ENCUENTRO
Mrabet, el contador de historias
El analfabeto marroquí que dictó catorce libros a Paul Bowles reflexiona, a los 80 años, sobre las fábulas que le quedan por contar
Javier Valenzuela Tánger , 25/05/2016
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Mohamed Mrabet apura la infusión y comienza a contar una historia: “En el año 1810 Mrabet vivía en Madrid, en la calle de Alcalá, muy cerca de la plaza de toros, al lado del Café Bar Kid Galiana. Tenía siete hijas y era muy pobre”. Es el tercer cuento nuevo que se le ocurre desde que comenzamos a charlar en el Gran Café de París. Ya me lo advirtió cuando hicimos el pedido, negro su té, verde el mío, los dos con yerbabuena: el pez que le inspira sus fábulas no le ha abandonado.
Media la tarde de una jornada luminosa y fragante de la primavera tangerina. Mrabet ha venido acompañado de su hija Aisha, uno de los cuatro supervivientes de los trece que nacieron de su relación con su esposa. Como su padre, Aisha habla un castellano impecable y es guapa.
Mrabet tiene 80 años y sigue siendo guapo. Pequeño, fibroso y conservando todo su cabello, ahora entrecano. Un problema circulatorio le fastidia el brazo derecho, aquel con el que se gana la vida pintando cuadros en los últimos años. Le están poniendo inyecciones.
Nunca ha usado el brazo derecho para escribir, ni tampoco el izquierdo. Mrabet es analfabeto, no sabe leer ni escribir. Él cuenta sus historias en voz alta, como los narradores tradicionales de los cafés, las plazas y los zocos marroquíes. De esas historias, Paul Bowles sacó catorce libros, entre ellos Amor por un puñado de pelos.
Me explica por qué es analfabeto. Teniendo él diez u once años, su padre le inscribió en una escuela francesa de Tánger, pero allí, en uno de sus primeros días de clase, se quedó dormido en el pupitre mientras el profesor garabateaba algo en la pizarra. “El profesor, un hijo de puta, me agarró por los pelos y, con una vara de olivo, me pegó en la cabeza”, dice. “Yo le empujé contra la tarima, para que se cayera, y, cuando estaba en el suelo, le estrellé tres sillas en el cuerpo”.
Mrabet huyó de la escuela, fue a su casa, le contó el incidente a su padre y este también le pegó. Entonces dejó a su familia y, con un amigo llamado Mustafá, ocupó un tugurio en el barrio de los burdeles de la Medina, entre el Zoco Chico y el puerto. “Robábamos whisky y tabaco en los almacenes del puerto y de eso vivíamos”, dice.
El profesor me agarró por los pelos y, con una vara de olivo, me pegó en la cabeza. Yo le empujé contra la tarima y, cuando estaba en el suelo, le estrellé tres sillas en el cuerpo
Era rudo, fuerte y valiente. Se enfrentaba a puñetazos y hasta cuchilladas con quien sintiera que quería humillarle. Nacido en Tánger en 1936, Mrabet tiene espíritu rifeño: susceptible, orgulloso y capaz de violencia si se atenta contra su libertad y su dignidad. Los españoles sufrieron ese impulso antiautoritario en 1921 con el Desastre de Annual; Hassan II lo reprimiría a sangre y fuego en 1958.
Mrabet haría luego de pescador, boxeador y camarero. De lo primero le vino el arte de contar. “Un día encontré un pez al que una ola muy fuerte había dejado sobre un roca. El pez me habló: ‘Si me comes ganarás poca cosa. Si me vendes tampoco ganarás mucho.” Pero si me dejas vivir sabré agradecértelo con un tesoro’. Lo devolví al mar”. Ese pez al que salvó la vida le suministra desde entonces el tesoro de miles de cuentos. Visita a Mrabet y se los sopla al oído.
De su etapa de boxeador --Tarzán era su nombre profesional--, Mrabet recuerda la gira triunfal que hizo por España. Se entrenaba a conciencia y era puro músculo. A ese ejercicio y a la longevidad de su familia, donde se alcanzan los cien años de edad, atribuye haber llegado en buena forma a la condición de octogenario.
Pero fue el trabajo de camarero el que terminó uniéndole a los escritores americanos que habían convertido Tánger en su Isla de la Tortuga. A finales de los años 1950, Mrabet servía en el Tanger Inn, en la calle de Magallanes, y el Tanger Inn conseguía en la base estadounidense de Casablanca los mejores whiskies, rones y ginebras de la ciudad. Allí recalaban Paul y Jane Bowles, Truman Capote, Tennessee Williams, William Burroughs, Jack Kerouac y Allen Ginsberg.
Solos en el jardín
Burroughs había escapado de la justicia mexicana, que quería juzgarle por haber abatido a su esposa de un disparo cuando jugaban a Guillermo Tell. Escribía su Almuerzo desnudo en un cuarto del hotel Muniría, justo encima del Tanger Inn. Desde el otro lado de la barra del bar, Mrabet lo veía a él y a todos los demás expatriados beber como cosacos, moverse en una permanente nube de kif y hachís y admirar los culos de los muchachos marroquíes. En su cabeza componía historias.
Un día de 1962, un rico americano que celebraba una fiesta en su villa del Monte Viejo le contrató como camarero. En un momento dado, Mrabet se tomó una pausa, salió al jardín y allí encontró a una mujer solitaria con un vaso en una mano y un cigarrillo en la otra. Le preguntó por qué estaba sola y ella respondió que le aburría que el único tema de conversación de los asistentes fueran los chicos y las chicas guapos.
Mrabet, que era de una belleza acanallada que volvía locos a los hombres y a las mujeres, sonrió. Sabía de lo que estaba hablando aquella señora. Se presentó y ella le dijo que se llamaba Jane Bowles.
Jane Bowles le habló a su marido del joven marroquí que había conocido en la fiesta y le dijo que aseguraba ser un gran contador de historias. Bowles invitó a su casa a Mrabet, le puso delante una grabadora y un micrófono y le animó a hablar. Así nacería una relación entre el escritor americano y el analfabeto tangerino que se prolongaría hasta la muerte del primero en 1999.
Mrabet es el último superviviente de aquellos años, entre 1950 y 1960, en que Tánger fue una de las capitales culturales del planeta
Mrabet grababa sus historias en dariya, el árabe dialectal marroquí, y luego las traducía al español para Bowles. Este las pasaba a máquina desde el español al inglés. Así nacieron catorce libros que combinan la descripción realista de la vida de las clases populares marroquíes con incursiones en el mundo de los yins o diablos, las brujas y sus conjuros, los amuletos y los remedios contra el mal de ojo.
Entretanto, Mrabet también se había convertido en l'homme à tout faire de la maison. Trabajaba para Bowles de chófer, jardinero, cocinero, fontanero o albañil. Y se codeaba con sus amigos. Burroughs le parecía un gánster, pero Tennessee Williams le caía muy bien. Williams le invitaría a pasar largas temporadas en Estados Unidos.
Mrabet es ahora el último superviviente de aquellos tiempos, los años 1950 y 1960, en que Tánger fue una de las capitales culturales del planeta. Bueno, él y los Rolling Stones. Todos los demás murieron: los Bowles, Jean Genet, Capote, Williams, Burroughs, Chukri…
Mrabet juró hace medio siglo sobre El Corán dejar de beber alcohol y ha cumplido su promesa. Hace pocos años, también dejó de fumar tabaco y kif. “Le pido a Dios todos los días que me perdone las cosas que hice cuando era joven”, dice.
Nos miramos a los ojos y siento que este hombre tiene una obra y, sobre todo, tiene una vida. Su rostro se ilumina entonces con una sonrisa que Aisha, su hija, califica como de “niño travieso”. La sonrisa que encantó a Jane Bowles en aquella fiesta de 1962 en el Monte Viejo.
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Javier Valenzuela escribe esta primavera en Tánger su segunda novela, la continuación de Tangerina (Martínez Roca, 2015).
Mohamed Mrabet apura la infusión y comienza a contar una historia: “En el año 1810 Mrabet vivía en Madrid, en la calle de Alcalá, muy cerca de la plaza de toros, al lado del Café Bar Kid Galiana. Tenía siete hijas y era muy pobre”. Es el tercer cuento nuevo que se le ocurre desde que comenzamos a...
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Javier Valenzuela
Hijo y ahijado de periodistas, se crió en un diario granadino sito en la calle Oficios. Empezó a publicar en Ajoblanco y Diario de Valencia. Trabajó en El País durante 30 años, como corresponsal en Beirut, Rabat, París y Washington, director adjunto y otras cosas. Fue director General de Comunicación Internacional entre 2004 y 2006. Fundó la revista tintaLibre. Doce libros publicados: tres novelas negras y nueve obras periodísticas. Su cura de humildad es releer “¡Noticia bomba!”, de Evelyn Waugh.
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