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Parece un mal virus. Uno de esos que, por el estado febril acumulado, nos hacen delirar viviendo una realidad dulce y distorsionada. ¿Dónde están los límites del humor? ¿Y los de la libertad de expresión? Mientras vemos desfilar a artistas, humoristas, usuarios de redes sociales o activistas por los juzgados, no hacemos otra cosa que planteamos, una y otra vez, estas mismas preguntas, como pretendiendo llegar a un consenso cívico –imaginen música clásica de fondo– que trace la línea justa en el lugar correcto para que todos nos sintamos cómodos conviviendo como sociedad avanzada que somos. Somos prácticamente griegos antiguos en túnica debatiendo en el ágora cómo mejorar lo que nos rodea. Cómo nos gusta engañarnos. Es deporte nacional hacer que nada está pasando, fingir que no conocemos la respuesta, gigantesca e incómoda, a estas dos preguntas de moda: los límites están donde decide trazarlos aleatoriamente quien tiene el poder para hacerlo. Quienes no tenemos poder censor o represivo no podemos responder dónde está un límite del que somos víctimas, una línea que nos mueven a su antojo y beneficio. Estamos ridículos con estas túnicas.
En la España de los ochenta, la de los años de plomo del terrorismo de ETA, no había condenas de terrorismo por usar palabras. Hoy sí. Como explica el magistrado Miguel Pasquau, “en el año en el que ETA renunció de manera definitiva a las armas hubo cinco sentencias por este tipo delitos, en 2012 fueron diez, en 2013 subieron a 15, mientras que en 2014 se quedaron en 14 y en el año 2015 ascendieron a 25”. La linde se movió hace tiempo y no ha sido el viento, amigos del ágora, sino los dueños del cortijo. Cuando desapareció el terrorismo real en España, el de las explosiones reales y las balas reales que asesinaban realmente, hubo quien decidió inventar uno nuevo. Fundaron la nueva banda terrorista nacional sin contar con los propios terroristas. No avisaron y nos pilló por sorpresa. A falta de terrorismo real, la nueva banda la crearon con leyes que ponían calificación de “terrorismo” a palabras escritas o cantadas. Esta semana, un rapero balear ha sido condenado a tres años y medio por usar expresiones violentas en las letras de sus canciones y por injuriar a la Corona. La sentencia la aplauden los mismos que aplaudieron en el Congreso nuestra participaron en la masacre –real como las bombas de ETA– de Irak a cambio de unos pies encima de la mesa. Se escandalizan por la violencia escrita y se llevan las manos a la cabeza. Cuidado que se van a manchar la frente de sangre.
Cuando el ambiente represivo es el adecuado, la pelota rueda sola. Esta mañana nos enterábamos de que se retiraba de ARCO la obra de Santiago Sierra, un artista que mostraba los rostros pixelados de quienes, según su criterio, eran presos políticos en la España actual. La propietaria del espacio, IFEMA, confirmaba que habían pedido su retirada para evitar la polémica. Censurar una obra que denuncia un Estado represivo, para evitar polémicas. El chiste se hace solo. Un rato antes conocíamos que una jueza ordenaba el secuestro cautelar del libro Fariña sobre el narcotráfico gallego a petición de un exalcalde de O Grove al que la obra –basándose en conclusiones judiciales– relaciona con los narcos.
La pelota sigue rodando. No creo que, como dicen muchos, haya sido una semana horrible para la libertad de expresión en España. No estoy de acuerdo. Solo ha habido más tráfico del habitual de censura y juzgados en una España que se sigue acercando de forma natural a Rusia, Turquía o Marruecos. Y nosotros con la túnica…
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Gerardo Tecé
Soy Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto. Es autor de 'España, óleo sobre lienzo'(Escritos Contextatarios).
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