OBITUARIO
Carme Chacón, esa amiga
Era una mujer admirable, hizo grandes cosas para el país y para las mujeres, en igualdad y en visibilidad, pero yo me quedo con la mujer que siempre llevaba golosinas para los niños aunque odiaba los dulces
Imma Turbau 11/04/2017
Carme Chacón, en una imagen de archivo.
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No sé cómo empezar un texto así. Supongo que diciendo que la quería. Que lo nuestro no fue un flechazo, sino un largo cortejo que con los años se convirtió en rendición. Carme Chacón era amiga. No era mi amiga, porque lo era de mucha gente más, y porque siempre supo que el amor sólo se multiplica, que tener más amigos es ganar amigos para tus amigos, que compartir es lo que más nos enriquece y que entregarse a fondo es el único modo de entregarse.
Pero sí era mi amiga. No una amiga de la política, una amiga de la vida. Que sabía debatir y escuchar cuando a menudo no estábamos de acuerdo, y que nunca me hizo sentir que su opinión o sus ideas fueran más importantes que las mías, aunque su autoridad en muchísimos temas fuera infinitamente mayor. Pero era mi amiga.
Una amiga como todas las buenas amigas: la que “me heredaba” la ropa de su hijo para los míos, que a veces era de cuarta mano, dependiendo del sobrino del que la hubiese heredado el suyo. La que te manda un meme porque le ha hecho gracia aunque tú no le ves ninguna. La que después de una comida copiosa de domingo en casa se echaba una buena cabezada en el sofá, sí o sí. La forofa del fútbol, la que cuando terminas de cenar se mete en la cocina a fregar los platos antes de que te des cuenta, esa amiga. Esa amiga que todas las afortunadas tenemos.
Es, era, una mujer admirable, todos lo sabemos, hizo grandes cosas para el país y para las mujeres, en igualdad y en visibilidad, era inteligente y generosa, amaba la justicia, todo eso que dicen es cierto. Pero yo me quedo con la mujer que siempre llevaba golosinas para los niños aunque odiaba los dulces, que era alérgica a todo lo que se te pudiera ocurrir y más, que tanto se emocionaba con Paraules d’amor como con La Gozadera, que me regalaba libros de Gioconda Belli y de Elena Ferrante, que coleccionaba arte comprándolo a plazos, que me hablaba igual de su peluquera que de un jefe de Estado, es decir, con el mismo respeto.
Carme era feliz. Su trabajo de abogada le daba la vida, la docencia en la universidad también. Estaba rodeada de gente que la quería, y era muy consciente de ello. No era raro oírle decir lo afortunada que era. Y se fue dormida, como se van los soñadores. Ella sabía muy bien que esto podía pasar cualquier día, y no perdió uno solo.
Echaré de menos a la tecleadora de whatsapps más rápida a este lado del Manzanares, a mi otra catalana en Madrid, a la aguadora de vinos blancos –por vía de echarle un hielo a cada copa--, a la tieta de Esplugues de mis hijos, a los que nunca dejó de hablar en catalán. A la conciliadora, a la luchadora, a la testaruda. Pero no voy a estar triste por ella, porque sé que me daría un capón bien dado. Por perder el tiempo, y por no estar abrazando a alguien.
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Imma Turbau
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