La paz es el apocalipsis
Desde antes de conocer la noticia de la reunión entre Trump y Kim Jong-un, los reporteros y los expertos estaban preparados para denostar la idea
Tim Shorrock (The Baffler) 12/05/2018
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A medida que se acercaba el momento en que Corea del Sur hizo el extraordinario anuncio de que finalmente el presidente Trump rompería con siete décadas de política estadounidense y se encontraría con el dictador de Corea del Norte, Kim Jong-un, los reporteros y los expertos ya estaban preparados para recibir la idea como un jarro de agua fría.
Ese estado de ánimo tan negativo se palpaba especialmente en la CNN, donde Wolf Blitzer había reunido a un grupo de “expertos” con el objetivo de analizar ese repentino y drástico cambio en la política de la Casa Blanca. Todos estaban de acuerdo en que se podría estar produciendo un importante avance, pero las posibilidades de que se produjera una rápida resolución eran minúsculas.
La reportera política Gloria Borger, una histórica informadora política, resumió las dudas existentes en una dura predicción: “Deberíamos advertir de que nadie con quien yo haya hablado dice que el presidente debería subirse a un avión para mantener esa reunión”, desdeñó.
Dos minutos después, se demostró lo equivocada que estaba: Chung Eui-Yong, el asesor de seguridad de Corea del Sur, anunció que Trump había aceptado la invitación de Corea del Norte y se “reuniría con Kim Jong-un en mayo para conseguir la desnuclearización permanente”. Luego se marchó y dejó a la CNN y a la mayoría los otros medios dominantes balbuceando de la sorpresa.
A los pocos minutos, el llorón oficial del New York Times, Nicholas Kristof, tuiteaba como Chicken Little: “Estoy totalmente de acuerdo con que se lleven a cabo negociaciones directas, pero comenzar con una cumbre me parece una apuesta muy peligrosa, y un regalo para Corea del Norte”, anunció. El fin de semana, publicó una columna en la que denunciaba la idea misma de la cumbre y sugería que Trump estaba empleando una estrategia de cortina de humo para desviar la atención de los medios y alejarla de la investigación sobre Rusia y sus últimos escándalos.
La reunión, escribió Kristof con desesperación, “me parece una apuesta peligrosa y una mala idea. Me temo que Corea del Norte podría estar engañando a Trump y que Trump, por su parte, podría estar engañándonos a nosotros”. Una reunión cara a cara entre los líderes de ambos países, sugirió de manera sombría, entrega a “Corea del Norte lo que ansía desde hace tiempo: el respeto y la legitimidad que se deriva de que un líder norcoreano aparezca en pie de igualdad junto al presidente de EE.UU.”
Algunos exfuncionarios durante la etapa de Obama se apresuraron también a participar. En el primer artículo del Times sobre el anuncio de Trump, Evan S. Medeiros, un asesor del presidente Obama para Asia, afirmó que cualquier negociación directa serviría para “elevar” a Kim y, por tanto, para “legitimar” su régimen. “Nosotros no obtenemos nada a cambio”, opinó”, “y Kim nunca renunciará a sus misiles nucleares”. Días después del anuncio, Ben Rhodes, el antiguo asesor de Obama en materia de seguridad nacional, declaró que todo eso no era más que un fracaso en ciernes: “La pregunta que debemos hacernos es si [Trump] puede tener éxito en esta diplomacia,” declaró en NBC News.
La noción de que Kim podría estar “engañando” a Trump se convirtió rápidamente en el leitmotif del contraataque liberal contra la decisión de Trump. A lo largo de todo el fin de semana, en la televisión y en las redes sociales, la línea de pensamiento de Kristof sobre la locura que supone solo pensar que una cumbre fuera posible recibió un firme apoyo por parte de los escribas políticos liberales, desde el Washington Post hasta Mother Jones.
Algunos de los problemas aducidos eran legítimos: ¿no estaba el equipo de política exterior de Trump totalmente sumido en el caos? ¿Cómo pensar que Trump podría finalizar una iniciativa diplomática tan importante si se ha contradicho tantas veces en el pasado y cambiado de opinión sin ni siquiera mirar atrás? La única línea de pensamiento prudente provino del antiguo secretario de Defensa William Perry, que negoció el primer acuerdo nuclear con Corea del Norte en 1994.
Perry tuiteó que las negociaciones directas eran “una mejora sustancial con respecto a la diplomacia basada en insultarse el uno al otro”. Y luego añadió una lista de preocupaciones, entre las que se incluía esta crucial pregunta: “¿Qué espera conseguir EE.UU. y que está EE.UU. dispuesto a conceder?”.
Suzanne DiMaggio, una negociadora con experiencia, que se ha reunido con frecuencia con los diplomáticos de Corea del Norte en sesiones informales por medio de canales extraoficiales, también planteó preguntas inteligentes en Politico y, aunque aplaudía el significativo avance, publicó un artículo a los pocos días en el que anunciaba claramente que “el problema es que Estados Unidos no está ni cerca de estar listo para poder mantener este tipo de negociaciones diplomáticas de tan alto nivel”.
No obstante, la mayoría de la crítica liberal se centraba en la idea de que un acuerdo de paz con la península de Corea supondría interactuar con Kim Jong-un, el líder que más han denigrado los medios estadounidenses desde… Kim Jong-il, el anterior dictador de Corea del Norte.
la mayoría de la crítica liberal se centraba en la idea de que un acuerdo de paz con la península de Corea supondría interactuar con Kim Jong-un
Esta fue la base del increíble arrebato que emitió MSNBC a los pocos días con Rachel Maddow, cuyo programa está consagrado a su obsesivo interés por la investigación de Robert Mueller sobre Rusia y a la relación de Trump con Vladimir Putin. En el segmento que emitió sobre Corea del Norte, Maddow invocó sus credenciales sobre seguridad nacional para criticar con dureza a Trump por atreverse a desafiar el consenso sobre la política exterior hacia Corea del Norte que ha maniatado a los diplomáticos de Washington desde 1953, cuando la guerra de Corea del Norte terminó con un armisticio.
Utilizando el tono serio que reserva para hablar de los asuntos más importantes, Maddow pronunció un lúgubre sermón: “¿Por qué ningún presidente en funciones se ha reunido nunca con un líder de Corea del Norte? ¿No debería yo pensar ahora que se trata de una maniobra arriesgada e imprudente? Pero este es el presidente que tenemos y le ha dicho que sí a Corea del Norte”. Al escuchar eso, me fui a Twitter para calificar su diatriba como “uno de los argumentos más ridículos que he escuchado nunca sobre Corea”.
Días después, mi tuit acumulaba 880 me gusta, 360 retuits y más de 100 respuestas (muchas de ellas de espectadores de Maddow enfadados porque cuestionaba la sabiduría de la reina liberal de la televisión). “¿Dónde está la página de Wikipedia con tus cualificaciones? Aquí está la suya”, me tuiteó amablemente uno de sus admiradores, y aunque existe una sobre mí, ya he aprendido de anteriores líos en Twitter que es mejor no alimentar a estos trolls.
Las dudas y ataques liberales continuaron durante toda la semana, hasta que la agitada prensa acreditada de la Casa Blanca asedió a la portavoz del presidente, Sarah Huckabee Sanders, con preguntas sobre los compromisos de Corea del Norte. Al principio, Sanders parecía evitar el anuncio realizado y afirmaba que “el presidente no aceptará la reunión si no se producen acciones concretas” por parte de Kim. Esto fue suficiente para que algunos periodistas dieran por prácticamente muerta la idea de las negociaciones.
“El mayor cambio de política que anunció Trump parece ser totalmente irrelevante porque en televisión actúa como si fuera el presidente, pero en realidad no es un presidente”, declaró el claramente desinformado Jonathan Chait de la revista New York en una publicación realizada a las 15:13 h del viernes posterior al anuncio. Sin embargo, poco más de una hora después, se confirmó que la decisión de Trump era final: “La invitación se ha producido y ha sido aceptada, y eso se mantiene”, confirmó un funcionario de la Casa Blanca al Wall Street Journal, lo que contradecía tanto a Sanders como al arrogante conjunto de expertos.
El domingo, el griterío había dejado paso en su mayoría a las garantías de los funcionarios de la Casa Blanca. Por ejemplo, el director de la CIA, Mike Pompeo, salió en televisión para declarar que su oficina “ocuparía un lugar importante en la reunión para proveer de información de inteligencia” a Trump y el secretario de Estado Rex Tillerson [*], “para que cada uno pudiera determinar las vía más adecuadas para conseguir los objetivos del presidente” durante las conversaciones. En otras palabras: a menos que suceda algún imprevisto, las negociaciones se desarrollarán prácticamente como cualquier otra reunión diplomática.
No obstante, todavía se produjeron algunas críticas, y el senador por Connecticut, Chris Murphy, predijo que “lo peor que le puede pasar a EE.UU. es también lo más probable: que Kim consiga una impresionante foto legitimadora y no contraiga ningún compromiso real sobre el desarme”.
Entonces, ¿cómo se explica toda la ruidosa preocupación liberal sobre el anuncio de una cumbre con Corea del Norte? Evidentemente, se explica principalmente a través del odio y la desconfianza hacia la figura de Trump. Otro factor, que es sin duda cierto en el caso de Maddow y muchos otros demócratas, es que Trump está haciendo lo que Obama no consiguió hacer, después de prometer durante la campaña de 2008 que hablaría con los líderes de Irán y Corea del Norte. Por el contrario, como ya escribí en un artículo para Alternet el pasado otoño, empeoró la situación con Corea del Norte de una forma inconmensurable.
Pero como sugirió Christine Ahn, la activista por la paz de nacionalidad coreana-americana que trabaja en Women Cross DMZ, existen otras razones profundas e ideológicas para que se produzca todo ese desprecio liberal. Los liberales, escribió en respuesta a Murphy, “repiten los lugares comunes que solo sirven para vilipendiar aún más a Corea del Norte e imposibilitar el diálogo. ¿Qué pasa con los misiles nucleares que tiene EE.UU. en la península? Nosotros los pusimos ahí, mantenemos un paraguas nuclear sobre [Corea del Sur] y empleamos bombarderos B-2 en simulacros de guerra”.
De hecho, muchos liberales se niegan a aceptar la terrible historia de la participación estadounidense en Corea, sobre todo la campaña que duró tres años, que consistió en bombardear con fuego y napalm a Corea del Norte y que (al igual que Trump amenazó con repetir el pasado verano) destruyó completamente al país y mató a más de un millón y medio de civiles.
muchos liberales se niegan a aceptar la terrible historia de la participación estadounidense en Corea, sobre todo la campaña que duró tres años, que consistió en bombardear con fuego y napalm a Corea del Norte
Y, como indiqué en un artículo en Democracy Now! y en un entrevista posterior en The Real News, los liberales tienden a ver a Corea del Norte solo a través de la venda de la Guerra Fría que ha retorcido a Corea del Norte y la ha convertido en un enemigo permanente al que hay que hacer frente mediante la guerra permanente, y a Corea del Sur como un aliado servil sin ideas propias.
Y lo que es peor, los medios mienten una y otra vez sobre la historia de la participación de EE.UU. en Corea del Norte, una tendencia que no ha disminuido durante los últimos días. Los periodistas estadounidenses raramente se molestan en hablar para los coreanos, ya sean del norte o del sur, y por eso no se han percatado (en este caso) del papel crucial que ha desempeñado el presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, para allanar el camino y que se produzcan las negociaciones entre Trump y Kim.
Fue la diplomacia de Moon, junto con sus promesas del año pasado de situar a Corea del Sur al frente del proceso de paz, la que convenció a Corea del Norte de participar en las Olimpiadas y de enviar al sur la delegación más grande de la historia desde 1953. Y fue un cuerpo de delegados de Moon el que fue a Pionyang en marzo y obtuvo las extraordinarias promesas y concesiones de Kim (algunas de las cuales todavía no se han hecho públicas), que convencieron a Trump y a sus militaristas asesores de que las negociaciones directas podrían ser un camino que valía la pena considerar.
La verdadera historia en este caso es que demasiados liberales y demasiados periodistas sencillamente no pueden aceptar la idea de que las dos Coreas hayan conseguido esta hazaña por sí solas, sin la supervisión adulta y sobria de la intelligentsia estadounidense. ¿Una Corea independiente? ¿Un presidente de Corea del Sur dirigiendo la política exterior de Estados Unidos? Como demuestra este pasado ciclo de noticias de forma embarazosamente profusa, eso es sencillamente impensable para la espabilada casta de expertos estadounidenses.
[*] Actualización: El martes posterior al anuncio, Trump comunicó que Tillerson había sido destituido de su puesto como secretario de Estado y que nominaría a Mike Pompeo para sustituirlo.
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Este artículo se publicó en inglés en The Baffler.
Traducción de Álvaro San José.
Tim Shorrock creció en Japón y Corea del Sur. Informa de Corea desde finales de los años setenta y es corresponsal de The Nation y del Korea Center for Investigative Journalism.
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