Lectura
Holy Iona, postal de viaje
Tarjeta de Navidad del poeta polaco Zbigniew Herbert, versionada por el escritor Alain-Paul Mallard
Zbigniew Herbert 20/12/2017
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En la Navidad de 1966, el poeta polaco Zbigniew Herbert acepta de la radio alemana la inusitada invitación a pronunciar una alocución radiofónica. El contexto, tirante, presupone cortina de hierro, guerra fría, encono geopolítico... Conciencia moral de su pueblo, Herbert, un insigne humanista y un viajero ilustrado, opta por una tarjeta postal. Revisada por el autor, su postal se publicó de manera póstuma en el número 77 de la revista ‘Zeszyty Literachie’ (Cuadernos literarios), invierno del 2002, Varsovia-París. CTXT la ofrece a sus lectores, a manera de tarjeta de Navidad, en versión —a partir del inglés— de A.-P. Mallard.
No sé decir por qué, pero durante los últimos años me ha obsesionado una visión: la de una isla en Navidad.
Las islas no pertenecen al paisaje de mi infancia. Nací en Europa Central, a medio camino entre el mar Báltico y el Negro. Cada uno de nosotros lleva, en una tarjeta de Navidad, el paisaje que sirvió de escenario a su primera juventud. El mío lo conforman las vistas cercanas a Leópolis: barrancos, dulces colinas de pinos que florecen bellamente durante las primeras nevadas...
Ya estaba bien entrado el otoño en la pequeña bahía escocesa de Oban cuando decidí viajar a una de las islas Hébridas.
Punto de destino: Holy Iona.
Sí, el adjetivo que antecede al nombre quiere decir ‘sagrada’. Se trata de la isla desde donde San Columba comenzó, en la Alta Edad Media, a cristianizar a los Celtas. Documentos dignos de fe cuentan que tocó tierra en una playa arenosa acompañado de algunos frailes. La suya fue una de las misiones religiosas más pacíficas que hubo jamás, no tan colorida en sangre y llamas como las Cruzadas pero —en contraste— harto más espiritual. San Columba, refieren las historias, conversaba con los druidas celtas hasta bien entrada la noche.
Sólo gracias a la disposición excepcionalmente amistosa de los pescadores escoceses —puesto que era tarde en la temporada y el servicio regular del transbordador había sido suspendido semanas atrás— pude llegar a la isla de Mull. La atravesé, hasta la otra punta, a bordo de un autobús casi vacío. Un pequeña aldea de pescadores (si unas casas dispersas merecen el nombre de aldea) localizada justo frente a Holy Iona. La señora que me hospeda hace diversas llamadas buscando algún pescador dispuesto a llevarme.
Una mañana fría, húmeda, gris. Estoy de pie en el muelle, una vereda de concreto que se hunde gradualmente en el agua. El océano está agitado. Altas olas rompen contra el abrupto litoral. De pronto, navegando hacia mí, un pequeño barco de pesca emerge de la niebla. Como la mano que le se tiende a un sueño.
Hay, en Holy Iona, una iglesia y un monasterio. Uno de los más hermosos complejos románicos del Norte. Lo protegen desde el Oeste las colinas circundantes. Lo llena, no obstante, la brisa salada. Chaparro y compacto, está construido en piedra caliza de tonos rosados. Por sus muros de gran espesor, el conjunto — sorprendente en su homogeneidad de estilo— parece una fortaleza contra los vientos. En el sombrío interior de la iglesia el ojo debe aclimatarse para ver surgir, tras un rato, capiteles bellamente esculpidos, detalles arquitectónicos en pálido verde celadón y de contorno borroso, como recobrados de los fondos marinos.
Entre los edificios del monasterio, un claustro. Siempre asocio los chiostros italianos al paraíso; una arquitectura abierta, de arcadas, flores y arbustos, alguna fuente... Aquí, sólo vívido césped y, al centro, una escultura de la Virgen —que aunque muy moderna, no por ello estropea el entorno— . La escultura lleva una inscripción en francés que la torna todavía más inesperada.
Reza: “Leo Lipschitz. Un judío, fiel a la religión de sus ancestros, esculpió esta Virgen para que las personas se entendieran las unas a las otras y el espíritu gobernara el planeta.”
Sólo en aquél preciso momento caí en la cuenta de cuál es el sentido de mis peregrinaciones a través de Europa. Reside en recoger, de la larga y dramática historia de la humanidad, algunos rastros, algunos signos, de una comunidad perdida. Por ello la columna románica de Tyniec cerca de Cracovia, el tímpano de la capilla de Santa Petronila próxima a Viena, y los relieves en la basílica de San Trófimo en Arlés fueron siempre para mí no sólo fuente de emociones estéticas, sino la conciencia de que existe una patria más amplia que la propia. Y siento gratitud hacia el artista judío que, aunque tuviera palabras de odio más a mano, reunió palabras de reconciliación.
Lo que acabo de decir bien puede parecer banal, y es lícito que un oyente alemán se pregunte si eso es todo lo que un escritor polaco tiene que decir en una ocasión tan solemne. No, ciertamente. No solo eso y no tan poco. Pero a veces odio las palabras sonoras. Por ello, envío una tarjeta postal. Postal que contiene, a mis ojos, un mensaje.
Para volver a la cala en que el pescador, paciente, me esperaba, ha de atravesarse un cementerio. En el pasto se alinean las tumbas de los reyes de Escocia. Bajo la hojarasca, que se pudre con el agua salobre, los caballeros, encerrados en sus armaduras, navegan hacia su distante eternidad. Sus rasgos son apenas distinguibles, planos como vientres de grandes insectos.
Volví a la isla de Mull.
Después de la cena, mi anfitriona me pidió que colocara la lámpara de noche en la ventana que mira hacia Holy Iona. Tal era la costumbre. De noche, las luces de ambas islas conversan entre ellas.
No se sabe qué es lo que nos deparará el futuro, ni cuánto tiempo pueda durar la presente ruptura en el mundo. Pero, mientras al menos una noche al año las luces de este mundo se lancen destellos unas a otras, no se habrá perdido toda la esperanza.
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Introducido y traducido por Alain-Paul Mallard
En la Navidad de 1966, el poeta polaco Zbigniew Herbert acepta de la radio alemana la inusitada invitación a pronunciar una alocución radiofónica. El contexto, tirante, presupone cortina de hierro, guerra fría, encono geopolítico... Conciencia moral de su pueblo,...
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