GRAF, fanzines y la autoedición que sí funciona
El hecho de que un creador se autoedite y venda su obra ya es un acto político en sí mismo
Miguel Espigado 21/01/2018
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Antes de Internet, el fanzine era la única forma de publicar contenidos que no cabían en medios y ediciones profesionales. Sin embargo, durante esos años los fanzines no jugaron ningún papel en mi vida; en mi pequeña ciudad las tribus urbanas cabían en tres bares y cualquier influencia o intercambio sucedía de viva voz. Aunque a veces, entre botellas de Dyc y pegatinas de propaganda anarquista, veías expuesta alguna publicación punki, o te encontrabas una grapa más audaz de cultura urbana abandonada en el cuarto de baño, muy rara vez les hacíamos caso.
Aún así, sí recuerdo abrir alguno y sentirme impresionado por sus formas expresivas, tan poco habituales en la cultura oficial. Que circularan de una forma tan marginal –tan cerca pues de lo clandestino– no hacía sino volverlos más desafiantes; quizás demasiado para mí, que, pese a mis pins de Metallica y mis Dr Martens de puntera de acero, seguía muy enganchado a la biblioteca de mis burgueses padres.
El fin semana del 10 al 12 del pasado mes de noviembre se celebró en Madrid el GRAF, un punto de encuentro para libros ilustrados y autoedición, y me pareció una buena ocasión para tomarle el pulso al fanzine en España hoy, y tratar de comprender su evolución. Cisco Bellabestia, uno de los editores que repiten en esta cita, me orientó mientras bebíamos cerveza en un bar lóbrego de Atocha: “¿Has visto Grapas? Es un documental sobre el fanzine en España, lo puedes ver gratis en Vimeo” (aquí).
Grapas te introduce a esos entusiasmos fraguados en la soledad de un dormitorio o entre cervezas de un bareto como el de Atocha, de los que nacen los fanzines. Los señores del documental, pioneros del fanzine español, hablan de esos sueños de andar por casa en los que volcaron talento y esfuerzo, guiados en muchos casos por el coleccionismo de una cultura pop muy minoritaria.
En el docu sale uno de ellos, Kalvellido, contando cómo escribía su fanzine empleando el “nosotros”, cuando en realidad se lo curraba él solo todo: “Era YO el que montaba el fanzine, YO el que tenía que escribir a los dibujantes, que son todos muy vagos”, etc. En el énfasis que pone en la palabra YO queda resumida esa pugna entre el hartazgo y el entusiasmo propio de la cultura altruista, tan a menudo hidratada por el sudor de una sola frente.
Todavía identificaba a gente de esa generación cuando me dejé caer por la Casa del Reloj del Matadero, el espacio fundamental del GRAF hoy. Pero en general los creadores que vendían allí sus fanzines más bien parecían una promoción de una Facultad de Bellas Artes cinco años después de licenciarse. Y es que este soporte se revitalizó en España sobre mediados del 2000, cuando ilustradores, diseñadores y artistas lo adoptaron para plasmar obras más visuales y estéticas, después de haber sido abandonado como medio de comunicación tras la revolución de Internet.
Marta Cartu es una de las muchas mujeres que exponían en esta edición de GRAF creaciones con un enfoque artístico. Me atrae la estética de Un tumor muy guay, un cómic que según su autora trata de cómo la enfermedad trastorna la identidad, hasta convertir a la enferma en la propia enfermedad. Para ella todavía tiene sentido hablar de underground para referirse al fanzine, pues recurre a este formato para posicionarse de forma política en la cultura del do it your self y el intercambio. En cambio, Bouman, el que era su vecino de tenderete, asocia más el underground a un estilo artístico. En las influencias norteamericanas de las que bebe (Clowes, Burns, etc), underground sólo viene a designar cómics con un estilo alternativo a los más vendidos.
En cualquier caso, todos coinciden en que el hecho de que un creador se autoedite y venda su obra ya es un acto político en sí mismo.
Sea como fuere, no pude evitar que mis preferencias me atrajeran hacia las mesas con material más social. Como la de Elías Tano, quien sobrevive vendiendo sus fanzines y carteles de serie limitada con marcado enfoque activista, por festivales por toda Europa. Y claro, cuando alguien logra vivir de ello, ha logrado vivir conforme a una ideología. O como Layla Martínez, quien, pese a haber nacido en 1987, ha montado Antipersona, una editorial de fanzine político y ensayo, que contrasta con la tendencia actual a la novela gráfica y la ilustración. Quizás se debe a que Layla sí es una fan del fanzine de toda la vida: “con dieciséis y diecisiete empecé a coleccionar los que veía en el rastro. Si se quema mi casa que salven mis fanzines”.
También me paré a hablar con la gente de Homo Velamine, el colectivo ultrarracionalista que, con happenings como “Hipsters con Rajoy”, camisetas de FEA (Feministas con Esperanza Aguirre), o portadas con intestinos gruesos expulsando materia fecal, han desdibujado los límites de lo irónico y lo bello. Su apuesta les permitió editar y ofrecer en el GRAF novelas como El útero forzudo del precariado, de James Doppelgänger, una historia de precariedad escrita por un precario con un estilo precario, y publicada de una forma precaria. “Lo nuestro es una metaprecariedad”, zanja Luis López Ramírez, uno de los hombres de Velamine. Y para mí que sí, que está muy bien que la forma de producción intelectual y de difusión sume precariedad a la historia de precariedad que se narra. Contra el afán de prestigio y calidad con que la cultura oficial suele censurarse a sí misma, Homo Velamine reivindica el fanzine como vehículo para lo crudo, lo descarnado y prosaico.
Me despedí de Luis muy contento con el GRAF por propiciarme estos encuentros pedantes, y encima poner una barra de cerveza. En general, ví a todo el mundo bastante contento por allí, y Mireia Pérez, una de las organizadoras del GRAF, tenía claro por qué: “El GRAF funciona para los participantes. Esas grapas que se traen hechas dos días antes del festival tienen salida, y no sólo de venta, sino emocional, de contacto con la gente, el barrio, los abuelos. El resto del año sólo puedes vender por Internet, pero ponerle cara a quien vendes tus fanzines es impagable. Ellos ven cómo el fruto de su creatividad, sus frustraciones, su amor y su trabajo, de repente es reconocido por una persona anónima”.
Mireia derrochaba esa vitalidad acelerada de los llamados a revolucionar las calles, ya sea en una acampada en Sol o con un encuentro de fanzines en El Matadero. Como organizadora no gana dinero con el GRAF; su combustible fundamental siguen siendo las ganas. Y hablando de ganas le pedí que me contara cómo vivió la noche anterior, cuando se fue la luz durante cuarenta y cinco minutos, y el público se quedó flotando en una especie de limbo entre tenderetes, la cerveza siguió rulando, las linternas de los móviles iluminaron los fanzines, y algunos vendieron más que nunca. “Creamos un grupo de Whatsapp con los voluntarios y los miembros del staff. Mientras, una persona escrutaba con la Policía el subsuelo de La Casa del Reloj, después de conseguir las llaves milagrosamente gracias a un colaborador. Cuando volvió la luz, todo el mundo se vino arriba, todos estábamos juntos. Fue el momento más épico de mi vida”.
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Miguel Espigado
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