Sobre lenguas y hegemonía: el caso asturiano
Por fin nos hemos decidido a enterrar la hemiplejía política que en Asturias caracterizó a la Transición: empieza a ser verosímil que la lengua asturiana adquiera el estatuto de lengua oficial
Xandru Fernández 14/04/2018
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Hace no muchos años, un conocido dirigente de la izquierda española pronunció en Madrid un discurso de esos que se quieren memorables, ya sea por lustrales, ya sea por multitudinarios o por coincidir en el tiempo con algún cataclismo bélico o futbolístico. El orador, en un gesto que de nuevo se quiso interpretar como solidario sin llegar casi a ser gesto, se dirigió a su auditorio saludando en gallego, catalán, euskera y castellano. Cuando, más tarde, en privado y en público, se le preguntó por qué no había saludado también en asturiano, su respuesta fue inmediata, casi un automatismo: “No es oficial”. Eso fue todo: hasta sus más acérrimos enemigos se quedaron con las ganas de saber si esa réplica lacónica obedecía al deseo de no hacer excesivo ruido con la ofensa, o a una pulsión perdonavidas, o a la ignorancia pura y dura de qué narices le estaban preguntando.
Conociendo al personaje, yo me inclino por la opción número dos, pero concedamos que no sería inverosímil que se tratase de la tercera: ¿quién, fuera de Asturias, tiene en cuenta la existencia de la lengua asturiana, incluso en el improbable caso de que ese conocimiento forme parte de los deberes de uno o de su dedicación profesional? Detengámonos en este segundo supuesto, pues nos permite no perder demasiado tiempo (ni el mío ni el de ustedes) en priorizar sufrimientos y otras sandeces semejantes (del tipo “no es tan grave, no es un drama, hay tragedias mucho peores que la desaparición de un idioma” y otras en las que coincidiríamos por fuerza, por la fuerza del absurdo).
¿Forma parte el conocimiento del asturiano de la dedicación profesional de un lingüista? Lo es, sin duda, si dedica algún segmento de su tiempo de trabajo a explicar, estudiar o divulgar la pluralidad lingüística peninsular, como sería el caso si ese individuo fuese profesor de su materia en la ESO. Esa etapa educativa la cursan casi dos millones de estudiantes cada año. Repitámoslo, pues es una cifra contundente: casi dos millones de estudiantes. ¿Quieren saber cómo se forma la hegemonía y no les da tiempo a leer a Gramsci, ni siquiera el Gramsci para principiantes de Néstor Kohan? Echen entonces un vistazo a la programación del primer curso de la ESO y obtendrán una ilustración bastante fiel de cómo se logra esa “unidad intelectual y moral”, ese “consenso espontáneo” en torno a cuestiones como la utilidad de la monarquía, los beneficios de las religiones organizadas o la correlación entre iniciativa emprendedora y éxito económico. Están ahí, en las aulas, en los documentos oficiales y en los libros de texto, pero si les aburre buscarlas, no pasa nada: sigan echándole la culpa al trap.
En el libro de texto de nuestra hija el asturiano, sencillamente, no aparecía
Nuestra hija estudia primero de la ESO. Cuando la ayudamos a preparar el primer examen de Lengua Castellana y Literatura, ya sabíamos que íbamos a encontrar en el libro de texto los despropósitos habituales: la prevaricación científica es muy habitual en estos casos, desde llamar al asturiano “dialecto del castellano” hasta afirmar que sí que es lengua pero no puede ser oficial porque carece de gramática, diccionario o literatura (aclaración para principiantes: no carece de ninguna de esas tres cosas). Pero no fue ese el caso: en el libro de texto de nuestra hija no se decía ninguna mentira al respecto. Sencillamente, el asturiano no aparecía. Ni en el mapa. Las zonas sombreadas que correspondían al gallego, el euskera y el catalán (y el valenciano, pues se le daba un tratamiento aparte) iban en un color, el castellano en otro, y la franja correspondiente al dominio asturleonés aparecía en blanco, como si un trozo de mapa se hubiese caído al mar. No se hablaba de Asturias al poner ejemplos de “castellano septentrional”, tampoco se mencionaba el asturiano entre las “otras lenguas peninsulares”: se prolongaba el Cantábrico hasta Miranda del Douro y asunto arreglado.
Por supuesto, esta situación es peor que la mentira pura y dura, pues deja en el limbo el estatuto sociolingüístico del asturiano y permite que el profesorado pase de puntillas sobre el tema o, por el contrario, lo aborde desde su particular lote de prejuicios, medias verdades y mentiras descaradas. Doy por sentado que la mayor parte del profesorado expondrá el tema con objetividad y sin dejarse llevar por afecciones pre- o paracientíficas, pero esto es puro voluntarismo por mi parte, y, en resumidas cuentas, también es voluntarismo lo que le estoy atribuyendo a ese profesorado que no tendría por qué verse en el trance de determinar qué le dirá a su alumnado cuando llegue al delicado tema de la pluralidad lingüística. ¿Qué hace el profesor de un instituto asturiano? ¿Les dice a sus alumnos que coloreen también esa franja fantasma del mismo color que el castellano y espera a que el papá o la mamá de Llara o Xosé Nel le llamen para pedirle explicaciones, o les dice que la sombreen con un color diferente y espera a que sean el papá y la mamá de Álvaro o Inés los que le pongan la queja? ¿Qué se supone que tendrá que hacer la profesora de ese instituto de L’Infiestu o de Lluanco cuando Llara y Álvaro se pongan a discutir y los dos señalen la zona muerta del libro de texto como justificación y apoyo empírico para sus puntos de vista?
Asturias es muy pequeña, ¿no es cierto? Y tienen lo de la reconquista y tal, hablan raro pero se les entiende
Si esto es así en un instituto asturiano, no me cuesta nada imaginar qué ocurrirá en un instituto de Burgo de Osma: “Eso es un error de la imprenta, coloreadlo también, igual que lo de al lado”. Y a correr. Ya tienen bastante con aprenderse lo de las lenguas oficiales, ¿verdad? Y Asturias es muy pequeña, ¿no es cierto? Y tienen lo de la reconquista y tal, hablan raro pero se les entiende, y solo faltaría que también esos quisieran ser independientes. Todo eso suponiendo que el problema de marras haya llegado al neocórtex, muy probablemente haya sido automático lo de ver ese blanco ominoso y coger el rotulador sin que nadie mencione siquiera lo del error de la imprenta. No es oficial, no es un problema.
Las programaciones didácticas y los diseños curriculares existen, supuestamente, para explicitar lo que debería enseñarse y lo que convendría saber en una sociedad científicamente madura y con aspiraciones de racionalidad democrática. Cuando no se hace así, como ocurre con la pluralidad lingüística, la reinvención de la historia de España o la superchería epistemológica de que la mentalidad contable es la condición natural del ser humano, en seguida se ven los agujeros del discurso: eso que algunos llaman “adoctrinamiento”. Si resulta que, además, ese lote de presuntos saberes incontrovertibles es lo que fundamenta el ordenamiento jurídico del Estado (reparemos en la circularidad del asunto, ya que en ella reside la eficacia de todo este tinglado: lo que el ordenamiento jurídico sanciona es el punto de vista hegemónico que, a su vez, llega a serlo en gran medida por el efecto sancionador del ordenamiento jurídico), el resultado es la asimetría en la atribución de derechos y obligaciones y la arbitrariedad en la exigencia de su cumplimiento. Además, nos convierte a unos cuantos en unos pesados y unos cenizos que parece que estemos obsesionados con temas que, en realidad, nos importan por obligación.
En una ocasión di un cursillo sobre música de vanguardia en la Alemania de posguerra. Puse un fragmento de los Hymnen de Stockhausen y, cuando acabó, una alumna levantó la mano y preguntó: “Profesor, ¿hay alguien a quien le guste escuchar eso?”.
No es cuestión de prioridades: si lo fuera, hace tiempo que se le habría dado la vuelta al argumento
Me hago muchas veces esa pregunta con respecto al asturiano y sus vicisitudes. ¿A quién le puede interesar (no digamos ya “gustar”) el asturiano? ¿A quién le importa que sea oficial o no lo sea, que deje de hablarse o siga hablándose, que sus hablantes se avergüencen de serlo o por el contrario lo hablen con orgullo? El humorista Edu Galán escribió hace poco en Twitter que hay en Asturias problemas mucho más graves que el que el asturiano no sea oficial. ¿Cree acaso Galán que los demás lo ignoramos? ¿Nos cree de veras tan imbéciles (es un epíteto muy suyo), o es que alguna vez ha visto a alguien quemarse a lo bonzo en una manifestación por la oficialidad del asturiano? Dicho sea de paso, tampoco es que se vean muchos bonzos en las manifestaciones por la dignidad de los trabajadores de Correos (el ejemplo es de Galán), en las cuales, por cierto, sí se ve una mayoría de pancartas en asturiano. No es cuestión de prioridades: si lo fuera, hace tiempo que se le habría dado la vuelta al argumento (si no es importante, no hay razón para negarse tan obstinadamente a oficializar el idioma), pero no ha sido así. Tampoco es cuestión de gustos o intereses personales o intelectuales: yo preferiría estar ahora escribiendo sobre Stockhausen, la Escuela de Darmstadt y el krautrock, en lugar de hacerlo sobre la oficialidad de la lengua asturiana. Lo que está ocurriendo en los últimos años, y lo que ha hecho posible la decisión de la Federación Socialista Asturiana de incluir la oficialidad del asturiano en su agenda después de décadas negándose a hacerlo y siendo incluso el principal obstáculo político para la normalización lingüística, es que ha cambiado el clima.
¡Una metáfora! Pues sí, pero no tanto como podría creerse. Lo cierto es que el cambio climático nos está volviendo, a los asturianos, más sensibles al paso del tiempo y a la erosión del olvido. Hasta hace relativamente poco, un asturiano sin demasiados complejos podía sentirse reconocido en media docena de iconos identitarios, entre ellos esa llovizna (orbayu, en asturiano) que es la responsable de que un servidor esté escribiendo estas líneas bajo los efectos de una sinusitis crónica. Hoy el clima es un poco diferente, aunque no creo que el Volksgeist asturiano lo haya notado; sin embargo, sí creo que ese cambio se produce en paralelo con otros (el envejecimiento de la población, el despoblamiento de las áreas rurales, la mejora de las comunicaciones entre los pueblos, precisamente cuando cada vez queda menos gente a la que comunicar) que arrojan un saldo negativo en términos de reconocimiento simbólico, como si a los asturianos les hubieran quitado parte del suelo por el que caminaban tan campantes y ahora debieran desplazarse a salto de mata, esquivando obuses semienterrados y minas antipersona.
Hay señales que anuncian que la siesta se acaba, como cantaba Pablo Guerrero
Sea por eso o porque por fin nos hemos decidido a enterrar la hemiplejía política que en Asturias caracterizó a la Transición, lo cierto es que en los últimos meses empieza a ser verosímil que la lengua asturiana adquiera en breve el estatuto de lengua oficial. Es una batalla en la que llevamos empeñados, algunos, más de media vida, y tal vez por eso somos renuentes a celebrarlo antes de tiempo e incluso sospechamos que habrá más de un gato encerrado y que al final todo quedará en papel mojado. Pero hay señales que anuncian que la siesta se acaba, como cantaba Pablo Guerrero: entre ellas, no son las menos elocuentes las que emite la extrema derecha asturiana, que está protagonizando una de las campañas de intoxicación informativa más brutales de los últimos años. A través de cuentas de Twitter y artículos en prensa, están movilizando a todos sus efectivos anti-normalización lingüística en una operación sin precedentes desde, al menos, 1988. Pero si en 1988 contaban con la aquiescencia y la complicidad descarada de la prensa y la universidad asturianas, en la actualidad solo cuentan con la primera, lo que supone un avance. Y tampoco cuentan ya con el apoyo político de la Federación Socialista Asturiana, a pesar de que muchas de sus vacas sagradas, con un pie en la jubilación, continúan haciendo causa común con la alt-right y con la candidata del Partido Popular a la presidencia del Principado, Mercedes Fernández, capaz de ufanarse de logros de dudoso gusto: “Hemos logrado que el castellano sea la única lengua del parlamento asturiano”. Recientemente Mercedes Fernández, a.k.a. Cherines, en un triple salto mortal ético-metafísico, se dolió de que Gaspar Llamazares y Concha Masa, diputados de Izquierda Xunida en el parlamento autonómico y defensores de la oficialidad del asturiano, fuesen dos forasteros, de Burgos ella y de Logroño él, como si sus partidas de nacimiento los inhabilitaran para opinar sobre la normalización del idioma asturiano. No hace falta decir que, si esas declaraciones, pero en sentido opuesto, las hubiera hecho cualquier defensor de la oficialidad del asturiano, las acusaciones de xenofobia, yihadismo y complicidad con ETA habrían sido automáticas.
Hace poco, mi amigo Xuan Bello decía en una entrevista que a mí, con dieciséis años, por ganar un concurso literario, un columnista local me había llamado etarra. Se equivocaba Xuan en la edad (eran dieciocho, no dieciséis) y en la oportunidad (no había ganado nada, me habían publicado un cuento), pero no en la magnitud del exabrupto, y tampoco en su autoría. Yo les animo, padres y madres de alumnos de 1º de la ESO residentes en Burgo de Osma, a tratar de imaginar en qué circunstancias puede decirse en público que un chaval que escribe un cuento en asturiano es cómplice de ETA, esto es, qué clima cultural se respira en esa sociedad para que un periodista escriba eso, lo publique, cobre por ello y nadie le replique. Estoy seguro de que podrán imaginárselo fácilmente porque, en toda España, llamar etarra a cualquiera que profese unas ideas políticas no excesivamente subnormales es algo que ocurre con más frecuencia de lo que sería de esperar, pero insisto: no se trata del insulto cavernario del resentido tipo Hermann Tertsch, sino de una especie de sinusitis intelectual crónica, de un clima de opinión hegemónico que solo ahora, por fin, estamos logrando resquebrajar.
Si alguien les pregunta por qué deberían ustedes interesarse por la oficialidad de la lengua asturiana, piensen en el alivio que se siente al poder respirar, por fin, después de una congestión nasal: ese momento en que uno puede oírse a sí mismo después de varios días con las vías respiratorias atascadas. Justamente eso es lo que pretendemos en Asturias: oírnos a nosotros mismos. Aunque luego podamos decir que nos gusta más oír a Stockhausen.
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Autor >
Xandru Fernández
Es profesor y escritor.
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