Carta de París
La "tortura republicana": los deseos de Hollande para el año nuevo
La Eurocopa de fútbol 2016 en Francia había transcurrido sin problemas. Resultado: desde comienzos del verano, el índice de confianza del presidente de la República estaba de nuevo en caída libre
Éric Fassin París , 6/01/2016
Manuel Valls
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La Eurocopa de fútbol 2016 había transcurrido sin problemas: Francia, el país anfitrión, no había tenido que lamentar ningún atentado en su suelo. Si bien es cierto que el día de la final se impidió a tiempo un ataque de "extrema gravedad", según palabras del primer ministro, y que hubo que prohibir cualquier manifestación contra la prolongación del estado de emergencia, al menos, el ministro del Interior no tuvo que cancelar los fuegos artificiales de celebración de la fiesta nacional el 14 de julio. Los resultados del equipo nacional habían sido decepcionantes pero, aunque sin optimismo y pese a un verano lluvioso, el país volvía a gozar de cierto sosiego.
Resultado: desde comienzos del verano, el índice de confianza del presidente de la República estaba de nuevo en caída libre. Éste pensó en alguna intervención militar, en un país de África o en cualquier otro lado. Pero el jefe del Estado Mayor del Ejército le advirtió de que Francia no podía multiplicar indefinidamente las guerras. Sus consejeros añadieron que el rendimiento político de éstas disminuía, que los franceses terminaban haciéndose un lío con todas esas intervenciones tropicales. El Primer ministro se arriesgó incluso a hacer un chiste: "¡Un exceso de guerra mata la guerra!".
En las filas del partido socialista, cada vez eran más los diputados y cargos electos que, preocupados por su propia reelección, pedían la celebración de primarias --por miedo a que el electorado de izquierda se apasionara demasiado por las de la oposición y optara por votar a un candidato de la derecha republicana en lugar de al presidente saliente para cortar el camino a su predecesor. Una serie de incidentes parecían hechos a propósito para relanzar a éste último, que volvía a proferir sus ataques contra la "chusma": en los "barrios sensibles", seis adolescentes habían muerto al huir de la policía debido a sus "incivilidades". En todos los casos, la policía había invocado la legítima defensa, cuya definición acababa de ser ampliada. A finales de septiembre, una oleada de violencia estalló en los barrios periféricos.
"Quien siembra vientos recoge tempestades", declaró al diario on-line Mediapart un colectivo de asociaciones, de cineastas y de profesores de Universidad. El primer ministro respondió con rotundidad: "Explicar lo inexplicable es estar dispuesto a justificar lo injustificable". Pero no se contentó con repetir los viejos ataques contra la "cultura de la excusa del sociologismo", ni con reírse de los bobos, los burgueses bohemios, que ignoran la realidad de esos barrios". El primer ministro causó conmoción al declarar en la cadena BFMTV que "ha llegado la hora de restablecer la pena de muerte para crímenes de sangre contra la policía, los gendarmes y los militares".
El presidente se abstuvo de hacer ningún comentario en público; en privado, estaba furioso al ver cómo le pasaba por la derecha un hombre al que él había salvado su carrera política. La maniobra estaba clara: a falta de primarias, el primer ministro se ofrecía como alternativa si el "candidato natural" de la mayoría renunciaba a presentarse. Era una buena jugada: ¿cómo iban a oponerse la derecha y la extrema derecha a esa medida de seguridad? Las protestas de las "élites derechos humanistas" contra esa "demagogia" fue el anuncio su éxito en los sondeos. El jefe del Gobierno había ganado al jefe del Estado en su propio terreno.
Pero no se contaba con la astucia de un hombre al que los medios de comunicación franceses, en homenaje a un ex presidente, iban a calificar pronto de "florentino". Aunque hay que decir que el destino vino en su ayuda: a finales de noviembre de 2016, tres supuestos terroristas habían sido abatidos en el curso de una operación conjunta de la RAID, la unidad de elite de la policía nacional y del GIGN, la unidad antiterrorista de la gendarmería nacional. Uno de sus cómplices les había entregado a la policía. Pronto surgió un rumor: para hacerle hablar, se había vuelto a recurrir a los interrogatorios "duros". Y surgió la polémica. En el telediario de la noche de TF1, un novelista, émulo de Celine, estalló "¡viva la tortura!". A pesar de su ironía, el asunto estaba pasando a ser embarazoso para el poder.
El 31 de diciembre, el presidente de la República soltó lo que un diario de izquierda, con humor negro, denominó "bomba política". El tradicional discurso de fin de año permitió al Presidente tornar la situación a su favor. Comenzó por recordar las amenazas que seguían pesando sobre el país. Pero no mencionó la pena de muerte. Era impensable dar la victoria a los terroristas renunciando a los principios fundacionales de la República. "No olvidemos los 'grandes valores'; no nos contentemos con 'pequeños valores'". Todo el mundo lo entendió, era una zancadilla al primer ministro.
El presidente no evitó lo que estaba en boca de todos: "¡Francia no sería Francia si tolerara la tortura". Y con visible emoción prosiguió"¡Sí, los terroristas nos han declarado la guerra. Pero nuestra obligación es oponerles nuestros valores, los que constituyen nuestra grandeza". Aunque, evidentemente, no había que mostrar debilidad: "Cada cosa tiene su tiempo: los valores de paz, en tiempos de paz y los valores de guerra, en tiempos de guerra". Era el momento de combatir y no había que permitirse ningún freno físico o psicológico. Pero en el país de los derechos humanos, había que acabar con las derivas del secretismo. Para regular los métodos en la sombra, nuestra cultura republicana exigía la transparencia del control judicial. En ese sentido, iba a proponer al Parlamento una reforma para luchar eficazmente contra el terrorismo respetando nuestros principios: "¡La República es el Derecho!"
Al día siguiente, los "guiñoles de la información" no pararon de hacer bromas sobre la "tortura republicana". Pero en seguida, la fórmula cuajó. Y las protestas de los "habituales de la indignación" no tuvieron ningún efecto. La extrema derecha, prisionera de su historia, no dijo ni pío. La derecha se dividió de nuevo. Y el Partido Socialista, se preguntaba:¿acaso, con este golpe maestro, no se ha ganado el presidente la reelección? ¿No acababa de llevar a cabo una auténtica revolución política? En efecto, tradicionalmente a los socialistas se les elegía por su discurso de izquierda y luego gobernaban a la derecha. Esta vez, el presidente saliente iba con toda probabilidad a mantener sus promesas: iba a gobernar como iba a ser reelegido: a la derecha, por no decir, la extrema derecha.
La Eurocopa de fútbol 2016 había transcurrido sin problemas: Francia, el país anfitrión, no había tenido que lamentar ningún atentado en su suelo. Si bien es cierto que el día de la final se impidió a tiempo un ataque de "extrema gravedad", según palabras del primer ministro, y que hubo que prohibir...
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Éric Fassin
Sociólogo y profesor en la Universidad de Paris-8. Ha publicado recientemente 'Populismo de izquierdas y neoliberalismo' (Herder, 2018) y Misère de l'anti-intellectualisme. Du procès en wokisme au chantage à l'antisémitisme (Textuel, 2024).
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