Análisis
Brexit también es la decadencia de la UE
Pablo García Bruselas , 24/06/2016
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Los diplomáticos y los periodistas querían largarse cuanto antes a casa de la megasala del Consejo Europeo habilitada para las grandes ocasiones, léase grandes crisis. “Ya está todo pactado” o “esto va a durar poco” fueron dos de las certezas que más escuché la noche del pasado 19 de febrero en Bruselas, cuando el equipo negociador de la UE concedió a David Cameron retirar beneficios laborales (in-work benefits) y las ayudas por hijo (child benefits) que reciben los ciudadanos de la UE residentes en el Reino Unido.
Fue un viernes patético en el que una camarilla comandada por un funcionario británico de la Comisión Europea de nombre Jonathan Faull decidió mantener íntegra la arquitectura comunitaria discriminando a 450 millones de no británicos, especialmente a los alrededor de tres millones de inmigrantes de la UE que viven en Reino Unido, como los muchos españoles que friegan platos y limpian habitaciones de hotel. Cuatro meses después de la genuflexión, el Brexit. Pa’ lo que te va a durar, que diría el compositor Celedonio Flores a Jean-Claude Juncker, Angela Merkel y Donald Tusk.
Tiene que haber algo más aparte de una generación de viejos ingleses decidiendo por jóvenes con-toda-la-vida-por-delante, aparte de Nigel Farage y aparte de ese estereotipo de paleto inglés de Rochdale, Bolton o Blackburn que venden los medios tras la sorprendente victoria del Leave. Las mismas cabeceras que daban una tranquilizadora ventaja al Remain horas antes al inicio del recuento y que ahora claman venganza.
En este medio Andy Robinson, durante su periplo por el Noroeste del país, describe “una clase trabajadora en busca de una excusa –cualquiera– para reventar el sistema tras años de descensos salariales y aumento de la inmigración”. No por nada ha llegado a la cabeza del Partido Laborista una figura del ala radical tan comprometida como Jeremy Corbyn. Treinta y seis años de neoliberalismo ThatcherBlairCameroniano han dejado una opinión pública que pide renacionalizar los ferrocarriles y a veces hasta volver al espíritu socialista inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial, según todas las encuestas publicadas. Y que vota por el Brexit. ¿Por qué?
“Porque el falso debate se constriñe dentro de estrechos parámetros”, advertía Youssef El Gingihy en un lúcido artículo en The Independent el mismo día del referendo a vida o muerte. “Por ejemplo, rara vez oirás mencionar las amenazas del tratado transatlántico TTIP que acechan a nuestro sistema de salud NHS, ni tampoco la imposición antidemocrática de austeridad a Grecia y al Sur de Europa por la Troika, la Comisión y el BCE”. “Elegir entre el BCE y la City no parece una opción”, sentencia Gingihy.
Vista la tesitura, no sorprende tanto que una mayoría se haya inclinado por votar muerte, en un acto de violencia autoinfligida que recuerda al ascenso del Front National francés aupado por electores que otrora se hubieran decantado por el Partido Comunista.
Hay que volver al Consejo Europeo del 19 de febrero en Bruselas: la sensación imperante era que las instituciones europeas estaban dispuestas a interpretar cualquier música con tal de amansar a la fiera, que no era desde luego el premier David Cameron sino una bola que no dejaba de rodar.
La mera negociación reflejaba un problema de fondo. ¿A santo de qué se aborda una pérdida de derechos para millones de comunitarios que viven en el Reino Unido, un país cuya contribución al presupuesto europeo se veía reducida por el cheque británico y donde la importancia de la City londinense ha impedido que los 28 --dentro de poco 27-- se doten de un parachoques financiero similar al que ha impuesto Barack Obama al sector bancario de EEUU?
Difícil olvidar lo que ocurrió hoy hace casi un año en el mismo escenario en que se cocinó el Brexit, el edificio Justus Lipsius de la Rue de la Loi bruselense: tras el referendo democrático convocado in extremis por Alexis Tsipras ante el escenario dantesco de tirar por la borda todo el programa de Syriza --lo que finalmente ocurrió--, la Troika humilló cruelmente a Grecia con doble receta de privatizaciones y recortes. Ahora el partido nazi Amanecer Dorado toca a la puerta de la sede del Gobierno en la Plaza Sintagma de Atenas.
En aquella terrible primera mitad de julio de 2015, David Cameron realizó alguna tímida llamada a la reestructuración de la deuda griega, pero sus palabras fueron ahogadas por la fulminante mirada de la canciller Angela Merkel. Cameron, para nada un euroescéptico, había apelado en enero de 2013 a la convocatoria de un nuevo referendo sobre la permanencia del Reino Unido en la UE, previa renegociación del statu quo británico: su silencio con Grecia fue comprado con la apertura de negociaciones sobre el Brexit ocho meses después. Pero muchos de sus conciudadanos, abúlicos ante el aplastamiento heleno, habían tomado nota y el eurófobo Nigel Farage animó a Tsipras desde su escaño del Parlamento Europeo en plena tormenta a abandonar el barco.
En marzo pasado el Justus Lipsius volvió a vestirse de gala: en esta ocasión tocaba otro deplorable acuerdo para deportar refugiados de Grecia a Turquía y seleccionar a posteriori a sirios uno por uno. Aunque Gran Bretaña está fuera de la Zona Schengen, las costuras del espacio de libre circulación empezaron a romperse en septiembre de 2015 por las pulsiones xenófobas de los gobernantes de Europa Central y Oriental. Afloraron los nombres de Calais o Idomeni y hubo una sucesión de espectaculares atentados terroristas que reforzaron la sensación de aislamiento de un país que mantiene un control efectivo de sus fronteras. El pacto con alguien tan autoritario como Erdogan hizo el resto.
Obviamente, no faltan las exageraciones de la prensa basura británica. Pero si miramos con las gafas correctas el tramposo referendo, la decadencia de la UE estalla en la cara.
Los diplomáticos y los periodistas querían largarse cuanto antes a casa de la megasala del Consejo Europeo habilitada para las grandes ocasiones, léase grandes crisis. “Ya está todo pactado” o “esto va a durar poco” fueron dos de las certezas que más escuché la noche del pasado 19 de febrero en...
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Pablo García
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