ADELANTO EDITORIAL
Tangerina
CTXT ofrece a sus lectores un capítulo de 'Tangerina', la primera novela de Javier Valenzuela
Javier Valenzuela 2/02/2015
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Yeini tomó el bolso grandote de cuero negro de la silla donde descansaba y comenzó a vaciar su contenido sobre la mesita redonda del café. Salieron un pañuelo, unas gafas de sol, un libro con la cubierta muy ajada, la pluma de un pájaro, otro pañuelo, una barra de labios, un puñado de hojas secas, un sobre con sellos americanos de correo aéreo, unas zapatillas de cuero, unas llaves, otro libro, varias pastillas de diversos colores, un monedero... Se detuvo al extraer el arrugado envoltorio de una golosina.
—Esto es lo que buscaba —dijo agitándolo entre los dedos pulgar e índice de la mano derecha—. No sé qué hacer con él.
Olvido la miró con una sonrisa dubitativa. ¿Era una broma? ¿La estaría sometiendo a algún tipo de examen?
—Tíralo a la basura, Yeini. ¿O es que te trae algún recuerdo especial?
—No, nada especial. El otro día compré una chocolatina y desde entonces llevo este papelucho en el bolso. Me estaba preguntando qué hacer con él cuando te he visto entrar. You know something? Cada día me cuesta más tomar tiny decissions. —Leyó en la expresión de Olvido que no la había entendido y añadió—: Decisiones sobre cosas pequeñas. Mira, tampoco sé qué hacer con esa pluma. —Señaló con los ojos la que yacía sobre la mesa, al lado del vaso de ginebra que estaba bebiendo—. Me la encontré en la calle y la recogí porque me dan mucha pena los pájaros.
—A mí los pájaros me dan mucha alegría, Yeini. Pero entiendo lo que quieres decir: son tan chiquititos y tan frágiles. También me producen mucha ternura.
El rostro de Yeini se iluminó de alegría. Sus ojillos resplandecieron, su dentadura caballuna sobresalió, su nariz se respingó.
—Entonces, te regalo la pluma.
Dejó el envoltorio sobre la mesa, rescató la pluma, le dio un beso y se la ofreció a Olvido como si fuera un anillo de diamantes. Era una pluma grande, fosca, feota, pero Olvido la aceptó como se acepta el dibujo que te regala un niño.
—La guardaré. Será un bonito recuerdo tuyo.
El camarero se acercó para tomarle el pedido a la recién llegada. Olvido le encargó un café con leche, recogió de la mesa el envoltorio de la chocolatina y se lo dio, pidiéndole que lo tirara a la basura. Yeini no discutió la decisión, encargó otra ginebra y empezó a colocar de nuevo en el bolso las cosas que había sacado.
—¿Y tú? ¿Qué llevas en ese paquetito? —Señaló el que Olvido había dejado en una silla junto a la gabardina, el bolso y los guantes.
—Es un regalo para mi marido, una pluma Parker. Se la acabo de comprar en la tienda de un hebreo de la calle de Italia. Estaba volviendo a casa para echar una siesta cuando te he visto aquí y he entrado a saludarte. ¿Estás esperando a alguien?
—Sí, a Bill Burroughs. —Olvido hizo un mohín gracioso para indicar que ese nombre no le decía absolutamente nada—. Es un escritor americano que vive aquí. Pero igual viene que no viene. Bill es impredecible. Anyway, cuéntame, ¿a qué viene ese regalo a tu marido? ¿Es su cumpleaños o algo así?
—No es su cumpleaños, no. Es sólo que me ha apetecido regalarle algo.
—I see... ¿Es que ya se porta mejor contigo? Me dijiste en La Mar Chica que te tiene muy abandonada.
—Sigue así, Yeini. Pero hoy ha tenido una buena mañana y quiero agradecérselo.
Yeini puso cara de extrañeza.
—Nunca dejará de asombrarme el aguante que tenéis las españolas. Una americana no soportaría a su marido ni la mitad de lo que os hacen a vosotras.
—Hemos sido educadas así, Yeini. Llevamos muchos siglos recibiendo el sermón de que tenemos que ser discretas y resignadas. Pero empezamos a cambiar.
El camarero llegó con el pedido. Mientras lo colocaba en la mesa, Olvido tomó su bolso, lo abrió y guardó la pluma de pájaro. Miró a Yeini: vestía un traje blanco que parecía venirle grande y del cuello le colgaba un collar de cuentas de cristal coloreadas de bermellón. Tenía un aspecto algo desastrado y muy simpático. Olvido le sonrió.
—¿Y a ti cómo te van las cosas? —preguntó.
—No logro escribir nada, Olvido. Paul escribe algo todos los días, es muy disciplinado; pero yo lo intento y no me sale una sola palabra. Estoy muy preocupada.
—Cuánto lo siento. Seguro que es sólo una mala racha que pasará, ya lo verás.
—Ojalá, como decís los españoles. Pero la verdad es que yo también tengo problemas en casa.
—Vaya, ¿también te tiene abandonada Paul? Acabas de decir que esas cosas no os pasan a las mujeres americanas.
—¡No! El problema no es con Paul. Él y yo nos llevamos muy bien. El problema es con Cherifa, nuestra ama de llaves. Le he regalado la casita de la kasbah, pero sigue sin estar satisfecha. Me monta unas escenas terribles.
—No lo entiendo, Yeini. —Cruzó los brazos y se echó ligeramente hacia atrás para subrayar su asombro—. ¿Me estás diciendo que le has regalado vuestra casa a una mora?
—Sí, todo el mundo se extraña, pero es lo que he hecho. Paul y yo nos vamos a trasladar a un inmueble recién construido que está cerca del consulado español. Él tendrá su apartamento y yo el mío. —Vació de un trago el vaso de ginebra. Olvido, que no había tocado su café con leche, la miraba con los ojos expectantes de quien sabe que hay algo más. Yeini añadió—: Cherifa se vendrá a vivir conmigo. No puedo prescindir de ella. Es todo muy complicado, ya ves.
—Ya veo. —Descruzó los brazos, los apoyó sobre la mesa y cabeceó—. Va a resultar que los americanos no sois tan simples como pretendéis. A vuestro lado, los españoles no somos difíciles de entender.
—Los que viven allí sí que son bastante simples, Olvido. Pero los que vivimos aquí no lo somos tanto. Precisamente por eso vivimos aquí, ¿sabes? Para perdernos y encontrarnos todos los días, para descubrir que el que encontramos ya es otro. —Yeini se inclinó sobre la mesa, puso su mano derecha sobre la izquierda de Olvido y la apretó con suavidad—. Yo seguiré agarrándome a cada momento mientras pueda. Y tú eres ahora mi momento. Créeme.
Yeini tomó el bolso grandote de cuero negro de la silla donde descansaba y comenzó a vaciar su contenido sobre la mesita redonda del café. Salieron un pañuelo, unas gafas de sol, un libro con la cubierta muy ajada, la pluma de un pájaro, otro pañuelo, una barra de labios, un puñado de hojas secas, un...
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Javier Valenzuela
Hijo y ahijado de periodistas, se crió en un diario granadino sito en la calle Oficios. Empezó a publicar en Ajoblanco y Diario de Valencia. Trabajó en El País durante 30 años, como corresponsal en Beirut, Rabat, París y Washington, director adjunto y otras cosas. Fue director General de Comunicación Internacional entre 2004 y 2006. Fundó la revista tintaLibre. Doce libros publicados: tres novelas negras y nueve obras periodísticas. Su cura de humildad es releer “¡Noticia bomba!”, de Evelyn Waugh.
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