COMUNICACIÓN
Periodismo, régimen y protesta
Levantarse ante Pablo Iglesias en la universidad sería creíble si la parroquia también se levantara cuando se cuela como rueda de prensa una reunión sin preguntas, ante un plasma. Más que un acto de protesta fue un acto de poder
Guillem Martínez 24/04/2016
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Que un periodista se levante y abandone un acto que está cubriendo es un hecho exótico por aquí abajo, llamativo y, por todo ello, loable. Jamás se debe de censurar a un periodista por hacerlo. Es más, se le debe de animar. La protesta es el alma de periodismo. El periodismo, de hecho, consiste en defender la democracia, la igualdad, o el Opus, o el Ibex, desde un trabajo denominado periodismo. Es, por tanto, pura tensión y protesta. Ese trabajo sólo está delimitado por el libre albedrío del periodista, y por el libre albedrío de su empresa. Esas cosas no acostumbran, me consta, a coincidir enteramente. Por lo que, en caso de conflicto, el periodista debe, a su vez, protestar. Me consta que son muchos los periodistas que protestan porque les han cambiado su titular o un segmento de su trabajo --por lo mismo, por cierto, me consta que son muchos más los que no lo hacen--. Hasta hace poco existía una forma de protesta efectiva al respeto. No firmar el artículo mutilado. Protesta imposible ya en muchos medios que han pasado a digital, y que trabajan con programas que impiden, eso dicen las empresas, eliminar una firma ya publicada. Existen también otros tipos de protesta. Verbigracia: hablar de temas censurados --hay varios; los ultimísimos: La Caixa y el Santander, los propietarios del papel por aquí abajo--, a través de palabras --que evitan decir La Caixa o el Santander--. Conozco a algún compi que lo hace. Y en diarios que, en verdad, les sorprenderían. Esos tipos son, en fin, unos héroes. Literalmente, se juegan el pan. Y, a medio plazo, lo perderán.
Por eso mismo, se debe respetar aún más a quien protesta. Y jamás censurarle, sino jalearle. Pero también se debe evaluar su protesta, en tanto que la protesta se parece al humor en que siempre es más fácil y rápida ejercerla sobre el débil. La protesta contra el débil no es tanto protesta como todo lo contrario, ejercicio de poder. En ese sentido, cabe señalar que los periodistas que ejercieron la protesta frente a Pablo Iglesias, la ejercieron, independientemente de quién sea Pablo Iglesias, de lo que dice y de lo que dijo, sobre el débil. Es decir, sobre alguien sin poder financiero o político, que no es un responsable de Interior, ni está insertado, al parecer, en una tradición violenta y antidemocrática, que prefiguraba algún tipo de amenaza física o laboral sobre la persona a la que criticó. Y sí, por lo mismo es evaluable también si Iglesias, a su vez, se metió igualmente con el débil. Un redactor es a) un débil, pero también, y si así lo desea, b), un reflejo de posicionamientos de fuerza, que no le conciernen, pero que puede asumir, sinceramente, o como una política particular de promoción. Ignoro si el nombre propio aludido por Iglesias --una crítica debe de ir acompañada de un nombre propio: sucede en todas partes, salvo en España-- era a) o b), así como ignoro la amplitud y el argumentario total de la crítica emitida.
En todo caso, y con esa sombra de salvedad, la protesta ejercida en la sala fue dirigida contra una formación a la que le resulta difícil acceder a los medios convencionales, y que ha sido descrita en los medios convencionales en unos términos caricaturescos que, en otra sociedad, hubieran supuesto un cate en la facu. Supone, por tanto, no ejercer protesta sobre el canon informativo español, sino darle la razón. Es decir, supone no ejercer la protesta sobre los actos de poderosos que delimitan el oficio de periodista por aquí abajo. Supone no protestar por las llamadas a redacción de La Caixa y el Santander, una cotidianidad del siglo XXI. Supone no protestar ante empresas que, mediante la disciplina del ERE, están depurando sus redacciones de tipos y tipas dispuestos a no firmar un artículo. Y, por lo mismo, consiste en ver en Podemos la gran y única patología democrática e informativa de por aquí abajo. Protestar por utilizar un nombre propio en un acto, si no académico, sí emitido en la Academia/una uni, supone una protesta muy depurada, sólo comprensible si previamente se hubiera depurado la disciplina de la protesta, de manera que también se protestara de manera llamativa en el caso de que un presidente del Gobierno hiciera cambiar titulares, con facilidad, tras una llamada a redacción. Levantarse en aquel acto en la uni sólo sería creíble si la parroquia también se levantara cuando un Gobierno clausura un diario, cuando se cuela como rueda de prensa una reunión sin preguntas, ante un plasma. El periodismo español --el peor de Europa, cuantificado según el último informe Reuters, recordemos-- sólo está autorizado poéticamente para protestar contra el débil si, previamente, posteriormente, o simultáneamente, ejerciera la protesta sobre el fuerte y determinante en su oficio. O, incluso menos, sólo podría protestar si hubiera cumplido con su cometido, no ya de protestar, sino de informar sobre la yoguipandi, que existe sin grandes agobios --algo inusual en otra cultura--, precisamente porque no se informa sobre ella.
Esta crisis de Régimen, en fin, estaría más acelerada si el periodismo, estadísticamente, no fuera Régimen, y no observara como anomalías democráticas las que se le proponen desde fuera del periodismo, y no desde la observación. Observar fijamente las cosas es, en fin, el primer paso del trabajo periodístico. Por todo ello, hay serios indicios para opinar que el acto de levantarse del otro día, si bien loable en su exotismo, más que un acto de protesta fue, como el grueso de la información local, un acto de poder.
Que un periodista se levante y abandone un acto que está cubriendo es un hecho exótico por aquí abajo, llamativo y, por todo ello, loable. Jamás se debe de censurar a un periodista por hacerlo. Es más, se le debe de animar. La protesta es el alma de periodismo. El periodismo, de hecho, consiste en...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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