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Relato de Sergio C. Fanjul en Facebook.
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Como a tantos, internet me ha transformado. Me comunico, exploro, aprendo y me relaciono de un modo distinto. Pero ya pasaron los días en que la red de redes era una novedad sobre la que leíamos y escribíamos con la misma fascinación con que los coetáneos de Julio Verne consumían sus relatos sobre trepidantes transportes modernos. Ya no hay tanta fascinación con el objeto, porque ahora internet somos nosotros mismos.
Están abriendo camino a ideas y estéticas potentes en entornos que la alta cultura tenía casi por irrespirables. Y firman textos capaces de enganchar a una generación que se siente ajena a la cultura literaria tradicional
Creo que de ahí viene mi enorme interés por la escritura de Sergio Fanjul y Sabina Urraca, dos españoles treintañeros para los que internet es una parte orgánica de su literatura. Ellos ya no hablan de internet, porque no hace falta: internet está en ellos. De un modo intuitivo y aprendido, le están dando alma a una forma de comunicar su mundo moldeada por Facebook y el periodismo on line, sus canales principales. Como periodistas han vivido la migración al entorno digital de la prensa. Como usuarios de Facebook han protagonizado la expansión sin precedentes de los usos de la red social. Y como creadores forman parte de la primera generación que conoce las reacciones de los lectores al momento, y debe enfrentarse al poder adictivo que eso conlleva. Pero además ambos están trasladando a sus libros la misma filosofía, las mismas estrategias. Y a mí, que leo libros de todas las épocas, me han enseñado que me gusta que la nueva poesía, la nueva narrativa, también lleve internet dentro.
Pero confieso que mi curiosidad va más allá de su obra. Porque da igual la edad que tengas: los nativos digitales no existen. Todos somos colonos en internet, y debemos aprender a lograr nuestros objetivos en esta tierra aún por domesticar. Y Urraca y Fanjul han dado con claves para algo que persigo desde que abrí mi primera cuenta de correo electrónico. Están abriendo camino a ideas y estéticas potentes en entornos que la alta cultura tenía casi por irrespirables. Y firman textos capaces de enganchar a una generación que se siente ajena a la cultura literaria tradicional. Ambos están logrando hacer literatura relevante para la sociedad digitalizada del presente.
Como muchos de los nacidos en torno a los ochenta, ellos maduraron a la par que internet. Y de ahí que sus etapas coincidan con la evolución de la comunicación en los últimos veinte años. Sabina Urraca nos cuenta que de pequeña leía mucho y cuando se puso a escribir se vio encorsetada por su tendencia a imitar la literatura libresca. Pero al usar Facebook comenzó a narrar de una manera más impulsiva. Y se le abrió un camino. Ahora, nos dice, “cuando escribo un libro intento despojarme de la idea de que estoy escribiendo un libro y pienso que estoy haciendo posts muy largos”.
Cuando uno lee Las niñas prodigio (Fulgencio Pimentel, 2017) siente esa convergencia. La primera novela de Urraca tiene la textura del reality de su Facebook y mantiene esa fuerza de lo real, aunque no importa si lo que cuenta es verdad o no. Como en los artículos gonzo que publica en Tribus Ocultas, su personaje se arroja hacia la intensidad, dolorosa o placentera, y la enfrenta desde una humanidad que al final la salva. Ya sea en celulosa o en bits, nos enganchamos a su voluntad de explorar zonas de la realidad cercana y del ser colectivo, zonas que por convencionalismo, miedo o abulia, desconocíamos. Nada de su rol se puede encasillar en una esfera social y política definida, ni feminista ni de ningún otro colectivo. Sabina se hace a sí misma sin recurrir a ideologías prestadas. Y su personaje conforma una integridad inclasificable, una indeterminación que la vuelve más viral.
En Sergio Fanjul también se da esa convergencia entre personaje y obra; entre la evolución de las comunicaciones y la suya propia como creador. Como Urraca, se identifica con el explorador, ya desde que comenzó en el primer internet con sus Comunicados desde Capital City, unos mails sobre sus vivencias en Madrid que enviaba a una lista de más de cuatrocientas personas, mucho antes de que existieran las redes sociales. Después abrió su blog, esa revolucionaria plataforma de autopublicación e interacción que hoy damos por sentada. Y todo ello le sirvió para conectar con un público callejero, de internautas y gentes de bar, y aprender estrategias que aplicaría luego en su carrera como periodista de El País y otros medios nacionales. Cuando le preguntamos, Fanjul se muestra de acuerdo en que su escritura puede atraer más a lectores que no suelen leer libros: “A la gente que habitualmente no lee la sorprendes mucho más. Los lectores expertos están acostumbrados a leer cosas fascinantes, tienen el cerebro más curtido. Pero cuando llegas a gente que cree que leer no es su rollo, es más fácil descubrirles algo”.
Diga lo que diga, a mí su último poemario, Pertinaz Freelance (Visor, 2016), también me ha descubierto algo. En él, internet se funde con la intimidad del sujeto, se asimila a lo metafísico de tal manera que anuncia cierta imposibilidad de seguir haciendo ciencia ficción sobre la red, igual que ya poca ciencia ficción se puede hacer sobre teléfonos. Y qué demonios, es un poemario divertido. Y los viejos lectores también nos estamos infoxicando, como dice Fanjul, y buscamos lecturas que den más placer con menor inversión de tiempo y esfuerzo. Pertinaz Freelance nos lo pone fácil. A todos.
A Sergio y a Sabina las redes y el periodismo les han enseñado a tener alcance social, pero también lo consiguen por algo innato: “Otros prefieren emocionar, ilustrar, yendo a los meollos. Pero a mí, por carácter, me gusta que la gente se lo pase bien –dice Fanjul–, y en mis poemas también. Me fastidia cuando los escritores escriben dentro del ámbito literario, sin conexión con la actualidad. Lo mío es deformación periodística: tengo una concepción más popular de la escritura en general”. Por su parte, Sabina también se nutre de un público que casi no lee literatura y la ha conocido por Internet. Aunque a algunos de estos lectores les decepcionó Las niñas prodigio porque no era tan gracioso como sus artículos. Y algunos, incluso, hasta se llegan a decepcionar con la propia Urraca en persona. “El personaje me pesa –reconoce–; aunque intento ser lo más natural posible, no sé hasta qué punto, de forma inconsciente, voy por ciertos derroteros para agradar. A veces me autocensuro porque la imagen que la gente tiene de mí no encajaría con un nuevo molde”.
En cualquier caso, su capacidad para conectar con un público amplio les ha permitido vivir de lo que escriben en prensa, y encima ser leídos gratis. Fanjul nos cuenta que necesitó más tiempo que Urraca para lograr que le publicaran textos con mayor libertad de estilo, pero aún así se pregunta qué es autoral y qué es literario en su labor. Al revés que muchos de sus colegas, Sergio no utiliza otro nombre para firmar sus textos más alimenticios: “Escribiendo sobre el caqui, la fruta de moda, aprendo cosas fascinantes. Los textos más difíciles a los que me he enfrentado han sido encargos sobre microbuses, neumáticos o cremas solares”. Urraca lo ve de otro modo: “Si yo pudiese me dedicaría solo a escribir libros y algún artículo suelto. Ese sería mi mundo ideal”.
“Ahora todo el mundo lee. El público es infinito: solo tienes que interesarles.” Fanjul me dejó clavado con esa frase: tenía razón. Mientras muchos nos rasgamos las vestiduras por el desplome de la venta de libros y lectores literarios, dos mil cien millones de terrícolas han puesto en sus manos dispositivos en los que, sobre todo, leen. Sabina y Sergio están llevando buena literatura a esas pantallas, aunque el camino no está exento de peligros: la adicción que provoca gustar puede convertirte en un guiñol de tu público, y hacer que tu paz de espíritu dependa de un maldito like. Los que te odian pueden golpearte con impunidad. Las redes se diseñan para potenciar la interacción positiva y esa cultura de la complacencia puede distorsionar la visión que uno tiene de sí mismo. Y sin embargo, estos escritores y algunos más están encarando con éxito un fascinante desafío: ahora todo el mundo lee. El público es infinito: solo tienes que interesarles.
Autor >
Miguel Espigado
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2 comentario(s)
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Carlos Pequeño
La magia de internet; un grupo de no más de 20 o 30 licenciados subempleados en la treintena, repartidos en diarios online o webs pijas estilo Playground y Vice dándose coba mutuamente para (auto)convencerse de que son auténticos periodistas o escritores. De esos libros no se acuerda nadie en nueve meses.
Hace 7 años 5 meses
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Luis Grande
Es deprimente. Se han juntado tres paletos, se han puesto unas plumas en la cabeza y dan vueltas en círculo celebrando sus conocimientos, ¿se puede estar más orgulloso de la ignorancia propia? Claro que sí, guapi, dadle a lo literario, pensad que estáis petándolo con vuestra "actualidad", presente continuo para todos.
Hace 7 años 5 meses
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