Análisis
Somos el 99%. Excepto para el 20% superior
Richard V. Reeves sostiene en un nuevo libro que los miembros de la clase media alta, no sólo los superricos, están haciendo nuestra sociedad profundamente desigual
Bryce Covert (sinpermiso) 26/07/2017
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¿Cómo se explica que Donald Trump, un hombre que se jacta de tener una riqueza de miles de millones y cubre de oro su apartamento, haya podido conseguir el apoyo de dos tercios de los votantes blancos de la clase trabajadora en las elecciones presidenciales de 2016?
Hay muchas respuestas a esa pregunta, incluyendo el resentimiento racial y las actitudes sexistas. Pero una de ellas es el débil sentimiento de clase de los estadounidenses. Ahora e históricamente, los estadounidenses de clase obrera y los pobres se consideran a sí mismos como el 1% en cola de espera, alineándose así con los políticos que en la práctica favorecen los intereses de los ricos por encima de los demás.
El enemigo, en cambio, no es el rico sino la élite: los medios de comunicación, el establishment político, los académicos, que advierten sobre el cambio climático. Trump puede ser rico, pero no es esnob o elitista. Es un tipo rico que es tal como seremos nosotros cuando también seamos ricos.
Los partidarios de Trump con bajos ingresos no son sin embargo los únicos que no logran identificar su propia situación de clase. Hay un grupo cuya incapacidad para entender las estructuras de clase y su lugar dentro de ellas está activamente haciendo la sociedad americana más desigual. Es precisamente la clase que los partidarios de Trump tanto odian. En un nuevo libro, Dream Hoarders. How the American Upper Middle Class Is Leaving Everyone Else in the Dust, Why That Is a Problem, and What to Do about It, Richard V. Reeves, miembro sénior de la Brookings Institution, acusa a su propio entorno: la clase media alta de Estados Unidos, entre ellos académicos, médicos, ejecutivos y miembros de los medios de comunicación.
El libro de Reeves es un recordatorio importante: Estados Unidos tiene un sistema de clases, aunque nunca hablemos de ello. Desde 1939, Gallup ha demostrado que casi el 90% de los estadounidenses se describen a sí mismos como "clase media". Sólo el 1 o el 2 por ciento se definen como "clase alta". Estas definiciones, por lo tanto, han hecho más para oscurecer las divisiones de clase que para aclararlas. A pesar de que Estados Unidos tiene "una estructura de clases más rígida que muchas naciones europeas, incluido el Reino Unido", señala Reeves, “los estadounidenses son más tolerantes con la desigualdad de ingresos ... en parte debido a su creencia de que en cada generación los pobres entablan una carrera justa contra los ricos y los más brillantes tienen éxito”. Reeves presta un gran servicio hablando en voz alta sobre su propia clase y su influencia.
Su libro se queda corto, sin embargo, debido a su incapacidad para considerar cómo la clase se cruza con otros factores, como la raza y el género, y a menudo es incluso sobrepasada por ellos. Sus soluciones son tan suaves que significan apenas un ligero golpe para una clase que acumula riqueza y oportunidades. Y nunca pone en cuestión un sistema meritocrático que inevitablemente producirá perdedores, no importa cuán igualado esté el campo de juego.
Movimientos como Occupy Wall Street han puesto de relieve la característica que define nuestra edad de oro: la desigualdad de ingresos, que ha visto el dinero y la riqueza del 1 por ciento más rico distanciarse de los demás. Pero Reeves argumenta que este marco --en el que el extremo de la capa superior se enfrenta a todos los demás-- contiene otra falla significativa, la que se encuentra entre el 20 por ciento más rico y el resto.
Los estadounidenses son más tolerantes con la desigualdad de ingresos en parte debido a su creencia de que en cada generación los pobres entablan una carrera justa contra los ricos
Su definición de clase media alta es: los hogares en el 20 por ciento superior de la distribución de ingresos, que ganan alrededor de $ 117.000 o más al año. Y les ha ido extraordinariamente bien en las últimas décadas, si bien los otros cuatro quintos de los hogares estadounidenses han hecho agua. Los ingresos del quinto superior crecieron 4 billones de dólares entre 1979 y 2013, 1 billón más que el crecimiento combinado de todos los demás.
"Demasiado a menudo la retórica de la desigualdad apunta a un problema del "1 por ciento superior ", como si el 99 por ciento “inferior” se encontrara en una situación igualmente desesperada”, escribe. "Esta obsesión con la clase alta permite a la clase media alta convencernos a nosotros mismos de que estamos en el mismo barco que el resto de Estados Unidos; pero no es cierto".
El objetivo de Reeves no es desviar la culpa del 1 por ciento. La desigualdad de ingresos es fractal, de manera que cada vez que se hace un zoom en un grupo de ingresos más y más altos, se encuentra desigualdad dentro de él. Así, el 1 por ciento capturó un tercio de los ingresos totales dentro del 20 por ciento superior entre 1979 y 2013, a pesar de su menor tamaño.
Pero mezclar los muy acomodados con el 99 por ciento oculta importantes distinciones. Ha habido muy poco aumento en la desigualdad de ingresos entre el 80 por ciento inferior; toda ella ha sido creada por el quinto más rico que se sitúa por encima del resto de nosotros. Por cada dólar que pasó al 1 por ciento en las últimas tres décadas, dos fueron al 19 por ciento inmediatamente debajo del mismo. La clase media alta puede no cobrar tanto como los superricos, pero todavía está chupando una proporción desproporcionada de los ingresos.
Mientras que, señala Reeves, los miembros individuales del 1 por ciento pueden hacer girar su dinero con un gran impacto, el bloque de la clase media alta tiene una influencia excesiva. “El tamaño y el poder de la clase media alta significan que puede remodelar ciudades, dominar el sistema educativo y transformar el mercado de trabajo”, escribe. Cuando sus intereses están amenazados, los miembros de esta clase disponen del capital social para contraatacar.
Un ejemplo perfecto es lo que sucedió cuando el presidente Obama trató de eliminar una exención tributaria, disfrutada mayoritariamente por este grupo, para ayudar a los menos favorecidos. Obama propuso eliminar algunos de los beneficios fiscales del plan de ahorro 529 para la universidad, que fue instituido por el presidente George W. Bush, puesto que más del 70 por ciento del dinero de sus cuentas de ahorro pertenece a familias que ganan más de 200.000 dólares al año. Los nuevos ingresos podrían haber sido redirigidos a subsidios para ayudar a los estadounidenses con ingresos bajos y medianos a ir a la universidad.
Ha habido muy poco aumento en la desigualdad de ingresos entre el 80 por ciento inferior; toda ella ha sido creada por el quinto más rico que se sitúa por encima del resto de nosotros
La reacción fue rápida y severa. El plan puso en peligro un beneficio que es popular entre la clase media alta que cuenta, a la que pertenecen también los miembros del Congreso. Tanto demócratas como republicanos lo rechazaron. Obama se apresuró a revocar la idea días después de haberla lanzado. "Había subestimado la cólera de la clase media superior estadounidense", escribe Reeves.
El hecho de no entender que las fortunas económicas de la clase media alta se han alejado de las del resto de la clase media tiene otras derivaciones. La mayoría de los legisladores demócratas, Obama y Bill y Hillary Clinton entre ellos, prometen que nunca aumentarán impuestos a la clase media. Pero luego definen a este grupo como alguien que gana 250.000 dólares al año o menos, a pesar de que la clase media estadística --los que están en el 20 por ciento medio de la distribución del ingreso-- está formada por familias que ganan entre 43.500 y 72.000 dólares al año.
Pretender que las personas con ingresos de seis cifras son de clase media y prometer luego protegerlas de cualquier aumento de impuestos significa que los políticos no pueden pedir a estas familias que paguen un pequeño impuesto en nuevos beneficios universales como el permiso familiar pagado. Pero eso es sólo la punta del iceberg. Las soluciones reales a un crecimiento exponencial de la desigualdad de ingresos requieren un aumento extensivo de la inversión pública. Y los ingresos fiscales necesarios no pueden salir todos del 1 por ciento superior. Tal como demuestra Reeves, incluso si la tasa impositiva máxima sobre los ingresos de los hogares de más de 470.700 dólares volviera al 50 por ciento, donde estaba a mediados de los años 80 para los ingresos más altos, sólo se obtendría un aumento adicional de 95.000 millones de dólares al año. Eso no es insignificante, pero no es suficiente para financiar cosas como una renta básica universal, un programa de empleo gubernamental, atención infantil y preescolar universal, la universidad gratuita y atención sanitaria universal. Y no se trata de que la clase media alta no pueda pagar más. “Se puede recaudar más dinero de la clase media alta sin precipitarlos en la pobreza ...", señala. “Si necesitamos recursos adicionales para la inversión pública, es razonable obtener algunos de ellos de la clase media alta”.
Pero aunque la clase media alta no se ve a sí misma como un grupo diferenciado, tiene un fuerte control sobre el poder. Se puede esperar que casi el 80 por ciento de esta clase vote en las elecciones, en comparación con menos de la mitad de los estadounidenses más pobres. Reeves también ve otros tipos de influencia: el ascendente cultural de tener a muchos de sus miembros trabajando en los medios de comunicación, la publicidad y las artes, así como el dominio en los negocios, la ciencia e incluso la misma política. "Como clase, somos un grupo poderoso", dice.
Si necesitamos recursos adicionales para la inversión pública, es razonable obtener algunos de ellos de la clase media alta
También ve esta clase no sólo definida por el ingreso sino por una mejor salud, educación, oportunidades de empleo e incluso una estructura familiar diferente. La clase media alta utiliza estos activos para acumular oportunidades para sí misma, perpetuando un sistema injusto: sus miembros luchan por preservar leyes urbanísticas que mantienen las buenas escuelas lejos de la asistencia de niños más pobres, encuentran las maneras de pagar la entrada de sus hijos en las universidades de élite (siente un resentimiento especial respecto a las admisiones hereditarias) y mercadean favores para conseguir internados gratuitos para sus hijos. Los ricos distorsionan el juego para que la estructura de clases estadounidense permanezca atrincherada.
De esta manera, Reeves describe con precisión un problema que con demasiada frecuencia no se reconoce. Pero sus soluciones para el problema son, en el mejor de los casos, débiles.
Aunque admite que sus sugerencias sobre cómo resolver la perpetua estratificación de las clases son sólo un punto de partida, su debilidad es reveladora. Sugiere proporcionar a los estadounidenses con bajos ingresos un mejor acceso a la planificación familiar y visitas domiciliarias de las enfermeras a los nuevos padres, ignorando el hecho de que a las madres solteras les va mucho mejor en países que realmente gastan lo suficiente en sus redes de seguridad social. Desea mejores maestros en las escuelas K-12, un proceso menos complejo para los préstamos universitarios, más apoyo a la formación profesional y el fin de las admisiones hereditarias en las universidades de élite, pero no se atreve a pedir una revisión a gran escala del sistema educativo que termine con la segregación racial y garantice una financiación adecuada para todos.
Incluso cuando se enfrenta a cuestiones sistémicas, como la zonificación, que mantiene la vivienda segregada dificultando la construcción de unidades asequibles, o una estructura impositiva que no pide mucho a los ricos, Reeves es demasiado tibio. No quiere que el Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano garantice que las comunidades cumplan con las reglas respecto a la discriminación en la vivienda o ni siquiera que las áreas de clase media alta acepten más bloques de viviendas; lo único que pide son más edificios de tres pisos. Respecto a los impuestos piensa que “como principio general es mejor que la gente gaste su propio dinero más bien que tomárselo”, lo que le lleva a apoyar meramente la limitación de algunas deducciones fiscales para uso de los ricos.
Si, como él dice, Reeves no tiene miedo de provocar la cólera de su propia clase para mejorar la suerte de los menos afortunados ¿por qué no hace propuestas más valientes y más importantes? ¿Por qué no propone aumentar sustancialmente los impuestos al 20 por ciento superior y utilizar el dinero para ofrecer una renta básica a todo el mundo? Se ha visto que el simple hecho de dar dinero a los pobres aumenta sus ingresos e incluso mejora su salud y educación. Estas y otras políticas, como la atención sanitaria y preescolar universal, nos ayudarían a crear una clase media voluminosa, con muchas personas que gozarían de un nivel de vida decente y muy pocos en los extremos inferior y superior.
La respuesta puede ser que a pesar de su discurso sobre un sistema amañado, en realidad Reeves no quiere transformarlo. En vez de centrarse en mejorar el nivel de vida de todos los niños – lo que los economistas llaman movilidad absoluta-- se centra en cómo los niños pueden pasar a un nivel más alto de la escala de ingresos, que aquel en que estuvieron sus padres. En términos matemáticos esto significa que debe haber niños que bajen de la clase media alta para dejar sitio a los de otras clases. Para Reeves, la sociedad estadounidense es un juego de suma cero.
¿Por qué lo ve de esta forma? Porque quiere preservar la carrera de locos de la meritocracia. Para Reeves, el problema no es que el sistema norteamericano crea una competición que siempre producirá vencedores y perdedores; lo que pasa es que la competición no empieza en igualdad de condiciones. “El objetivo no debería ser la reducción de la competencia de mercado ; debería ser la creación de más competidores… “, escribe. “Las desigualdades materiales creadas por la competencia de mercado son razonables en la medida en que haya igualdad de oportunidades para prepararse para la competición”.
Las desigualdades materiales creadas por la competencia de mercado son razonables en la medida en que haya igualdad de oportunidades para prepararse para la competición
“En palabras sencillas, estoy a favor de una meritocracia para los adultos, pero no para los niños”, dice.
Pero nunca habla de lo que sucede con los perdedores en este sistema. ¿Qué sucede cuando uno no tiene la “capacidad, conocimientos e inteligencia” que se supone son recompensados por un sistema de mercado ? ¿Tiene que morirse de hambre ? Los niños ricos incompetentes ¿no tienen derecho a progresar tan solo por el hecho de ser ricos? Pero el mayor problema es una sociedad dispuesta a dejarte en la cuneta si careces de “mérito”. Deberíamos preocuparnos del bienestar de todos nuestros conciudadanos, no importa cuáles sean sus supuestas capacidades o méritos. Perder un juego limpio no significa no merecer nada.
Luego está la cuestión de si un mercado puede en realidad ser objetivo. Lo más importante que Reeves no acierta a ver es cualquier “ismo”, excepto clasismo, que pueda obstaculizar las posibilidades de cualquiera para salir adelante. Quizás el mejor indicio respecto a la raza es que suele citar con frecuencia a Charles Murray, autor de un libro que argumenta que los negros son menos inteligentes que los blancos y presenta una nota publicitaria sobre Murray en la solapa trasera de Dream Hoarders. Pero también él mismo interpreta mal la situación de la raza y el género. “Hoy en día las mujeres y la gente de color tienen más posibilidades de éxito debido en parte al lento triunfo de los valores meritocráticos”, escribe. “El ideal meritocrático es ayudar a cavar la fosa de la discriminación”.
En parte tiene razón. Los negros ya no están esclavizados, las mujeres y las personas de color tienen más derechos federales y su acceso a mejores empleos ha mejorado. Pero la idea de que la discriminación está en su lecho de muerte y que la llegada de una meritocracia ciega a la raza y al género es inminente es una absurdidad. Las mujeres constituyen dos tercios de los trabajadores con salario mínimo y tan sólo el 5,6 por ciento de los ejecutivos de las grandes empresas, si bien ganando un porcentaje de lo que ganan los hombres, incluso trabajando a tiempo completo. Nunca ha habido una generación en la que los niños negros hayan tenido las mismas oportunidades de progreso económico que los niños blancos, incluida la nuestra, aunque sean más educados y expertos; la diferencia entre los salarios de los blancos y de los negros es mayor ahora que en 1979.
En cambio, la meritocracia es más a menudo culpable de perpetuar la discriminación que de anunciar su fin. Un estudio mostró que cuando una organización se llama a sí misma explícitamente meritocracia, los gerentes favorecen a los empleados varones respecto a los femeninos. Si un lugar de trabajo o una sociedad cree que todo lo que se necesita para salir adelante es el talento, rápidamente ignora cualquier otra cosa que pueda impedir que alguien progrese.
Reeves dice que quiere que los norteamericanos de clase media alta como él paguen más para que el campo de juego sea igual para todos. Pero sus soluciones sugieren que no está dispuesto a llevar demasiado lejos ese instinto. Su clase no tendría que desembolsar mucho dinero para las pusilánimes soluciones que propone. Incluso después de sus ideales revisiones, la estructura básica de la despiadada sociedad estadounidense, basada en el mercado, permanecería intacta. En su mundo, si eres un miembro de las clases bajas, incluso teniendo más movilidad, estás destinado a la miseria.
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Traducción de Anna Maria Garriga Tarré.
Bryce Covert es editor de Política Económica en ThinkProgress y colaborador de The Nation.
Este texto está publicado en sinpermiso. Fuente: The Nation.
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