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“Un pueblo de Galicia conmueve a España al volcarse con Tatiana”. Después de pasarse todo el año tocando a degüello con la corneta, los medios se alegran, sinceramente o con la hipocresía de serie, de proporcionar titulares tan emotivos como este. Parece una de esas historias entrañables tan propias de estas no menos entrañables fechas, pero además de conmovedora, es cierta. Aunque ya lo sabrá si Ud. vive en esa España conmovida, Tatiana Alves es una joven de origen brasileño que vive en Camelle (A Coruña) y acaba de quedar viuda, con dos niños y otro en camino. Su marido, José Secundino Suárez, tenía 37 años, era mariscador y “una persona muy querida”, como resaltan todas las informaciones.
La Asociación de Vecinos A Pergoliña se puso como objetivo reunir 24.000 euros para comprar una casa abandonada y entregársela llave en mano. A rehabilitarla gratis se ofrecieron arquitectos, albañiles y electricistas, los compañeros de José Secundino donaron marisco para sortear, el Deportivo mandó unas camisetas firmadas, los vecinos se pusieron a vender lotería y se organizó un partido de fútbol de rivalidad local con la cantina a beneficio de la causa. Para mediados de enero está prevista una gala con dos magos y varias actuaciones musicales… A principios de esta semana habían reunido 18.000 euros.
Camelle es una parroquia (O Espirito Santo de Camelle) del ayuntamiento de Camariñas, con 1.300 habitantes entre sus seis entidades de población. Un lugar conocido en Galicia por dos cosas. De siempre, porque a pesar de ser un activo pueblo pesquero estaba tremendamente mal comunicado, incluso para los estándares de la Costa da Morte. Y desde mediados del siglo pasado porque por allí apareció en las fiestas del 61 un artista alemán, Manfred Gnädinger, y allí se quedó, creando un jardín marino con piedras, hasta que la marea de chapapote de 2002 se lo llevó, al jardín y dicen que a las ganas de vivir de su creador. En un pueblo que tradicionalmente ha vivido de sí mismo, y que fue capaz de alimentar y cuidar a un guiri que se pasaba verano e invierno solo con un taparrabos hand made, no hacía falta que José Secundino Suárez fuese alguien especialmente querido para que la gente se volcase con Tatiana Alves. Aunque probablemente exista la proporción habitual de mala gente, lo cierto es que están acostumbrados a ayudarse los unos a los otros, porque históricamente nadie más lo hizo.
Tampoco tenían nadie que velase por ellos los que conformaron la enorme migración de españoles hacia América en la última mitad del siglo XIX y primeras décadas del XX, entre ellos cerca de un millón de gallegos. Imperaba entonces ese mismo liberalismo económico que ahora se llama neo, como si no fuese paleo o más bien retro, y tuvieron que echar mano del socorro mutuo, en todos los aspectos. Centenares de sociedades, desde Nueva York a la Patagonia que, con el esfuerzo de muchos de los que hacían dos turnos de trabajo y dormían debajo del mostrador de la tienda, y la ayuda de algunos que pasaron de bajar la escala del barco a subir a lo más alto de la escala social, se consolidaron como influyentes círculos sociales, difusores culturales y efectivas sociedades de beneficencia. El de Buenos Aires se creó en 1907 (ya sucesor de otro extinguido en 1892), y en 1917 se inauguró la actual sede en Belgrano 2189. Con peticiones puerta a puerta, emisión de bonos y donaciones ―en esencia, el mismo método que estos días en Camelle― los gallegos bonaerenses levantaron un centro social y, en edificios anexos que fueron comprando, un sanatorio. También fueron incorporando, poco a poco y peso a peso, médicos, personal y medios para la atención gratuita de los asociados, hasta que se convirtió en una mutua y en uno de los centros hospitalarios de referencia de la ciudad. Ahora suma 34.000 metros cuadrados en ocho plantas, 370 camas, 6 quirófanos y 60 consultorios. Desde comienzos de esta semana, ya no es de los gallegos (o más bien de los socios, porque gallegos solo son ya menos de la quinta parte).
El lunes, la mitad de los más de 5.000 asociados con derecho a voto lo ejercieron, y por abrumadora mayoría decidieron aceptar la oferta de alrededor de 40 millones de euros por parte del grupo sanitario español Ribera Salud, aliado con la argentina Favarolo. Ribera-Favaloro no solo se hacen con el hospital. En el edificio está el Teatro Castelao (el artista y político gallego, exiliado, murió en 1950 en el hospital, en una habitación que se conserva como entonces), la sala de arte Isaac Díaz Pardo y un patrimonio artístico enorme, además del histórico acumulado en 110 años. No se sabe qué pasará con todo ello. La Xunta subvencionó el Centro desde 2003 a 2011. El presidente gallego, Alberto Núñez Feijoo, proclamó que se habían gastado en esos años “11 millones de euros”, pero no aclaró si iban a hacer algo para recuperar, o mantener, ese legado extrahospitalario y extraordinario. En la Cidade da Cultura se han enterrado millones de euros ―¿500?, ¿600?― de fondos públicos gallegos construyendo edificios que hoy cuestan otra fortuna mantener y llenar, mientras el aliento de cientos de miles de personas que apartaron un poco de lo que necesitaban para ayudar a la salud, la cultura y la identidad de sus compatriotas va a acabar como un negocio ―legítimo, por supuesto― más. Quizá es que no interesa conservar la memoria de la pobreza, la dignidad y el exilio (afortunadamente, sigue en pie en Chacabuco 955 la Federación de Sociedades Gallegas de Argentina, la de tradición galleguista y republicana).
Alguien podría argumentar ―como hago yo, con finalidad retórica― que es la Administración en abstracto (sea local, autonómica o estatal) la que tendría que ayudar a Tatiana Alves, sin tener que recurrir a la solidaridad vecinal. E incluso quien afirme que cada palo aguante su vela, por tener casi tres hijos con un solo sueldo en casa. Y que por mucha historia que tenga detrás, si una entidad es deficitaria, que cierre o que se venda (salvo si es un banco, claro). Es decir, el dinero es para otras cosas, y la gente que practique eso tan hermoso, y que da bonitos titulares, como la solidaridad, o como se decía antes, el socorro mutuo. “Un liberal ―escribió Chesterton― podría ser definido aproximadamente como un hombre que, si pudiera hacer callar para siempre a todos los que engañan a la humanidad con solo mover su mano en un cuarto a oscuras, no la movería”.
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Autor >
Xosé Manuel Pereiro
Es periodista y codirector de 'Luzes'. Tiene una banda de rock y ha publicado los libros 'Si, home si', 'Prestige. Tal como fuimos' y 'Diario de un repugnante'. Favores por los que se anticipan gracias
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