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La “superioridad” de la izquierda

El autor inicia un ensayo por entregas en el que analiza la relación entre ideología, moral y política

Ignacio Sánchez-Cuenca 14/03/2017

<p>Cantina para mujeres en la fábrica de Phoenix Works (Bradford) durante la I Guerra Mundial.</p>

Cantina para mujeres en la fábrica de Phoenix Works (Bradford) durante la I Guerra Mundial.

Flora Lion / Imperial War Museums

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Presentación

¿Se acuerdan de las novelas por entregas, con su irritante “continuará”? Supongo que el equivalente contemporáneo serían las series de televisión, cuyos seguidores esperan ansiosos un nuevo capítulo. En mi caso, me gustaría presentarles un breve ensayo político por entregas. Es una tarea un poco arriesgada, pues me podrían fallar las fuerzas o las ideas a la mitad y dejar inconcluso el escrito. No obstante, al comprometerme con los lectores y con CTXT, me fuerzo a mí mismo a realizar este modesto proyecto. No sé si conseguiré mantener la “intriga” como para que me acompañe el lector a lo largo de todo el recorrido: el ensayo, soy consciente, no pertenece al género de suspense. En cualquier caso, espero introducir una cierta inquietud intelectual, de modo que ya sea porque se esté de acuerdo con mis tesis y se desee comprobar hasta dónde llegan, ya sea porque se esté  en desacuerdo con ellas y se quiera disfrutar de mi desvarío, sean los menos quienes abandonen.

A diferencia de las novelas por entregas, creo que cada una de las partes de este ensayo se podrá leer separadamente, si bien el valor de las mismas reside en su unidad. Para facilitar las cosas, introduciré al principio de cada parte el esquema del argumento y la parte cubierta hasta el momento.

La cuestión titular no es otra que las diferencias ideológicas en asuntos políticos, sus causas y sus consecuencias. Dicho así, puede parecer un tema poco estimulante. Sin embargo, algunas de las tesis que voy a defender creo que pueden suscitar interés. Entre otras cosas, intentaré demostrar que los desacuerdos ideológicos proceden del carácter moral de las personas; más concretamente, dependen del grado de sensibilidad ante la injusticia. Quienes poseen una ideología de izquierda tienen una concepción más exigente de la justicia y, por ello mismo, sus ideas son moralmente superiores a las de la derecha.

Los desacuerdos ideológicos proceden del carácter moral de las personas; más concretamente, dependen del grado de sensibilidad ante la injusticia

Ahora bien, eso es poco consuelo, pues dicha superioridad moral ha producido en la historia grandes desvaríos. De ahí que la derecha desarrolle una cierta superioridad intelectual ante su déficit moral. Gracias a este planteamiento, podrán entenderse algunos rasgos propios de la izquierda, como su tendencia al sectarismo ideológico y su extraordinaria propensión a la fragmentación. En la parte final, argumentaré que, históricamente, la socialdemocracia ha sabido (o supo, no sé) conjugar mejor que ninguna otra ideología los elementos morales y prácticos de la política.

El esquema del argumento que deseo presentarles es el siguiente:

1. Las personas tienen desacuerdos ideológicos irresolubles.

2. La democracia, aun si establece un margen amplio para la deliberación y el acuerdo, apela al voto como mecanismo para tomar decisiones colectivas ante desacuerdos irresolubles.

3. La ideología no es una mera reputación, no es un mecanismo para ahorrar costes de información. La ideología contiene valores y principios que nos permiten formarnos una idea global sobre los asuntos públicos. La ideología es una forma de organizar nuestras opiniones sobre la política.

4. La ideología no viene determinada ni por los genes ni por el interés económico. Es más bien una cuestión de carácter moral.

5. Las diferencias ideológicas proceden de nuestra distinta sensibilidad hacia las injusticias.

6. Las personas de izquierdas tiene una mayor sensibilidad hacia las injusticias que las personas de derechas y por eso desarrollan un sentimiento de superioridad moral.

7. El exceso de moralidad en la política, típico de la izquierda más radical, lleva a intentar realizar la justicia a toda costa, aun si eso supone un coste social enorme.

8. En la derecha, como reacción, se desarrolla un sentimiento contrario, de superioridad intelectual ante cualquier propuesta de un cambio profundo.

9. El mayor idealismo moral de la izquierda explica la frecuencia de sus conflictos internos, de sus rupturas y escisiones.

10. La socialdemocracia como programa de cambio encarna el compromiso más acabado entre moralidad y eficacia políticas. La socialdemocracia entra en crisis cuando desequilibra ese compromiso en detrimento de su compromiso moral con la justicia.  

Espero que les interese.

(continuará)

Presentación

¿Se acuerdan de las novelas por entregas, con su irritante “continuará”? Supongo que el equivalente contemporáneo serían las series de...

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Autor >

Ignacio Sánchez-Cuenca

Es profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid. Entre sus últimos libros, La desfachatez intelectual (Catarata 2016), La impotencia democrática (Catarata, 2014) y La izquierda, fin de un ciclo (2019).

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14 comentario(s)

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  1. Félix Soria

    Gracias por un texto que mueve a la reflexión racional y no sectaria de las sucesivas derrotas de la izquierda.

    Hace 7 años 7 meses

  2. jim

    Dice, con todo descaro: "Las personas de izquierdas tiene una mayor sensibilidad hacia las injusticias que las personas de derechas y por eso desarrollan un sentimiento de superioridad moral". La superioridad moral de montar un grupo de poder que deja a todos los demás en la miseria? porque eso es la socialdemocracia, como bien sabe: igualar a todos por abajo. Si es ésto lo que predica desde su tarima de profesor espero y deseo que tomen buena nota los psdres de sus alumnos y los cambien de Universidad.

    Hace 7 años 7 meses

  3. antonio

    ''¿cómo podría la izquierda, tanto en Europa como en América Latina, dejar de ser cornuda?'' Deberá esperar, no queda otra, al siguiente impulso revolucionario (Rosa Luxemburg). En su fase de ascenso -tal como en Europa, 1945-1980, la Edad Dorada del ¿Capitalismo?- TODOS LOS PARTIDOS la volverán a amar con pasión, lujuria y ...bebes.

    Hace 7 años 7 meses

  4. antonio

    Error. 10.- La socialdemocracia entra en crisis cuando..... termina (retrocede) el impulso revolucionario que la creo.

    Hace 7 años 7 meses

  5. Pakus

    Otro intelectual "progre" que se acuerda de Stalin, pero no de Allende, Pepe Mugica, el Che, los republicanos españoles... y los millones de comunistas anonimos ASESINADOS por el FASCISMO en el ultimo siglo. A la izquierda le sobran "intelectuales progres" que piensan, en el fondo, como la ultraderecha, y le faltan TRABAJADORES concienciados de ser de la clase EXPLOTADA y conscientes de la ALIENACION CAPITALISTA. Para PAN, MORALINA , CIRCO y FUTBOL ya tenemos suficiente con los NEOLIBERALES FASCISTAS. Lo que necesitamos son INTELECTUALES que sepan a que clase pertenecen ( que no sean desclasados, vamos) y que luchen por valores HUMANISTAS...No "pijosprogres" que le hagan el trabajo sucio a la DERECHA confundiendo MORALIDAD con "intelectualidad"

    Hace 7 años 7 meses

  6. Comunero sg

    Si desarrolla la izquierda una especial sensibilidad con las injusticias de sus adversarios. El que la izquierda desarrolla un sentimiento de superioridad moral es cierto,luego los hechos ponen las cosas en su sitio

    Hace 7 años 7 meses

  7. Jesús Díaz Formoso

    IDEOLOGÍA: Estructura. Su carácter acabado, en términos abstractos, permite dar respuestas coherentes a las cuestiones concretas que se van planteando en el devenir de los acontecimientos. Sin ideología, tenemos simples y desarticuladas ocurrencias, parches, remiendos, que carecen de unión estructural; carecen de coherencia como conjunto.

    Hace 7 años 7 meses

  8. Mentalmente

    Reversión 15-m de su análisis: 1. Las personas tienen desacuerdos ideológicos irresolubles. El sistema partitocrático, creado y mantenido por poderes fácticos, quiere que las personas crean que tienen desacuerdos ideológicos irresolubles. Haciéndoles creer que los partidos políticos representan sus voces, y que el debate parlamentario es un entorno propicio para la resolución de esos desacuerdos. 2. La democracia, aun si establece un margen amplio para la deliberación y el acuerdo, apela al voto como mecanismo para tomar decisiones colectivas ante desacuerdos irresolubles. La democracia es un escenario de gobierno no conocido aún, de acuerdo a reglas todavía no desarrolladas, ya que es el gobierno del conjunto del pueblo. El mecanismo de sufragio no implica democracia, sino solo la posibilidad de elección de la ciudadanía. Pero no de decisión, no de gobernar. 3. La ideología no es una mera reputación, no es un mecanismo para ahorrar costes de información. La ideología contiene valores y principios que nos permiten formarnos una idea global sobre los asuntos públicos. La ideología es una forma de organizar nuestras opiniones sobre la política. La ideología es un conjunto de ideas, y por tanto es difícil que las personas puedan compartir la misma ideología, cada cual tiene la suya, e irá cambiando conforme se actualicen sus ideas. Por tanto ideas > ideología. La ideología de la sociedad es un escenario a posteriori la gente exprese libremente las ideas que les importan de forma objetiva y libre en un espacio comun. O bien les sean extraidas mediante preguntas de forma objetiva y estadística. 4. La ideología no viene determinada ni por los genes ni por el interés económico. Es más bien una cuestión de carácter moral. La ideología es un error de percepción, no hay ideologías, hay personas, y estas tienen ideas, el conjunto de las mismas forman ideologías, con las ideologías no se puede trabajar, porque son personales, la ideología de una sociedad es el asunto importante en la democracia, el conjunto de las ideas de la sociedad. Este conjunto dificilmente puede coincidir con el de los individuos que forman parte de los partidos políticos, ya que estos están enfrentados entre sí, y carecen de detalle. 5. Las diferencias ideológicas proceden de nuestra distinta sensibilidad hacia las injusticias. Las diferencias ideológicas proceden de muchos factores, siendo el más importante, la circunstancia y punto de vista, que varía conforme la consciencia de cada persona se va ampliando. 6. Las personas de izquierdas tiene una mayor sensibilidad hacia las injusticias que las personas de derechas y por eso desarrollan un sentimiento de superioridad moral. No existen las personas de izquierdas ni de derechas en sentido absoluto. Uno es circunstancialmente de una tendencia u otra y puede variar. Pero primero de todo habría que existir un consenso sobre lo que significa izquierdas, centro y derecha. Desde mi punto de vista: izquierda tiene tendencia racional e individualista, piensa en la idea de una justicia individual, seres humanos como individuos. La derecha irracional, colectivista, tiene la idea de un orden en ese conjunto entero de una sociedad. El centro es 7. El exceso de moralidad en la política, típico de la izquierda más radical, lleva a intentar realizar la justicia a toda costa, aun si eso supone un coste social enorme. El problema de la izquierda es que se preocupa de los asuntos últimos y no los primeros. La justicia sería por orden lógico lo último que se consiguiría después de haber logrado primero la vida, que es lo que busca la derecha, (el orden interno, la colectividad y la irracionalidad) y luego la libertad, que es lo que busca el centro (que haya esferas de decisión en distintos ámbitos, nada dogmatizado). Con la libertad del conjunto de la ciudadanía (democracia) la justicia, que busca la izquierda, podría conseguirse. 8. En la derecha, como reacción, se desarrolla un sentimiento contrario, de superioridad intelectual ante cualquier propuesta de un cambio profundo. La derecha desconfía del punto de vista progresista de la izquierda en tanto lo considera prepotente, o demasiado parcial. 9. El mayor idealismo moral de la izquierda explica la frecuencia de sus conflictos internos, de sus rupturas y escisiones. La izquierda juegan con ideologías de unos pocos, y no con ideas libremente decididas por la ciudadania, y por tanto no tienen punto de apoyo para que la sociedad haga algo positivo por si misma. Los errores que comete la izquierda se deben al intento de cambiar las cosas antes de entender como funcionan. Es una fuerza de cambio constante, y es normal que falle, pero esa constancia con el tiempo lleva a dar con las teclas correctas. Si la izquierda diera con las teclas correctas, el cambio seria inminente. 10. La socialdemocracia como programa de cambio encarna el compromiso más acabado entre moralidad y eficacia políticas. La socialdemocracia entra en crisis cuando desequilibra ese compromiso en detrimento de su compromiso moral con la justicia. Depende de lo que se entienda por socialdemocracia, si la socialdemocracia es lo que comunmente se le llama al neoliberalismo progresista, no supone un avance realmente, ya que impide que la sociedad alcance algun grado de orden interno, y por eso se corrompe. Otra cosa es la socialdemocracia real, como la de Rusia, Ecuador o Venezuela, que parten de la idea de que el Estado interviene en la economía, para mejorarla, para equilibrarla, para que sirve a la gente en vez de oprimirla. Esa idea es más acertada de una búsqueda de un orden social. En tanto el neoliberalismo hace a las personas depender de factores aleatorios y caoticos del mercado que nadie controla.

    Hace 7 años 7 meses

  9. Francisco Bravo

    En su monumental novela intimista En busca del tiempo perdido (uno de los hitos literarios del siglo pasado), Marcel Proust atribuye la traición en el amor al carácter y la forma de actuar de la persona engañada. El escritor francés escribe al respecto: "Los hombres que han sido abandonados por diferentes mujeres lo han sido casi siempre de la misma manera a causa de su carácter y de sus reacciones siempre idénticas que uno puede anticipar; cada quien tiene su manera propia de ser engañado, al igual que tiene su manera de atrapar un resfriado". La concepción proustiana del engaño amoroso puede transponerse a la esfera política. Cuando los dogmas y apasionamientos ideológicos le impiden a un movimiento político captar la realidad y eventualmente autocuestionarse, dicho movimiento corre el riesgo de ser una y otra vez rechazado y abandonado por sus simpatizantes y, no menos grave, utilizado por líderes ávidos de poder que se sirven del mismo, enarbolando sus ideales, con el único objetivo de satisfacer sus cuestionables apetencias. Esa dinámica de traición política se manifiesta en las vicisitudes que actualmente enfrenta la izquierda. Comenzando por el hecho de que las clases populares —que la izquierda dice representar y conducir al supuesto paraíso socialista— la abandonan por doquier. En Europa, los partidos de ultraderecha, nacionalistas y xenófobos, han logrado conectar con el electorado de bajos y medios ingresos. En Francia, los candidatos de izquierda a las elecciones presidenciales de mayo próximo, Benoît Hamon y Jean-Luc Mélenchon, se encuentran a la zaga de la ultraderechista Marine Le Pen. En Holanda, las encuestas pronostican un descalabro del Partido Laborista (PvdA en holandés) en las elecciones parlamentarias del 15 de marzo próximo, el cual pasaría del segundo al séptimo lugar en términos de votantes. En el Reino Unido, el Partido Laborista (actualmente dirigido por el izquierdista radical Jeremy Corbyn) acaba de perder la curul de Copeland, que ocupaba ininterrumpidamente desde hace 80 años. En lo que respecta a América Latina, cada consulta electoral y cada sondeo que se realiza muestran el desgaste de la llamada izquierda bolivariana (castrochavista). En Argentina, el kirchnerismo fue vencido electoralmente por un Mauricio Macri que asume abiertamente su adhesión a la economía de mercado y a los acuerdos de libre comercio. En Brasil, el lulismo se ha visto enmarañado en escándalos de corrupción que han hecho volar en pedazos su popularidad. En Bolivia, las tentativas continuistas de Evo Morales fueron rechazadas por la mayoría de los ciudadanos en un referendo organizado al respecto. En Ecuador, el candidato correísta Lenin Moreno obtuvo menos votos en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2017 que el conjunto de los candidatos de la oposición y las encuestas auguran una victoria del candidato de centro derecha Guillermo Lasso en la segunda vuelta. En Venezuela, súmmum de la debacle izquierdista, el apoyo popular al presidente Nicolás Maduro ha caído en picada, situándose actualmente en menos de 10%. De hecho, para lograr mantenerse en el poder, el chavismo hace uso de métodos represivos instaurados en Venezuela con la asesoría de los agentes del castrismo que trabajan en ese país. La izquierda no solamente sufre el abandono de las clases populares, sino que también es manipulada, y a fin de cuentas traicionada, por sus propios líderes. La política de austeridad (tournant de la rigueur) adoptada en Francia por François Mitterrand en 1983, el giro de corte neoliberal tomado por el actual presidente socialista François Hollande (después de haberse ofertado como el enemigo del capitalismo financiero), al igual que las reformas promercado del también socialista Gerhard Schroeder en Alemania en la década pasada, sin olvidar la aceptación por el izquierdista populista griego Alexis Tsipras de las condiciones impuestas por los acreedores de su país (las mismas que él había prometido rechazar cuando estaba en la oposición), constituyen una traición a los programas que esos líderes habían enarbolado con el objetivo de lograr el apoyo de la izquierda a sus aspiraciones electorales. Ante esos fracasos y traiciones, la izquierda reacciona de dos formas diferentes. Una es la de la izquierda europea, que rehúsa admitir que es el realismo económico y las exigencias de las insoslayables leyes de la oferta y la demanda lo que obliga a sus líderes a recapacitar y cambiar de programa una vez en el poder. Al reaccionar de esa forma, los militantes de la izquierda europea adoptan la actitud del cornudo encolerizado: nuestros dirigentes han resultado ser unos impostores, nos engañan una y otra vez, pero seguimos aferrados al "legado ideológico" de la izquierda y nos lanzamos a apostar por nuevos movimientos (como Podemos en España) que prometan representarnos con fidelidad y dignidad. Diferente es el camino tomado por la izquierda radical latinoamericana, que no cesa de admirar y respaldar al castrochavismo en una postura que se asemeja mucho a la del cornudo consentidor. Dicha izquierda parece en efecto decir: es cierto que nuestros líderes no han estado a la altura del desafío socialista; es cierto que Fidel le dio la espalda a todas y cada una de las promesas que formuló en su discurso La Historia me absolverá (restauración de la democracia en Cuba, convocación a elecciones libres, respeto de la prensa independiente y de la autonomía de los sindicatos); es cierto que los gobiernos de los Kirchner en Argentina, del binomio Lula-Rousseff en Brasil y del chavismo en Venezuela tienen mucho que reprocharse en materia de corrupción; es cierto que centrales sindicales y comunidades indígenas han combatido las políticas tanto de Evo Morales como de Rafael Correa después de haberlos ayudado a ganar las elecciones; es cierto que, en materia de continuismo, Daniel Ortega se ha convertido en un nuevo Somoza; es cierto que en Venezuela el descalabro es total; es cierto, finalmente, que todos esos gobiernos han sido incapaces de aprovechar el auge de las materias primas de la década pasada para desarrollar las "fuerzas productivas" (es decir, la base material y tecnológica de una sociedad en la jerga marxista), condición sine qua non, según el propio Marx, para la instauración de un socialismo viable y eficaz. A pesar de todo eso, nosotros seguimos defendiendo a nuestros líderes. Nos quedamos callados cuando quedan al descubierto los escándalos de corrupción que los involucran (como los relativos a los Panama Papers y a Odebrecht), escándalos que denunciamos con vehemencia cuando embarran a los gobiernos "no progresistas" de la región. Pues si el castrochavismo sufre percances en estos días —prosigue el alegato— es porque es víctima de conspiraciones urdidas por la derecha fascista en contubernio con el imperio genocida y criminal. Y si ha habido fallas en la construcción del venerado "socialismo del siglo XXI", lo que hay que hacer, no es cambiar de amante, perdón, de líder, sino "profundizar" dicho socialismo, o lo que es lo mismo, "radicalizar la revolución". Ante tal empecinamiento, no tiene nada de sorprendente que la base electoral de la izquierda radical latinoamericana se aleje del izquierdismo de la misma manera que una persona se separa del amante que la ha decepcionado, aunque este le jure que va a cambiar y le prometa villas y castillas para convencerla de permanecer a su lado. Por otra parte, para prolongar su embeleso ante el régimen cubano a pesar del espantoso fiasco económico y de la represión que mantiene al mismo en el poder, la izquierda recurre a una retórica similar a la del jefe de la propaganda nazi: de la misma manera que Goebbels trató de relativizar y hacer olvidar los crímenes del nazismo invocando los logros del Tercer Reich en materia de reducción del desempleo, la izquierda castrochavista, en un intento de relativizar, minimizar y justificar el carácter tiránico del régimen cubano, saca a relucir las supuestas "conquistas de la Revolución" en materia de salud pública y educación. Como si la reducción del desempleo en un caso, y los programas de asistencia social en el otro, pudieran justificar la naturaleza intrínsecamente despótica, totalitaria y criminal del nazismo o del castrismo. A final de cuentas, la izquierda latinoamericana termina siendo doblemente cornuda: una, por su base que se desencanta y la abandona; y otra, por líderes que enarbolan la bandera izquierdista con el solapado propósito de alcanzar el poder y perpetuarse en él. De hecho, los desengaños sufridos por la izquierda no tienen nada de nuevo. Recordemos cómo y cuánto vibraron de emoción los intelectuales de izquierda ante el Camarada Stalin, el Gran Timonel Mao Tse-Tung y los líderes tercermundistas Muamar Gadafi, Robert Mugabe y Sadam Hussein, todos culpables de crímenes horrendos que, por mucho tiempo, y al igual que un cornudo consentidor, la izquierda trató de negar o disimular. Con semejante rechazo sistemático de la realidad, que evoca el empecinamiento del amante engañado descrito por Marcel Proust, ¿cómo podría la izquierda, tanto en Europa como en América Latina, dejar de ser cornuda?

    Hace 7 años 7 meses

  10. Antonio

    3. Miguel, tienes el ejemplo claro de los regímenes comunistas. Sin duda entre sus dirigentes había individuos perversos como Stalin o Beria, pero también había un gran número de voluntarios absolutamente convencidos de que la justicia social se conseguiría estableciendo una dictadura del proletariado, ejecutando a capitalistas y especuladores y provocando costosas guerras de "liberación".

    Hace 7 años 7 meses

  11. indignado

    Lo seguiré atentamente. Me parece una reflexión muy sugestiva.

    Hace 7 años 7 meses

  12. Pinocho Gonzalez

    Esta ,ya la he visto,otra de buenos y malos

    Hace 7 años 7 meses

  13. Miguel

    No acabo de comprender lo que Sánchez-Cuenca quiere decir en el punto 7: El exceso de moralidad en la política, típico de la izquierda más radical, lleva a intentar realizar la justicia a toda costa, aun si eso supone un coste social enorme. ¿algún ejemplo concreto de coste social enorme por intentar ser justo? Tampoco sé si es muy acertado hablar de forma negativa de exceso de moralidad en política...sobre todo viendo el panorama y la catadura moral de los que nos gobiernan,

    Hace 7 años 7 meses

  14. matriouska

    Me engancho de momento y espero la continuacion... Gracias

    Hace 7 años 7 meses

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