DEBATES FEMINISTAS
Escopofilia: nacidas para ser miradas
La insurrección de los cuerpos de las mujeres no será una revolución individual. El objetivo es trastocar la mirada masculina, la misma que ha cosificado nuestro físico
Nuria Alabao 6/02/2018
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Llevo un rato mirando a una mujer joven que en algún lugar de Latinoamérica da de mamar en directo vía una aplicación que se llama Periscope. La mujer no explica nada sobre la lactancia ni hace apología de la misma, no es una youtuber en la que su producto es ella misma, no espera sacar retribución económica, no quiere ser famosa. Parece que simplemente se aburre y ha decidido experimentar cómo es ser vista por extraños. Yo soy una de esos extraños que miran.
Al cabo de un rato se van conectando más y más, ya somos cincuenta. Podemos mandar corazones que van planeando sobre la imagen de la mujer o decirle cosas en un chat que vemos todos. Ella a veces lee y contesta tímidamente o ríe. En seguida los comentarios empiezan a subir de tono: Quien fuese ese baby, mamita. Enséñanos la otra. Qué bebé tan mono. ¿Cómo se llama? ¿Estás en Colombia? Dame tu número.
Un periscopio es un instrumento que permite la observación desde una posición oculta. Llevo un par de días mirando por la app vídeos en directo de todo el mundo. Hay actos públicos, gente que cuenta cosas, come delante del móvil o te explica qué es una oveja merina, algún tío que enseña su pene y muchas, muchas chicas –bastantes adolescentes, también menores de edad– que bailando o tumbadas en la cama o en el sofá se enseñan, están. Indefectiblemente al cabo de un rato hay comentarios de carácter sexual mezclados con retazos de conversaciones casuales. Gajes de internet. Las chicas se ven a sí mismas mientras retransmiten, por lo tanto todo el rato son conscientes de sus cuerpos: se tocan el pelo, cambian la postura a una más favorecedora, o simplemente se dejan mirar. Cuando alguien suelta una burrada, la mayoría sonríe o los ignoran.
Las chicas siempre hemos estado ahí para que nos miren. Eso es lo que interiorizas desde niña. Los comentarios de tu madre, de los compañeros de colegio, de tu novio y lo que ves en los medios: cómo son “las mujeres”, cómo se visten, cómo se mueven, cómo se llega a ser mujer; aprendes que está relacionado con la imagen. Hace falta parecer una tía, moverse como una tía, depilarse como una tía. Es todo un trabajo. Te llegan comentarios de hombres sobre tu físico en cualquier lugar, de tíos que visten fatal, que tienen barriga, que les asoman pelos por la camiseta pero aún así se permiten comentarte cosas como: hoy no te has depilado, ¿eh? uy qué pelos llevas.
¿Ser mujer es acaso ser percibida? ¿La mirada masculina hace a la mujer? Decía Pierre Bourdieu que todo el mundo se somete a miradas, pero esto con mayor o menor intensidad según las posiciones sociales, y sobre todo según los géneros: “lo que se describe como coquetería femenina es la manera de comportarse cuando se está siempre en peligro de ser percibido”. Escudriñado. Una mujer está más expuesta a existir a través de la mirada ajena. Lo dijo el psicoanálisis y lo dijo el feminismo. Laura Mulvey, durante la segunda ola, introdujo el concepto de "mirada masculina" para hablar de las representaciones femeninas a partir de un análisis del cine donde descubría la asimetría de poder de género. Mulvey decía que las mujeres eran convertidas en objetos, ya que eran los hombres heterosexuales los que tenían el control de las cámaras, los que tenían el poder de definir públicamente a través de los medios qué es, o cómo es una mujer. El ensayo de Mulvey también explica que la mirada femenina funciona igual a la mirada masculina. Esto significa que las mujeres en general se ven a sí mismas a través de los ojos de los hombres ya que han sido socializadas así. Por tanto, cuando nos exhibimos, en las redes, en Periscope, adoptamos roles de los repertorios disponibles que nos constituyen, que se han fijado en nuestro imaginario y en nuestra forma de desear. Y sí, también jugamos con ellos, los manipulamos y los subvertimos, no somos vasijas vacías sobre las que se vierten las disposiciones sociales que reproducimos como robots, somos mucho más.
La dictadura del Índice de Masa Corporal
Las cosas han cambiado bastante desde que Mulvey escribió su ensayo. Hay más mujeres en la producción de imaginarios, en la publicidad, incluso dirigiendo porno. En las redes sociales, ahora las mujeres creamos ingentes imágenes de nosotras mismas. Hemos conseguido muchísimas cosas, entre otras, que en esas representaciones las mujeres “hagan cosas” y no solo “sean”: guapas, amables, deseables, elegantes… Sin embargo, podemos decir que pese a la ampliación de repertorios disponibles, de modelos femeninos, la presión sobre la imagen, y sobre el cuerpo de la mujer no ha descendido ni un escalón. E incluso se ha extremado en cuanto a la exigencia de delgadez y en tanto que tenemos que medirnos con representaciones que han incorporado todos los “avances” científicos en relación a las modificaciones corporales posibles: operaciones que alcanzan cualquier centímetro de nuestra piel, su forma o su tersura, podemos cambiar de labios, de nariz, de pecho, de culo, de longitud, forma y color del cabello, y un largo, infinito etcétera. Basta para darnos cuenta comparar a las estrellas femeninas de los 40/50 con las de ahora. Bueno, es que las de ahora, simplemente, a menudo no parecen humanas.
¿Qué buscan las chicas que se exhiben en Periscope o en las redes sociales? Cuando las adolescentes se exponen lo que reciben es aprobación, la constatación de que existen como mujeres, de que son deseables. En lugares como Periscope, los piropos, las burradas de carácter sexual, más que como agresiones, son vividas como validaciones en la prueba de ser miradas/deseadas. La adolescencia es un momento de transición, de paso a la vida adulta, un momento donde la identidad está en construcción y por tanto, en precario. En ella las mujeres somos especialmente vulnerables. La crisis de adolescencia tiene que ver justamente con la imagen de sí que se brinda a los demás, y por tanto, es más aguda en las mujeres. El listón está en las nubes.
Apenas empezamos a ver los efectos de esta hiperexposición en las redes sociales de las nuevas generaciones, grabadas, fotografiadas y exhibidas hasta la saciedad. Internet está llevando la posibilidad de mirar y ser mirado hacia nuevas cotas. Las redes permiten ampliar el público del exhibicionismo corporal y presionan a las mujeres para que adapten sus cuerpos a la norma –también cada vez más a los hombres–. Si las redes otorgan validación a las jóvenes con identidades en construcción, el mayor peligro es el peso que tiene la imagen en ello frente a otras cuestiones. Y también puede ser una fuente de acoso. Muchas en el colegio hemos sido interpeladas como gordas, gafotas, loosers, lo que sea, pero al llegar a casa nos encontrábamos en un terreno amigo, el acoso paraba, podíamos quedar con amigos de nuestra elección. Sin embargo, hoy con los móviles, la exposición –también al acoso– no termina nunca. Los efectos de esta tensión, de este panóptico podemos verlos en el aumento de los trastornos alimentarios: la bulimia y la anorexia, que afectan fundamentalmente, y cada vez más, a las adolescentes.
Cualquier diría que están aprendiendo a trabajar
De hecho, hay abundante información de estos trastornos cuando se refieren a esta franja de edad. Sin embargo, poco se ha trabajado en cuanto al ámbito laboral, a cómo están relacionadas con determinadas profesiones o con lo que el sociólogo José Luis Moreno Pestaña llama “culturas empresariales particularmente despóticas”. Moreno en La cara oscura del capital erótico (Akal, 2016) demuestra cómo hay circuitos laborales donde es necesario valorizar el cuerpo y que precisamente se pueden descubrir porque son profesiones donde hay mayor presencia de trastornos alimentarios. Camareras, vendedoras e incluso profesoras son algunas de las profesiones más expuestas a esta enfermedad laboral que jamás será reconocida como tal. En general, implican atención de cara al público, y por tanto, están muy feminizadas. La belleza, el reclamo sexual, el vestir de un determinado modo son también exigencias laborales en muchos ámbitos. En algunos de ellos, tiene tanto peso que las consecuencias pueden ser anorexia y bulimia, si a las presión sobre el cuerpo le sumamos unas condiciones de trabajo estresantes y abusivas.
La exigencia de encarnar ciertos prototipos de belleza permite ingresar, mantenerse y avanzar en bastantes espacios profesionales, señala Moreno, lo que conlleva modificaciones importantísimas del propio cuerpo. “Pero sigues avanzando y siendo premiada por tu ortodoxia corporal, porque luces la ropa más exclusiva, porque conviertes las interacciones alrededor de las partes de tu cuerpo en el centro de tu vida... Para lo cual haces demasiado ejercicio, contabilizas las calorías obsesivamente, vomitas cuando has faltado a tu compromiso –¡por tu progreso en el trabajo, no porque seas frívola!– o acabas completamente famélica y sin fuerzas, necesitando atención psiquiátrica”, explica.
La rebelión feminista
Las exigencias laborales de cuerpos que se adapten a la norma son difíciles de subvertir. Lo que podemos extraer de la investigación de Moreno es que no basta la conciencia para sustraerse a determinadas exigencias, que el cambio tiene que arrastrar consigo a una buena parte de la sociedad. La insurrección de los cuerpos de las mujeres no será una revolución individual. (Y tampoco es una cuestión moralista: el trabajo estético sobre una misma puede ser también fuente de placer. La pregunta es por los límites: cuándo se convierte en patológico o simplemente nos hace infelices.)
El movimiento feminista propone lecturas políticas y trabajo sobre el imaginario para darle la vuelta a los modelos de belleza imperantes, como cuando reivindica el look natural o el black is beautiful. La idea es trastocar la mirada masculina, la misma que ha objetualizado nuestros cuerpos. Numerosas artistas y activistas elaboran imágenes subversivas, por ejemplo, de mujeres que no se depilan o modelos de belleza alternativos. Estas también circulan por las redes sociales, que poseen la ambivalencia de cualquier medio: nos fuerzan a adaptarnos a la norma, pero nos dan claves para la rebelión. Está claro que es una cuestión de poder, pero todo poder, lleva en sí la semilla de la resistencia.
A las feministas nos llaman feas y nosotras nos sentimos libres.
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Nuria Alabao
Es periodista y doctora en Antropología Social. Investigadora especializada en el tratamiento de las cuestiones de género en las nuevas extremas derechas.
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