La “superioridad” de la izquierda
4. La superioridad moral de la izquierda
Al liberal le interesa más la eficiencia que la justicia, el conservador otorga prioridad al ‘statu quo’ y el izquierdista exige corregir las diferencias para que todos los seres humanos disfruten de una vida plena y autónoma
Ignacio Sánchez-Cuenca 12/04/2017
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1. Las personas tienen desacuerdos ideológicos irresolubles.
2. La democracia, aun si establece un margen amplio para la deliberación y el acuerdo, apela al voto como mecanismo para tomar decisiones colectivas ante desacuerdos irresolubles.
3. La ideología no es una mera reputación, no es un mecanismo para ahorrar costes de información. La ideología contiene valores y principios que nos permiten formarnos una idea global sobre los asuntos públicos. La ideología es una forma de organizar nuestras opiniones sobre la política.
4. La ideología no viene determinada ni por los genes ni por el interés económico. Es más bien una cuestión de carácter moral.
5. Las diferencias ideológicas proceden de nuestra distinta sensibilidad hacia las injusticias.
6. Las personas de izquierdas tiene una mayor sensibilidad hacia las injusticias que las personas de derechas y por eso desarrollan un sentimiento de superioridad moral.
7. El exceso de moralidad en la política, típico de la izquierda más radical, lleva a intentar realizar la justicia a toda costa, aun si eso supone un coste social enorme.
8. En la derecha, como reacción, se desarrolla un sentimiento contrario, de superioridad intelectual ante cualquier propuesta de un cambio profundo.
9. El mayor idealismo moral de la izquierda explica la frecuencia de sus conflictos internos, de sus rupturas y escisiones.
10. La socialdemocracia como programa de cambio encarna el compromiso más acabado entre moralidad y eficacia políticas. La socialdemocracia entra en crisis cuando desequilibra ese compromiso en detrimento de su compromiso moral con la justicia.
Terminé la anterior entrega indicando que la raíz última de las diferencias ideológicas reside en el sentimiento de injusticia, que es parte de nuestro carácter moral. Las personas con un sentido de la injusticia menos desarrollado acaban recalando en posiciones conservadoras o liberales, mientras que quienes poseen un sentido más acerado de la justicia suelen situarse en posiciones de izquierdas.
Valga el ejemplo clásico de la relación contractual entre empresario y trabajador. El conservador lo entiende como parte del orden natural de las cosas. En las sociedades capitalistas siempre ha habido una división entre empresarios que poseen capital y trabajadores que ofrecen su fuerza de trabajo. Que los trabajadores consigan peores o mejores condiciones salariales depende en todo caso de las circunstancias económicas, no es responsabilidad de nadie y por tanto no debería ser objeto de intervención política. El liberal, por su parte, considera que cualquier transacción voluntaria entre las partes es moralmente legítima y por tanto nada puede objetarse a los contratos que firman empresarios y trabajadores, sean cuales sean las circunstancias económicas. En cambio, el izquierdista alega que el trabajador puede verse forzado a vender su fuerza de trabajo por necesidad. Si el empresario se aprovecha de ello, se produce una relación de explotación económica que perjudica al trabajador. La explotación supone una injusticia que debe corregirse. En última instancia, el origen de la injusticia radica para él en la existencia de la propiedad privada y su desigual distribución: aquellos desprovistos de capital, que no cuentan sino con su fuerza de trabajo, se enfrentan a la coacción económica de quienes sí lo poseen.
El conservador y el liberal son moralmente ciegos ante las desigualdades de partida con las que funciona el capitalismo
El conservador y el liberal son moralmente ciegos ante las desigualdades de partida con las que funciona el capitalismo. No les parecen relevantes dichas desigualdades porque su concepción de la justicia es muy limitada. El conservador se limita a pensar que así es la vida. El liberal, en todo caso, buscará corregir la ineficiencia, en el sentido que por ejemplo estableció Pareto: una situación es óptima cuando nadie puede mejorar sin empeorar la condición de los demás. Con dicho criterio, sin embargo, no se entra a valorar si la distribución inicial de recursos entre las partes era justa o no. El izquierdista, en cambio, comprende que la institución del mercado de trabajo capitalista es intrínsecamente injusta, pues el reparto desigual de los recursos antes de entrar en el mercado es moralmente arbitrario y sin embargo tiene una influencia decisiva en la suerte que corre cada uno en el sistema económico.
El ejemplo de la explotación no es casual, por razones que se entenderán en seguida. La tesis de que las ideologías se pueden ordenar en función de cuán exigente sea su concepción de la justicia pone en una situación incómoda al marxista, cuya teoría sobre la superación del capitalismo se formula sin hacer explícita una teoría de la justicia o, lo que es peor, negando la necesidad y relevancia de esta. En la medida en la que el marxismo ha sido la principal doctrina en el seno de la izquierda, los marxistas considerarán que voy por el camino equivocado al dar tanta importancia a la justicia. Sin querer entrar en polémica, son muchos los autores que han advertido la contradicción evidente en la obra de Marx entre el sentido de indignación moral desde el que impugna el capitalismo y la sublimación cientificista del materialismo histórico y de su teoría sobre el funcionamiento del capitalismo, que prescinde de toda consideración normativa. Esta incoherencia resulta especialmente visible en el caso de la teoría marxista de la explotación económica, pues el concepto mismo de explotación ya remite a una situación injusta, a un abuso de poder. Mientras que en los escritos de juventud de Marx se puede apreciar un nervio moral poderoso, en su madurez queda reprimido en beneficio de una exposición puramente científica sobre los elementos que conducen a la superación del capitalismo por el comunismo. De todo esto se podría hablar largo y tendido, necesitándose para ello otro formato y una cierta complicidad del lector que no puedo dar por supuesta aquí.
Considero, pues, que la traducción del marxismo a una teoría de la justicia (como, por lo demás, han hecho muchos autores, entre los que cabría mencionar a Jon Elster, Gerald Cohen y John Roemer) no es una “herejía” ni un sinsentido. Desde este punto de vista, las diferentes posiciones en el espectro ideológico responden a diferentes sensibilidades en cuanto a la injusticia.
Cuanto más exigente sea nuestra concepción de la injusticia, mayor es la indignación moral que la realidad social nos produce
Cuanto más exigente sea nuestra concepción de la injusticia, mayor es la indignación moral que la realidad social nos produce. Las personas de elevada sensibilidad moral se revuelven contra toda forma de opresión, discriminación y explotación. No aceptan que las cosas no puedan ser de otro modo. En cada época y en cada lugar las injusticias de la política, y las reacciones a las mismas, varían. Puede ser la cuestión del esclavismo en los Estados Unidos a lo largo del siglo XIX, las relaciones de dominio colonial en los siglos XIX y XX, el reparto de poder en el plano internacional, los conflictos entre acreedores y deudores, la desigualdad de ingresos en el seno de la sociedad o entre sociedades, la discriminación de ciertos colectivos (mujeres, minorías sexuales, culturales y religiosas), etcétera, etcétera, etcétera. En toda época ha habido siempre un desacuerdo fundamental en la valoración de hasta qué punto el orden social se ajustaba a una cierta concepción de la justicia.
No sería entonces anacronismo proyectar hacia el pasado, antes de que la distinción se explicitara, las categorías de izquierda y derecha. Pondré un ejemplo muy sencillo. Cuando se produjo la célebre controversia de Valladolid en el siglo XVI sobre la justicia de la conquista de América, chocaron las ideas igualitaristas de Bartolomé de las Casas con las ideas conservadoras de Juan Ginés de Sepúlveda, quien, siendo un humanista aristotélico, consideraba que a los españoles les asistía la razón en la conquista por formar parte de una civilización superior a la de los pueblos indígenas americanos, privados de raciocinio. Para Sepúlveda, la diferencia entre cristianos e indios era natural, estaba dada, y no quedaba más remedio que sacar las consecuencias pertinentes de tal asimetría. De las Casas, en cambio, defendía la capacidad de los indios americanos para gobernarse a sí mismos como hacían los europeos. No me parece forzar en exceso las cosas concluir que De Sepúlveda encarnaba una posición derechista y De las Casas una izquierdista, basada en una concepción igualitarista que rechazaba la discriminación por motivos étnicos.
Si la tesis que estoy defendiendo es correcta, entonces la existencia de ideologías de derecha y de izquierda no es fruto de una contingencia histórica, sino, más bien, un rasgo característico de la existencia misma de la política, pues esta consiste en tomar decisiones colectivas que determinan una cierta realización de la justicia social. Así pues, los análisis que establecen una contingencia histórica en la oposición entre izquierda y derecha estarían profundamente equivocados, puesto que sea cual sea el nivel de desarrollo económico de las sociedades, y sean cuales sean los conflictos distributivos en cada momento, siempre cabrá cuestionar si el orden social cumple nuestros requisitos de justicia o no. Afirmar que el par izquierda / derecha está anticuado, que es cosa vieja, que es poco más que el legado contingente de la Revolución Francesa, me parece profundamente errado, ya que no entiende que la distinción entre la derecha y la izquierda (en sí misma arbitraria, sin duda, pues podría haberse denominado de otras muchas formas) refleja una desacuerdo inevitable y profundo sobre los esquemas de justicia que manejamos en la actividad política.
Afirmar que el par izquierda / derecha está anticuado, que es cosa vieja, que es poco más que el legado contingente de la Revolución Francesa, me parece profundamente errado
Llegados a este punto, tiene pleno sentido que la izquierda desarrolle un sentimiento de superioridad moral. Dicho sentimiento procede del mayor alcance y ambición de su concepción de la justicia frente a la que maneja el liberal o el conservador. Contemplado desde fuera, nos tendríamos que limitar a constatar que las concepciones de la justicia de la izquierda y de la derecha son distintas. Pero una vez que se adoptan las ideas de la izquierda, el izquierdista no puede dejar de pensar que sus ideas son moralmente superiores a las del liberal y el conservador, quienes no prestan atención suficiente a los oprimidos, a los explotados, a los marginados, a los desfavorecidos… en suma, a “los parias de la Tierra”.
Al liberal le interesa más la eficiencia que la justicia, mientras que el conservador otorga cierta prioridad ontológica al statu quo (cree que hay una buena razón para que las cosas sean como son). El liberal, por supuesto, acepta la igualdad formal en lo político, incluyendo la defensa de los derechos humanos como reconocimiento de la dignidad incondicional de la persona, pero no hace causa del reparto desigual que se consagra en la lotería de la vida. El izquierdista considera hipócrita pararse en la igualdad formal y exige corregir las diferencias de partida para que todos los seres humanos, con independencia de su lugar de nacimiento, de su familia de origen y de su talento, puedan disfrutar de una vida plena y autónoma.
Por recurrir a una vieja distinción, el liberal se queda en la libertad negativa, mientras el izquierdista reclama una libertad positiva. No basta que la persona viva libre de interferencias arbitrarias del Estado y la comunidad, es preciso que se garanticen unas condiciones económicas que permitan el ejercicio de la plena autonomía, de la autorrealización humana. En la izquierda late el ideal de la emancipación total del ser humano, que no es sino otra forma de referirse a la capacidad de disfrutar de la libertad en su sentido más profundo.
A continuación examinaré qué consecuencias tiene defender una teoría más exigente de la justicia social. Por el momento, basta con constatar que la izquierda tiene una concepción más potente de la justicia social y por tanto desarrolla, por buenas razones, un sentimiento de superioridad moral frente a conservadores y liberales.
(continuará)
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Autor >
Ignacio Sánchez-Cuenca
Es profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid. Entre sus últimos libros, La desfachatez intelectual (Catarata 2016), La impotencia democrática (Catarata, 2014) y La izquierda, fin de un ciclo (2019).
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