Alternativas a la crisis: por qué la sociedad civil casi siempre tiene razón
Muchas de las críticas que antes eran ignoradas o rechazadas por los gobiernos y los académicos tradicionales, ahora son compartidas por las organizaciones dominantes, los laboratorios de ideas y las agencias del gobierno
Thomas Fazi (Social Europe) 2/11/2016
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En Europa, desde que comenzara la crisis en 2008, se ha producido un intenso debate que cuestiona las prioridades políticas oficiales. Organizaciones de la Sociedad Civil (OSC), sindicatos, laboratorios de ideas y movimientos de base han exigido el fin de la austeridad y la recuperación de una prosperidad colectiva basada en la reforma, o desmantelamiento, de las instituciones de la UE, la reducción de la desigualdad y una Europa más inclusiva, una mayor sostenibilidad medioambiental y alternativas económicas ecológicas que contrarresten el cambio climático.
Se han celebrado varias conferencias en diferentes lugares de Europa en torno a la búsqueda de un Plan B y de posibles alternativas al Eurosistema
Concretamente, con respecto al proyecto europeo, han comenzado a aparecer respuestas alternativas a la crisis. En primer lugar, proponen frenar la integración europea e insisten en la necesidad de recuperar la autoridad política nacional y los procesos normativos nacionales. Un ejemplo son las demandas, por parte de los gobiernos nacionales, de una mayor autonomía fiscal para hacer frente a las reglas presupuestarias europeas, y para llevar a cabo otras “insubordinaciones” que protejan los Estados de bienestar nacionales, las reglas fiscales y las actividades productivas, y que resultan en la petición de una salida progresiva del euro, o Lexit (de Left exit, salida de la izquierda). Entre los partidos que comparten un discurso antieuropeo o crítico con Europa se encuentran Izquierda Unida en España, el Parti de Gauche en Francia, el Partido Comunista Português y otros más pequeños como el Partido Comunista Griego (KKE). Además, se han celebrado varias conferencias en diferentes lugares de Europa en torno a la búsqueda de un Plan B y de posibles alternativas al Eurosistema (la próxima tendrá lugar en Copenhague los días 19 y 20 de noviembre). La victoria del Brexit en el Reino Unido ha hecho que revertir la integración europea se convierta en algo verdaderamente posible y ha desatado una crisis cuyo desenlace es altamente incierto. Esta posición es consecuencia directa del fracaso de las políticas nacionales y europeas que no supieron responder adecuadamente a la crisis y que han hecho que Europa sea más impopular que nunca, como demuestran los sondeos del Eurobarómetro. Por este motivo, diversos intelectuales proeuropeos, como Joseph Stiglitz, Paul de Grauwe y otros, afirman ahora que una reforma progresiva de la zona euro es más improbable que nunca.
En segundo lugar, existe otra opinión que argumenta que la única vía posible de salir adelante es a través de una mayor integración europea que conlleve a la creación de una federación democrática de ciudadanos y que haga frente al federalismo ejecutivo, o autoritarismo, que ejercen actualmente las élites europeas. Entre los integracionistas progresivos existe un consenso relativo sobre la necesidad de que la democracia europea tenga su fundamento, ante todo, en un Parlamento Europeo con poderes reales y una Comisión Europea renovada, cuyo presidente sea elegido por sufragio directo. También se han escuchado voces a favor de la creación de una cámara parlamentaria exclusiva para la Eurozona, integrada por algunos miembros de los parlamentos nacionales.
El tercer argumento democratizador hace referencia a la búsqueda de un nuevo proyecto que vaya más allá del neoliberalismo reinante en Europa, con el argumento de que todos los problemas actuales son el resultado del paradigma neoliberal que han impuesto las instituciones europeas. La democratización de los procesos de toma de decisiones tiene que ir acompañada de una reducción del poder de los organismos financieros y tecnocráticos, incluido el BCE; de límites estrictos a las “puertas giratorias” entre empresas y políticos europeos; de políticas macroeconómicas que dejen atrás la austeridad; de la reducción de la desigualdad; y de una mayor protección de los derechos sociales y de los trabajadores, donde los sindicatos representen un papel protagónico. Este ha sido el método propuesto por un gran número de Organizaciones de la Sociedad Civil, entre los que se encuentran el EuroMemo Group, el Transnational Institute, el Sbilanciamoci! italiano, Les Économistes Atterrés franceses, ATTAC y muchas otras organizaciones del trabajo. Entre los partidos políticos que comparten esta posición están Syriza en Grecia, Podemos en España y el Bloco de Esquerda en Portugal. Recientemente, un nuevo avance en este sentido ha sido la creación del movimiento DiEM25 (Democracia en Europa 2025) por parte de Yanis Varoufakis, que pretende abordar la cuestión de la democracia en una Europa integrada.
En los últimos años, la sociedad civil europea ha generado numerosos análisis y propuestas cuyo alcance y profundidad destacan considerablemente. Un claro ejemplo son las previsiones que realizaron sobre el impacto de la crisis y las políticas europeas de austeridad, que han demostrado ser sorprendentemente ciertas. Si echamos la vista atrás, veremos que las previsiones de académicos críticos con el sistema y OSC de bajo presupuesto, en lo que a las consecuencias (negativas) de numerosas políticas económicas europeas se refiere, fueron mucho más certeras que las previsiones oficiales que realizaron organismos como la Comisión Europea, el BCE o el FMI. En concreto, desde 2010, y en contra de las declaraciones que afirmaban que la austeridad no perjudicaría al crecimiento, sino que lo intensificaría, según dictaban las teorías de contracción fiscal expansiva, diversos académicos y economistas críticos comenzaron a señalar que el resultado sería una recesión total que acabaría con la frágil recuperación iniciada después de la crisis. Precisamente lo que ha acabado sucediendo.
Como resultado, muchas de las críticas que la sociedad civil ha realizado en los últimos años, que antes eran ignoradas o rechazadas por los gobiernos y los académicos tradicionales, ahora son compartidas por las organizaciones dominantes, los laboratorios de ideas y las agencias del gobierno. El reconocimiento más sorprendente vino de la mano del FMI, que terminó por modificar algunas de sus recomendaciones habituales a raíz de las pruebas obtenidas en estudios llevados a cabo por ellos mismos. En un documento que resumía las sugerencias que resultaban de los estudios sobre austeridad fiscal y liberalización de flujos de capital, y cuyo inesperado título era Neoliberalismo: ¿exagerado?, los autores del FMI explicaban que “en cierta manera, parece que se han exagerado los beneficios que podían tener algunas políticas relacionadas directamente con la agenda neoliberal”.
En general es cierto que las propuestas de la sociedad civil no han logrado calar, o lo han hecho con retraso, en los círculos políticos, principalmente europeos
Sin embargo, en general es cierto que las propuestas de la sociedad civil no han logrado calar, o lo han hecho con retraso, en los círculos políticos, principalmente europeos. ¿Por qué? Porque la política europea y nacional está cada vez más alejada de la sociedad y menos dispuesta a tener en cuenta las principales preocupaciones sociales. En lo que respecta a la sociedad civil, cabe decir que el mayor obstáculo a su vitalidad intelectual, y su mayor debilidad, es la fragmentación de sus organizaciones y campañas. Concretamente, la crisis financiera de 2007-2008, y la consiguiente respuesta política, frenaron la europeización de los discursos públicos y la movilización que había caracterizado hasta entonces a los movimientos sociales y a las organizaciones políticas, sobre todo los movimientos antiglobalización y de justicia global de finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI.
Casi todos los países de la UE han compartido la recesión y las medidas de austeridad, sin embargo, la mayoría de las movilizaciones antiausteridad se han producido en un contexto nacional y de manera autónoma, sin que hubiera casi ninguna coordinación o visión transfronteriza. Además, como señalan Mario Pianta, Paolo Gerbaudo, Donatella della Porta y otros, estas protestas se han caracterizado por la creación de “movimientos políticos subterráneos”, como el movimiento de los indignados u Occupy Wall Street, formados por ciudadanos que no se sienten representados por las instituciones políticas existentes, como los partidos o los sindicatos, y cuyo sentimiento reflejan los eslóganes utilizados: “No nos representan”. La larga y profunda depresión económica de Europa, sumada al cada vez más evidente aumento de poder y a la falta de legitimidad de las instituciones tecnocráticas de la UE, han hecho que aumente la división entre los que abogan por una solución transnacional a la crisis, bajo la forma de una reforma progresiva de Europa “desde dentro”, y los que defienden la reversión de la integración europea. En este sentido, el ascenso y la caída de Syriza supusieron un momento decisivo.
Parece que construir un frente común de cambio es cada vez más complicado como consecuencia no solo de las habituales divergencias ideológicas, sino de la constante focalización en campañas que se ocupan de “casos aislados” y de la dificultad de forjar una perspectiva paneuropea. Aun así, ahora más que nunca hace falta lograrlo. Hace poco dirigí un estudio en conjunto con el proyecto ISIGrowth, ¿Cómo cambiar Europa?: propuestas de la sociedad civil para encontrar alternativas políticas que generen crecimiento sostenible y socialmente inclusivo (descargar aquí), que puede ayudar a construir un marco común de acuerdo al ofrecer una visión exhaustiva de las ideas, acciones y propuestas del conjunto de la sociedad civil europea. Demuestra que la gran mayoría de las propuestas políticas y opiniones de la sociedad civil siguen adoptando posturas paneuropeas y siguen compartiendo la ambición de cambiar las políticas europeas en lugar de abandonarlas. Sin embargo, no se puede pretender que esta actitud continúe para siempre. Los sondeos de opinión indican claramente que la confianza de los ciudadanos europeos en las instituciones de la UE ha descendido de manera significativa, sobre todo si la comparamos con los niveles de antes de la crisis. Es probable que el desencanto con Europa, y que el deseo de regresar a preocuparse por su nación y sus prioridades, se extienda también a las organizaciones de la sociedad civil, a menos que las políticas comiencen a dar una respuesta más efectiva a las demandas de la sociedad civil. Y como siempre, el tiempo se está acabando…
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Traducción de Álvaro San José.
Este texto está publicado en Social Europe.
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