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Escribo esta columna con cierto resentimiento y con la cabeza llena de ideas mezcladas. Preocupada por Alberto Sicilia, periodista al que han detenido en Macedonia por molestar, por contar, por trabajar. A Alberto lo he visto solo una vez en mi vida en el antiguo Café Comercial. Nos desvirtualizamos, comimos y recuerdo que le costaba mantener la mirada, como si le diera vergüenza contar la de cosas que hacía. Me dejó que lo invitara y se rio con mis chistes y con mi vida de mujer-orquesta. Cambiar la Glorieta de Bilbao de aquella mañana soleada por el fango de la frontera y el olor a miedo de los refugiados garantiza mi respeto y me recuerda lo cobarde que soy. Lo fácil que es pontificar sin pringarse.
Mi cabeza se traslada de golpe, entre tecla y tecla, a Huesca. Allí se han reunido un año más algunos de los periodistas más importantes de este país y de otros para celebrar el Congreso de Periodismo Digital. Entre selfie y selfie y palmadas en la espalda pensaba la cantidad de ego necesaria para mantenerse vivo en este oficio en el que no basta con juntar las palabras con gracia. Hace falta gustarse mucho, aparecer en un escenario con esa falsa modestia del “Bueno, estoy aquí pero podríais ser cualquiera de vosotros. Miradme, no llevo ni traje ni corbata”, y en el fondo pensar que ni de coña, que, además de brillante periodista, eres tuitero dicharachero y campechano, lo suficiente como para ser cercano pero sin el exceso que te convierte en un pringado.
Digo esto y de inmediato lamento no haber estado yo ahí, con la gracia que tengo y mi tendencia natural a presentarme a todo el mundo (mi madre me recuerda de niña acosando a mis compañeros de parque diciendo ¿quieres ser mi amigo?). Me hubiera gustado estar ahí para hablar de lo mío y ponerme a los pies del periodista mexicano que se confesó incapaz de ejercer la profesión en un país en el que no pasara nada. “Acaban de preguntarle a mi hijo qué opina del tiempo que estaba haciendo en Huesca. Yo no podría preguntar eso”, dijo, ante el alborozo de ésta que escribe. Ponerme a los pies y de inmediato confesarle que yo, entonces, llevo 20 años preguntando estupideces, la mayoría plagadas de números y planes de negocio a medio y largo plazo, con algún que otro ¿usted baña a sus hijos cada día?
Escribo y digo estas cosas y hace apenas unas horas escuchaba en la radio a Pedro J Ramírez lamiéndose las heridas. Protestando por la no emisión de una entrevista en su casa a cargo de Bertín Osborne (¿de verdad hay gente que quiere tenerlo como jefe?) y echándole la culpa a Rajoy de esta especie de boicot a su persona. “Desde que salió El Español no me han hecho ni una entrevista en televisión, Federico”. Y Losantos, uno de los mejores cómicos de España, respondiendo: “¿Quieres que te diga yo cuántas veces he salido en televisión desde que monté Libertad Digital hace 16 años? Ninguna”. Y Luis Herrero: “Por favor, dejad de llorar”. Y Pedro J llamando al aún presidente en funciones “Mariano Razón” y Jesús Cacho escribiendo un mensaje en directo pidiendo que basta ya de tanto ego. Le dijo la sartén al cazo.
Escribo esta columna con cierto resentimiento y con la cabeza llena de ideas mezcladas. Preocupada por Alberto Sicilia, periodista al que han detenido en Macedonia por molestar, por contar, por trabajar. A Alberto lo he visto solo una vez en mi vida en el antiguo Café Comercial. Nos desvirtualizamos,...
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Ángeles Caballero
Es periodista, especializada en economía. Ha trabajado en Actualidad Económica, Qué y El Economista. Pertenece al Consejo Editorial de CTXT. Madre conciliadora de dos criaturas, en sus ratos libres, se suelta el pelo y se convierte en Norma Brutal.
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