PERIODISMO BLOW JOB
Secesión desencadenada
Una palabra explosiva acaba de ser desempolvada del diccionario a golpe de editorial. Para toda una generación educada en los usos y costumbres democráticos, el vocablo solo remitía a una guerra americana
Pilar Ruiz 11/09/2017
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Secesión: una palabra explosiva acaba de ser desempolvada del diccionario a golpe de editorial. Para toda una generación educada en los usos y costumbres democráticos, el vocablo solo remitía a una guerra americana nunca estudiada, pero conocida mediante el cine. Al menos hasta que unos traductores mal pagados traicionaran el castellano llamando “Guerra Civil” (americana) a la que siempre fue “de Secesión”. Y eso que en España solo hay una Guerra Civil, incompatible con cualquier otra; al menos, de momento. Secesionista se ha convertido en el trabalenguas de moda y muchos tertulianos apresurados por la urgencia opinativa --incluso algunos políticos-- se embrollan y terminan por soltar un “sucesión”. Como hablan de Cataluña, el error no deja de tener cierto aroma a acto fallido freudiano influido por las inspiraciones independentistas. (Guerra de Sucesión española, 1701-1713).
Esa gente rara que creía que la secesión era una cosa casi inventada por el cine asumía también que la existencia de partidos independentistas o republicanos constituía algo natural en un Estado plural y democrático. De hecho, a todo el mundo le parecían naturales estas simples “aspiraciones” sin visos de convertirse en realidades políticas. Eso nos decían en los lejanos tiempos en que, por ejemplo, mofarse de un rey no se castigaba penalmente. Hoy día, los artículos 485-491 del Código Penal castigan “las injurias a la Corona con pena de prisión o de multa”. Si el delito contra la Corona se comete con ciertas finalidades, “se aplicará el nuevo artículo 573 y se considerará un acto de terrorismo".
La Audiencia Nacional condena a 3 años y medio de cárcel al rapero Valtonyc por injurias a la Corona. (InfoLibre, 22-2-2017)
La secesión por antonomasia también era cosa del pasado: llevaba miriñaque, era propietaria de esclavos y tenía la cara de Vivien Leigh en Lo que el viento se llevó (Gone with the wind, 1939). Sobre esa guerra americana hay miles de películas e incontables novelas, pero el culebrón de la Mitchell se lleva de calle el Oscar al icono atemporal. La historia de amor triangular en medio de la destrucción bélica está envuelta en un relato pseudohistórico que utiliza sabiamente el romanticismo del fracaso, las lágrimas por el paraíso perdido, la nostalgia de un pasado de paz y prosperidad. Mimbres de éxito.
“Sé lo que es trabajar bien y entiendo de libros: el mío no me parece bueno” (Margaret Mitchell).
La visión no ya edulcorada, sino directamente elevada a lo angélico de una época dorada en la que propietarios y esclavos convivían en paz y armonía, resulta ridícula --nunca hubo ninguna Edad de Oro, ni tan siquiera del periodismo-- pero la explicación nordista de la guerra fratricida tampoco se salva del trazo grueso. Según la Historia –esa ficción política--, las dos facciones luchaban por sus territorios comerciales en nombre de la libertad (la libertad de poseer esclavos, también) y de la democracia: los líderes sudistas pertenecían al Partido Demócrata y muchos nordistas republicanos no eran abolicionistas. El mismo Lincoln apeló a la abolición de la esclavitud un tanto tarde: su objetivo principal era la unidad federal (la Unión) y no la liberación de los esclavos.
“No estoy, ni nunca he estado, a favor de lograr de ninguna manera la igualdad social y política de las razas blanca y negra, no soy ni nunca he sido partidario de los votantes o jurados negros, ni de que estén cualificados para su cargo, ni a casarse con personas de raza blanca. Diré, además de esto, que hay una diferencia física entre las razas blanca y negra, y que por esto creo que siempre será prohibido que las dos vivan juntas en términos de igualdad social y política. Y en la medida en que no pueden vivir, mientras que se mantengan juntas, debe ser en posición de superior e inferior, y yo, tanto como cualquier otro hombre, estoy a favor de tener la posición superior asignada a la raza blanca. Yo veo el asunto (de la emancipación de los esclavos) como una medida de guerra práctica, que se decidirá en función de las ventajas o desventajas que pueda ofrecer respecto a la supresión de la rebelión” (Abraham Lincoln al senador Douglas, 1848).
En cualquier caso, un temazo. ¿Cómo no iba a aprovecharlo Hollywood, especialista en convertir en espectáculo épico cualquier iniquidad? Por supuesto, esa secesión a la americana no puede tener relación alguna con la que hoy ocupa las portadas, las ondas radiofónicas y televisivas de nuestro país “secesionado”: nosotros nos manejamos mejor en el género costumbrista que en el épico. Es más barato.
“Es hora de atajar la secesión”
“Millones de españoles observan perplejos y enojados la pasividad del Gobierno ante lo que el propio PP catalán califica de ‘golpe de Estado” (ABC, editorial, 1-9-2017)
Como bien supo Escarlata O´Hara, eso de la secesión es asunto peligroso:
“El último artículo de Victoria Prego: “A los independentistas no les importaría que hubiera muertos en las calles”
“El último artículo de Victoria Prego en El Independiente, ‘Los independentistas buscan víctimas en las calles’ ha desatado las críticas en las redes”. “Les bastará con enfrentamientos callejeros y les sería muy conveniente que hubiera víctimas de distinta consideración, si hay heridos graves, mejor. Y me atrevo a decir que tampoco les importaría que hubiera algún muerto, o varios, porque en ese caso ya tendrían una fecha grabada con sangre en el imaginario independentista: la segunda Semana Trágica de Barcelona” (…) “Necesita víctimas para poder nutrirse de la energía perdida con el fracaso, víctimas que vuelvan a insuflar a la causa perdida el empuje imprescindible para salir adelante y, con esa bandera, mejor si está bañada de sangre, presentarse a unas inmediatas elecciones y concitar el apoyo masivo de una sociedad rebosante de ira” (Público, 5-9-2017).
Apelar a supuestos deseos de ver muertos por las calles en tiempos como los que corren no parece muy responsable. Pero los aparatos periodísticos de la Unión y de la Confederación (a la hispana) se enfrentan con adjetivos más gruesos que Mammy –la oscarizada Hattie McDaniel--, la criada de la señorita Escarlata, y azuzan a los bandos de las banderas. ¿Necesitan la chispa de un fuerte Sumter? ¿Esperan un nuevo Gettysburg? El famoso travelling de la estación de Atlanta con sus miles de muertos –analógicos, sin trucos digitales-- sobrevuela todas las banderas: ya sabemos para qué han servido siempre.
Esta moda de la secesión triunfa en todas partes:
“Quién es el General Lee, el símbolo que reabre la herida del racismo en EEUU”
“Miles de defensores de los valores confederados se manifestaron en el pequeño pueblo de Charlottesville, Virginia, para protestar contra la iniciativa del ayuntamiento de retirar la estatua del general Lee. Durante las protestas, los supremacistas se enfrentaron contra aquellos que defienden apartar el monumento porque lo consideran símbolo del racismo y la esclavitud. Tres muertos, 45 heridos, pánico, y la imagen palpable de que la herida del racismo sigue abierta siglo y medio después de la guerra civil entre los estados del norte y los estados del sur.” (El Español, 15-8-2017).
La revisión de la memoria histórica alcanza a otros países, cada cual con sus Valles de Caídos y silencios vergonzantes. Como la de Quentin Tarantino en Django Desencadenado (Django Unchained, 2012), película en la que el relato de la secesión ya deja de ser melodramático para acogerse al género del spaguetti-western. La caricatura pos-pos-moderna, deliberadamente exagerada de este cuento, destila el espíritu del siglo XXI aunque los modelos de Tarantino pertenezcan al XX. Su protagonista ya no tiene el bello y blanco rostro de Vivien Leigh sino el de un hombre negro --también bello-- llamado Jamie Foxx, un esclavo que se toma la justicia por su mano saltándose el derecho más importante en cualquier democracia o tiranía: el de propiedad.
La negritud de este héroe de western, pistolero letal, es una provocación contra los supremacistas blancos a los que tanto detesta su creador, comprometido con los derechos civiles desde hace décadas. Una lectura inversa a la de Lo que el viento se llevó: “No, señorita Escarlata”. Más cuando los ultranacionalistas americanos se han quitado las capuchas para mostrarnos que solo son gente que ama su país por encima de todo; al menos así les definen ciertos medios estadounidenses y hasta su propio presidente.
“Tres muertos durante la jornada de caos desatada en Charlottesville por una manifestación racista”
“Una persona muere después de que un coche embistiese a una multitud de peatones y dos agentes fallecen en un helicóptero que se ha estrellado a las afueras de la ciudad” (El País, 13-8-2017).
(Nota: el titular evita hablar de “atentado” o “terrorismo”. Aquí el “caos” no discrimina entre víctimas o verdugos y las personas “mueren” –no son asesinadas-- tras un atropello. Comparen este titular con los referidos a otros terrorismos).
“Violencia en Charlottesville: ¿por qué Donald Trump se muestra ambiguo frente a los supremacistas blancos pese al riesgo político que corre?
“Los grupos nacionalistas blancos tienen bien claro el espaldarazo que representan para ellos las declaraciones de Trump: "Gracias presidente Trump por su honestidad y coraje al decir la verdad", expresó en un tuit el antiguo líder del Ku Klux Klan, David Duke, tras los pronunciamientos del mandatario” (BBC, 16-8-2017).
“Retiran Lo que el viento se llevó de un cine de Memphis por ser insensible con la esclavitud”
“El clima social que se respira en Estados Unidos, en especial tras los altercados racistas vividos en Charlottesville, ha polarizado las opiniones en una temática muy sensible entre los ciudadanos de ese país. Hay que tener en cuenta que Lo que el viento se llevó se estrenó en el año 1939, por lo que no son de extrañar las reacciones negativas hacia el filme en una ciudad, Memphis, en la que el 64% de la población es de raza negra” (La Vanguardia, 28-8-2017).
(Nota: obsérvese el uso de “altercados” por “atentado”; lo que sucedió en realidad).
Quizá esa confusión entre realidad y ficción propia de una sociedad de cultura virtual se deba a un menguado nivel de comprensión lectora: los sucesivos planes de educación no están hechos para comprender nada sino para aleccionar a nuevos esclavos; no los de ningún O´Hara, sino los del Mercado. Respecto de lo elevado del debate aquí en nuestro país, no hay más que leer o escuchar la sucesión –ahora sí-- de argumentos turulatos sobre la posible secesión catalana.
“Confusión mental e ideas irrealizables, lo que Puigdemont desvela con su firma”
“Una experta en grafología analiza para ABC la rúbrica del presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont”. “El ángulo a la izquierda muestra una agresividad de guante blanco, matizado por la astucia. Tendencia a atacar por la espalda. Su insatisfacción interna la proyectará hacia quienes considera sus enemigos, que no adversarios políticos, al ver frustrados sus planteamientos irrealizables, lo muestra claramente en esa aguja fina y punzante hacia la derecha con que finaliza su firma” (ABC, 8-9-2017).
“Juan Manuel de Prada en Antena 3: ‘Lo de Cataluña es igual de grave que la esclavitud o la pederastia" (Espejo Público, Antena 3, 9-9-2017).
Incoherencias y desbarres: no podía esperarse otra cosa cuando el respeto a la Ley es invocado por gobiernos corruptos –españoles y catalanes-- que se han saltado esta cuando les ha convenido o que la han manipulado hasta extremos insospechados, véase por ejemplo la modificación del art. 135 –no confundir con el 155-- de la Constitución.
Las antiguas discrepancias por un quítame allá tu nación datan de hace mucho tiempo; existían incluso durante los tiempos dorados del polisón bipartidista, cuando nos gobernaban próceres con “sentido de Estado”, faros y guías. Un Pujol, sin ir más lejos. Que muchos de esos políticos estén hoy bajo la sombra de la corrupción cuando no de la trena se considera cuestión menor: no conviene recordar que en aquellos años cabían todas las sensibilidades nacionalistas y se repartía “café para todos”. Aquello acabó cuando la cafetería echó el cierre por culpa de la crisis.
Una nueva época demandaba un nuevo relato y, sobre todo, alguna bandera para tapar agujeros narrativos. El mismo día en que los medios de comunicación abrumaban a la ciudadanía con su apocalipsis secesionista, escondida en las páginas de Economía se publicaba una noticia casi fantasmal, apenas un dato no discutido ni tertulianizado, una anécdota que no merece comentarios:
“El Banco de España calcula que solo se recuperarán 14.275 de los 54.353 millones del rescate público”
“El supervisor actualiza el balance de la crisis financiera a 31 de diciembre y señala que de momento se han retornado 3.873 millones” (El País, 7-9-2017).
Decidido ya el lugar donde librar su guerra, los medios de comunicación se alzan como rebeldes secesionistas de la realidad para ondear sus banderas sin importarles que, según el último CIS, la independencia de Cataluña sea citada como principal preocupación por solo el 0,9% de los encuestados.
“Por qué la independencia de Cataluña no preocupa a los españoles, según el CIS”
“El 98,8% de los ciudadanos no cree que el secesionismo sea uno de los principales problemas del país” (El Español, 9-8-2017)-
A pesar del desembarco mediático por tierra, mar y aire, una inmensa mayoría se resiste a considerar el espinoso asunto de la secesión catalana como el principal problema del país. Incluso como problema en general. ¿Falta de patriotismo? ¿Hartazgo? Seamos optimistas: no resultaría extraño que cada vez más ciudadanos compartiesen la convicción de que todas las políticas basadas en conceptos como “nación” o “patria” suelen albergar fines partidistas y deshonestos, con resultados desastrosos para el bien común. Puede que hayan descubierto que una bandera no es más que un trapo demasiado pequeño para envolver en ella infinitas y legítimas aspiraciones. Quizá, con suerte, cada vez haya más ciudadanos y menos esclavos.
Autor >
Pilar Ruiz
Periodista a veces y guionista el resto del tiempo. En una ocasión dirigió una película (Los nombres de Alicia, 2005) y cada tanto publica novelas. Su último libro es "La Virgen sin Cabeza" (Roca, 2003).
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2 comentario(s)
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kalergi
Mientras España esté habitada por una mayoría de "cuñados" como el comentarista CeX, que se cree chorradas con duma facilidad, no hay nada que hacer. La solución: la independencia. En general, estoy de acuerdo con Pilar Ruiz aunque con matices: decir que una bandera es sólo un trapo es despreciar lo que ese "trapo" significa para muchas personas; me parece una posición condescendiente y ofensiva. Y se lo dice uno que no tiene bandera en casa, Del mismo modo, la nación es una entidad real porque es un colectivo humano, tan dispar y diverso como las personas que la integran. Y la patria, a pesar de su mala fama entre el esnobismo "guayista", es lo que hace que haya personas que se dediquen a trabajar por otras. Claro, hay quien hace un uso pervertido, como de todo. Pero no es menos cierto que el componente de entrega desinteresada que también contiene asuste y repela a los que sólo l es preocupa su situación personal y que olvidan que ésta no puede aislarse de la del resto. Y es verdad que en un mismo Estado pueden coexistir dos o más naciones; pero, si la unión no es voluntaria, acaba como España.
Hace 7 años 2 meses
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CeX
El estado de las autonomías viola la propia constitución al permitir la desigualdad entre los españoles. La solución es eliminar las autonomías. Un gobierno central como el francés y todos iguales de verdad ante la ley. Las autonomías o estados federales solo funcionan cuando van todos a una por el bien del país, como en Alemania o EE.UU., pero no en España, donde llevan años adoctrinando a niños y adultos en el odio hacia otras partes de nuestro país.
Hace 7 años 2 meses
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