Reportaje
“Aquí no hay sitio para todos”
El triunfo del Brexit y el miedo al inmigrante abren camino a políticos sin escrúpulos ante una izquierda desdibujada
Álvaro Guzmán Bastida Londres (Enviado especial) , 29/06/2016
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“¡Espero recuperar mi vida!” gritaba, puño en alto, mentón desencajado, Laura Stephens al salir del colegio electoral en Harold Wood, un barrio trabajador del distrito de Havering, al noreste del Londres. Stephens respondía así a Laura Lee Greenhalgh, voluntaria de la campaña Leave.Eu, que le ofrecía un folleto ‘informativo’. Por un lado, el impreso retrataba a David Cameron con nariz de Pinocho. Por el otro, prometía recuperar la soberanía del Parlamento de Westminster, retomar el control de las fronteras, acabar con la inmigración masiva y reducir el precio de los alimentos. Casi nada.
Bajo una lluvia torrencial, Greenhalgh apuraba las últimas horas para repartir folletos a favor del ‘Brexit’. Stephens, pensionista, de 69 años, tenía muy claro el porqué de su apoyo: “Hay que devolver el ‘Grande’ a Gran Bretaña”, decía. “Nos han robado el país. Cuando yo era joven, aquí nos conocíamos todos: dejábamos la puerta de casa abierta por la noche, y sabíamos que con un trabajo nos llegaba para vivir bien. Ahora dos sueldos no alcanzan ni para comer uno”.
Construido en torno a la vía del tren, Havering es el barrio más euroescéptico del Reino Unido. El jueves, 7 de cada diez de sus habitantes apoyaron la salida del país de la UE. En Havering abundan las viviendas unifamiliares de ladrillo rojo, amontonadas entre sí e intercaladas entre pubs y pequeños negocios familiares. El paro ronda el 6% y la tasa de criminalidad es una de las más bajas del país. Pero si algo caracteriza a Havering es su homogeneidad: es el trigésimo barrio con menos diversidad étnica, con un 87% de blancos nacidos en el Reino Unido. Entre ellos se encuentra Stephens que, sin embargo, asegura sentirse “asediada” por la inmigración. “No hay sitio para todos”, señala. “Los colegios están llenos, mi hijo no tiene sitio en las viviendas de protección oficial. Estamos hartos”.
Entre los 17 millones de británicos que apoyaron el ‘Brexit’ en el referéndum del jueves abundan los mayores de 65, pero también los desposeídos: la inmensa mayoría de los parados y quienes trabajan menos horas de las que les gustaría, así como quienes creen que el futuro será peor para sus hijos optaron por la salida de la UE.
“Lo que ha favorecido el avance del ‘Brexit’ es la manera en la que la los responsables de la campaña han ligado el referéndum a la inmigración”, señala Daniel Trilling, editor de la revista New Humanist y autor de Bloody Nasty People: The Rise of Britain’s Far Right. “Esto a su vez lo ha unido con la desafección de comunidades de clase trabajadora que llevan 30 años golpeadas por el neoliberalismo, para las que la inmigración se ha convertido en el imán que absorbe quejas diversas”, añade.
Remontémonos a enero de 2013. Mediado su primer mandato, Cameron buscaba parapetar su mayoría ante un UKIP que amenazaba la supremacía Tory al robarle votos en circunscripciones clave. Para ello, anunció un referéndum sobre la pertenencia del Reino Unido en la UE. Cameron decidió estirar los plazos: no hubiera resultado prudente llevar a cabo el referéndum en medio de un proceso de recortes masivos, y con la ‘cuestión escocesa’ en plena ebullición. Mientras lidiaba con ambos procesos, Cameron prometió un ‘nuevo acuerdo’ con Europa. Empujado por la retórica del UKIP, solo fue capaz de concretar un asunto sobre el que vertebraría dicho acuerdo: la reducción del flujo migratorio a no más de 30.000 personas al año.
En 2015, tras lograr una inesperada mayoría absoluta, Cameron decidió encarar el referéndum sobre el ‘Brexit’. Pero durante todo este tiempo, y mientras peleaba en otros frentes, sus promesas sobre la inmigración daban aire al UKIP y al ala más conservadora y de su partido. Coincidiendo con la crisis en la Europa del Este y del Sur, la cifra de inmigrantes no hizo más que ascender, hasta superar en 2015 las 300.000 personas, diez veces más de lo prometido por Cameron.
A finales de febrero, con el referéndum a la vuelta de la esquina, Cameron regresó de Bruselas con un acuerdo descafeinado y sin ninguna concesión en lo relativo a la libre circulación de personas. El primer ministro sembraba su propio camino al referéndum de minas. La misma semana en la que volvió de Bruselas, al césar Cameron le surgieron sus dos brutos particulares: su secretario de Estado de Justicia, Michael Gove, y el alcalde saliente de Londres, Boris Johnson, apoyaban públicamente el ‘Brexit’. En pocas semanas, casi la mitad de los parlamentarios ‘tories’ se significaban del lado de Johnson y Gove. Era un desafío en toda regla.
Con todo, la campaña del ‘Remain’ partía con una cómoda ventaja sobre el ‘Leave’ en las encuestas. Y no le faltaban pesos pesados con los que contrarrestar la rebelión ‘Tory’: Cameron sacó a desfilar a John Mayor, Tony Blair, Gordon Brown, el gobernador del Banco de Inglaterra, Christine Lagarde, Barack Obama. Uno tras otro, cantaron las alabanzas del ‘Remain’, advirtiendo del peligro de una salida de la Unión Europea. Pero el ‘Leave’ contaba con un arma que hizo volverse al arsenal de expertos e instituciones contra Cameron y su ‘Remain’: la emoción política, canalizada en forma de pulsión movilizadora contra el ‘establishment’.
Cuando Alexandru Iliescu se mudó a Romford, la ciudad más importante de Havering, sabía que se metía en la boca del lobo: “Me advirtieron que no iba a ser precisamente bienvenido”, cuenta el rumano, de 45 años, padre de tres adolescentes. Licenciado en Historia y antiguo periodista, Iliescu lleva dos años en el Reino Unido. Tiene un pequeño monovolumen que paga a plazos y que es además su herramienta de trabajo. Lo que gana como chófer privado de la empresa Uber le alcanza, con apuros, para pagar el alquiler de una casita en Havering, a escasos ocho kilómetros de donde vive Laura Lee Greenhalgh, la voluntaria de Leave.EU.
Después de deshacer las cajas de la mudanza, Iliescu salió a presentarse a los vecinos. Tras abrirse paso entre banderas con la Cruz de San Jorge, y algún que otro poster de ‘Britain First’, fue tocando, una por una, las puertas. “Les dije: ‘Hola, soy Alex, soy rumano. Vamos a ser vecinos.’, cuenta. “No se lo podían creer. La mayoría nunca había hablado con un rumano”.
Las zonas más euroescépticas son las más preocupadas por la inmigración, pero tienden a ser también en las que menos inmigrantes viven. Esta paradoja, apunta Chris Hanretty, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de East Anglia, se explica por lo que los sociólogos denominan la hipótesis del contacto. “Si uno ve inmigrantes o trabaja con ellos de manera habitual, los termina conociendo y piensa: ‘Bueno, no están tan mal’, apunta Hanretty. “Pero si nunca has conocido a uno de ellos, te crees cualquier barbaridad”.
Battersea es un buen ejemplo de mismo fenómeno visto al revés. Situado a solo treinta kilómetros de Havering, ambos barrios están, socialmente, a un universo de distancia. Battersea es uno de los barrios más jóvenes, cosmopolitas y proeuropeos del Reino Unido. Allí vive Rosie Oldham, de 27 años, que trabaja en una ONG ecologista. Pelirroja, de hombros caídos y sonrisa tímida, Oldham se muestra horrorizada ante la deriva intolerante que ha tomado la política en su país a raíz del referéndum. “Me asusta mucho: creo que los medios tienen una responsabilidad enorme. No se puede jugar así con los sentimientos y el miedo de la gente”.
No tan rápido, dice Robert Ford, profesor de Ciencia Política en la Universidad de Manchester y autor del libro Revolt on the Right: Explaining the Support for the Radical Right in Britain (Revuelta en la Derecha: Explicando el Apoyo de la Derecha Radical en Gran Bretaña). Ford apunta al euroescepticismo, muy extendido entre el electorado británico, como clave.
“El Partido Conservador lleva 35 años dividido sobre si esta relación con Europa es una buena idea”. En la última década, la ansiedad del electorado sobre la inmigración ha ahondado en esa división, explica. Pero, más allá de la inmigración, Ford señala una reacción contra las élites como la clave del proceso actual. “Hay un claro descontento. Es un movimiento de base, lleno de activistas convencidos, y negarlo es no querer ver la realidad”.
Laura Lee Greenhalgh personifica muchas de las contradicciones entre el del centro del Londres cosmopolita y liberal, y el vigor reaccionario de Havering. La treintañera, nacida en el Norte de Inglaterra, vive con un pie en cada uno de esos dos universos. Greenhalgh trabaja como profesora de danza en el centro de Londres. Gran parte de sus alumnos son europeos y sus compañeros de trabajo, enfervorizados europeístas sin excepción. Quienes la rodean a menudo dan por hecho que ella también lo es. Nada más lejos de la realidad: la campaña del ‘Brexit’ ha terminado de alejarle de ese mundo. Greenhalgh, que hasta 2015 había apoyado a los laboristas, sufrió una conversión al conservadurismo radical con la estrepitosa derrota del ala liberal del partido en las últimas elecciones. “Aquello me hizo despertar”, cuenta.
Dejó de leer The Guardian y de asistir a charlas feministas y mítines contra el cambio climático. Poco después se mudó a Havering. Llevaba 17 años en Londres, y era su decimoséptima mudanza. La ciudad era demasiado cara para ella. Para Greenhalgh, casada con un chino, fue el momento de “perder la vergüenza” por ser británica. “Hasta entonces, sentía que tenía que agachar la cabeza por nuestro pasado imperial, que ser británica o, peor, inglesa, suponía una cierta inferioridad, y que nuestro papel en el mundo era el de ignorantes belicistas e imperialistas. La ‘Englishness’ (el carácter de lo inglés) era una enfermedad, y Europa ofrecía nuestra única cura. Me quité un gran peso de encima”.
Cuando se convocó el referéndum, con su conversión casi completa, Greenhalgh se ofreció como voluntaria para liderar un grupo local de apoyo al ‘Brexit’. El jueves, agotada tras meses de campaña después del trabajo y del atasco diario que le separa del centro de Londres, se quedó dormida esperando los resultados.
Aunque la actitud con respecto la inmigración es clave, hay otra manera de interpretar el resultado del jueves. Quienes votaron ‘Brexit’ rechazan de plano no solo el multiculturalismo, sino también el liberalismo social, el feminismo, el movimiento ecologista, la globalización o incluso Internet, que consideran males sociales.
Decía el Financial Times el sábado que la campaña del Brexit la habían ganado las dos Bs: ‘Boris and Borders’. Sobre las segundas –las fronteras— bastante se ha escrito ya. Cabe añadir el nivel tóxico de manipulación que se ha hecho sobre la supuesta anexión inminente de Turquía a la UE. Para muchos, como Brian Jones, taxista del barrio de Epsom, al suroeste de Londres, fue el elemento decisivo a la hora de decidir su voto el jueves. “Lo dudé mucho”, cuenta el londinense fortachón. “Mi hija y mi hermano viven en España, y sé que esto puede perjudicarles, pero, cuando entre Turquía, ¿cuántos son? 50, 60 millones, ¿dónde van a ir? ¡No podemos recibir a 60 millones de turcos!”
La otra B de la ecuación es, cómo no, la de Boris Johnson. El extravagante exalcalde de Londres se ha erigido en aglutinador del descontento para con las élites. Que sea Johnson, nacido en el Upper East Side de Nueva York y educado en Eton College, el epítome del elitismo, quien encarne el hartazgo de unas masas cansadas de que no se les escuche tiene tanta lógica como que un millonario de cuna, maestro del pufo inmobiliario como Donald Trump se haga representante de la ‘middle America’ empobrecida. Pero el caso es que lo ha conseguido. Una mezcla de telegenia, supuesta espontaneidad, brillantez oratoria y oportunismo político lo convierten en irresistible para el pueblo británico. Al menos hasta el viernes por la mañana.
Johnson, que se subió al carro del euroescepticismo hace bien poco, ha sido la cara amable de una campaña bien coordinada con Nigel Farage. El líder del UKIP, con sus ojos de sapo y su proverbial desfachatez, hacía el trabajo sucio desde el Leave.EU, sembrando el debate de referencias envenenadas a la inmigración, y Johnson recogía los frutos con un mensaje vago, y en positivo, sobre recuperación de soberanía, aderezado con alguna que otra falacia sobre Turquía o la necesidad del aumento de salarios “para los trabajadores británicos”.
El viernes, tras una victoria que pocos esperaban, tocaba plegar velas. Farage, que había hecho bandera de un supuesto superávit ‘de independencia’ de 350 millones de libras para financiar el maltrecho Servicio Nacional de Salud, se desdijo de tamaña promesa. Casi al unísono, un Johnson en todos los focos como candidato mejor situado para suceder al dimitido Cameron comparecía con cara de no haber roto un plato. “Es hora de quitarle impulso a quienes tratan de hacer política con la inmigración”, declaró después de agradecer a Cameron los servicios prestados.
“Demasiado tarde”, mascullaron a The Guardian rivales ‘tories’ despechados con Johnson por haber hecho, precisamente, campaña con la inmigración.
La coalición que ha liderado el ‘Brexit’ tiene en su base a los británicos excluidos por la economía neoliberal. Pero la lideran, además de los xenófobos, ideólogos de la ensoñación de una supuesta grandeza imperial que dejó de ser y la desregulación rayana en las teorías libertarias de derecha. Nadie aúna ambas facciones como Robert Oulds, historiador militar y director del Bruges Group, think tank euroescéptico fundado por seguidores de Margaret Thatcher, y germen de las políticas contrarias a la UE en la derecha británica. “No es algo nuevo”, señala. “En el Reino Unido, muy poca gente apoya la idea de la Unión Europea. Pero iría más lejos: poca gente la apoya ya en el resto de Europa, por eso cada vez que hay un referéndum, la opción del apoyo a la UE fracasa. Es un modelo fallido. Como todas las dictaduras, propone seguridad y prosperidad a cambio de que se abandonen las libertades políticas. Pues bien: hemos cedido libertad política y no hay ni seguridad ni prosperidad”.
En su visión para el Reino Unido post Brexit, Oulds imagina una apertura de mercados que generará riqueza para toda Gran Bretaña.
“Esperamos restaurar el control sobre nuestras propias políticas y eliminar regulaciones y trabas burocráticas. Vamos a ser autónomos, a relacionarnos directamente con el mundo entero, no solo con 27 países. Eso nos va a hacer más ricos”.
Christian Odendahl, economista del Centro para la Reforma Europea, no puede estar más en desacuerdo. Ha estudiado los posibles efectos del ‘Brexit’ en la economía y ronostica tiempos de gran incertidumbre, y una posible recesión. “Se van a resentir la inversión y el consumo, y se va a depreciar la libra”, señala, añadiendo que los jóvenes serán los más afectados. “Sus trabajos son más precarios, y además los efectos del desempleo en los jóvenes tienen consecuencias mucho más duraderas”.
Oulds viajó en tren a Manchester la noche del jueves para conocer el resultado de primera mano tras meses de intensa campaña en las calles de Londres. No le sorprendió que fueran los distritos trabajadores y los antiguos feudos mineros de laborismo quienes dieran la victoria al ‘Leave’. “Es la gente corriente la que mejor entiende el lenguaje de la recuperación del control nacional en las decisiones políticas”, apunta. “Es algo mucho más sencillo que los supuestos beneficios de pertenecer a una organización supranacional”.
Para Roel Konijnendijk esos beneficios son mucho más que supuestos. El espigado holandés, doctor en Historia e investigador de la Universidad de Londres, lleva siete años en el Reino Unido, donde vive con su novia japonesa. “Es una vergüenza que no podamos votar”, señala sobre los tres millones de ciudadanos de la UE que viven en el Reino Unido sin tener pasaporte británico. “Nuestras vidas también están en juego”. El miércoles, horas antes de la votación, repartía pegatinas con el lema ‘I’m In’ (‘Estoy dentro’) y los colores de la bandera británica, junto a la estación de Kings Cross, cerca de su apartamento. “En mi caso, la mayoría no sabe que soy inmigrante, y tengo un buen trabajo y ciertos privilegios”, añade, “pero los de otros países, sobre todo los rumanos y polacos, más claramente identificables por su aspecto y sus trabajos, están cada vez más acorralados”.
Cuando despertó para conocer los resultados del referéndum, Laura Lee Greenhalgh apenas pudo contener la emoción. “Tuve una sensación de dignidad increíble”, señala. “El orden establecido se había vuelto boca abajo, no solo en nuestra relación con la UE, sino en la cuestión de quién habla en nombre de todos los demás en este país”.
Eran las 7 de la mañana y la victoria del ‘Leave’ era ya clara y rotunda. No muy lejos de casa de Greenhalgh, Alexandru Iliescu escuchaba apesadumbrado el análisis de los resultados en la BBC. A su llegada a casa, en Romford, justo antes de doblar la esquina, se encontró con una pancarta que decía: ‘STOP IMMIGRATION. START REPATRIATION’. (PAREN LA INMIGRACIÓN, COMIENCEN LA REPATRIACIÓN).
“A mí me da igual”, señala. “Una vez que te han obligado a irte de tu país, puedes encontrar otro. Buscaré un clima mejor: le pediré a mi hijo que me traiga un libro de español o de italiano del colegio y me pondré a estudiar”, dice en perfecto inglés. Tras una pausa, añade. “Pero, ¿sabes qué? Son unos hipócritas: tan aficionados a su historia, tanto que les gusta hablar de ella y lo orgullosos que están, se les olvida que colonizaron todo el mundo, y ahora se quejan de la supuesta ‘invasión’ de los que venimos aquí a llevarles a casa borrachos, a limpiarles el baño o a construir sus casas”.
“¡Espero recuperar mi vida!” gritaba, puño en alto, mentón desencajado, Laura Stephens al salir del colegio electoral en Harold Wood, un barrio trabajador del distrito de Havering, al noreste del Londres. Stephens respondía así a Laura Lee Greenhalgh, voluntaria de la campaña Leave.Eu, que le ofrecía un...
Autor >
Álvaro Guzmán Bastida
Nacido en Pamplona en plenos Sanfermines, ha vivido en Barcelona, Londres, Misuri, Carolina del Norte, Macondo, Buenos Aires y, ahora, Nueva York. Dicen que estudió dos másteres, de Periodismo y Política, en Columbia, que trabajó en Al Jazeera, y que tiene los pies planos. Escribe sobre política, economía, cultura y movimientos sociales, pero en realidad, solo le importa el resultado de Osasuna el domingo.
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