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No todo son errores de gestión y fallos de administración lo que nos ha llevado a la lamentable situación actual. El hundimiento del Banco Popular, con ganancias para el Santander y pérdidas para los accionistas, las drásticas medidas de ajuste de los grandes Bancos, con el cierre de sucursales y la reducción de personal, los millonarios agujeros del rescate de las Cajas de Ahorro, volatilizados, las disculpas del Banco de España, por sus fallos de control, carente de medios de vigilancia, las crisis financieras internacionales de 2008 y su reincidencia en 2011, la política disciplinaria de la Comunidad Europea, los flagrantes casos de corrupción económica, que crecen cada día, como las setas después de la lluvia, la sangría permanente de los paraísos fiscales y sus insolidarios clientes, de nombres conocidos y actividades públicas respetables (¿), las académicas disculpas de las crisis cíclicas globales e inevitables, con el marchamo de algún Premio Nobel por medio, nada puede explicar, ni justificar y menos ocultar el lamentable estado de miseria social en que vive nuestro país, condenado a un subdesarrollo perpetuo, a un horizonte de escándalos sucesivos, crecientes e imparables, a una resignación medieval de apretarse el cinturón y esperar tiempos mejores, después de esta mala vida. El silencio de la Ley Mordaza no es, por supuesto, una solución, ni el optimismo de los telediarios oficiales, con las estadísticas trucadas y el turismo de verano, como salvación presupuestaria, en manos del sol de España y del esfuerzo anónimo de camareros de ocasión, limpiabotas de lujo, servicio de piso de los hoteles y piculinas pacientes, a la última moda del maquillaje internacional, pero no a los aciertos de los ministros del Gobierno. No es de extrañar que aumente la emigración universitaria y que el nivel de vida continúe bajando y bajando, en proporción inversa al endeudamiento progresivo de la calle. Todo para hacer bueno el gran acierto del eslogan de la temporada: “Adelante con los faroles”.