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Albert Rivera presentó el domingo una peña patriótica. Hacía falta un patriotismo moderno que implica varias cosas: que los focos sean de luz muy blanca, una absoluta ausencia de criterio, por ejemplo, musical, y que en las cartelerías se vea una rojigualda sinuosa que dé la impresión de no haber albergado nunca un pollo negro. A este invento lo llamaron plataforma, aunque es una peana a la que Rivera quiere graparse como un muñequito de comunión de por vida, o hasta que se acabe la tarta.
La piedra angular de la peana ciudadana es un basta ya: que nadie tenga que pedir perdón por ser español. Cosa que, por descontado, no ha ocurrido nunca. La formulación parte de una fantasía presente en los patriotismos más obtusos. Quieren decir, no pedir perdón por ser más guapos o por ser, esencialmente, mejores y divinos. Pero ser no significa nada (en política, el verbo ser es un cepo para tobillos despistados). Se refieren a algo más grave: que no van a pedir perdón por poner en práctica los privilegios de ser españoles (mejores, divinos), porque esa condición les da el derecho y la expiación. Ser español, por cierto, a partir de ahora, consistirá en lo que ellos digan.
Ha nacido una estrella. Con ustedes, el patriotismo liberal-salvaje español. Se diferencia del fascista en que es mucho más flexible y adaptable. No rinde pleitesía a la raza, sino a la pela. La raza se tiene o no se tiene, pero la pela finge estar al alcance de todo el mundo: esto favorece una capacidad de engaño más extensible en el tiempo. Supone, también, un reciclaje de términos. La santidad regresa bajo la forma del mérito. Florecerán (más) hordas de señores que se lo deben todo a sí mismos. He aquí los españoles que no piensan pedir perdón.
La peana de Rivera actuará como un alambique para que los privilegios de unos pocos simulen el bien común. Los de abajo accederán a los beneficios de los meritosos a través del Orgullo, pero seguirán viviendo en la inmundicia. La condena, para ellos (para nosotros), es doble: padecerán una culpa terrible porque, a pesar de pertenecer al mejor país del mundo, a pesar de ser, en esencia, parte de los mejores, seguirán arrastrando una existencia precaria. Se instalará acaso una humildad evangélica, un no soy digno de que entres en mi casa, que, como en toda religión, bloquea la posibilidad de rebeldía.
Miento. Sí habrá una posibilidad de rebeldía, y será eminentemente deportiva. Al ver el espectáculo del domingo, uno entiende los tipos de españolidad que propone la peana riverista. Por un lado, los santos del mérito, y por otro, hooligans de baja intensidad, controlables. Son, en política, como esa gente que no sabe de fútbol, que solo ve los partidos de la selección, y entonces quiere matar al árbitro.
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Esteban Ordóñez
Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
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