Tribuna
Y descubrieron que había partido
La militancia socialista ninguneada y ofendida está sabiendo traducir su indignación en acción política con proyección de futuro
José Antonio Pérez Tapias 10/05/2017
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“Hay partido”. Ese fue el comentario de muchos, bien aireado por la prensa, cuando pudieron comprobar que Pedro Sánchez, el defenestrado secretario general del PSOE, presentó más de 57.000 avales respaldando su candidatura para el proceso de primarias en el que la militancia socialista ha de elegir a un nuevo secretario general. A poco más de 5.000 avales de distancia respecto de los que ha presentado la candidata Díaz, aún incomprensiblemente presidenta de la Junta de la Comunidad Autónoma de Andalucía –no quiere saber nada de la incompatibilidad de hecho que supone el mero presentarse como candidata para la dirección del PSOE federal-, el candidato Sánchez ha dado una sorpresa de indudable impacto político y mediático. Cuando vieron tales datos quienes venían apoyando desde sus tribunas políticas o periodísticas a Susana Díaz, de la que cuentan las crónicas que, llevada la conspiración al comité federal del partido que fue escenario del derrocamiento de Pedro Sánchez, dijo en referencia a éste que lo quería “muerto” (políticamente), tuvieron que reconocer que la batalla electoral en el seno del PSOE no estaba ni mucho menos decidida. El candidato Sánchez no sólo jugaba en serio, sino que puede ganar –tal era la obligada conclusión--.
Es cierto que el llamado “aparato” del partido, al servicio de la candidatura de quien hasta ahora es secretaria general del PSOE de Andalucía, empezando por la gestora que interinamente lo dirige a pesar de su déficit de legitimidad, ha utilizado los conocidos modos de presión sobre determinados entornos de militantes para alcanzar un pretendido número de avales con el que apabullar a la candidatura contraria, la de Pedro Sánchez –la de Patxi López queda como bienintencionada candidatura que invoca unidad sin un análisis serio de las causas de división en el campo socialista--, pero a la vista está que ese objetivo no se cubrió. De ahí la conclusión: “Hay partido”, esto es, la confrontación está abierta y el juego democrático conlleva que los contendientes se empleen a fondo tratando de conseguir el mayor número de votos entre la militancia socialista. Hablamos, pues, de partida, de cómo puede transcurrir un partido, de cómo se puede entrever el desarrollo de un juego que ha de ser en verdad democrático. ¿Lo va a ser en todos sus términos?
El juego y sus reglas. No caben tramposos
Respondamos a la cuestión planteada, tratando de despejar el campo, con una breve reflexión sobre el juego, para la cual comenzamos señalando que es propio de los humanos ser capaces de una cosa tan seria como jugar. Por ello nuestros antepasados dieron el salto civilizatorio que supuso el establecer para todo juego sus reglas. De esa forma, el jugar, que venía dado desde la naturaleza como una actividad sin un fin determinado, en la que las propias energías se vuelcan en ejercicios recurrentes sin más pretensión que el despliegue de un impulso lúdico tras el placer que ello mismo reporta, se vio transformado en una actividad conforme a reglas que de esa forma encauzaban la energía y aquilataban el riesgo sin por eso bloquear el azar ni disminuir el placer. Así, los humanos de todas las culturas juegan –jugamos-- de forma tal que, a la vez, en todas las culturas se ve recusado el hacer trampas en el juego. El tramposo es un abusón que hace mal uso del poder que en el juego pone en ejercicio. O es un gorrón que parasita indebidamente las apuestas que los demás hacen. La habilidad, la astucia, el cálculo no sólo están permitidos, sino que son necesarios en cualquier juego, a condición de que no se quiebre el necesario respeto entre jugadores que las mismas reglas de todo juego codifican, como norma moral, junto a la sintaxis y la semántica que los jugadores aceptan con la reglamentación de un jugar que así cuenta con la urdimbre sobre la que se soporta su sentido.
La habilidad, la astucia, el cálculo no sólo están permitidos, sino que son necesarios en cualquier juego, a condición de que no se quiebre el necesario respeto entre jugadores
Como filósofos y antropólogos han puesto de relieve, el juego es elemento configurador de nuestra realidad cultural. El homo ludens del que habló el holandés Johan Huizinga, por ejemplo, es también el mismo que produce, que vive en sociedad, que genera instituciones y, por supuesto, que habla, gracias a ese juego de combinatoria interminable que es el lenguaje, sometido en cada caso a las reglas de la lengua en la que los hablantes interactúan. Y así, sobre esa institución posibilitante de todas las demás que es el lenguaje –metainstitución cultural, como lo ha descrito Karl-Otto Apel--, otras instituciones articulan esa conjugación de previsión conforme a reglas e indeterminación para la libertad que permite referirnos a ellas como otros espacios de juego. Es el caso del juego democrático, al que nos referimos cuando una democracia cabalmente establecida posibilita que lo político se afirme como espacio de libertad –lo subrayaba sin descanso Hannah Arendt desde su republicanismo-- gracias a las reglas, ellas mismas democráticamente establecidas, que el principio de legalidad implica.
Por tanto, no es de recibo, es decir, es rechazable introducir pautas tramposas en lo que debe ser ámbito de juego limpio, pues en tanto que así ocurra en una democracia constitucional se crean zonas que escapan a la normatividad del “juego limpio”, quebrando las bases de la confianza que ha de ganar y mantener para sí un Estado democrático de derecho. Es por eso que a los partidos políticos hay que exigirles que su funcionamiento interno sea efectivamente democrático, pues de lo contrario el juego político se ve trucado desde los cauces que debieran ser de participación ciudadana y de canalización de la representación política. Es por ello también que la corrupción política es de todo punto inaceptable por suponer una indecente violación de las normas que falsea de raíz el juego democrático.
“Hay partido” porque en el Partido exigimos juego limpio
Así, pues, el rodeo de la reflexión nos aporta un refuerzo indispensable para la argumentación: no vale jugar haciendo trampas con las reglas. Y si se trata de juego democrático, más allá de la metáfora, no sólo no vale jugar tramposamente, sino que si así por desgracia sucede las instituciones democráticas quedan dañadas, ya que sus mismas reglas dejarán de ser fiables para muchos. En el caso que nos ocupa, si el juego democrático en las primarias del PSOE no es limpio, el Partido Socialista acusará el efecto de la suciedad en campaña electoral de quienes se dediquen a mancharla.
Precisamente lo que agrava la situación en lo que al actual proceso electoral del PSOE se refiere es que éste está llamado a subsanar unas circunstancias iniciales que lo vician de origen. Ha de elegirse a la persona que vaya a ostentar la Secretaría General en función del programa que para ello presente y del equipo que para su proyecto le acompañe. Pero, además, sin duda, tal programa y tal proyecto no pueden aparecer desvinculados del tumultuoso recorrido que nos trajo al momento actual, y eso es lo que entiende a la perfección una militancia que en número de decenas de miles muestra su apoyo a Pedro Sánchez. Nadie va a decir que es el candidato ideal –no queremos mesianismo alguno en el PSOE--, pero sí que es el candidato que responde a la idea de lo que muchos pensamos que el partido necesita, empezando por recomponer unas condiciones políticas internas marcadas por las actuaciones antidemocráticas de quienes cometieron una injusticia con quien era secretario general. Eso significa que si “hay partido” es porque un alto porcentaje de la militancia socialista tiene consciencia de cómo fue dañado el Partido Socialista con las tropelías que se llevaron a cabo. Quienes han descubierto ahora que hay partido es porque no se percataron de lo que significa el Partido Socialista para una militancia que, ninguneada y ofendida, está sabiendo traducir su indignación en acción política con proyección de futuro. Con memoria. Sin memoria no hay futuro que merezca la pena. Los socialistas lo sabemos. “Hay partido” porque hay Partido –y no mera oligarquía empeñada en patrimonializarlo--.
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José Antonio Pérez Tapias
Es catedrático en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Granada. Es autor de 'Invitación al federalismo. España y las razones para un Estado plurinacional'(Madrid, Trotta, 2013).
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