El hombre y la Comisión
Comparar la investigación de la crisis con la de otros países deja en evidencia al parlamentarismo español. El Congreso parece moverse más en las aguas de la simulación que en las de una acción política terminante
Esteban Ordóñez Madrid , 14/01/2018
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El hombre
El martes, al llegar a la sala Ernest Lluch del Congreso, el exvicepresidente Rodrigo Rato ya estaba en su silla de la mesa principal. Hacía juego con el mobiliario, encajaba, se sentía en su espacio natural; estaba cómodo y con la palabra erguida. Su actuación lo confirmó. Lo ocurrido desde su detención en abril de 2015 no parece para él más que una pataleta en la que confluyeron los medios, una parte de la sociedad civil con los dientes ávidos y las traiciones de sus antiguos compañeros; una pataleta que adquirió sedimento judicial y a la que tuvo que sucumbir por imperativo, pero que no define su pasado ni su peso personal en la historia de España. Eso fue a defender, y contó con los tiempos y los ritmos a su favor. También disfrutaron de ello, el miércoles y el jueves, los exministros Pedro Solbes y Elena Salgado. Una Comisión de investigación debe esclarecer, penetrar en el asunto, contrastar. Su cometido consiste en aportar respuestas al ciudadano. No obstante, en este caso, el diseño de las sesiones se orientaba más a albergar alegatos que a esclarecer sombras.
Y Rodrigo Rato acarreaba un ejército de sombras. El corpus de delitos y causas abiertas contra él colocan su figura como prueba viva e irrefutable para quienes afirman que la crisis tuvo más de estafa que de catástrofe climática. Hacia el hombre que podía haber sucedido a José María Aznar apuntan una quincena de delitos. La Audiencia Nacional lo condenó a cuatro años y medio por apropiación indebida en el caso de las tarjetas black. Una sentencia recurrida, a la espera de que el Tribunal Supremo se pronuncie. Se consideró demostrado que Rato dilapidó 99.054 euros mediante los plásticos opacos e ilegales que se repartían a los consejeros de Caja Madrid. Éstos, según la sentencia, no eran un sistema para compensar gastos de representación: los cargos a la black de Rato (bebidas, bricolaje, medicinas, bolsos…) desvelaban un uso personal.
Se consideró demostrado que Rato dilapidó 99.054 euros mediante los plásticos opacos e ilegales que se repartían a los consejeros de Caja Madrid
Rato fue nombrado presidente de Bankia en 2010. La otra opción era Ignacio González: el sistema solo arrojaba candidatos que con el tiempo se acabarían revelando tóxicos. Pero finalmente lo logró el exministro, y ahora la Justicia lo investiga por la salida a Bolsa de la entidad. Se le atribuyen delitos de estafa y falsedad documental por ocultar y maquillar la situación insostenible de las cuentas previa a la incorporación al mercado bursátil. Más de 300.000 personas adquirieron acciones de Bankia sin conocer la metástasis que la atenazaba.
Aparte de su presunta labor de saqueo desde las instituciones, se investiga su actividad privada por esconder dinero al fisco y dispersarlo por diversos paraísos fiscales según un informe de la oficina del fraude ONIF. Para este organismo, entre 2004 y 2015, el exvicepresidente defraudó 6,8 millones de euros.
Es un rápido resumen del pelotón de sombras que acecha tras uno de los principales artífices de los más de 60.000 millones que ha costado la implosión bancaria a las arcas públicas según el Banco de España y el Tribunal de Cuentas. Y eso sin contar su labor legislativa, él fue el terrateniente que plantó la semilla transgénica de la Ley del Suelo que preparó el terreno para la furia especulativa.
Cómo escribió Ángeles Caballero en su perfil Rodrigo Rato: ¿del trono a la trena? publicado en CTXT, una impresión circulaba por los ambientes financieros: “… igual que existió una burbuja inmobiliaria provocada por la llegada del euro y la Ley del Suelo, también existió una burbuja Rato”. A eso llegó el martes a la sala Ernest Lluch, a luchar con todas sus fuerzas y su altivez para inflar de nuevo la burbuja del hombre. “Era el mercado, amigo”, este achaque cinematográfico quedó como símbolo de la jornada. Pretendía separar la debacle de su persona incluso resbalando hacia incongruencias insalvables. La naturaleza del mercado variaba a su conveniencia: era una bestia incontrolable salvo cuando le interesaba presumir de sus medidas como ministro.
El exvicepresidente lo negó todo y atribuyó culpas a los Ejecutivos de Zapatero y lanzó acusaciones que tocaban al Gobierno actual y a Luis de Guindos, ministro de Economía. Algunos medios han calificado su declaración como trascendente y reveladora: Rato se revolvía contra el PP, asomaba la daga, demostraba que iba en serio. Pero hay otros análisis. Desde 15MpaRato, colectivo que publicó los correos de Blesa y que ha trabajado para que la justicia procese a los responsables de la crisis, Sergio Salgado desconfía de las diatribas de Rato: “No disparó, no lanzó dardos, pero sí tensó la cuerda porque en eso le va su supervivencia”, comenta. “Si analizáramos su discurso por palabras encontraríamos algo que repitió todo el tiempo: Banco de España. El Banco de España autorizó la operación, pero no está acusado gracias a la labor del fiscal. Él entonces se queja de que tampoco debería estar acusado. Bankia es una estafa de Estado, y han sacado al Banco de España con todas sus implicaciones y han dejado abierta una puerta trasera para Rato”, reflexiona.
El Banco de España autorizó la operación, pero no está acusado gracias a la labor del fiscal. Él entonces se queja de que tampoco debería estar acusado
También arremetió reiteradamente contra los peritos judiciales. “Los peritos se han peritado a sí mismos”, se mofó, desbridado. Su insistencia esconde una intencionalidad clara: “Los peritos son el hito que hay que derribar”, dice Salgado, cuya organización ha participado como acusación en los procesos que investigan al delfín de Aznar. “Los peritos hicieron un informe de 200 páginas diciendo que Bankia ya estaba quebrada cuando salió a Bolsa y que ellos lo sabían. Con esto estarían perdidos ellos y también el Banco de España, Pedro Solbes, Elena Salgado, Luis de Guindos, la CNMV, el FROB. A partir de aquí empezó una caza de los peritos por parte de las más altas instituciones que acabó provocando la dimisión de Fernando Restoy [exsubdirector del Banco de España]. El acoso contra los peritos fue brutal”, asegura Salgado.
La Comisión
Para Salgado, la Comisión en curso no solo no es útil, sino que resulta contraproducente: “Rato ha comparecido con un formato reservado a los altos cargos. Vimos un discurso de rehabilitación en el que él sale como víctima”, opina. Durante el fin de semana previo se calentó el ambiente con la información de que ni Rato ni Solbes ni Salgado tendrían que responder preguntas. No fue exactamente así: las preguntas se hicieron, pero no con un formato de careo. Ha habido guerra durante la semana por ese tema. Ciudadanos habló de un “cártel del bipartidismo” que había pactado para aligerar el mal trago de sus exministros en las comparecencias. La diputada canaria Ana Oramas, presidenta del órgano, recordó que el formato se había elegido por acuerdo de los portavoces. En el descanso, con los micros apagados, el diputado naranja Francisco de la Torre corrió a la mesa de presidencia y discutió con Oramas. Se vieron aspavientos y miradas de hartazgo.
En los pasillos se oyó esta versión: los mismos que ahora se quejaban habían aceptado ese formato porque el careo se hacía interminable y porque, además, se percataron de que así había más margen para colar discurso político de cara a la galería. Cosa que, por supuesto, se negaba desde la otra parte. El miércoles, eldiario.es accedió a las actas de aquella reunión: el formato, un bloque para preguntar y otro para repreguntar, lo propuso Pedro Saura (PSOE) y el resto de partidos lo aceptó. ¿El motivo? Oficialmente, que la comparecencia no se eternizara; cumplir con el calendario.
Pero, ¿por qué importa?, ¿por su simbolismo o por su efecto? “Es un problema de técnica parlamentaria que impide el pleno despliegue de las facultades de control”, piensa el catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Barcelona Xavier Arbós. El efecto más detectable de este formato se comprende visitando otras comisiones y comparando: agrupar las preguntas e impedir el diálogo directo aplaca los ánimos, evita que el calor de la conversación se desmande y disminuyen los arranques de espontaneidad del interrogado. El compareciente, de este modo, puede diseñarse un papel a conveniencia y seguirlo fielmente sin que nadie lo importune demasiado.
Comparar la Comisión española de la crisis con las emprendidas en otros países deja en evidencia al parlamentarismo español. El Congreso de los Diputados parece moverse más en las aguas de la simulación que en las de una acción política terminante y que se tome en serio a sí misma. En EE.UU., ya en 2009, se aprobó la creación de una Comisión de investigación. No la formaban políticos, sino ciudadanos expertos en las diversas ramas implicadas en el crack. Hubo más de 700 entrevistas. Aquí, en cambio, mandan los políticos, que viven atados a su disciplina de partido, sin capacidad para ejecutar un trabajo independiente. En consecuencia, trabajan más por posicionamiento mediático que por afán indagatorio. En EE.UU. declararon los directivos de empresas financieras y agencias de calificación. Aquí, PP, PSOE y Ciudadanos rechazaron convocar a Ana Patricia Botín (Santander), Florentino Pérez (ACS), Villar Mir (OHL) y Francisco González (La Caixa). Banqueros y constructores quedan fuera de una Comisión que investiga una crisis de raíz financiera e inmobiliaria.
Si de algo no arroja dudas la Comisión es de su potencial como alimento mediático. El catedrático Arbós coincide, el órgano se presta al show: “Pero qué pasaría si ante la crisis bancaria, con lo que nos ha costado, no hubiera una Comisión. Yo, como ciudadano, me sentiría estafado. Tienen que hacer algo, pero algo solvente, con agencias y expertos independientes para evitar el pim pam pum político”, reflexiona. El órgano ha tardado una década en convocarse, a la ciudadanía le ha dado tiempo a sentirse estafada y a acostumbrarse de esa sensación. Ahora, Rodrigo Rato llega a las pantallas, y Solbes y Salgado, pero el espectador no siente en esas sesiones una reparación de su confianza en el sistema; las recibe, en todo caso, dejándose llevar por un cabreo lúdico. El Parlamento sigue viviendo a años luz del pueblo.
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Esteban Ordóñez
Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
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