestores y especialistas en mercadotecnia.
En los años ochenta, Planeta empieza a comprar editoriales prestigiosas con problemas económicos. Unas son ya “grandes”, otras son pequeños sellos. Era cuando el viejo Lara decía que le regalaba a su mujer una editorial al año…. La Seix Barral (ya sin Carlos Barral) y Ariel son las primeras. Pero seguirán más: Espasa Calpe, Crítica, Destino…. pero también Minotauro, Ediciones del Bronce o, más recientemente, Tusquets. Coincide con el proceso de concentración editorial que se está dando en todo Occidente, y consigue que el ya Grupo Planeta se haga con la hegemonía en España.
Este proceso de concentración tiene al menos dos facetas: por un lado, las grandes editoriales copan los mercados nacionales, se funden en grupos, muchas veces multimedia (Planeta controla Antena 3 y La Sexta en televisión, Onda Cero en radio, La Razón en prensa) y se hacen con los sellos prestigiosos. Empezaban con sus creadores dentro, como Mario Muchnik en España, o André Schiffrin en Estados Unidos, pero enseguida los criterios sacrosantos de la rentabilidad primaban sobre la línea o la coherencia y el gusto, y los editores terminaban en la calle.
Aunque hay excepciones: Beatriz de Moura sigue a la cabeza de Tusquets Editores (como presidenta de honor), que yo sepa, y Jordi Herralde a la de Anagrama, comprada por Feltrinelli. Porque la concentración sufre y produce la llamada globalización: los más fuertes –la alemana Bertelsmann, o la italiana Feltrinelli-- rompen sus fronteras para hacerse con grupos editores en otros países, y por supuesto en España. Ellos son –pensemos en el Grupo Random House-Mondadori-- su verdadera competencia. Así que Planeta da el salto a América Latina, pero también a Francia y… al catalán: el emblemático Group 62 también es de los Lara, por muchas declaraciones anti-independentistas que hagan.
Concentración y desaparición de los editores garantes (esos que seleccionan las obras según su propio gusto y el de sus afines, y crean un público cautivo que coincide con ellos) harán primar criterios comerciales sobre otros, a veces propiamente literarios, a veces de ideología a contracorriente. Y eso, claro, contribuye directamente a la extensión del “pensamiento único”. Pero hay reacciones: y curiosamente, comienzan en USA, en los mismos años ochenta, y en España poco después.
Empiezan a aparecer pequeñas editoriales que se mueven con criterios literarios, más que crematísticos. Y así, en el cambio de siglo empezaron a proliferar los sellos pequeños. Pero, ¿sabéis el final de la historia? Los grandes grupos crean sellos pequeños, decenas de ellos, muy especializados, de marketing reducido y, cada uno, con una economía paupérrima, que ni siquiera la crisis justifica…. El Grupo Random House-Mondadori, y no es más que otro ejemplo, tiene más de 17 sellos. Algunos, previos y asimilados. Otros, de reciente creación. Planeta también.
Así llegamos a estos días, de proliferación de pequeñísimas empresas, volcadas en los “servicios editoriales”, máscaras de la autoedición, es decir, financiadas por los propios autores. Porque los autores de riesgo de los que los macrogrupos huyen como del cólera siguen existiendo, ocupando esas grietas que los grandes grupos, por todopoderosos que sean, no consiguen evitar. ¿El futuro? Si entre ellos hay editores de verdad, si crean criterio, si no son sólo meros comisionistas, hay esperanza. Después de todo, el mundo del libro será otro mundo, pero está en éste.
El martes 3 de noviembre se presentarán en Madrid los libros ganadores del Premio Planeta, que se falló el 15 de octubre. Ya todo el mundo sabe que lo ganó mi admirada Alicia Giménez Bartlett, con Hombres desnudos, una novela sobre los nuevos gigolós, aparecidos con la crisis, y que el...
Autor >
Rosa Pereda
Es escritora, feminista y roja. Ha desempeñado muchos oficios, siempre con la cultura, y ha publicado una novela y un manojo de libros más. Pero lo que se siente de verdad es periodista.
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