Todo mal aquel momento de sus vidas en el que Ibrahim, Khalid y Nayim, jóvenes belgas de 30, 27 y 28 años, decidieron que un puñado de sus vecinos, el puñado con el mayor número de vecinos dentro posible, sin rostro definido, sin características especiales, debía morir a sus manos. Todo mal.

Todo mal cuando decidieron que había llegado el momento de hacer efectivo su desquiciado concepto de dios y de la vida, poniéndole fecha y lugar a aquello de hacer explotar sus cuerpos junto a los del puñado que facturaba sus maletas en el aeropuerto de Bruselas. Todo mal. Todo mal cuando decidieron que, según el manual de la estrategia del terror, con un solo puñado no era suficiente y decidieron saltar por los aires junto a otro puñado más, este puñado de trabajadores, estudiantes o jubilados, que se desplazaban a primera hora de la mañana en el metro de Bruselas para ir al trabajo, a la universidad, al colegio, o a una cita con el médico o el amante. Todo mal.

Todo mal cuando, pocos minutos después de la explosión, con los cadáveres de los cerebros desquiciados y los cadáveres de los puñados aún calientes, un diario confidencial en España empezaba a arrimarse al sol que más iba a calentar como siempre ocurre en estos casos, también el sol más cancerígeno, relacionando los atentados con el número de musulmanes que viven en Bruselas. Todo mal.

Todo mal cuando Doña Aurora, que regenta un bar asturiano en Bruselas, entraba en directo en Telecinco, que ya había activado el protocolo que se activa en demasiados medios en caso de tragedia para hacer de cada minuto el minuto de oro, y declaraba al teléfono que “esperaba que Europa haga algo contra esos gitanos y los cuelgue a todos”. Y el presentador ni mú. Todo mal.

Todo mal cuando tiempo atrás alguien comienza con ese proceso de intoxicación que acaba con el cerebro de Doña Aurora intoxicado en grado 3. Todo mal cuando desde los medios o la responsabilidad política se empieza a relacionar una vez más a quienes huyen de las bombas con quienes las ponen, cuando, como hicieran los terroristas en el aeropuerto y en el metro, se hace de gente en apuros puñados que dan miedo, puñados de víctimas que en los cerebros correctamente enfermados como el de Doña Aurora, no huyen, sino que pueden venir a atacarnos. Todo mal cuando el ellos y el nosotros degenera de esta manera. Todo mal.

Todo mal cuando todo vuelve a comenzar de cero, desde el vicio primero del círculo vicioso. Todo mal cuando el Gobierno belga, cuando su primer ministro Charles Michel, señalado por el resto de Europa por falta de previsión y efectividad para evitar lo inevitable, opta por la salida Hollande y se apunta a un bombardeo. El bombardeo abstracto a un ISIS al que no se le mira la financiación –busca la droga, no el dinero, recomendaban en The Wire, si no quieres llevarte sorpresas desagradables- que cristaliza en más bombas, esta vez desde el aire, que impactan contra más puñados sin rostro definido, sin características especiales como aquellas del aeropuerto o el metro de Bruselas. Todo mal. Si la rueda sigue girando en el mismo sentido, todo mal.