María Lavalle, la patria bajo los párpados
La cantante, nómada entre el tango, el flamenco y la fusión de las músicas populares, apoya con un concierto en el Teatro Maravillas la campaña de Amnistía Internacional contra la violencia machista
Miguel Ángel Ortega Lucas Madrid , 24/05/2017
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“Yo tuve la inmensa suerte de hacer de joven un montón de cosas mal”, dice esta mujer, sesenta y tantos veranos a popa, sesenta y tantos nudos de sonrisa a barlovento. “Porque luego puedes acercarte lo máximo posible a la vida que quieras tener. Yo recomiendo a la gente que cometa todos los errores, que meta toda la pata, todo lo que no hay que hacer, de joven. Porque cuando es al revés es muchísimo más complicado. Es mejor que te hayan pasado todos los tanques: que te hayas enamorado, que te hayan dejado... Ya estás más pertrechado, porque has tenido unos fracasos fantásticos, y empiezas a esmerarte para pasarlo lo mejor que puedas”.
Hay un síntoma inequívoco de lucidez, de raigambre en la vida, de claridad y fuerza: el saber que nadie sale indemne en este viaje, y mejor: que todos los golpes, las oquedades, las humedades en la madera, los incendios y los cascotes que acaba arrojando el mar, antes o después (después de los naufragios), a la playa, son el testimonio necesario de que se vivió, de que aquello fue verdad y fue certeza. Honrar las cicatrices.
Las cicatrices de la vida, que en el caso de la cantante y compositora María Lavalle son apenas surcos, meandros amables que deja en el rostro el haber vivido la risa y haber bebido el llanto sin chantajes. Los mismos cauces por los que circulan los barcos que vienen y van en sus canciones, de Lisboa a Buenos Aires, de Buenos Aires a París, del tango al fado con guitarras flamencas del Guadalquivir de contrabando en la bodega. Lavalle, esta mujer que canta sombras encendidas, incendios oscuros y callados del corazón, habita en esa cartografía musical, sentimental, espiritual; pertenece a los apátridas que no necesitan ser de ningún sitio, porque lo llevan dentro. (“Mi patria verdadera es la música, los libros, la gente que quiero. Cierras los ojos y tienes tu patria”).
“No me siento extranjero en ningún lugar; / donde haya lumbre y vino tengo mi hogar”, cantaba el paladín de esa estirpe llamado Joan Manuel Serrat. María Lavalle tuvo que aprenderlo pronto: a los 7 años su familia abandonó Buenos Aires, donde nació. Su padre, diplomático, fue trasladado a La Haya. Aquel lugar del norte (“lleno de lagos, de bosques, como un cuento de hadas”) sería su verdadero paraíso perdido cuando en torno a los 11 años debieron de nuevo hacer las valijas y trasladarse a España: el “terrible despertar de la infancia” (la patria también era la infancia, según Rilke). Pero no se aprecia sombra de amargura en su voz cuando lo recuerda; al contrario: sabe que por ello es como es hoy, tras esa vida nómada y esa infancia en que le hablaban en francés en el colegio, en holandés en la calle y en español en su casa.
“... Pero el desarraigo es bueno”, dice, sentada ahora en una confortable sala de su piso de Madrid con espectaculares vistas al Retiro –casi ni rastro, tampoco, de acento porteño en su voz–. “Te sientes extranjero desde chico, pero te abre la mente, te ayuda a entender a los demás... Cualquier persona sensible está desarraigada, porque no sabemos por qué estamos aquí [se refiere a este mundo]. Todos nómadas, sí. Por eso mi horror a los populismos, a los nacionalismos xenófobos; a mí eso de las fronteras, las banderas, los himnos... ¡Yo nací fusionada; cómo no voy a hacer fusión!”.
Lo hizo desde el principio. En su primer disco (Sabotaje, 1994) ya cantaba en español y en inglés (luego lo ha hecho también en portugués y francés); ya trataba de conciliar polos del mapa llevándose a los sonidos del Mediterráneo los cánticos del soul, del jazz. Con Frutos compartidos (1999) empezó a escribir sus propias canciones, bendecida por el maestro Luis Eduardo Aute, que cantó con ella Tiempo. Vinieron luego La pena golfa (2003), De igual a igual (2008), M. L. canta a Georges Brassens (2011) y Guitarra, dímelo tú (2014). Todos ellos viajes de ida y vuelta, navegaciones y regresos, como tituló Neruda, de una aventura siempre distinta y siempre igual, en espiral creciendo hacia todas las posibilidades: las del arraigo desarraigado, desarrapado a veces, de las músicas populares que han tratado siempre de ser paño de lágrimas y vaso medio lleno con que brindar: el fado, el tango, la guitarra flamenca, la canción popular latinoamericana que vistieron de lujo Atahualpa Yupanqui, Violeta Parra, Chavela Vargas; la chançon de Georges Brassens a Jacques Brel, pasando por Piaf... Desembocando en los juglares españoles ya mencionados.
Quiere María Lavalle recoger todo el desasosiego tranquilo de una constelación musical de la que se siente deudora desde niña: “Eso sí que fue una suerte muy grande. Me decían de chica: ‘¿Vos qué querés ser?’. ‘Cantante’... O, con aire más triste: ‘periodista’ –se ríe–. De hecho dirigí una radio en Madrid hace muchos años, mediados los ’80, Radio Vinilo. Ahí es donde yo conozco a una cantidad de músicos, cantautores españoles...”. De ahí que le entristezca “la pobreza de las letras de las canciones” que se oyen a diario, a todas horas y por tierra, mar y aire (se diría que siempre es la misma canción cantada por tres o cuatro distintos): “Me gustaría que fueran conscientes de que a la juventud hay que darle textos de calidad. Hay que estar sano de cuerpo y de alma. Y para eso hay que formarse, aprender, tener curiosidad...”.
La primera vez que Lavalle actuó profesionalmente –es decir, “que paguen por verte”– tenía 25 años. A pesar de lo difícil que es abrirse camino en la música, y del más difícil todavía de dedicarse a cultivar géneros tildados de minoritarios por el mercado (el que no entiende más que de mayorías máximas de masas), está orgullosa de llenar los sitios en que convoca sus conciertos. La gente acaba respondiéndole. Uno de los momentos “más emocionantes” de su vida, dijo, se lo regaló el barrio madrileño de Orcasitas: “Me interesa mucho vivir con los ojos abiertos. Colaboro con Amnistía Internacional”. En un acto celebrado por la organización hace seis años, a cuenta de una biblioteca pública cerrada, de comedores sociales llenos, de los frutos de la crisis, en fin, Lavalle fue a cantar y se encontró “un público maravilloso”; una gente que cantaba de memorias las canciones de Yupanqui interpretadas por ella, con un calor y una entrega que le convencieron de grabar su disco en directo allí mismo, Guitarra, dímelo tú, hace ahora tres años.
Porque es mentira, ¿verdad? –le preguntamos–. Una falacia, que ciertos géneros no interesen a la gente, sólo porque la hidra del mercado, los medios de comunicación masivos y la frivolidad cultural imperante hagan como que tales géneros no existen: existen, y existe la gente que sigue necesitándolos como se necesitaron siempre, con poemas y melodías que tratan de revelarnos alguna verdad, consolándonos de ella mientras duele: “Es una de mis mayores batallas, porque a la gente sí le interesa. Claro que es una mentira. Si tú le das calidad a la gente y excelencia cómo no va a gustar”. Es un tema más profundo de lo que parece, porque el fado, el tango, el folk, las canciones tradicionales de cualquier latitud, tratan de decir una verdad de la que las sociedades contemporáneas tratan de huir (honrar la cicatriz, decíamos al principio; y cuántos jóvenes habrá en su casa, soñando con cultivar esos géneros pero creyendo que no hay público para tales extravagancias).
“También”, continúa Lavalle, “en determinados circuitos la música popular sigue sin ser igual que la culta, y no estoy de acuerdo, porque Dylan o Leonard Cohen también me han nutrido muchísimo; me han enseñado y me siguen emocionando. Me encanta la música clásica y la escucho sin parar, pero no voy a bajar los ojos ante una cantante lírica, y para muchísima gente no es lo mismo una cantante lírica que una tanguera. ...Un señor [Bob Dylan] jovencísimo, judío, pobre, feo, con una voz malísima, haciendo que diez mil almas se emocionasen...”. Le parece muy bien, por tanto, que se le diera el Nobel de Literatura, porque “a lo mejor Dylan te ha enseñado más que Bach”.
También dice sentir mucho orgullo, esta mujer vehemente, como un turbión alegrísimo, de su generación, de las mujeres de su generación: “Ahora lo tienen mucho más duro las chicas para tener trabajo, es cierto, pero es que nosotras lo teníamos duro para cosas, bueno... Tanto en España como en Argentina la sociedad era muy represiva. Había que romper el cascarón. Hace años te señalaban con el dedo por irte a vivir con quien no estabas casada. Fuimos pioneras en decir lo que pensábamos, en tener una relación igualitaria con nuestras parejas...”.
Lavalle se concede dos virtudes: el tesón en el trabajo, y el coraje. Por eso, también, reconoce que no ha tenido hijos “porque no he querido tenerlos”. “Muchas veces es mal recibido esto, pero si quieres tener hijos lo primero que tienes que plantearte es si amas la vida para trasladar ese amor a ese ser humano. La gente tiene hijos porque su pareja, porque tal... Olvídate de tener hijos porque tienes que tenerlos. Tú tienes que amar mucho la vida para eso; si no, no los traigas, porque ¿qué le vas a transmitir a ese hijo?... Hay mucha gente que va por ahí sin rumbo. Hasta tener un perro es una responsabilidad muy grande... Así que nunca estuve dispuesta a que se me estigmatice por eso. No los tuve porque no amaba la vida como debía.
–¿Por qué ha llegado a amarla ahora?
–Porque al final encontré la manera de estar en el mundo. Me levanto contenta, agradecida de lo que la vida me da, y la comparto. Eso no quita que tenga frustraciones. Pero estoy mucho mejor pertrechada para seguir luchando por lo que quiero. Y soy felicísima yendo a cantar a Orcasitas, aunque luego no salga en las fotos.
(Cerrando los ojos, al cantar, y encontrando la patria bajo los párpados.)
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María Lavalle cantará el próximo martes, 30 de mayo, a las 20.30 horas, en el Teatro Maravillas de Madrid. Celebrará un concierto, bajo el título ‘El llanto invisible’, en apoyo a la campaña de Amnistía Internacional contra la violencia contra las mujeres. Cantará sus canciones y las de los autores que la acompañaron siempre, arropada por su quinteto habitual y también por los tres músicos (Javier López de Guereña, Andreas Prittwitz y Fernando Anguita) que tocaron toda la vida con Javier Krahe.
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Miguel Ángel Ortega Lucas
Escriba. Nómada. Experto aprendiz. Si no le gustan mis prejuicios, tengo otros en La vela y el vendaval (diario impúdico) y Pocavergüenza.
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