El fútbol ya no integra en Melilla
Ander Cortázar 11/11/2015
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Abú, guineano de 27 años, vive desde hace siete meses en el CETI --Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes-- de Melilla. Es el único residente que queda en el centro que haya jugado en el CETI CF, equipo de la Primera División Autonómica de Melilla, un club con poco parangón pero una particularidad especial. Desde su creación en 2006, este club ha competido durante años solamente con internos del centro en su plantilla. La mayoría de ellos, subsaharianos que encontraron en el equipo una pequeña válvula de escape.
“Era el único momento donde sentíamos estar en igualdad de condiciones que los demás. Dos porterías, once jugadores en cada equipo y un balón. Al menos durante noventa minutos me relajaba de la frustración que suponía no llegar a Europa”, relata con sobriedad. Además del equipo operaba la Escuela de Fútbol del CETI. Cada lunes, miércoles y viernes cerca de 60 inmigrantes del Centro se congregaban en el Estadio de La Cañada bajo las órdenes de Manuel Agulló, un militar en la reserva que ejercía de entrenador.
“Aquellos partidos eran el único momento donde el CETI y la ciudad se relacionaban sin conflictos políticos de por medio, y bajo las mismas reglas”, coinciden Agulló y Rachid, exentrenadores del equipo. El fútbol suponía prácticamente la única actividad en la que melillenses y migrantes se encontraban. La otra, sacar a hombros --los residentes cristianos del Centro-- el paso del Cautivo en Semana Santa. Sin embargo, esta historia vertebradora entre migrantes y oriundos se conjuga en pasado y no en presente. El presente es un CETI CF íntegramente compuesto por chavales de Melilla y una Escuela de Fútbol reducida a esporádicas “pachangas”.
Hace un año, la mitad de los cerca de dos mil residentes del CETI procedían del África subsahariana. A finales de 2015 éstos solamente representan el 7% del Centro. “Ahora la inmensa mayoría del centro son sirios, y como todos, quieren irse lo más rápido posible a la península”, señala el director del CETI, Carlos Montero. “El interés por el fútbol nace cuando la estancia comienza a prolongarse, como en la mayoría de los casos de los subsaharianos”, más implicados en el proyecto, según Montero.
La disminución de residentes subsaharianos no es la única razón por la que el CETI CF y la Escuela de Fútbol hayan mudado de piel. La falta de subsidio y la precariedad del material deportivo han resultado determinantes para poner en riesgo el proyecto. Durante los últimos años, la subvención de 18.000 euros anuales destinada al fútbol la decidía el propio CETI de Melilla. Con ese dinero compraban botas de fútbol, balones, ropa deportiva y pagaban el sueldo de los entrenadores. Sin embargo, este año esa subvención la decide la Secretaría General de Inmigración y Emigración, y de momento, no hay balones, ni botas de fútbol, ni respuestas desde Madrid. Tampoco a las preguntas de CTXT.
Los exentrenadores creen que una de las razones por las que no hay subvención es porque el Ministerio considera que el fútbol no es prioritario como herramienta para la cohesión y la integración. Algo que de ser cierto les indignaría. “Sería absurdo. Se relacionaban con gente local. El campo se llenaba y formaban parte, de alguna manera, de la vida melillense”, coinciden. De todos modos, son conscientes, dicen, de la dificultad que entraña organizar el equipo de fútbol en las actuales circunstancias “caóticas” del CETI, sin material deportivo, ni relativa estabilidad. Aun así, inciden en la importancia de recuperar la subvención. Sobre todo para restituir la Escuela de Fútbol, el lugar donde “se desahogaban, hacían grupo, y conocían gente de la ciudad”, según relata el propio director del CETI.
Un equipo singular
En el austero estadio de La Espiguera, ninguna ley mordaza impedía la libertad de expresión de tambores, vuvuzelas y silbatos. Cerca de 400 personas del CETI acudían con regularidad para ver jugar y animar a los suyos frente a otros equipos que de antemano quedaban fascinados. “Aquello era una maravilla. Llenaban el estadio. Daba gusto jugar así”, exclama Eduardo Aparicio, entrenador del River Melilla B, equipo rival del CETI CF. Aparicio recuerda intensos los partidos entre sus pupilos y los del CETI, con los que evitaba ser condescendiente: “No había clemencia. Sentir lástima por alguien no ayuda a nadie. Además, ¡ellos eran portentos físicos! Salíamos a competir como si fuera cualquier otro equipo”.
Pero no lo era. No podían ascender de categoría por cuestiones legales, y pocos jugadores del CETI CF disputaban la temporada completa, ya que a la mayoría les reubicaban en otros centros de inmigrantes de la península. Esto suponía un problema con las fichas federativas, que estaban ya hechas, por lo que otras personas del CETI suplantaban la identidad deportiva de las que ya no estaban en Melilla. “Yo creo que los árbitros hacían la vista gorda”, confiesa uno de los trabajadores del estadio de fútbol de La Espiguera. Samir Amar Ahmed, árbitro melillense, niega la mayor: “Vigilábamos que todo estuviese en orden. Pero no somos la policía, no íbamos a analizar el ADN” . Él, y los linieres que le acompañan, recuerdan con cierta nostalgia los tiempos en los que arbitraban al CETI CF. “Eran partidos diferentes. El gran ambiente en la grada, la comunicación gestual con ellos… Era algo bonito. Eso sí, protestaban --en francés-- como pocos. Incluso tuvimos que expulsar a más de uno porque nos llamaban constantemente racistas cada vez que alguna una decisión arbitral no les gustaba” , afirman.
El CETI CF nació en una ciudad de contrastes. Cristianos, musulmanes, hebreos e hindúes conviven entre calles de tinte modernista que acogen de la misma forma comercios bereber como banderas de España. Melilla es un lugar donde el Adhan suena en las mezquitas y “Una, Grande y Libre” es el lema del monumento ‘Héroes de España’, ubicado en la Avenida Juan Carlos I Rey, arteria principal de la ciudad.
Sin embargo, la realidad multicultural del entorno no impide que las anécdotas sobre el CETI CF se apoyen, en gran medida, en la diferencia étnica. Rachid, un joven melillense de 22 años, fue asistente del CETI CF durante el año pasado. Desborda simpatía y memoria de aquellos días, en los que recuerda con especial cariño el colorido ambiente en las gradas, y el calentamiento previo a los partidos: “Sonará a tópico, pero antes de salir al campo bailaban y cantaban. Era una forma bastante diferente de encarar los partidos. A la vista de los resultados --mitad de tabla en la clasificación-- no nos iba mal”, asegura Rachid. Algunos de esos encuentros acababan más allá de las 23.30 horas, el horario límite que tienen los residentes del CETI para volver al centro. Sin embargo, los jugadores del equipo contaban con un permiso especial para llegar más tarde del ‘toque de queda’.
Su pareja en el banquillo del CETI CF, Manuel Agulló, también organizaba la Escuela de Fútbol del CETI, donde todas las personas del Centro que quisieran podían acudir tres días a la semana a jugar. “Cuando había entrenamiento se anunciaba por la megafonía del CETI. Estaban todos invitados”, recuerda. La gran mayoría de los asistentes eran de origen subsahariano, y el francés su lengua de comunicación. Algo que facilitaba la labor de Agulló, miembro de una generación que domina el idioma galo mejor que el inglés.
Así sucedían las semanas hasta este año, cuando la falta de fondos y la reorganización del CETI con motivo de la crisis migratoria han abocado al proyecto a su fin. Agulló sigue intentando, a título personal, organizar “pachangas” con relativa frecuencia. Lo hace en aras de mantener un entretenimiento más que necesario. Abdulá, Malik, Kalilo, Ibrahima o Touré encuentran en el Estadio de La Cañada un lugar donde al menos, temporalmente, olvidan la valla.
“Jugar a fútbol es el mejor momento de la semana. Vivimos con mucha incertidumbre. Estamos a la espera de poder ir a otro centro a la península. No sabemos donde ir, pero no queremos volver atrás. El fútbol es ese momento donde no nos hacemos esas preguntas. Nos relajamos y nos divertimos”.
Sin embargo, no es lo mismo que antes, donde se enfrentaban y conocían a melillenses. “Había auténticos peloteros en el equipo. Tácticamente eran limitados, pero física y técnicamente los había muy buenos. En cualquier caso, lo importante era jugar y divertirse. Para ellos, los días de partido eran los días más felices aquí”, afirma con cierta nostalgia. Estar en Melilla durante tres días es, posiblemente, lo más parecido a hacer ‘la mili’ para alguien que no quiere hacerla. Militares en bares adornados con lemas de la Legión y banderas de España es más cotidiano que excepción.
Deporte, inmigración e integración
“Es la comunicación lo que tiene valor. Que se reúnan, que se desfoguen, que hablen. En un estado de exclusión y aislamiento como el que se encuentran mantener contactos sociales es importante” afirma Gaspar Maza en referencia a la Escuela de Fútbol del CETI. Maza es antropólogo, profesor de la Universitat Rovira i Virgili y coautor junto a Ricardo Sánchez del ensayo Deporte e inmigración.
Considera que el deporte como instrumento, no como fin, puede apoyar los procesos de inclusión social cuando desempeña funciones de lugar, punto de encuentro, y de comunicación entre iguales. Gaspar Maza asegura que “el deporte en sí no cambia su situación, y hay que tenerlo en cuenta, pero sí les ayuda socialmente”.
Abú, guineano de 27 años, vive desde hace siete meses en el CETI --Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes-- de Melilla. Es el único residente que queda en el centro que haya jugado en el CETI CF, equipo de la Primera División Autonómica de Melilla, un club con poco parangón pero una particularidad especial....
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