Lecciones españolas: la izquierda norteamericana busca modelos
¿Hasta qué punto las experiencias políticas son intercambiables o transferibles? Municipalismos, feminismos y luchas raciales, algunos de los elementos fundamentales, y divergentes, que centran el debate
Sebastiaan Faber Michigan , 19/10/2016
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“Llegué a la conciencia política en España. Cuando estaba en el primer año de carrera, decidí salir al extranjero para escapar de la violencia policial que lo impregnaba todo en Nueva York en los noventa. Yo tenía 16 años cuando el joven afroamericano Amadou Diallo murió abatido por la policía con 41 balas en el cuerpo. Poco antes, la misma policía había sodomizado a Abner Louima, avisándole de que había llegado ‘la hora del alcalde Giuliani’. En mi recuerdo, toda mi comunidad estaba bajo ataque, asediada de forma permanente por las fuerzas de seguridad. Ahora bien, al llegar a Burgos, en el año 2000, me topé con otras historias violentas: la del régimen franquista y la historia colonial del Imperio español. El saqueo de Latinoamérica y del Caribe lo vi plasmado, por ejemplo, en las catedrales”.
Habla el profesor de Filosofía Política Tacuma Peters en un encuentro en la Universidad Estatal de Michigan, cuya sede se encuentra en una ciudad con resonancias históricas en la lucha por los derechos civiles, Lansing. Allí se crió Malcolm X. Tema de discusión: los movimientos políticos progresistas en España y Estados Unidos. Por un lado, el 15M, la PAH, Podemos, las Mareas y las confluencias; por otro, Occupy Wall Street, Black Lives Matter (BLM), la campaña de Bernie Sanders y la protesta de las tribus indígenas de Dakota contra la construcción de un oleoducto sobre su territorio. ¿Cabe verlos en el mismo marco? ¿Qué pueden enseñarse mutuamente la izquierda española y la norteamericana? ¿Hasta qué punto las experiencias políticas son intercambiables o transferibles? ¿Qué se ve al observar Estados Unidos por un lente español y viceversa?
Lo que me llamó la atención en España fue la fuerza del movimiento feminista y la enorme atención que se presta a cuestiones de género
“A los estadounidenses nos cuesta mucho reconocer que es posible aprender de otros países y continentes porque sigue muy vigente el mito de que este es el mejor país del mundo”, dice Erica Sagrans, periodista y organizadora del Partido Demócrata que lideró la campaña para convencer a la senadora Elizabeth Warren de que se presentara a la presidencia. En mayo de 2015, Sagrans viajó a España con una delegación de activistas para ver hasta qué punto las experiencias españolas son aprovechables en el contexto norteamericano. “Conectamos con la PAH y las confluencias”, dice. “Y nos quedamos muy impresionados”. Sin embargo, Sagrans no pudo por menos que notar diferencias y lagunas. “Lo que me llamó la atención en España fue la fuerza del movimiento feminista y la enorme atención que se presta a cuestiones de género. Al mismo tiempo, nos sorprendimos de que los activistas españoles casi no se plantearan el tema racial. No parecían muy enterados de lo que ocurría aquí en torno a Black Lives Matter. El movimiento progresista que estamos intentando construir en Estados Unidos es necesariamente más diverso. Esto crea sus propios desafíos y dinámicas”.
Si en Estados Unidos es del todo imposible desvincular raza y política, explica Peters, es en gran parte gracias a la presencia de Black Lives Matter: “Como sabemos, BLM es un movimiento que combate todas las formas en que las vidas negras han estado sujetas al saqueo de parte del capitalismo, sometidas a la violencia estatal y al odio y al desdén del público norteamericano. BLM siempre ha mantenido que los asesinatos de personas negras por las fuerzas de seguridad —o por otros que creen tener el derecho de tomar vidas negras— forman parte de una cadena más extensa de injusticias que incluye los sistemas educativo, sanitario, judicial y económico, y que el público estadounidense no ha querido reconocer”. Uno de los méritos del movimiento, dice Peters, ha sido su énfasis en lo estructural del problema: “Mantienen que estas injusticias son el resultado del colonialismo, de la esclavitud y de la acumulación de capital. De la misma manera, cabe decir que la imposición del oleoducto en Dakota es parte de una cadena que comienza con la llegada de Colón al Caribe. Son historias globales en las que la noción de raza ocupa un lugar central”.
¿La indignación no radicaba en la conciencia de que iban a seguir siendo el Sur, una especie de colonia del Norte europeo?
La relativa falta de conciencia entre la izquierda española de lo racial como problema —se pregunta Peters— ¿simplemente responde al hecho de la española es una sociedad más homogénea, o apunta a otra cosa? Y aventura una hipótesis: “¿Es posible que la indignación del 15M escondiera una dimensión racial o étnica? ¿Los españoles acaso no creían que por fin iban a entrar a Europa, abandonando la periferia del Sur para aprovechar los beneficios del centro, cuando de repente se les birló esa oportunidad? ¿La indignación no radicaba en la conciencia de que iban a seguir siendo el Sur, una especie de colonia del Norte europeo? ¿Cuánto de racial hay en todo esto? ¿Hasta qué punto los estereotipos de los españoles y los griegos como personas perezosas, irresponsables, que ayudaron a enmarcar el impacto de la crisis económica en Europa, forman parte de códigos raciales?”
La indignación —recuerda Peters— es también el sentimiento que predomina en los mítines multitudinarios de Donald Trump. “La frustración que nutre su movimiento claramente nace de una sensación de promesas rotas”, dice. “Sus seguidores blancos se sienten traicionados porque creen que el sistema tendría que haberles beneficiado. Volviendo a España, me pregunto entonces: ¿Hasta qué punto la indignación de los españoles se nutre, a su vez, de una sensación muy similar de promesas rotas, en particular la promesa de disfrutar los beneficios del Norte colonizador?”. Se complica la idea de la solidaridad internacional: “Si este es el marco, ¿qué posibilidad hay de que estos indignados, que exigen que se cumplan las promesas hechas, se alíen de verdad con otros, los marginados desde siempre, a los que nunca se les hizo promesa alguna?”.
Me impresiona lo que se ha podido hacer en España a nivel municipal. En Estados Unidos la gente no suele votar en las elecciones locales
“Por más periféricos que puedan ser los españoles en Europa, siguen ocupando una posición bastante más privilegiada que los marginados en otras partes, incluidas las poblaciones de color en Estados Unidos”, afirma Lex Adams, una estudiante de Derecho en la Universidad de Michigan y activista de Black Lives Matter. “Por otro lado, me consta que en España los diferentes movimientos han logrado juntar fuerzas y entrar a la política de una forma que me parece mucho más difícil que ocurra en Estados Unidos”. También a Adams las confluencias españolas le inspiran admiración. “Me impresiona lo que se ha podido hacer en España a nivel municipal. Aquí en Estados Unidos, la gente no suele votar en las elecciones locales porque no les importan. Para mí, la pregunta central es esta: ¿qué se puede hacer para que los diferentes movimientos de protesta en EEUU construyan un movimiento político en Estados Unidos que sea igual de, o más, poderoso que el que se ha construido en España?”. “¿Y cómo se pueden forjar alianzas con los movimientos en otros países?”, agrega Scott Boehm, hispanista en Michigan y organizador del encuentro.
Para Peters, el filósofo, la respuesta es clara: hay que empezar por reconocer las estructuras de poder que subyacen a las diferentes luchas. “Existen profundas conexiones entre las comunidades que se enfrentan a un Estado violento o a grandes multinacionales o a instituciones transnacionales como el Fondo Monetario Internacional”, dice. “Y por fortuna, se empiezan a reconocer. Que BLM se haya aliado con los indígenas en Dakota no es baladí. Tampoco lo fue la concientización de Bernie Sanders ante la desigualdad racial”.
Fue precisamente el gran entusiasmo de esos jóvenes, blancos, progresistas e ingenuos, el que inspiró desconfianza en el electorado negro
Y sin embargo, que Sanders no lograra hacerse con la nominación demócrata se debió en parte a su falta de apoyo entre los afroamericanos. A Peters no le sorprende. “Se le asociaba con un grupo de jóvenes y estudiantes, mayoritariamente blancos, que, nos parecía a muchos, acababan de descubrir que el mundo no es justo. Esos chicos no son necesariamente los aliados más idóneos para un movimiento como BLM; simplemente no es de esperar que se mantengan en la lucha una vez que consigan los trabajos a los que creen tener derecho. Paradójicamente” —agrega, riéndose— “tengo la impresión que fue precisamente el gran entusiasmo de esos jóvenes, blancos, progresistas e ingenuos, el que inspiró desconfianza en el electorado negro”.
Sanders, como senador del Estado de Vermont, es independiente: ni demócrata ni republicano. Que se viera obligado a presentarse a la presidencia como candidato del Partido Demócrata no es casual. El sistema político norteamericano, cerradísimo y bipartidista hasta la médula, ofrece pocas aperturas alternativas. De allí también el interés por España. “A pesar de todas sus limitaciones, Podemos ha logrado desestabilizar el bipartidismo en España”, dice Boehm. “Desde luego es un reto muchísimo mayor aquí en Estados Unidos”. “Es una lástima que haya relativamente poco interés en la política a nivel local”, agrega Sagrans. “Porque en realidad no hace falta tanto dinero para organizar una campaña para ser concejal, por ejemplo. En los municipios sí que es posible presentarse sin pertenecer a uno de los dos grandes partidos establecidos. En España me impresionó la enorme creatividad de los movimientos políticos”, continúa. “Se me hace que aquí la gente es más temerosa, más reacia a los experimentos. Y la política está mucho más profesionalizada, con lo que se pierde espontaneidad”.
“No hay que olvidar la influencia de los grandes donantes corporativos”, recuerda Boehm, “sobre todo después de la decisión de la Corte Suprema en Citizens United. Si los propios debates presidenciales son organizados por una corporación que, junto con los dos grandes partidos, decide quién puede y quién no puede participar en ellos. Desde luego no hay interés alguno en los partidos Demócrata o Republicano por hacer las cosas de forma diferente”. ¿Cómo forzar una apertura a la creatividad, la participación y candidaturas alternativas? “Habría que empezar por limitar la extensión de las campañas electorales”, apunta Boehm. “Si los candidatos necesitan tantísimo dinero es porque las campañas son prácticamente interminables. Estas estructuras sólo cambiarán si hay presión desde abajo”.
Pero algo cuece. “Ya hay activistas de Black Lives Matter que se están presentando a alcaldías, en Baltimore por ejemplo”, dice Boehm. “Esto es más significativo de lo que parece, porque se está empezando a romper la división estricta que ha habido durante mucho tiempo en Estados Unidos entre activistas y políticos profesionales. Y también estamos viendo la aparición de nuevas plataformas municipales, parecidas a las confluencias españolas. En última instancia, estas iniciativas serán mucho más efectivas que cualquier campaña presidencial”.
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Sebastiaan Faber
Profesor de Estudios Hispánicos en Oberlin College. Es autor de numerosos libros, el último de ellos 'Exhuming Franco: Spain's second transition'
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