SUSAN BUCK-MORSS / FILÓSOFA
“Pensar que la gente vota según sus intereses de clase es puro neoliberalismo”
IGNASI GOZALO-SALELLAS / ÁLVARO GUZMÁN BASTIDA / HÉCTOR MUNIENTE 28/01/2018
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Susan Buck-Morss es una reputada profesora de filosofía continental, labor que ha ejercido durante las últimas décadas en las universidades de Cornell y CUNY (Nueva York). Sus trabajos sobre filosofía dialéctica (Hegel, Adorno) y, en especial, sobre la dialéctica de las imágenes (Walter Benjamin) son una referencia mundial. Su trabajo más reciente lo ha dedicado a la cuestión de la globalización y el cambio social contemporáneos desde una óptica transnacional. Susan Buck-Morss no se conforma con las lecturas del siglo pasado que, a su juicio, mutó sin dejar casi rastros de sus paradigmas principales. Estamos, según ella, ante el siglo de la velocidad de los datos y de la superación del Estado. Por todo, nos anima a “no abandonar el proyecto internacional ni el cuidado del planeta”. Éste, es según Buck-Morss, el siglo de las personas.
A lo largo de su carrera un concepto central de su interés ha sido la utopía, el cual abordó desde tres puntos de vista diferentes: la utopía de la Historia, la utopía de la democracia y la utopía de la cultura de masas. ¿Qué nos queda hoy de ese concepto? Y, en caso de que aún no la tuviéramos que dar por muerta, ¿cuál es la utopía de nuestro tiempo?
Desde luego, en su momento, al final de la guerra fría, lamenté profundamente el ocaso de la idea de la utopía de las masas, de la concepción de una sociedad basada en la felicidad de las masas. Antes había una competencia entre el modelo socialista y el capitalista. Con la victoria del modelo capitalista, ya no se oye nada parecido a: “Bueno, esperamos que las masas sean felices”. Ya ni siquiera son necesarios como trabajadores. Se han vuelto prescindibles, desechables en tanto que trabajadores. Ya ni siquiera se les considera el “ejército industrial de reserva”. Nos sentimos, también como consumidores, manipulados para conseguir beneficios a las empresas. Hay un cierto cinismo en el capitalismo de hoy que no se podía permitir cuando había alternativa, cuando existía la posibilidad de una verdadera alternativa socialista.
Hay un cierto cinismo en el capitalismo de hoy que no se podía permitir cuando existía la posibilidad de una verdadera alternativa socialista
Tanto los Estados Unidos como la Unión Soviética estaban de acuerdo en la noción del tiempo, de la historia. La Historia era el progreso. Occidente estaba por delante en el tiempo. Y los países subdesarrollados, o no desarrollados, incluido Rusia, tenía que recuperar el terreno perdido. Todo el discurso de la legitimación política se basaba en cómo de rápido se podía avanzar. Dicho de otro modo, se podía acelerar el tiempo porque sabíamos a dónde íbamos, pero el punto al que llegamos, esta economía globalizada, hiper-industrializada, es malo para el medio ambiente, malo para las personas, malo para la democracia y muy distópico. Los últimos diecisiete años han supuesto una gran transformación respecto a las reglas básicas, incluso del lenguaje. La palabra utopía ya ni la oigo.
Usted habla del fin de una serie de categorías que fueron indiscutibles en el pasado, como el Estado-nación, la democracia, las identidades políticas como la clase, la solidaridad, la igualdad… ¿Cómo encaja el neoliberalismo en esta disolución de categorías?
La gente habla sobre cómo la clase trabajadora, los obreros blancos de EEUU, votaron a Trump contra sus intereses de clase. Pero es que esa idea de que la gente vota según sus intereses de clase, según sus intereses económicos, es puro neoliberalismo. Es la parte que el neoliberalismo mantuvo del modelo marxiano: “la defensa de los intereses propios es lo que motiva a la gente”. No es cierto. Si queda algo vivo de la utopía del espacio político común es que en ese espacio tenemos comunidad. Tenemos una comunidad de intereses.
¿Propone, pues, que la comunidad puede ser hoy en día una herramienta para combatir las injusticias en un mundo posnacional?
Eso es un elemento motivador muy fuerte para el activismo, para la politización. Lo bonito es la variedad de gente que se puede unir en torno a esa noción. Lo que hace fuerte a un movimiento es precisamente eso: no la unidad basada en que todos piensen igual, como un bloque, sino la base orgánica que se produce a través de la intersubjetividad al trabajar juntos.
Hay una extremada, interrelación en el mundo actual, excesiva diría. Pero eso es una ventaja, porque produce otro espacio posible para la política, más allá de la ciudadanía nacional. Nunca renunciaría a ésta. Pero, ¿qué podemos conseguir realmente si elegimos a un mandatario de izquierdas? Podemos implementar leyes que controlen los efectos perjudiciales que tiene el capitalismo en tu ciudadanía, lo que a su vez hará que aumente la presión de los lobbies para saltarse esas leyes, lo que hará que aumente la corrupción, etc., porque estaríamos yendo en contra de los fundamentos básicos de la estructura económica. Si el Estado es tan débil como digo, y precisamente por los efectos del capitalismo global, quizá la política, la política más radical, no tenga que centrarse en tomar el control del Estado, sino en otra cosa.
Pero paradójicamente algunos países como Estados Unidos y el Reino Unido votaron en los últimos tiempos por proyectos políticos proteccionistas y, en consecuencia, nacionalistas. ¿No son esos hechos sintomáticos de un deseo de volver a viejos paradigmas y categorías?
Hay algo clarificador en la elección de Trump. Y es que en EEUU ya no vale hacerse el tonto, decir que uno no sabe cuál es el verdadero problema: ¿Era el neoimperialismo o el capitalismo global? El capitalismo global se ha apoderado, con la elección de Trump, de los Estados Unidos. El país es, ahora, un instrumento del capital. No hay imperialismo que valga. Y creo que eso va a ir a más. Esto nos permite, por fin, alcanzar a los países del tercer mundo, que han sufrido esta situación durante mucho más tiempo que nosotros. Obviamente, los estadounidenses siguen estando en una situación relativa mejor que los habitantes del resto del mundo. No es eso a lo que me refiero. De lo que estoy hablando es de una cierta tendencia que va en contra de la capacidad de cualquier ciudadanía para protegerse del capitalismo global y sus efectos nocivos o incluso, cambia fundamentalmente la situación en la que se encuentran mediante unas elecciones, o un proyecto democrático nacional. La última gran imagen –la madre de todas las imágenes— fue el 11-S, cuando aquellas torres se derrumbaron. Esa fue la última imagen. Se acabó. Eso hizo saltar por los aires el mundo de la creación de imágenes. Lo que tenemos hoy son ‘tuits’ y vídeos, pero no imágenes. Aquello destruyó la fantasía de la omnipotencia estadounidense mediante el uso de cúteres y nueve hombres.
¿Entonces viene a decir que Trump no representa una amenaza nacionalista sino simplemente un estadio más de la expansión del capitalismo global en el ámbito de la geopolítica internacional?
La elección de Trump me deprimió mucho, y sigo muy asustada con la realidad de que ocupe el poder. Me preocupa mucho. Me preocupa la guerra, la posibilidad de guerra. En política interior, no creo que sea capaz de conseguir lo que quiere la extrema derecha. Ni siquiera estoy segura de que él lo quiera. Su cuñado Jared Kushner, ha escrito un documento extraordinario, al que nadie presta demasiada atención, en el que deja claro que va a gestionar el Estado, el gobierno de los EEUU, como si fuera una empresa estadounidense. Dicho de otro modo, van a dejar atrás el modelo de Estado, y deberse, según dice él mismo, a sus clientes. No tanto a los consumidores, sino a los clientes que contratan sus servicios. Esto supone la toma total del Estado por parte de los intereses capitalistas. La idea es luchar por la idea misma de ciudadanía, pero no quiero que se luche por ella levantando muros alrededor del país, porque eso es una pseudociudadanía, que es en lo que se basa parte de la retórica de Trump.
¿Entiende por pseudociudadanía el trato que la administración Trump da a los sujetos no estadounidenses, conectándolos con la cuestión de su condición ‘ilegal’, o bien se refiere a una cierta actitud de menosprecio general al valor de ciudadanía?
A lo que me refiero es que ninguna persona es ilegal. Ser legal o ilegal no forma parte de las cualidades del ser humano. No es una categoría ontológica, si se quiere ver así. Es algo que impone cierto orden político, cierta estructura de poder: ser legal o ilegal. Y esa frase –“nadie es ilegal”- me encanta. Se podría decir que es incluso utópica, pero me encanta. Es como cuando se dice: “Somos el 99%”. La idea de que el 99% no el 100% sino el 99%, del mundo no se beneficia del capitalismo global descontrolado. Hablar del 99% lo deja enormemente abierto, para que cualquiera pueda unirse. Me gusta.
¿Qué queda hoy del valor indiscutible que dimos en el pasado a conceptos como verdad, democracia o Historia?
Si uno mira al New York Times, por ejemplo, o a la CNN, verá que prestaron mucha atención a corregir cualquier cosa que Trump dijera que no fuera cierta, empíricamente falsa. A la gente le dio igual, porque entendían otro tipo de realidad. Era la forma, de alguna manera, de criticar la idea de que la verdad es algo definido. Vivimos en un tiempo en el que se desmoronan todas las viejas verdades; ya no está claro que uno pise tierra firme, hable de lo que hable. Yo misma nunca hubiera imaginado la vida más allá del Estado-nación, o sin el Estado-nación, y ahora creo que ese puede ser el camino a seguir para alcanzar la justicia social y la democracia. No creo que esté claro que la democracia, tal y como la hemos conocido, vaya a sobrevivir. Por otro lado, la democracia es un concepto que tiene más de 200 años de antigüedad, con multitud de manifestaciones. La democracia no tiene por qué mantener el Estado-nación como modelo para seguir siendo relevante. La democracia nacional como única meta de la Historia para todas las unidades geopolíticas es algo a lo que estoy dispuesta a renunciar.
Entonces, ¿cuál es el recorrido que tiene en el futuro la democracia? ¿Debe seguir su lucha fuera del marco Estado-Nación en que lo hemos pensado en nuestra época?
Recuperaría de Marx el concepto de democracia como algo que se preocupa no sólo por la igualdad política de representación, sino también por la justicia social. Algo de equidad, de justicia racial, de justicia social. Esas nociones de la justicia social que tienen que ser democráticas en el terreno de la sociedad civil, y no solo del gobierno representativo, nos señalan que tenemos mucho aún por construir en relación a la democracia.
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IGNASI GOZALO-SALELLAS / ÁLVARO GUZMÁN BASTIDA / HÉCTOR MUNIENTE
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