Tierra pura (1)
Primera de las tres entregas de un amplio relato que proponemos como lectura para este fin de año
Víctor Sombra 15/12/2017
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Entre conversaciones librescas, Monty Montbrulant y Víctor Sombra afrontan el brutal asesinato de su vieja amiga y reputada entomóloga, la profesora Bettina von Hagen. Gracias a la información facilitada por la novia de Bettina, joven policía de la misma ciudad en que tuvo lugar el crimen, ambos amigos seguirán día a día el curso de la investigación, e incluso intentarán impulsarla a su manera. En un primer momento dos pistas aparecen claramente definidas ante ellos...
1. Enjambre
Bettina ha llegado justo cuando Víctor Sombra y yo examinábamos la pila de libros pendientes. No ha querido tomar el té con nosotros.
—Sólo saludar, Monty –ha insistido, después de ejecutar la mímica del beso en la mejilla.
Bettina von Hagen es una reconocida entomóloga. Su trabajo en la Universidad de Kiel se centra en el comportamiento colectivo de los insectos. Bettina ha extendido a los coleópteros algunos de los descubrimientos de Martin Lindauer y Karl von Frisch en relación con las abejas. Para ello ha tratado de identificar una serie de gestos básicos, similares al baile y el aleteo de las abejas, que sirvan a los escarabajos para definir parámetros como la distancia y dirección. De esta forma pueden informarse unos a otros acerca del lugar en que se encuentra el alimento o el emplazamiento de una futura colonia, y pueden asimismo expresar sus preferencias ante varias alternativas. Bettina está especialmente interesada en los procesos colectivos de toma de decisiones de los coleópteros, y ha encontrado muchas similitudes con la manera de comparar opciones y formar quorums descrita para las abejas por sus predecesores.
Bettina había venido a Ginebra a presentar el resultado de sus últimas investigaciones y debía regresar pronto a Kiel, ya que todo estaba listo para iniciar un ensayo sobre la migración de una colonia de coleópteros xilófagos a un nuevo paraje preparado al efecto.
Bettina es también una gran lectora, y a menudo compara insectos, abejas o mariposas, pero a veces también escarabajos, con las palabras. Sueltos no dicen nada, hay que verlos formar un enjambre, una bandada o una frase. Y este principio le lleva también a continuar la lectura de un libro en otro, tratando de crear pequeñas colecciones que, según ella despliegan en panorama un sentido.
Nada más llegar ha empezado a presumir de haber agrupado tres libros en apariencia distantes bajo la etiqueta común de la noción revolucionaria del fantasma. Se trata de De qué hablamos cuando hablamos de marxismo, de Juan Carlos Rodriguez, Convocando al fantasma. Novela crítica en la España actual, coordinado y prologado por David Becerra Mayor, y El comité de la noche, de Belén Gopegui.
—Son demasiado diferentes- protesté.
—Se llevan bien–dijo ella, mirando el reloj–. Ya os contaré... Ahora me tengo que ir –y al ver la torre de libros sobre la mesa, añadió–: ¿Tenéis algo?
Yo creo que ya había identificado lo que quería. Bettina es implacable al formar sus colecciones. Se acercó hasta la mesa, inclinándose sobre la torre de pendientes.
—Me voy a tener que llevar éste –dijo, entresacando El agua que falta de Noelia Pena—.Lo necesito para un enjambre de ficción con ilustración minimalista. Va con Judith Schalansky, Natalia Carrero y Felipe Polleri.
—Imposible –dijo Sombra–. Es mi regalo de Reyes. Aún no lo he leído.
—No me parece que esta sea una respuesta apropiada para alguien que escribe sobre crímenes espeluznantes- replicó ella- ¡Mi regalo de Reyes! El Niño Jesús. Mi Osito de Peluche-
Sombra sabe perfectamente que no sirve de nada protestar. Cuando Bettina quiere un libro no hay nada que hacer.
—Te lo traigo antes de la próxima migración –dijo Bettina desde la puerta.
Sombra la ha mirado, triste, como si, en vez de irse a examinar un tablón de madera en el campus de la Universidad de Kiel, Bettina se marchase al Serengueti.
2. Santuario
Víctor Sombra y yo hemos evocado a menudo nuestro último encuentro con Bettina von Hagen, que precede en apenas una semana a su brutal asesinato. El cadáver fue descubierto el lunes en su despacho de la Universidad de Kiel, pero la policía piensa que el crimen tuvo lugar en la madrugada del viernes. Tenía un estilete clavado en la nuca, la cabeza apoyada contra la mesa, los brazos extendidos. Bettina me había presentado hace un par de años a su novia, Anne, una policía de Kiel diez años más joven con la que enseguida hice buenas migas. Fue Anne la que me llamó esta mañana para darme la funesta noticia.
Cuando Sombra ha llegado hemos estado un buen rato en silencio. Poco a poco hemos empezado a rememorar nuestra relación con Bettina. Como conozco bien nuestras dinámicas y que el encadenamiento de recuerdos podía derivar en un absurdo duelo, la esgrima de los encuentros con Bettina von Hagen, Víctor Sombra contra Monty Montbrulant, asalto a cinco toques, he decidido cortar por lo sano:
—Mi primer encuentro con Bettina es de finales de los ochenta.
Sombra me ha mirado con indiferencia, pero el gesto mismo de girarse hacia mí mostraba que le había desarmado. No le he dejado reponerse:
—Los libros nos hicieron amigos. Bettina buscaba en Ginebra alguien con quien compartir lecturas en español. Por entonces yo leía sobre todo poesía, casi siempre varias obras seguidas de cada autor.
—¿Qué hacía Bettina en Ginebra en los ochenta? Aparte de leer poesía contigo, claro esta.
—Estudiaba modelos matemáticos para aplicarlos al comportamiento animal.
Todo su tiempo libre lo dedicaba a luchar por la memoria de los trabajadores esclavos y para conseguirles compensaciones económicas. No tenía familiares entre las víctimas del régimen nazi y su motivación no era humanitaria
No le he dado a Sombra todos los detalles, pero la amistad con Bettina era tan particular entonces como lo fue más tarde. Bettina nunca quiso ir conmigo al cine, ni participar en ninguna de las actividades de la universidad, como el taller de tecnología y revolución que montamos ese año entre varios colegas. Todo su tiempo libre lo dedicaba a luchar por la memoria de los trabajadores esclavos y para conseguirles compensaciones económicas. No tenía familiares entre las víctimas del régimen nazi y su motivación, al menos la principal, no era humanitaria.
Bettina consideraba el nazismo como la fase paroxística del capitalismo. Me lo explicó un día en que le reproché que, mientras el sistema socialista se tambaleaba, ella siguiera obsesionada por hechos sucedidos hacía más cuarenta años.
—Vas a alcanzar por fin un pasado perfecto —le dije, o algo parecido. Y ella me respondió que le interesaba el presente. Que la confluencia de los campos de concentración y las fábricas tenía mucho que contarnos de la actualidad y del futuro. Su análisis no dejaba lugar ni a la maldad insondable ni a los buenos sentimientos. La utilización de trabajadores esclavos en fábricas anexas a los campos de exterminio, sin dejar de ofrecer un sistema para aniquilar poblaciones consideradas indeseables, formaba parte de un plan industrial de reducción de los costes de producción, que se apoyaba en una mano de obra desechable e ilimitada.
Sombra me ha sacado de mis cavilaciones. Quería saber si había pistas.
—Nada firme. La policía mantiene en observación a algunos de sus colegas. Un catedrático especialmente virulento en sus críticas contra Bettina... Un tal Krauch de la Universidad de Jena.
—¿Por qué la criticaba? —preguntó Sombra.
—Por todo y por nada, y Anne no acaba de entenderlo bien. Parece que Bettina reseñó desfavorablemente uno de sus trabajos, pero Anne sospecha que la cosa va mucho más allá. Según un colega de ambos, Krauch censuraba a Bettina porque, al estudiar exclusivamente a las poblaciones en su conjunto, perdía de vista lo fundamental. Los insectos, y especialmente las órdenes menos gregarias, como los coleópteros, son una suma de individualidades, no un superorganismo. La naturaleza sabe lo que hace. Si lo más importante fuera el enjambre, la colonia o el hormiguero formarían un solo cuerpo...
Sombra ha sonreído. No parecía convencido, y he anticipado el timbre exacto de la sorna en las palabras que estaba a punto de pronunciar:
—¿El objeto punzante es una tesis? ¿No tenía enemigos más serios? ¿Alguien de fuera de la universidad?
—Bettina había discutido hace años con sus hermanos por unas tierras de la familia. Ella insistía en comprarles su parte para levantar un santuario de coleópteros coprofágicos... Se negaba a venderle la suya a su familia, que a su vez quería cedérsela a un concesionario de BMW. Imagino que la policía también les está echando un ojo.
Sombra se ha quedado quieto, mirándome fijamente. Una pregunta sobrevolaba su entrecejo, cada vez más cercana. Me he adelantado:
—No pueden devolverte aún el libro... Bettina tenía dos textos encima de la mesa, aparte de sus fichas de insectos. Uno era la compilación de las actas de los juicios de Nüremberg...
—Y el otro, El agua que falta —dijo Sombra.
—Eso es, el libro que le prestaste.
—Eufemismo, Monty. Bettina se lo llevó sin preguntar.
—Te lo devolverán, Sombra, pero quieren analizarlo antes. Tanto las actas como el libro de Noelia Pena acabaron desparramados por el suelo. Estaban subrayados, anotados, y manchados de sangre...
—Ya —murmuró Sombra, como si no se tratara más que de excusas.
3. Encrucijada
Sombra ha entrado en casa sin llamar y se ha ido directamente a la cocina. Ha puesto agua a cocer y ha comenzado a hablarme de Calletania, una novela de Israel Centeno:
— …y cuenta lo que pasa cuando un niño bien juega a hacerse el revolucionario y redentor de jovencitas sin recursos...
—¡Buenos días! —exclamé desde mi sofá, en tono recriminatorio.
— ...pues que deja a todo el mundo tirado, amigos, revolución y muchacha —ha seguido él, entrando finalmente en el salón con una taza de té—. Bastante atinado...
No he levantado la cabeza de mi cuaderno para dejarle claro que no estaba de humor para enredarme en sus comentarios librescos. Sombra ha acercado una butaca, girándola hacia el sofá.
—¿Qué se sabe de Bettina von Hagen? —preguntó.
—Anne me llamó anoche.
—¿Y?
—Hay dos pistas. Anne me ha facilitado una copia de los papeles que se encontraron por el suelo, salvo las fichas de los insectos, claro está. He preparado una especie de estado de la cuestión en dos partes, bastante detallado. Me ha quedado estupendo...
—¿Por qué? —preguntó Sombra.
—¿Por qué? No tienes todos los días la posibilidad de relatar una investigación abierta, con información de primera mano.
—No, Monty. Te pregunto por qué compartiría Anne contigo documentos encontrados en la escena del crimen.
—¿Por qué están bastante perdidos y piensan que un buen amigo de la víctima puede ayudarles? ¿Porque lo cree ella y quiere apuntarse un tanto con sus superiores? En realidad, pienso que la iniciativa es solo suya. Se siente culpable por no haber sabido proteger a Bettina. Está muy desanimada. Le he prometido que sus confidencias no saldrán de la conversación entre nosotros.
—Di entonces que hay dos pistas que la policía quiere compartir con nosotros —dijo Sombra—. No sabemos lo que ellos saben. No sabemos si Anne actúa por su cuenta.
—Como quieras. La pista académica se refiere a las disputas entre Bettina y el doctor Krauch en torno a una polilla originaria de Rodas. Empezaron hace unos tres años y no han cesado desde entonces. Sin ir más lejos, hace un mes acabaron a voces en un seminario, delante de todos sus colegas...
—¿ Una polilla? —preguntó Sombra, echándose a reír.
—No pierden oportunidad de polemizar sobre ese bicho, tanto en persona como por escrito, a través de todo tipo de publicaciones especializadas y comunicaciones a congresos… Además, hay algunos indicios poco favorables para el catedrático. Para empezar estaba en la Universidad de Kiel el día del luctuoso suceso, participando en el homenaje a un colega que se jubilaba…
—¿Y Bettina? ¿No estaba ella en la fiesta?
—Sí, pero se retiró pronto. Dijo que tenía trabajo que acabar y esperaba una llamada de Estados Unidos… Krauch está muy nervioso. Aún no han determinado la hora exacta en que se marchó de la fiesta, pero fue de los últimos, pasada la medianoche. Y estaba bastante tocado…
—O sea que tenemos a Krauch con unas copas de más y cerca del escenario del crimen…
—No sólo eso, Sombra… Un tal Henninger, que al parecer se había convertido en el principal valedor de las tesis de Bettina sobre la polilla, ha hecho una deposición ante la policía. Dice que Krauch criticó a Bettina en la fiesta de forma especialmente virulenta. En dos ocasiones levantó el brazo para señalar el pabellón en el que se sitúa su despacho, cubriéndola de insultos…
—¿ Cual es la otra pista? ¿La disputa familiar?
—Esa seguro que no. Bettina había llegado a un acuerdo con sus hermanos. Renunciaba a su proyecto de santuario coleóptero a cambio de que le cediesen una biblioteca familiar.
—¡Los libros! —exclamó Sombra sonriendo.
Exacto, los libros y el cuaderno de notas de Bettina. Están examinándolos con mucho detalle... Las actas de los juicios de Nüremberg no estaban encuadernadas y quedaron esparcidas por el suelo tras el ataque. Un capítulo del libro que había sobre la mesa, El agua que falta, estaba subrayado y con números que remitían a las notas del cuaderno. La policía ha analizado el grafito del libro, las anotaciones del cuaderno y las actas, para ver si juntas apuntan a algún lado... Y el ejercicio parece prometedor.
—¿Cómo se llama el capítulo? —preguntó Sombra.
—“Poner fin”... Son apenas tres páginas.
—¿No te parece todo demasiado teórico? –preguntó Sombra—. Hay que elegir entre una pista que remite a una disputa sobre polillas y otra que se basa en la interpretación de unos textos... Aquí el agua que falta es el dinero.
—No lo creas. Todas las anotaciones del capítulo Poner Fin, dedicado a la relación entre el tiempo y el capitalismo, remiten al sexto juicio de Nüremberg, el de I.G. Farben...-
—Bayer, Agfa, Basf... —recordó Sombra.
—Sí, y Hoescht.
Dijiste que su interés por los trabajadores esclavos era cosa del pasado —subrayó Sombra.
—Eso creía, pero parece que no es del todo así. Algunas cosas que leo en las notas de Anne ya las sabía. Que no estaba conforme con la compensación que recibieron los trabajadores esclavos en los años 50. Que los fondos voluntarios de la industria, liberados más adelante, eran una engañifa... Siempre insistió en que había que analizar cuánto y cómo se habían beneficiado las empresas que formaron parte del conglomerado durante el régimen nazi... Pero hay otras notas que apuntan a terrenos desconocidos. Y, sobre todo, me asombra que haya seguido trabajando tan en serio sobre este tema.
—Interesante —dijo Sombra, tendiendo la mano a mi cuaderno—. Déjame leerlo.
—Vale, pero no te ciegues sólo con eso. Lee las dos pistas en detalle, creo que me he esmerado bastante. He añadido alguna nota aclaratoria y una foto a cada una. La pista académica tiene más de mi lápiz… La segunda es prácticamente una transcripción de las notas de Bettina.
4. Los muertos y los animales
Sombra no ha pasado esa tarde por casa. Cerca de las ocho me ha llamado por teléfono. No había empezado a leer mi cuaderno.
—Me gustaría leer antes algo suyo más antiguo. Una de esas fichas que llevabais en los ochenta.
—No puede ser. La ficha era sólo una guía para que cada uno expusiera sus ideas. No era obligatorio usarla y cada uno guardaba las suyas.
—¿Qué leísteis? —preguntó Sombra.
—Solo dos libros, y del mismo autor. Los comentaríamos en tres o cuatro tardes. Cuando empezamos a leer le quedaban solo tres meses de estancia en Ginebra… Yo fui el que impuse el primer libro, y lo hice casi como el doctor que prescribe una medicina.
—¿A qué dolencia?
—A su fijación por el pasado y la muerte –contesté–. Le administré Los muertos de José Luis Hidalgo. ¿Lo conoces?-
Sombra hizo el mínimo gesto de negación con la cabeza.
—Un recurso homeopático, pero en dosis de caballo. El libro póstumo de un autor que se quedó huérfano a los nueve años. Se publicó unos días después de su muerte, que le sobrevino por tuberculosis a los veintisiete años. Está escrito poco después de la Guerra Civil, en la que participó y en la que murieron muchos de sus amigos. Y hay más. Al acabar la guerra, Hidalgo fue contratado por el cuerpo de ingenieros del ejercito franquista para censar cadáveres…Cientos y cientos de tumbas. Miles y miles de muertos. No creo que otros autores tengan una experiencia tan cercana y directa de la muerte.
—¿Cuál es el otro libro?
—Le tocaba elegir a él y se decantó por Los animales, del mismo autor. Una pésima elección desde el punto de vista literario, porque no tiene para nada la factura ni la fuerza del otro. Pero Bettina no es nada fetichista, no lo era, quiero decir. Lo significativo es que el libro sea malo. Ser malo, decía, era su forma se ser bueno.
—¿Y en que era tan malo, o tan bueno? —preguntó Sombra.
—Los dos libros ofrecen firmamentos enfrentados. De un lado el mundo idealizado de los muertos: inexpresivos, sabios, puros, perfectos. Frente a él están sólo los animales cuyo universo se correspondería, al menos en la lectura de Bettina, con el mundo de los vivos. La factura tosca de los poemas vehicula bien la limitación de quienes permanecemos, aún, del lado de los vivos.
—Somos inútiles —resumió Sombra.
—Sí y no, lo somos por nosotros mismos, en cuanto animales, autosuficientes, arquetípicos. Satisfechos de nuestros límites que nos hacen diferentes unos de otros, pero podemos ensayar vías para superarlos… La manada, el enjambre, la quimera. Nuestra consideración colectiva, creo que podríamos llamar política, nos permite colaborar y superar en la combinación y el conjunto las limitaciones individuales. Y Bettina señalaba dos importantes vías auxiliares a la transformación política: la cibernética y la genética…
—Todo un programa, Monty. Y encaja bien con el conflicto ideológico que la enfrentaba con el profesor Krauch.
—En cierta medida, aunque todo eso resulta todavía bastante vago. Creo que Anne debería profundizar en el tema.
—También me parece relevante el testimonio del tal Henninger —dijo Sombra—, aunque no sé, el mundo académico me resulta especialmente turbio. Si alguien defiende a uno es para atacar a un tercero. Y viceversa. Un claustro de profesores es lo más parecido a un nido de víboras.
—Henninger no es profesor, Sombra. Está al cargo de una fundación que financia proyectos de investigación. Es una figura muy respetada en Kiel por su neutralidad. Se mantiene por encima de las disputas académicas y en buenos términos con todos los profesores…
—Interesante. Un inversor ángel, de proximidad.
—Algo así. Henninger se mantiene cerca de la incubadora de empresas de la Universidad de Kiel. Si detecta algo interesante, su fundación es la primera en adelantar capital a cambio de una participación en la empresa emergente. A veces interviene antes de que la idea llegue a la incubadora. Lee todas las publicaciones científicas en el campo de la entomología, habla con todos los profesores, y hasta con los becarios…
—Ya —dijo Sombra—, pero su neutralidad podría haber quedado condicionada por su colaboración con Bettina. ¿O me equivoco?
—Por completo, Sombra. Le hice esta tarde esa misma pregunta a Anne y resulta que Bettina rechazó por dos veces colaborar con Henninger. Siempre en el marco de sus investigaciones sobre la inteligencia colectiva de los coleópteros…
—¿Qué aprovechamiento comercial puede tener el lenguaje de los escarabajos? —preguntó Sombra.
—Control de plagas. No te olvides de que los estudios de Bettina se centran en la toma de decisiones colectivas. Cómo los enjambres o las colonias de insectos deciden instalarse en un sitio y no otro, o acudir a un paraje determinado en busca de alimento. Estas decisiones se toman comparando alternativas. La colonia envía exploradores y cada uno de ellos describe los lugares visitados. Luego el conjunto decide a través del mimetismo y la formación de quórums. Si se consigue que en un momento crítico del proceso un número suficiente de individuos se pronuncie en el mismo sentido, los demás acabarán siguiéndolos. Pueden hacer que la colonia migre a una trampa mortal.
—¿Cómo? —preguntó Sombra.
—Henninger quería ensayar dos vías para engañarlos, y tenía ya seleccionados dos grupos diferentes de expertos. Por un lado, mediante el condicionamiento químico. Expondrían a un número suficiente de escarabajos a un agente químico que les haría ejecutar unos movimientos y no otros, alterando así la descripción de los parajes que se comparaban…
—¿Y la otra?
—La segunda parecía más prometedora. Henninger había establecido contacto con los mejores desarrolladores de microrobots. Un grupo de insectos robotizados intervendría en la toma de decisión, insistiendo hasta lograr un quórum para desplazarse al paraje en que la colonia encontraría su perdición.
—¿Y por qué Bettina no quiso colaborar?
—Le parecía un fraude indigno. Una manera de alterar la voluntad común, similar a la que usa la publicidad en el mercado o la propaganda en los procesos electorales. Hizo todo lo posible para evitar que se desarrollasen esos productos. Aún así, ya lo estaban haciendo con ayuda de otro profesor. En más de una ocasión Bettina había sorprendido a un escarabajo pelotero artificial acercándose a sus colonias en el campus.
—Y aún así Henninger la apoya?
—Ya ves. En Kiel todos entienden que si Henninger apoya a Bettina es porque le convence su tesis sobre las calimorfas. Piensan que no tomaría partido si no estuviera convencido.
—Eres muy ingenuo, Monty. Quizá está ganándose su favor. Quizá sus robots coleópteros no toman las buenas decisiones, es decir las malas, y necesita todavía la ayuda de Bettina.
—Quizá, Sombra, quizá. No lo sabemos, aunque Bettina seguramente sí.
—¿Qué quieres decir?
—Que Bettina hacía esa lectura de Hidalgo. Los muertos lo saben todo. O como me recitaba a veces en broma, recordando nuestras viejas lecturas: “Tú sabes más que el mar. Tan hondo vives / que he llegado hasta ti y no te conozco”.
—Conocerán lo que sucedió hasta su muerte, pero nada saben del futuro.
—Ahí es donde entramos nosotros –dijo Monty–. Anne, tú y yo. Tenemos que descubrir lo que sabe Bettina y hacerlo valer por ella. Para eso, Sombra, empieza por leer mi descripción de las dos pistas…
5. La pista de las polillas
La polilla Euplagia quadripunctaria rhodosensis, subespecie de la vulgar calimorfa, es endémica de varias islas del Dodecaneso y de ciertos parajes del suroeste de Turquía, pero alcanza una concentración extraordinaria en el valle de Petaloudes, al norte de la isla de Rodas. A partir de mayo las polillas cubren los árboles, el suelo y las rocas del valle, y su inmovilidad, así como su forma triangular, oscura, con pequeñas estrías doradas, las hacen pasar desapercibidas en la umbría frondosa del entorno. Eso sí, basta dar una palmada para que la sombra circundante, rasgada de resplandores, se ponga en movimiento en forma de miles de frágiles alas.
No está claro por qué la polilla se concentra en tales cantidades en este preciso lugar, si bien se han esgrimido dos causas diferentes: el fuerte olor de la resina producida por el bosque de liquidámbar que cubre el valle, y la frescura del mismo, que se mantiene en los periodos más cálidos del verano. Y justamente la prevalencia de una u otra causa está en el origen de la disputa entre los profesores von Hagen y Krauch, y quizá también del destino fatal de la primera.
Desde hace más de una década, el profesor Krauch sostiene que la extraordinaria presencia de esta especie en el valle en cuestión se debe al penetrante olor de su resina. Hace alrededor de tres años, y de manera un tanto sorpresiva, ya que la calimorfa no se encontraba entre sus temas de investigación conocidos, la profesora Von Hagen señaló, en un artículo aparecido en International Lepidoptera Survey, que este fenómeno podría achacarse no tanto a la resina como a la baja temperatura de Petaloudes. Planteó inicialmente esta hipótesis sobre la base del comportamiento observado en otros insectos y sólo más adelante llevó a cabo una serie de ensayos con calimorfas para demostrarla. Desde la primera intervención de Bettina, ambos profesores no han cesado de encadenar réplicas y contrarréplicas, aprovechando congresos y publicaciones, en una escalada de reproches y críticas cada vez menos velada y más subida de tono.
Una pequeña digresión por parajes ajenos a la investigación científica podría arrojar alguna luz sobre los orígenes de la disputa. Para ello conviene retrotraerse a la ocupación alemana de Rodas durante la Segunda Guerra Mundial. Las islas del Dodecaneso, casi pegadas a la costa suroccidental turca, constituyen el territorio más alejado de Berlín que permaneció en poder alemán hasta el fin de la guerra. También figura entre los más tardíamente invadidos por los alemanes, pues no fue hasta el armisticio entre Italia y las fuerzas aliadas, en septiembre de 1943, que los alemanes emprenden su conquista, en una campaña de varios meses que les enfrenta tanto a sus antiguos aliados como a los británicos. El curso de la guerra hará que en poco tiempo, con el hundimiento del frente oriental y la retirada alemana de Grecia y los Balcanes, el Dodecaneso pierda importancia estratégica. Se podría pensar que se daban las mejores circunstancias para que las fuerzas alemanas anticiparan la derrota y fueran rompiendo los lazos que las unían al régimen nazi, pero nada más lejos de la realidad. El creciente aislamiento exacerbó la fidelidad a Berlín de los invasores, que ejecutaron de forma sumaria a miles de oficiales y soldados italianos y buscaron isla a isla a todos los sefarditas del Dodecaneso para organizar su deportación a Auschwitz, de donde prácticamente ninguno regresaría.
En pocos meses no quedará ya costa segura a la que dirigirse, y un poco más tarde no habrá medios aéreo para responder a los llamamientos del Führer de acudir a la defensa de una Alemania cercada. Sin suministros externos, la alimentación deviene un problema acuciante. Es conocido que durante este periodo el ejército alemán sacrificó sistemáticamente toda la fauna de Rodas: cerdos, gallinas, cabras y ovejas, desde luego, pero también caballos, conejos, perros, gatos y hasta ratas, caracoles y lagartos. Es menos conocido, en cambio, que un capitán de Turingia, Friedrich Blessing, que antes de la guerra había visitado varios puertos asiáticos como marino mercante, propuso a sus superiores freír a alta temperatura todas las mariposas del valle de Petaloudes.
Se sabía que la petición había sido desestimada pero hasta hace poco no se conocieron las razones concretas de esta negativa, a la que debemos la preservación de las calimorfas de Rodas. En 2014 se localizó casualmente, en un puesto de postales y libros antiguos de la ciudad de Linos, el diario del comandante de intendencia del ejército alemán, Maximilian Bachner. El diario de campaña, iniciado con la toma de Rodas en septiembre de 1943, se va convirtiendo en un diario personal según pasan los meses y la guerra se aleja, acercando la certeza de la derrota. Las descripciones de la situación del ejército abandonado en las islas se hacen más prolijas y personales. Se relatan las expediciones en bote de remos a la costa turca para robar ovejas, y cómo tales expediciones quedaron prohibidas ante la deserción de la tropa y la creciente resistencia de los pastores locales, que hirieron a varios soldados y retiraron el ganado de las zonas más cercanas a las playas. La entrada del 20 de abril de 1944, cumpleaños del Führer, recoge bajo el título “Amores bestiales” el suicidio de sargento Karl Schäuble, al que se le había requisado el asno que cuidaba desde hacía meses, junto al que dormía cada noche, para la preparación del rancho de la onomástica.
En marzo de 2014 en un monográfico dedicado a los insectos como futura fuente de alimentación, una revista de divulgación científica italiana expuso la disyuntiva de las tropas nazis cercadas en Rodas
Se recoge asimismo, unos meses más tarde, la visita del comandante Bachner al valle de Petaloudes, tras recibir la propuesta formulada por el capitán Blessing. Impresionado por la frondosidad del paraje y el fuerte olor de la resina, aunque quizá también bajo el influjo de la escasez de alimento y la certeza creciente de la derrota, Bachner expone las razones que le llevaron a denegar la autorización para cocinar las polillas. La entrada del diario se titula “Jugo ario primigenio”. En una letra cada vez más apretada, casi indescifrable, Bachner subraya con notable asombro que “¡mucho se asemeja la resina del valle al ámbar y la ambrosía!. Y sigue: “Esta mañana, al tropezar en el bosque con una raíz desenterrada, un sinfín de mariposas, como un mar encrespado, levantó con su vuelo otras tantas pequeñas esvásticas. De rodillas en el suelo ancestral recordé la llegada del Führer al Stuttgart, del que salí hace ya cinco años, las banderitas agitadas por las manos minúsculas de los niños, y, con los ojos llenos de lágrimas, saboreé allí, a miles de kilómetros de la patria, la conformidad de la Naturaleza con nuestro sagrado combate. No hemos perdido. Hemos mostrado el camino a los que vendrán más tarde.
En marzo de 2014 en un monográfico dedicado a los insectos como futura fuente de alimentación, una revista de divulgación científica italiana expuso la disyuntiva de las tropas nazis cercadas en Rodas, citando el diario del comandante Bachner. Recogió igualmente el comentario del profesor Krauch, que señalaba que, si bien resultaba exagerado calificar la resina como “jugo ario primigenio”, era indudable que le debíamos a ella la presencia de las hermosas calimorfas en el valle de Petaloudes.
A juicio de muchos observadores este es el verdadero origen de la disputa, ya que, apenas unas semanas después, Von Hagen publica el artículo antes mencionado en el que, al tratar del efecto de la temperatura en las migraciones de distintas especies, evoca de pasada la hipótesis alternativa para la calimorfa. La cosa no habría tenido mayores consecuencias si la profesora Von Hagen no hubiera decidido profundizar en el tema, solicitando al efecto un año sabático en su universidad. En este periodo, que luego prolongará seis meses, Bettina lleva a cabo mediciones de temperatura en parajes de Rodas y otras islas cercanas, así como en distintos puntos de la costa turca. Efectúa igualmente una serie de ensayos con una colonia de calimorfas que libera en parcelas controladas con distintas opciones de temperatura e impregnación de resina. Al final de estos ensayos Bettina redacta un opúsculo en que de forma categórica corrobora que la concentración de mariposas en el valle de Petaloudes se debe a la temperatura.
Los colegas de Von Hagen quedaron algo sorprendidos por esta nueva línea de investigación, y por su contundente respuesta a las tesis de Krauch. Algunos lo achacaron a la ligereza con que éste se hizo eco del diario de un oficial nazi, unida a la que entraña exponer como incontestables sus argumentos en una revista de divulgación de poca monta. Los pocos que se tomaron la molestia de leer a fondo el estudio de von Hagen sobre la calimorfa, coinciden en lamentar que no resulte tan prolijo en las pruebas como contundente en sus conclusiones.
Entre conversaciones librescas, Monty Montbrulant y Víctor Sombra afrontan el brutal asesinato de su vieja amiga y reputada entomóloga, la profesora Bettina von Hagen. Gracias a la información facilitada por la novia de Bettina, joven policía de la misma ciudad en que tuvo lugar el crimen,...
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