Tribuna
El corazón patriótico
El himno de Marta Sánchez escenifica la importancia de despertar la emoción patriótica, una que exige racionalidad pero surge de lo visceral
Luisa Elena Delgado 18/04/2018
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
CTXT necesita un arreglo de chapa y pintura. Mejorar el diseño, la usabilidad… convertir nuestra revista en un medio más accesible. Con tu donación lo haremos posible este año. A cambio, tendrás acceso gratuito a El Saloncito durante un mes. Aporta aquí
En febrero del 2018, a su regreso a España después de una estancia de varios años en Miami, la cantante Marta Sánchez dio un concierto en el teatro de la Zarzuela de Madrid. Al final de la actuación, luces rojas y amarillas iluminaron el escenario, mientras se oían unos acordes melódicos. Al reconocer la melodía del himno nacional, el público aplaudió entusiasmado. La puesta en escena patriótica se extendía a la persona de la cantante: su traje rojo, con capa incluida; su afectada dicción, que enfatizaba ciertos pasajes de la letra, creada por ella para la ocasión; la gestualidad, también enfática. La mano de la cantante se posó varias veces sobre su corazón, una práctica sin duda bien asimilada desde su residencia de Estados Unidos. El mensaje general de la letra era, sin embargo, más bien inocuo: una reivindicación de una españolidad asociada “con los rayos de sol”. Puestos a escoger, sin duda ese elemento era el más consensual posible, porque en verdad, aparte de los afectados por fotosensitividad, es difícil encontrar a alguien que esté en contra de los rayos de sol. Sin embargo, el mismo apego al lugar de nacimiento (un sentimiento tan difuso en su conceptualización como concreto y pertinaz en su vivencia) se puede encontrar en un noruego, por ejemplo, por motivos muy diferentes.
La nueva versión del himno fue calificada por sus detractores de cursi y ñoña: dos términos genéricamente marcados, por cierto, aunque las versiones anteriores (escritas por hombres) no lo fueran menos. Para sus defensores, en cambio, lo importante no estaba en la letra sino en el espíritu: la emoción que el momento provocó, que se consideró no ya legítima, sino necesaria. Resulta interesante, en ese sentido, la opinión pública de Albert Rivera que sentenció: “Valiente y emocionante [Marta Sánchez], poniendo letra y corazón al himno nacional”. Ese es el mismo político que se auto-proclama representante de la racionalidad en la vida pública, sobre todo por oposición a la visceralidad de los sentimientos nacionalistas catalanes. Claro que también es el jefe de un partido cuyo símbolo es un corazón, y cuyos simpatizantes se manifiestan a menudo con pancartas que exigen un único sentimiento nacional como forma fundamental de cohesión patriótica. En 2012, los latidos y la imagen del corazón ciudadano se usaron en un anuncio en el que Rivera y otros afiliados recitaban la letra del himno nacional compuesta por Joaquín Sabina, una de cuyas frases recalcaba que “la diosa razón se llevaba la mano al corazón” (se ve que en la era pre-Arrimadas lo de libres e iguales no era del todo aplicable a las féminas, dado el elenco del anuncio).
La teatralización de Sánchez fue asimismo alabada por el Gobierno y órganos afines como ejemplo de “sano patriotismo desacomplejado”, en contraste explícito con los afectos ligados a otros tipos de apegos políticos, considerados patológicos, populistas y anti-democráticos. En efecto, en los últimos años y coincidiendo con el auge del independentismo y la protesta social, ha habido una operación de cierre del espacio democrático que impone un único modelo de pertenencia ciudadana. Ese cierre se ha manifestado tanto de manera performativa como discursiva: leyes, juicios, decretos y un continuo planto por la racionalidad del legítimo discurso político, delimitado desde el Estado. La crema de nuestra intelectualidad lamenta la pérdida de la sensatez en Cataluña, poseída por la rauxa de un “delirio identitario” despectivamente calificado de “culebrón” (por tanto, marcado como un exceso femenino, melodramático y popular). Se alaba el cambio el trasvase del seny al País Vasco, hasta hace nada ejemplo de visceralidad anti-democrática y ahora de nacionalismo cordial.
El patriotismo, que exige racionalidad pero surge de lo visceral, es absolutamente consistente con el momento político español
En 2014, Sáenz de Santamaría fue nombrada responsable de los símbolos nacionales. Es de suponer que ella, como el resto del gobierno, estará encantada con la publicidad generada por la nueva versión del himno. Incluso los más convencidos simpatizantes del llamado patriotismo constitucional español, apuntalado por decreto ley, entienden la importancia de la emoción en la política democrática. La política, como bien sostiene F. Lourdon, es un “ars affectandi”, y la legitimidad consentida que se otorga a las actuaciones del Estado se sostiene no sólo por convencimiento racional ni por el peso de las condiciones materiales concretas, sino por la fuerza de vínculos afectivos que vuelven concreto lo abstracto. Ya lo dijo el pilar del neo-liberalismo, Margaret Thatcher: la economía es un método, pero lo importante es llegar a la mente y el corazón de la ciudadanía de manera efectiva.
Ver en el gesto de Marta Sánchez un rasgo de valentía es debatible: una escenificación patriótica emotiva en el teatro de la Zarzuela –propiedad del Estado–, en el centro de Madrid y en pleno apogeo del conflicto catalán no constituye precisamente una práctica de alto riesgo. Eso no quita para que la cantante, como cualquier ciudadana, tenga derecho a expresar públicamente su afecto por un país y unos símbolos. El problema es que eso ocurre mientras otros ciudadanos son condenados no ya por sus acciones, sino por sus apegos o desapegos; no por hechos probados jurídicamente, sino por lo que pueda haber en su esfera psicológica interna. En ese sentido, la puesta en escena de un patriotismo que no tiene que pedir perdón ni dar explicaciones; que exige racionalidad pero surge de lo visceral, es absolutamente consistente con el momento político español. Para los disidentes, queda el consuelo de que no existan, de momento, detectores para los secretos del corazón.
CTXT necesita un arreglo de chapa y pintura. Mejorar el diseño, la usabilidad… convertir nuestra revista en un medio más accesible. Con tu donación lo haremos posible este año. A cambio, tendrás acceso gratuito a El...
Autor >
Luisa Elena Delgado
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí