La depresión como problema social y político
Comprender el trastorno mental como enfermedad, con una intervención meramente farmacológica, no ataja ni una sola de las circunstancias que desencadenaron ese proceso doloroso
Jose A. Llosa (workforall) 28/02/2018
Fotograma del programa 'Uno de cada cinco' de Salvados en La Sexta, 28 de enero.
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
CTXT necesita un arreglo de chapa y pintura. Mejorar el diseño, la usabilidad… convertir nuestra revista en un medio más accesible. Con tu donación lo haremos posible este año. A cambio, tendrás acceso gratuito a El Saloncito durante un mes. Aporta aquí
Tras el programa de Salvados, “Uno de cada cinco”, los artículos sobre depresión se amontonan en los medios de comunicación. La finalidad del programa de La Sexta respondía a la necesidad de visibilizar el fenómeno, y este objetivo parece cumplido. O al menos parece que se está cumpliendo. Y la visibilidad del sufrimiento supone una buena noticia, porque conciencia sobre una problemática que merece respeto, espacio para el que la padece, y una comprensión que no siempre encuentra. O no siempre le damos. Habitualmente, con lo que la persona que experimenta depresión se encuentra suele ser con el reproche y la incomprensión fruto del desconocimiento.
Sin embargo, hablar sobre depresión resulta mucho más complejo de lo que parece a simple vista. Ya no sólo porque existe la necesidad de establecer una línea divisoria muy clara entre lo que se entiende coloquialmente por depresión y lo que se entiende en términos clínicos, sino también porque se hace necesario reflexionar de manera muy profunda sobre la etiología del trastorno: un afrontamiento médico o una comprensión relacional y social. Ahí se establece un choque importante, dentro del cual el reportaje de Salvados, de una manera intencional o no, presentó una perspectiva muy alineada con el campo biologicista, que comprende el trastorno psicológico como enfermedad.
Al pensar en la depresión, la primera duda que uno se plantea es si debemos hablar de “enfermedad” o de “trastorno”
Al pensar en la depresión, la primera duda que uno se plantea es si debemos hablar de “enfermedad” o de “trastorno”. El pasado junio se celebró en la ciudad de Oviedo el III Congreso Nacional de Psicología. El coloquio tras una mesa redonda titulada “Estigma y enfermedad mental” se abrió precisamente haciendo alusión al propio término. ¿No supone hablar de “enfermedad mental” un elemento estigmatizante en sí mismo? Los ponentes explicaron rápidamente la situación con la que la práctica profesional de la psicología choca día a día, especialmente cuando se interviene en ámbitos de escasos recursos: hablar en términos de enfermedad, en lugar de en términos conductuales y relacionales, supone una concesión que la psicología hace al modelo médico. Modelo que le es ajeno. Explicaban que esta concesión responde a su necesidad práctica de lograr una comunicación comprensiva con agentes sociales. Profesionales de intervención muy activa, como los que organizaban la mesa, necesitan ir a la búsqueda del apoyo de instituciones, al tiempo que precisan de la atención de la población. Cualquier institución o persona ajena a las ciencias Psi- comprende con mayor facilidad qué objetivo se persigue al hablar de “enfermedad” y no de “trastorno”.
Sin embargo, hablar de enfermedad, como decía, implica una concesión al modelo médico al permitir reducir la depresión, o cualquier trastorno psicológico, a los mismos términos que una afección vírica. Así, se enfoca como una dolencia médica, biológica, individual, de origen en este caso inespecífico y tratable con psicofármacos. Sin embargo, la depresión no se puede comprender teniendo en cuenta únicamente argumentos biológicos, ni mucho menos es exclusivamente individual, ni se soluciona con psicofármacos, que pueden aplacar los síntomas, pero no inciden en los factores que la desencadenaron. La clave de todo ello está en el origen, y el enfoque derivado del mismo: si se deja de buscar literalmente entre las neuronas y se comienza a indagar en el ámbito relacional de las personas, el origen de la depresión se torna específico rápidamente.
Cuando fuera de ámbitos profesionales se trata de deconstruir el modelo médico en la psicología resulta fácil proyectar una imagen de banalización de los trastornos psicológicos. Nada más lejos. Lo más tajante que se puede sacar en claro de toda la discusión actual sobre la depresión y los trastornos psicológicos está en la capacidad de despertar sentimientos empáticos respecto a estos procesos. Lograr transmitir el tremendo sufrimiento que supone para las personas atravesar un trance como este resulta un paso verdaderamente crucial. El hecho de que la depresión implique un genuino sufrimiento para la persona que la experimenta y su entorno representa un punto de partida común para todas las perspectivas de análisis posible. Sin embargo, la OMS estima que casi 2,5 millones de personas sufrieron depresión en España en 2015. Y estima también que la prevalencia de trastornos psicológicos de todo tipo se encuentra en crecimiento, y que lo hace “especialmente en países con mayor población de bajos ingresos”. Otro dato lo aporta Universidad de Granada y de la Escuela Andaluza de Salud Pública (EASP). Estos investigadores han mostrado recientemente que el empobrecimiento impacta directamente sobre la salud mental. En su investigación apuntan que más del 90% de personas analizadas, todas ellas víctimas de desahucio, experimentaba puntuaciones patológicas en depresión. Ante estos datos, el modelo médico carece de argumentos. ¿Cómo explica una perspectiva biologicista un incremento tal de las cifras de depresión? ¿Cómo argumenta el hecho de que varíe la prevalencia en función del contexto? ¿Cómo interpreta, sobre todo, que los trastornos psicológicos impacten más sobre unas clases sociales que sobre otras?
De este modo, parece clara la necesidad de enfocar la depresión a partir de términos relacionales. Igual que el periodista se hace las preguntas "qué", "quién", "cuándo", "dónde" y "por qué" en su trabajo. O debería hacérselas. El psicólogo, pertenezca a la corriente que pertenezca, cuenta, o debería contar, con la herramienta básica de la explicación de la conducta a partir de los antecedentes, la conducta y sus consecuencias. De esta forma, si la crisis económica ha disparado la prescripción de psicofármacos en las consultas de atención primaria, o si los problemas laborales relacionados con el estrés y el desgaste se relacionan con la aparición de depresión, en los antecedentes se ha de acudir también a estos elementos contextuales. Porque lo cierto es que es necesario que la intervención sobre la depresión se realice sobre los antecedentes y la conducta.
Cuando se habla de que la depresión causa un tremendo sufrimiento, resulta mucho más explicativo pensar en ese sufrimiento como un dolor social que como un dolor físico
En torno a esta idea, Ian Parker, referente en las corrientes críticas con la psicología normativa, utiliza un término tremendamente útil: el dolor social. Cuando se habla de que la depresión causa un tremendo sufrimiento, resulta mucho más explicativo pensar en ese sufrimiento como un dolor social que como un dolor físico, incluso más explicativo que pensar en un dolor emocional. Los trastornos psicológicos son propios de un contexto: un lugar, un entorno y un momento concretos, con lo cual son la expresión de un dolor social, fruto de ese contexto y esas circunstancias.
En ese sentido, se observa que trastornos de identidad, como el trastorno de personalidad múltiple, harto conocido por su cualidad teatral, sucede en Norteamérica, pero apenas se desarrolla en Europa. Zygmunt Bauman, en sus teorías sobre la ética del trabajo, dispuso una capacidad quirúrgica para analizar las diferencias en procesos identitarios a ambos lados del Atlántico. Mostró cómo la ética del trabajo en Estados Unidos se hallaba relacionada con la realización personal, con la necesidad de crecimiento y con lo que se ha dado en llamar el “sueño americano”, mientras que en Europa tuvo más que ver con la consecución de derechos y estabilidad. El capitalismo significó así dos cosas diferentes en el mismo momento temporal para dos lugares distintos del planeta: en Estados Unidos significó una oportunidad personal de transformarse en una versión más exitosa de uno mismo, y en Europa una oportunidad para alcanzar estabilidad, en gran parte otorgada a través del proyecto social de un estado (o región). Exactamente lo contrario, y en ambos casos igual de fraudulento. Sin duda, bajo esta explicación social cobra sentido que el trastorno de personalidad múltiple sea algo localizado casi exclusivamente en Estados Unidos, donde encuentra mayor concordancia con su contexto social.
De esta forma, si el trastorno psicológico se comprende como fenómeno social (o psicosocial), el ánimo de intervención también debe serlo. La psicología clínica interviene sobre personas concretas, individuos o grupos muy pequeños, pero si los antecedentes son sociales, las ciencias del estudio de la conducta necesitan abrir sus miras, empoderadas, y proceder con una ambición transformadora de las relaciones. Un motor de cambio a todos los niveles, al ser la salud mental una cuestión de salud pública. Ya que es indudable que el hecho de acudir al incremento de prevalencia de trastornos junto a una prescripción de psicofármacos cada vez mayor esconde problemáticas sociales profundas e insidiosas que precisan una transformación integral.
Bajo esta óptica, cabe preguntarse qué papel juegan psicólogos y psiquiatras en la conformación de la realidad. Autores como Amparo Serrano, el psiquiatra Guillermo Rendueles o la intelectual Nancy Fraser hablan con claridad sobre este aspecto desde distintas perspectivas. Las ciencias psicológicas aportaron y aportan herramientas para crear y mantener discurso neoliberal, individualista y culpabilizante con las personas. A medida que las ciencias Psi- individualizantes han crecido en corpus explicativo, un mayor abanico de conductas se convierte en problemático. Este hecho, por ejemplo, ha venido transformando el conflicto social y laboral en un problema, y luego el problema en enfermedad. Se ha desnaturalizado así el conflicto social, arrebatándole su potencial transformador, para hacer de él una problemática individual, de la que evidentemente se responsabiliza (o culpabiliza) al propio sujeto. Un discurso muy convenientemente concordante con el de los poderes neoliberales, que se encuentra cómodo cargando sobre el ámbito privado lo que son dinámicas intrínsecamente públicas.
Comprender el trastorno mental como enfermedad lo desconecta de lo social, lo encierra en la intimidad, y lo afronta con una intervención meramente farmacológica que no ataja ni una sola de las circunstancias que desencadenaron ese proceso doloroso. Ante esta perspectiva, la responsabilidad de los poderes políticos es dar respuesta a los trastornos mentales en su perspectiva psicosocial, a través de legislación y recursos, y atendiendo a las conclusiones de la investigación. Esta es una reclamación que se está realizando a nivel internacional numerosas organizaciones relacionadas con el ámbito de la salud mental a través de la plataforma europea común EU Health Policy Platform.
---------------------
Jose A. Llosa. Equipo de investigación Workforall, Universidad de Oviedo.
CTXT necesita un arreglo de chapa y pintura. Mejorar el diseño, la usabilidad… convertir nuestra revista en un medio más accesible. Con tu donación lo haremos posible este año. A cambio, tendrás acceso gratuito a El...
Autor >
Jose A. Llosa (workforall)
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí