Análisis
¿Se convertirán en finlandeses los palestinos?
Resulta cada vez más evidente que Israel no desea el establecimiento de un Estado palestino independiente
Emilio Menéndez del Valle 20/05/2018
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La Responsabilidad de Proteger es una doctrina de la ONU instituida en 2005 que tiene por objeto la denuncia de los gobiernos y Estados que cometen crímenes atroces, a saber, el genocidio, la depuración étnica, los crímenes de guerra y los de lesa humanidad. Otro principio integrado en el acervo onusiano es que la conculcación masiva y sistemática de los derechos humanos puede poner en peligro la paz y la seguridad internacionales. El comportamiento de Israel incurre en ambos supuestos.
La matanza de manifestantes pacíficos cometida por su ejército el 14 de mayo ha sido calificada por la Autoridad Palestina de “crimen de guerra”. Es inexacto puesto que en la actualidad no hay guerra, en sentido tradicional, entre Palestina e Israel, sino una ocupación por éste de una parte de aquella. No se trata de un enfrentamiento armado entre dos ejércitos sino de la violencia brutal llevada a cabo por el único ejército existente sobre la población civil. La violencia es simple y las alternativas a la misma son complejas, pero la violencia no proporcionará seguridad a Israel. Uno de sus ciudadanos, prudente y sensible, David Grossman, lo interpreta así: “Tenemos docenas de bombas atómicas, tanques y aviones. Nos enfrentamos a gentes que no poseen ninguna de estas armas. Y sin embargo, en nuestras mentes continuamos siendo víctimas. Esta incapacidad de percibirnos a nosotros mismos en relación a otros constituye nuestra principal debilidad.”
Es Goliat contra David. Las embestidas periódicas y salvajes del primero hicieron que, ante la de 2008, Gideon Levy –reputado periodista de Haaretz y antiguo asesor de Simon Peres– exclamara: “La respuesta de Israel excede toda proporción y traspasa todas las líneas de lo humano, de la ética, del derecho internacional y de la sabiduría.” Pero el Goliat ocupante puede quedar atrapado en una peligrosa paradoja. La confirmación de la ocupación y la negativa a establecer un Estado palestino implicarían, por una parte, la continuidad ad infinitum de la condición de ocupante y, por otra, el elevado crecimiento demográfico palestino acabaría amenazando el exclusivo carácter judío –tan querido por muchos– del Estado de Israel. Cierto es que hasta la fecha Tel Aviv ha ignorado y despreciado, como tantas otras realidades, los deberes del estatuto de ocupante que prescribe el derecho internacional, lo que ha hecho –como resalta el jurista hebreo David Kretzmer– que lleve viviendo en una burbuja jurídica durante medio siglo de ocupación. De un lado, el gobierno de los territorios ocupados ha estado basado en la fuerza y en los poderes de la autoridad militar y, de otro, ha ignorado las restricciones que la Convención de Ginebra impone, en especial la prohibición de trasladar parte de la población ocupante (medio millón a día de hoy) a los territorios ocupados, así como la ilegalidad que supone la confiscación de propiedad privada y el incumplimiento de mantener la pública en régimen de fideicomiso.
Pero Israel no es un ocupante clásico. Las ocupaciones de territorios derivadas de un conflicto (por ejemplo, la de Iraq por Estados Unidos o la de Alemania por las potencias aliadas al término de la segunda Guerra Mundial) no duraron más de una década, fieles a los principios de temporalidad, no anexión y buena fe. Los distintos gobiernos judíos no han respetado estos principios. Desde 1967 ha continuado la expansión de las colonias y la magnitud de los recursos financieros y militares destinados a esta empresa deja al descubierto la verdadera intención, que no es otra que convertir en permanente la ocupación. Como escribe otro israelí sensato, el profesor Gershon Shafir, “la temporalidad continúa siendo un subterfugio israelí para crear hechos permanentes sobre el terreno”, lo que impide la autodeterminación de los palestinos (Israel maintains the occupation by denying it, Partners for Progessive Israel).
Las ocupaciones de territorios derivadas de un conflicto no duraron más de una década, fieles a los principios de temporalidad, no anexión y buena fe. Los distintos gobiernos judíos no han respetado estos principios
Desde su resolución 242 de noviembre de 1967, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas ha reafirmado la inadmisibilidad de la adquisición de territorios mediante guerra o violencia en nueve ocasiones, la última en diciembre de 2016. Y en 2004 el Tribunal Internacional de Justicia sentenció que la ilegalidad de la adquisición territorial derivada del uso de la fuerza ha adquirido naturaleza de derecho internacional consuetudinario. La anexión en 1967 de Jerusalén Este y de sectores de Cisjordania por parte del gobierno judío y su ratificación por la Knesset en 1980 fue declarada por el Consejo de Seguridad contraria a la legislación internacional y nula de pleno derecho. Como es sabido, Israel incumple la práctica totalidad de las resoluciones de Naciones Unidas (hoy en día más de 200.000 colonos viven en la parte oriental de Jerusalén) y Netanyahu –que ha visto reforzada su posición con el traslado de la embajada de EE.UU. desde Tel Aviv– da por hecho la capitalidad permanente de toda la ciudad (el canadiense Michael Lynke, relator especial del onusiano Consejo de Derechos Humanos sobre la situación de los derechos humanos en los Territorios Palestinos ocupados, se explaya sobre este tema en Prolonged occupation or illegal occupant?
Me resulta cada vez más evidente que Israel no desea el establecimiento de un Estado palestino independiente, ni siquiera tan solo sobre el 22 por ciento del territorio de la Palestina histórica a lo que, tras décadas, ha quedado reducida la reivindicación palestina. No lo ha querido ninguno de los gobiernos de la derecha/extrema derecha israelí, incluidos los fanáticos religiosos. Tampoco el apoyo de gobiernos laboristas a la expansión de las colonias es precisamente una prueba de su voluntad sincera a favor de dicho establecimiento. En realidad, casi nadie ha querido que un genuino proceso de paz llegara a buen término. Creo que no quieren la paz, salvo que esta sea unilateralmente dictada (¡vae victis!) en función de condiciones humillantes impuestas por el ocupante. Una pacificación mediante la sumisión, esto es, una paz injusta que, en el improbable supuesto de que se lograra algún día, no sería duradera y probablemente –conculcados sistemáticamente los derechos humanos de los súbditos ocupados– podría llegar a provocar un estallido generalizado, poniendo en peligro la paz y seguridad de la región.
En realidad, desde que Ariel Sharon se convirtió en primer ministro a mediados de 2001 no existe ni siquiera proceso de paz. Tras su desembarco en el poder, la opinión pública israelí e internacional se hicieron estas dos preguntas: ¿logrará la paz y seguridad prometidas en campaña electoral? El Sharon convertido en premier ¿era el mismo que contribuyó a las masacres de palestinos en los campos de refugiados libaneses de Sabra y Chatila en 1982? La respuesta a la primera es obvia: no hay ni paz ni seguridad. El propio primer ministro, en entrevista en Haaretz, se encargó de responder la segunda: “La guerra de la independencia no ha terminado. 1948 [año de nacimiento del Estado de Israel, que no incluía los territorios actualmente ocupados] no fue sino el primer capítulo... No, no existe un nuevo Sharon. No he cambiado.”
Creo que no quieren la paz, salvo que esta sea unilateralmente dictada (¡vae victis!) en función de condiciones humillantes impuestas por el ocupante
Un par de años después el mismo diario entrevistó a Dov Weisglass, hombre de la absoluta confianza de Sharon y responsable de las negociaciones con la administración Bush. El entrevistador, atónito, hubo de escuchar lo siguiente de boca de Weisglass: “El significado de lo que hemos acordado con los americanos es la congelación del proceso político, lo que impide el establecimiento de un Estado palestino y la discusión sobre los refugiados, las fronteras y Jerusalén. Todo eso ha sido eliminado definitivamente, con el visto bueno del presidente y del Congreso de los Estados Unidos. Los palestinos tendrán su Estado cuando se conviertan en finlandeses.” (Haaretz, 08-10-2004). Netanyahu hereda la posición de Sharon y Trump la de Bush hijo.
Cinismo, arrogancia y crueldad hacia los ocupados. Sharon, tras una nueva matanza en Gaza, manifestó el 4 de marzo de 2002 ante la Knesset: “Los palestinos deben sufrir mucho más, hasta que sepan que no obtendrán nada mediante el terrorismo. Si no sienten que han sido vencidos no podremos regresar a la mesa de negociaciones.” “No obtendrán nada mediante el terrorismo.” Puede llegar un día en que los palestinos se pregunten definitivamente qué han obtenido por la vía negociadora, ahítos de comulgar con ruedas de molino, hartos de no divisar –porque no se les ofrece– genuino horizonte político alguno. Puede llegar un día en que los niños palestinos, preguntados sobre qué quieren ser de mayores, no contesten que desean ser ingenieros, médicos o bomberos. Cabe la posibilidad de que respondan: queremos ser mártires. ¿Qué pueden esperar tras la declaración de Weisglass de 2004 y la llegada al poder de Donald Trump? La estrategia Sharon/Weisglass constituye la columna vertebral de la política israelí, que no busca ni el fin de la ocupación ni devolución de territorio ocupado alguno. Quiere “paz” más territorios, sin palestino alguno (Golda Meir llegó a proclamar que “no existe nada denominado palestino”). Quiere, como querían los sionistas pioneros, la “transferencia”, la marcha, voluntaria o forzosa, de los habitantes árabes de Palestina (“Apoyo la transferencia forzosa de los palestinos. No veo nada inmoral en ello”, David Ben Gurion, a la dirección de la Agencia Judía, junio de 1938). Y ya en enero de 1919, en la Conferencia de Paz de París, Chaim Weizmann, uno de los líderes sionistas considerado moderado, apelaba a lograr una Palestina “tan judía como Inglaterra es inglesa”. Es esta la estrategia que Netanyahu ha heredado y reforzado y que el pasado 14 de mayo decidió hacer sufrir mucho más a los palestinos causando casi 70 muertos y multitud de heridos, 185 graves y 25 en estado crítico. Mientras los soldados disparaban a matar, en la recepción diplomática dada por la apertura de la embajada estadounidense en Jerusalén, el actual primer ministro, exultante, decía: “Hoy es un gran día para la paz.”
El historiador israelí Avi Shlaim clasifica a los presidentes norteamericanos en dos escuelas: la del “Israel, primero” y la que denomina escuela equilibrada. Dice que la mayoría ha pertenecido a la primera, constituyendo Bush padre (impulsor de la conferencia de paz de Madrid de 1991) y Carter notables excepciones y siendo Bush hijo el más pro-israelí. Shlaim escribe antes de la llegada de Obama y de Trump a la Casa Blanca, pero no es difícil incluirlos en una u otra escuela. Y sostiene que, de cara a lograr un acuerdo viable, “un presidente norteamericano ha de ser equilibrado y no solo lograr seguridad para Israel sino también justicia para los palestinos.” Pero la política exterior estadounidense hacia Oriente Medio ha estado prácticamente secuestrada o al menos altamente determinada por el lobby judío (Bush padre y Obama tuvieron ocasión de comprobarlo) y la de Trump ha sido directamente confiscada por el actual primer ministro israelí. Por si fuera poco, estos días, el entorno inmediato del presidente hace declaraciones ridículas (“El traslado de nuestra embajada no prejuzga los límites definitivos de Jerusalén”, portavoz del Departamento de Estado) o cínicas a propósito de la masacre del 14 de mayo (“Ningún país ha actuado con mayor contención”, Nikki Haley, embajadora ante Naciones Unidas).
El acceso de Donald Trump al poder y su comportamiento dentro y fuera de su país ha significado un vaciamiento moral, el desprecio de valores que la mayoría de europeos y muchos estadounidenses habían compartido y el estancamiento de importantes logros en política nacional y exterior. La Unión Europea –vacilante y en crisis, incapaz hasta la fecha de mantener e impulsar sus valores y principios fundacionales en relación a los miles de refugiados, condenados de la tierra, desheredados de la historia, que arriban a nuestras costas– debe reaccionar no solo ante las peligrosas decisiones adoptadas por Trump sobre Irán o el cambio climático. Debe actuar también para impedir el pavoroso futuro en ciernes de los palestinos. Debe recuperar su poder normativo y resaltar la Declaración de Venecia de 1980, que reconocía el derecho a la existencia y a la seguridad de todos los Estados de Oriente Próximo, incluido Israel, pero asimismo, por primera vez “los legítimos derechos del pueblo palestino, incluido el de autodeterminación.” La Declaración afirmaba la necesidad de que Israel ponga fin a “la ocupación de territorios que mantiene desde 1967.”
El acceso de Donald Trump al poder y su comportamiento dentro y fuera de su país ha significado un vaciamiento moral
Ante los hechos y realidades que he descrito hasta aquí, el Parlamento Europeo debería exigir a la Comisión y al Consejo que se inicie el procedimiento para aplicar el artículo 2 del Acuerdo de Asociación que la UE e Israel mantienen. Dicho artículo contiene (como todos los que suscribe la Unión con países terceros) la denominada cláusula de derechos humanos: “Las relaciones entre las partes estarán basadas en el respeto a los derechos humanos y los principios democráticos que guía su política nacional e internacional y que constituye elemento esencial de este acuerdo.”
No parece que hasta la fecha la existencia de ese artículo haya preocupado en exceso al Estado judío, sobre todo por la ausencia de voluntad política europea para incoarlo. ¿Puede afirmarse que en esta ocasión se han traspasado líneas rojas y que una reacción es posible? Además, nunca hasta ahora se había dado una colusión anti-palestina tan manifiesta entre los gobiernos israelí y norteamericano.
¿Guerra o paz justa en Oriente Próximo, y no solo a causa de Palestina? Los israelíes deberían recordar que en el siglo X antes de Cristo, el gran rey Salomón, hijo del rey David, contribuyó a una de las primeras formulaciones de una paz internacional que la Biblia recoge: “Yavé dictará sus leyes a numerosos pueblos, que de sus espadas harán rejas de arados y de sus lanzas, hoces. No alzarán la espada gente contra gente ni se ejercitarán para la guerra.” (Isaías, 2,4).
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Emilio Menéndez del Valle es Embajador de España.
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