Charlie Post / Sociólogo
“Trump ha dado marcha atrás. Estamos ante el regreso a la agenda neoliberal”
Álvaro Guzmán Bastida Nueva York , 19/04/2017
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Antes de Trump, vino el Tea Party. Para el sociólogo Charlie Post, las mismas fuerzas de descontento social que impulsaron la revuelta en la derecha estadounidense de 2010 han llevado, seis años después, al magnate inmobiliario a la Casa Blanca. Post lleva décadas estudiando el impacto de la desindustrialización y la debilitación de los sindicatos en la política estadounidense. El profesor de la City University of New York analiza la victoria de Trump como una bofetada al consenso neoliberal, resultado de una revuelta interna en el Partido Republicano. Pero la batalla entre el gran capital que domina el partido desde la Guerra Civil y unas bases radicalizadas por la crisis económica continúa. Post comparte almuerzo con CTXT en un pub junto a la universidad pública del sur de Manhattan en la que enseña para analizar el conflicto entre el gran capital y las bases republicanas, su raíz histórica y su impacto en las políticas de un Trump presidente cada vez más “domesticado”.
En su trabajo, analiza la relación entre el gran capital y el Partido Republicano. Ha señalado la revuelta del Tea Party como precursora del ascenso de Trump. ¿Hasta qué punto había síntomas del trumpismo en 2010?
El Tea Party se forma en 2010 en torno a dos cuestiones: el rescate financiero y la reforma sanitaria. Pero tiene su origen en los cambios profundos en la base y la dirección de ambos partidos. A finales de los sesenta, los grandes latifundistas del sur y gran parte de la clase media blanca sureña abandonan el Partido Demócrata por el Republicano. Los afroamericanos se vuelven decididamente demócratas. Para mediados de los setenta, es obvio que el capital estadounidense se enfrenta a una gran crisis de ganancias y a una fuerte competencia externa. Comienza entonces una gran ofensiva contra la clase trabajadora en EEUU por parte de ambos partidos. Durante el Gobierno de Carter, los demócratas empiezan a alejarse cada vez más de políticas remotamente socialdemócratas. Para 1978 o 1979, recortan todos los programas de capacitación laboral, desmantelan la expansión del Estado de bienestar que se había dado en los sesenta y setenta. La victoria de Reagan marca el surgimiento de un consenso bipartidista sobre el neoliberalismo: recortes, desregulación, austeridad presupuestaria y el abandono de toda política redistributiva. A partir de 1980, los demócratas pierden un importante sector de la clase trabajadora blanca. Los sindicatos, cada vez más debilitados, ven cómo ciertos sectores de la clase obrera se enfrentan a otros sectores de su clase. Pasan al Partido Republicano, cuyas bases siguen siendo en su mayoría de clase media.
Entre 1980 y 2009, la dirección republicana es capaz de hacer con sus bases lo que los demócratas hacen con la suya: otorgarles concesiones simbólicas en los llamados ‘asuntos sociales’, como los avances democráticos de la gente de color, las mujeres o los gais. No pueden revertir la leyes de derechos civiles o de sufragio de los sesenta, por más que lo quieran muchos blancos sureños, ni el aborto mínimamente legal. Se contentan con asuntos simbólicos en torno a los derechos de los LGBT.
Eso cambia con la crisis, según usted.
Así es. La crisis trae consigo una radicalización de las bases republicanas. Son sectores de clase media, pequeños empresarios, profesionales técnicos y algunos profesionales liberales o directivos, que viven en comunidades blancas cada vez más aisladas, a 70 u 80 kilómetros de las grandes ciudades.
¿Por qué se radicalizan?
La crisis les ahoga. Ven cómo disminuye su calidad de vida y se precariza su situación económica. Muchas de sus pequeñas empresas terminan en bancarrota. Se sienten amenazados por dos grandes fuerzas: por un lado, las grandes corporaciones, bancos y compañías automovilísticas, que vienen de violar todas las normas del mercado libre a ser rescatadas de la quiebra.
Es probable que Trump sea un presidente de un solo mandato, especialmente si se produce una fuerte recesión global, que no es nada descartable
Por otro lado, se sienten amenazados por los vestigios de la clase obrera sindicada, en especial en el sector público, a la que acusan de vivir a costa de sus impuestos, y también por las mujeres, negros y latinos que se benefician de políticas de discriminación positiva para progresar ‘sin merecérselo’. Tienen un gran miedo a los inmigrantes, a quienes responsabilizan del deterioro de su calidad de vida, la criminalidad y el deterioro de los servicios públicos de los que dependen, al ser una población envejecida: la seguridad social, las pensiones y las ayudas a para la asistencia sanitaria.
Ese proceso, ¿se produce de la mano del Partido Republicano o, en cierta medida, en su contra?
Hay una evolución. El primer objetivo del Tea Party, después de protestar contra el rescate, es la reforma sanitaria de Obama. En esa fase, todavía hay una cierta alianza con sectores del gran capital. La industria de la sanidad privada se apoyó en la oposición del Tea Party al plan sanitario de Obama para hacerlo todavía más favorable a las grandes aseguradoras. Pero para 2011, el Tea Party irrumpe como un actor importante en Washington y sus líderes empiezan a defender políticas que van contra los intereses del gran capital. Desde 2009, circulaba una propuesta con apoyos en ambos partidos, impulsada por John McCain, el senador republicano de Arizona y excandidato a la presidencia, y el senador demócrata por Nueva York Chuck Schumer, que pretendía establecer un programa de trabajadores temporales ‘invitados’ para la agricultura, la construcción, etc. El Tea Party logró bloquear esa ley, porque suponía más inmigración, que no hubiera deportaciones masivas, y una remota y complicada posibilidad de conseguir la ciudadanía. Poco después, el Tea Party llegó a provocar el cierre del Gobierno federal al negarse a pagar la deuda federal para lograr la revocación de la ley sanitaria de Obama. Eso terminó de romper la tenue alianza entre el capital y el Tea Party.
¿Por qué se produjo la ruptura entonces?
Aquel episodio aterrorizó a la clase capitalista, porque la negativa a financiar el siguiente pago de la deuda puso en riesgo el crédito del Estado norteamericano, que es la base del sistema financiero internacional. Empezamos a ver en 2012 y 2013 cómo las dos principales organizaciones del gran capital en EEUU, la Business Roundtable y la Cámara de Comercio, condenan el cierre del Gobierno e impulsan la reforma migratoria.
Tras salir reelegido, Obama ofrece a los republicanos un ‘gran pacto’: apoyo a la reforma de la ley migratoria a cambio de abrir una discusión sobre la reestructuración de los programas sociales. Eso hubiera supuesto el completo desmantelamiento de lo que queda del Estado de bienestar en EEUU. Los líderes republicanos, con John Boehner y McCain a la cabeza, apoyaban la propuesta. Fue el Tea Party, liderado por Ted Cruz, el que saboteó el plan y volvió a suspender indefinidamente las funciones del Gobierno. Llegados a este punto, a comienzos de 2014, la Cámara de Comercio pasa a la ofensiva: por primera vez, interviene directamente en las primarias republicanas, financiando con decenas de millones de dólares las campañas de candidatos anti Tea Party, cuya presencia en el Congreso logra reducir en gran medida.
¿Y usted sostiene que la elección de Trump es una reacción contra ese intento por parte del gran capital de contener al Tea Party?
La campaña de Trump despega porque las capas de clase media que forman las bases del Partido Republicano ahondan en su radicalización. Trump propone una campaña basada en el antagonismo con las élites y con los mexicanos. Viene a decir: “Tenemos que atacar tanto a las fuerzas que nos oprimen por abajo como a las que lo hacen por arriba”.
¿Cómo identifica a esas élites?
Trump empezaba todos sus discursos con el muro fronterizo y las deportaciones, pero luego decía: “Mandaron a vuestros hijos a morir por las grandes empresas petroleras en Irak”, haciendo un discurso parecido al que haría la izquierda, solo que ligado a la xenofobia y el nativismo. Señala las grandes transnacionales y el establishment político que las protege, tanto los republicanos mainstream como los demócratas neoliberales, del ‘ala Clinton’. Ese mensaje cala con enorme éxito entre la misma clase media ansiosa y en declive que había apoyado al Tea Party.
Ha escrito sobre el ascenso de Trump como una OPA hostil al Partido Republicano. Cientos de republicanos se negaban a apoyarle a escasas semanas de las elecciones, y Clinton recabó diez veces más donativos que él. ¿Qué vio el Partido Republicano en Trump que le llevó a rechazarle?
Empezó a criticar directamente elementos clave del consenso neoliberal, en especial los tratados comerciales. El aparato del partido y el 99% de la clase capitalista de EEUU recibieron eso con repulsión. Ningún republicano había hecho campaña a favor de los aranceles desde 1940. No hay un solo sector del capital en EEUU que se oponga a los tratados comerciales neoliberales, desde la industria agrícola, que necesita el NAFTA para vender maíz barato en México, hasta las transnacionales. Habrían preferido a un inquilino de la Casa Blanca que no trajera consigo a Steve Bannon.
Los elementos radicales de la derecha libertaria y el Tea Party que echaron abajo la revocación tenían razón: la propuesta de Trump y Ryan era una versión ‘light’ del ‘Obamacare’
Bannon les resulta vergonzoso, no tanto porque sea abiertamente racista –los republicanos suelen hablar en código para atraer a los racistas— sino porque realmente quiere un programa nacionalista-populista en lo económico, quiere desmantelar el libre comercio, quiere cambiar las alianzas estratégicas, quiere implementar deportaciones masivas, quiere que el Estado intervenga para crear empleo, y quiere usar el ejército como herramienta para lograrlo. Además, están completamente en contra de su propuesta de deportaciones masivas y de la construcción del muro, porque lo que quieren es un programa de trabajadores temporales ‘invitados’, que les proporcione un ‘banco’ de trabajadores vulnerables política y socialmente para emplearlos en las industrias que requieren mucha mano de obra. Por último, la política exterior de ‘América primero’. De nuevo, ningún republicano había propuesto algo así desde los cuarenta. La idea de dejar de lado la OTAN y todos los sistemas de alianzas que han llevado al imperialismo estadounidense a liderar el mundo durante 80 años y cambiarlos por alianzas con la Rusia de Putin les parece absurda. Por eso, la división entre las élites y unas bases cada vez más radicalizada se profundiza.
Y, sin embargo, ya en la presidencia y empezando por sus nombramientos, Trump parece haber abandonado a gran velocidad la gran mayoría de esos elementos que le enfrentaban con las élites de su partido y el gran capital. Su gabinete está lleno de ejecutivos de las finanzas y las industrias extractivas de combustibles fósiles. ¿Cómo explica ese viraje?
Así es. Salvo por las industrias extractivas, se parece mucho a los gabinetes de Clinton y Obama, que también estaban dominados por Goldman Sachs. Creo que esos nombramientos fueron sus ofrendas de paz al capital. En lo relativo al partido, al principio intentó equilibrar su ala insurgente, ligada a la derecha nacionalista-populista y liderada por Bannon, con republicanos al uso, como Reince Priebus. Pero, por mucho que él y Bannon se queden bebiendo hasta altas horas de la madrugada y se les ocurran ideas absurdas como cerrar las fronteras a varios países, hay un gran número de obstáculos para que logren implementar ese programa nacionalista.
Por un lado, no tiene una mayoría en el Congreso para aprobarlo. Paul Ryan lidera un grupo republicano que es aplastantemente neoliberal, anti Tea Party y anti Trump. No van a pasar por el aro de desmontar el NAFTA o los acuerdos comerciales neoliberales. Tiene también el obstáculo de la burocracia permanente en agencias clave del Estado que no aceptarán ese programa y podrían sabotearlo. En último término, se va a enfrentar a la resistencia de los mercados. Sus políticas populistas, nacionalistas y anticorporativas se enfrentarían a muchos de los mismos obstáculos con los que se encuentra la socialdemocracia cuando trata de implementar reformas anticapitalistas mediante el Estado. Creo que ha admitido eso, y aunque su retórica sigue siendo la misma, se ha echado atrás. En su primer discurso en el Congreso mantuvo la línea dura proteccionista, pero no hizo ninguna llamada concreta a la revocación del NAFTA, para lo que necesita los votos del Congreso. En lo relativo a la inmigración, utilizó el término ‘basada en el mérito’, que es la base del plan de McCain y Schumer, y lo que quiere el gran capital.
Obamacare, la reforma sanitaria de Obama fue, como ha dicho, el elemento clave tanto de la insurgencia del Tea Party como de la gran reacción que llevó al ascenso de Trump. ¿Cómo analiza el fracaso de Trump a la hora de echar abajo la ley sanitaria de Obama y aprobar su reforma?
Es muy revelador. Los elementos radicales de la derecha libertaria y el Tea Party que echaron abajo la revocación tenían razón: la propuesta de Trump y Ryan era una versión light de Obamacare. Es cierto que habría perjudicado a mucha gente, porque conllevaba recortes a los subsidios de ayuda sanitaria para los pobres, pero, en esencia, era el mismo tipo de política, basada en incentivar la compra de seguros privados a través de rebajas de impuestos. Es el modelo neoliberal de ‘sanidad para todos’, basado en enormes subsidios estatales, recortes de servicios y competencia entre empresas privadas. Trump ha sufrido una ‘corrección de mercado’.
El cómo se resuelva esa confrontación entre neoliberales y nacionalistas económicos parece clave, dada la mayoría republicana en ambas cámaras. ¿Está diciendo que ‘el partido manda’ y que Trump volverá al redil del proyecto neoliberal? El presupuesto parece apuntar en esa dirección, con grandes recortes en casi todos los ámbitos.
Sí. Estamos ante un regreso a la vieja agenda neoliberal. Lo que ha hecho hasta ahora marca una versión extremadamente conservadora del neoliberalismo. Y donde ha dado frutos la resistencia no es en los elementos ultraconservadores, racistas, antitrabajadores y machistas de su propuesta, sino en los intentos de llevar a cabo políticas populistas-nacionalistas.
Dada su lectura del ascenso de Trump como una ‘profundización y continuación’ de la insurgencia del Tea Party, si observamos ya en el arranque de su presidencia, un repliegue neoliberal, ¿qué puede suceder con la división entre las bases y las élites?
Preveo una mayor radicalización de gran parte de sus bases, que puede que no voten republicano en las elecciones legislativas de 2018. Es probable que Trump sea un presidente de un solo mandato, especialmente si se produce una fuerte recesión global, que no es nada descartable. Y si no hay un verdadero movimiento ‘desde abajo’ que construya una alternativa de izquierdas, es de esperar que se sigan radicalizando sus bases.
¿Podría haber una escisión en el Partido Republicano?
Es posible que se produzcan intentos de construir un partido de derecha nacionalista-populista. Apuesto a que ahora que los republicanos están logrando domesticar a Trump, erigirán el mismo tipo de barreras que los demócratas pusieron en funcionamiento hace 40 años, como los superdelegados, para evitar que se les vuelva a ‘colar’ alguien como Trump. Y eso podría arrastrar a parte de sus bases a un tercer partido de derecha nacionalista económica.
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Autor >
Álvaro Guzmán Bastida
Nacido en Pamplona en plenos Sanfermines, ha vivido en Barcelona, Londres, Misuri, Carolina del Norte, Macondo, Buenos Aires y, ahora, Nueva York. Dicen que estudió dos másteres, de Periodismo y Política, en Columbia, que trabajó en Al Jazeera, y que tiene los pies planos. Escribe sobre política, economía, cultura y movimientos sociales, pero en realidad, solo le importa el resultado de Osasuna el domingo.
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